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Desde el Sur

versão impressa ISSN 2076-2674versão On-line ISSN 2415-0959

Desde el Sur vol.14 no.3 Lima set./dez. 2022  Epub 30-Set-2022

http://dx.doi.org/10.21142/des-1403-2022-0032 

Encuentros y discursos literarios

Maternidad no normativa, violencia y desapariciones forzadas en Casas vacías de Brenda Navarro

Non-normative motherhood, Violence and forced disappearances in Casas vacías, by Brenda Navarro

Richard Leonardo-Loayza*  1
http://orcid.org/0000-0001-6867-2127

* Universidad Nacional Federico Villarreal, Lima, Perú. rleonardo@unfv.edu.pe.

RESUMEN

Se pretende demostrar que la novela Casas vacías (2020) de Brenda Navarro presenta un cuestionamiento a la noción tradicional de maternidad, la cual asume esta actividad como una cuestión biológica e instintiva, y en la que toda mujer, por el hecho de ser madre, sabe exactamente cómo ejercerla. Dicho cuestionamiento está personificado por la figura de la madre no normativa, quien no puede o no quiere cumplir los mandatos que la sociedad establece para ser considerada una "buena madre". Asimismo, se desea demostrar que en esta novela se aborda el tema de la violencia en México, pero se pone énfasis en una de sus manifestaciones menos visibles: las desapariciones forzadas. La novela denuncia la situación de abandono que sufren las madres de los desaparecidos por parte de la sociedad y el Estado.

Palabras clave: Brenda Navarro; Casas vacías; madre no normativa; violencia; desapariciones forzadas

ABSTRACT

It is intended to demonstrate that the novel Casas vacías (2020) by Brenda Navarro presents a questioning of the traditional notion of motherhood, which assumes this activity as a biological and instinctive matter, and in which every woman, by virtue of being a mother, knows exactly how to exercise it. This questioning is personified by the figure of the non-normative mother, who cannot or does not want to fulfill the mandates that society establishes to be considered a "good mother". Likewise, it is desired to demonstrate that in this novel the subject of violence in Mexico is addressed, but emphasis is placed on one of its less visible manifestations: forced disappearances. The novel denounces the situation of abandonment suffered by the mothers of the disappeared by society and the State.

Keywords: Brenda Navarro; Casas vacías; non-normative motherhood; violence; forced disappearences

Introducción

En los últimos 20 años, la narrativa latinoamericana ha experimentado una serie de cambios, entre los que puede destacarse una presencia masiva de escritoras femeninas, las cuales desarrollan una serie de temáticas que están relacionadas con los problemas de las mujeres. Uno de estos temas es la maternidad, pero no se la aborda de manera tradicional, como una experiencia que toda mujer desarrolla sin ninguna dificultad, sino que se la representa de manera conflictiva, como un ejercicio supeditado a una serie de mandatos sociales que son difíciles e, incluso, imposibles de cumplir. Esta situación se presenta en Casas vacías (2020)2 de Brenda Navarro (México, 1982). En esta novela se narra la historia de dos mujeres mexicanas (que a lo largo del relato nunca son llamadas por su nombre) y que pertenecen a dos estratos sociales económicos distintos. Por un lado, se tiene a la mujer acomodada, que no deseó jamás ser madre, pero que, ante la muerte de su cuñada Amara, la cual fue asesinada por su pareja en España, tuvo que hacerse cargo de Nagore, la sobrina de Fran, su esposo; luego, ella misma quedó embarazada de Daniel, un niño autista. Por otro, se tiene a la mujer pobre, que siempre quiso ser madre, pero, pese a estar casada e intentarlo todo, no pudo lograr ese anhelo. Un día la mujer acomodada sacó a pasear a su hijo de 2 o 3 años (en la historia no se precisa la edad) y en un descuido (esperaba un mensaje de texto de su amante) se le perdió. En realidad, la segunda mujer se lo robó para criarlo como suyo e, incluso, le cambió el nombre por el de Leonel. A pesar de que la mujer acomodada siempre rechazó a su hijo, ella acudió a las autoridades para que la ayuden a buscarlo. En ese contexto, se fue dando cuenta de que en México la desaparición de personas era algo común, que formaba parte de la violencia sistematizada que azota su sociedad, pero lo más indignante es que las autoridades no se preocupan por resolver dicho problema, que les importaba poco o nada el dolor por el que atraviesan los familiares de los desaparecidos.

El siguiente artículo analiza esta novela de Brenda Navarro. Se pretende demostrar que en Casas vacías se presenta un cuestionamiento a la noción canónica de maternidad, la cual asume esta actividad como una cuestión biológica e instintiva, y en la que toda mujer, por el hecho de ser madre, conoce lo que se debe hacer. Dicho cuestionamiento está personificado por la figura de la madre no normativa, quien no puede o no quiere cumplir los mandatos que la sociedad establece para ser considerada una "buena madre". También interesa demostrar que en la novela de Navarro se aborda el tema de la violencia en México, pero se presta atención a las desapariciones forzadas. La novela denuncia la situación de abandono que padecen las madres de los desaparecidos por parte del Estado y la sociedad. En ese sentido, Casas vacías se erige como un artefacto político.

Respecto al estado de la cuestión sobre Casas vacías debe decirse que existen reseñas que, por la naturaleza de este tipo de texto, se ocupan básicamente de presentar el texto, lo que genera un acercamiento poco profundo de este. Hasta la fecha de escritura de este artículo solo se ha encontrado un trabajo académico que estudia la novela de Navarro. Este se denomina "El concepto de maternidad, su preferencia semántica y colocaciones en la novela Casas vacías: un análisis desde la lingüística de corpus" (2021) de Liliana Hernández, Antonio Rico-Sulayes y Gerardo Castillo Carrillo. Como puede colegirse del título, se trata de un abordaje lingüístico. En dicha investigación se realiza una contabilidad de palabras relacionadas con la maternidad. A partir de esta operación, los autores llegan a la conclusión de que dichas palabras, en su gran mayoría, enfocan el lado más negativo de la maternidad, es decir, "sus distintas colocaciones de manera constante muestran una visión perjudicial del concepto" (Hernández; Rico-Sulayes; Castillo, 2021, p. 78).

Madres no normativas y madres arrepentidas

Un primer tema que desarrolla la novela es el peso que tiene sobre las mujeres el mandato social de ser madres. Este es el caso del personaje de la mujer acomodada, que entiende que no todas las mujeres han nacido para ejercer la maternidad, como el patriarcado sostiene y difunde. En un pasaje del texto, afirma: "Hay quienes nacemos para no ser buenas madres y, a nosotras, Dios debió esterilizarnos desde antes de nacer" (Navarro, 2020, p. 24). Este personaje niega que la maternidad sea una habilidad que acompañe el hecho de ser mujer, sino de que hay algunas que nacen mujeres, pero no pueden con dicha labor. El personaje se siente culpable por ser una de ellas. Esta culpabilidad actúa en las mujeres como un efecto destructivo, es "una voz interna que censura y critica" (Potok, 2015, p. 58). Ahora bien, no es que la mujer acomodada del relato no haya querido, alguna vez, comportarse como una madre normativa, que sigue los cánones que establece la sociedad. Así, ella dice, recordando el tiempo inmediato a la desaparición de su hijo:

Hubo momentos en que quise ser de esas madres que con los pies pesados surcan caminos. Salir a pegar papeletas con el rostro de Daniel, todos los días, todas las horas, con todas las palabras. También, muy pocas veces, quise ser la madre de Nagore, peinarla, darle de desayunar, sonreírle (Navarro, 2020, pp. 21-22).

Se infiere que este personaje es consciente de que en la sociedad existe un tipo de madre que realiza una serie de sacrificios por sus hijos, pero ella no se siente capaz de asumir tal rol. No pudo hacerlo con su hijo, ni siquiera cuando este se extravió, ni con su sobrina huérfana, Nagore, que quedó a su cargo. Una cuestión referida a este último aspecto es que este personaje es obligado a asumir el papel de madre de su sobrina, debido a que se trata de una mujer y, por lo tanto, se la considera la encargada del cuidado de los otros, se les impone lo que Samanta Villar (2019) ha llamado "la carga mental femenina", es decir, la responsabilidad del hogar y de los individuos que habitan en este. En efecto, en la sociedad patriarcal se asume que la mujer es un ser que está al servicio de los demás, "que está en la casa atendiendo a la familia, al esposo, a los hijos y a los mayores" (Wagner, 2008, p. 335), lo que la convierte en un "ser-para-otros" y un "ser-a través-de-otros" (Camacho, 1996, p. 110). Sin embargo, la mujer acomodada del texto de Navarro no acepta tales preceptos:

Algunas veces, Fran me llamaba por teléfono para recordarme que teníamos otra hija. No, Nagore no era mi hija. No. Pero la cuidamos, pero le ofrecimos un hogar, me decía. Nagore no es mi hija. Nagore no es mi hija. (respira. Prepara comida, tiene que comer). Daniel es mi único hijo [...] Entonces, muchas veces me llamaban de la escuela de Nagore y me recordaban que ella me esperaba y que tenían que cerrar la escuela. Lo siento, les decía, aunque el es que Nagore no es mi hija se me quedaba en la lengua, y colgaba ofendida de que me reclamaran la maternidad no pedida (Navarro, 2020, p. 19).

En las mujeres uno de los caminos más seguros para sentir que se ha perdido totalmente el control sobre su vida es la maternidad sin autonomía, sin elección (Rich, 2019, p. 340). La mujer acomodada de Casas vacías no considera a Nagore como su hija, porque no es ella la que quiso hacerse cargo de la niña, no deseó ser su madre. Es Fran, su esposo, el que decidió que su sobrina se fuera a vivir con ellos a México. Como indica la mujer: "Fran nos impuso el cuidado de Nagore. Yo me volví madre de una niña de seis años mientras engendraba a Daniel en mi vientre. Luego no fui madre y ese fue el problema" (Navarro, 2020, p. 21). En ningún momento la mujer del relato le ofreció un hogar a la niña, sino que su esposo supuso que como su pareja es una mujer se haría responsable del cuidado de la menor. Una vez más son los hombres los que definen el destino de las mujeres y deciden por ellas. Se trata de una maternidad no pedida, como la propia mujer expresa. Una maternidad que si bien este personaje cuestiona en lo privado (en las continuas discusiones con el esposo), no puede llegar a hacer lo mismo en lo público, porque de hacerlo sería condenada como una persona inmoral, se la consideraría una mala madre, una madre no normativa. Precisamente, la conducta hacia la sobrina revela que este personaje calza con la mencionada figura, ya que no cuida de Nagore, al punto de no alimentarla u olvidar recogerla del colegio. Estos deberes la superan como individuo, no quiere o no puede cumplirlos. Así dice:

Otras muchas veces deseaba ser Amara, la hermana de Fran, y dejarle la responsabilidad de velar por dos vidas ajenas [...] No parir. No engendrar, no dar pie a las células que crean la existencia. No ser vida, no ser fuente, no dejar que el mito de la maternidad se prolongara en mí. Truncar las posibilidades de Daniel mientras seguía en mi vientre, encerrar a Nagore hasta que dejara de respirar. Ser la almohada que la ahogaba mientras dormía. Recontraer las contracciones por las que ellos dos nacieron. No parir. (Respira, respira, respira). No parir, porque después de que nacen, la maternidad es para siempre (Navarro, 2020, p. 22).

Ante la dificultad de ejercer la maternidad con su sobrina y su propio hijo (por el cual nunca sintió un verdadero afecto), esta mujer desea ser Amara, la cuñada asesinada, con tal de evadir la responsabilidad. No solo esta actitud hace de esta mujer una madre no normativa, sino que está presente en ella el arrepentimiento. Por un lado, por haber aceptado que se le confíe a Nagore, pero también está arrepentida por concebir y parir, por convertirse en madre. Si por ella fuera habría truncado ambas maternidades: abortar a Daniel y asfixiar a su sobrina. Esta mujer recién entiende con la práctica lo que implica ser madre, una situación que está alejada de los discursos de plenitud (Rich, 2019, p. 60) y felicidad con los que el patriarcado alienta en las mujeres la maternidad. Ser madre es difícil, porque "es para siempre". Por eso, la mujer del relato considera que dicho ejercicio "es el peor capricho que una mujer pueda tener" (Navarro, 2020, p. 30). De tal forma, contradice el discurso de que las mujeres llegan a ser realmente tales con la maternidad, a realizarse con dicha actividad (Recalcati, 2018, p. 12).

Ahora, así como cuestiona esta faceta del discurso, también lo hace respecto a que sus pares, una vez que son madres, desarrollan el instinto materno y saben cómo criar a sus hijos:

Con la cintura quebrada, los coágulos arañando las paredes de mi útero y los ojos arenosos de no dormir, los primeros días con Daniel en mi vida, más que una dicha, eran un suplicio ahogado. Cállate, le decía en un silencio amordazado entre los ojos, por miedo a que alguien escuchara el escozor que me causaba oírlo llorar por ese no saber sobrevivir solo en el mundo. Si en el embarazo, triste, pedregoso y mohoso que había pasado ya sentía un arrepentimiento de tener útero y hormonas e instinto maternal, en la maternidad misma cada llanto de Daniel me rechinaba en el oído para constatarlo (Navarro, 2020, p. 80).

No existe un curso natural de las cosas que las mujeres deberían seguir cuando son madres (Donath, 2017, p. 44), incluso, los antojos previos, el vómito y toda esa serie de manifestaciones perturbadoras que experimentan las mujeres al quedar embarazadas "balizan el rechazo a la preñez, al tiempo que se transforman en un modo de contradecir el instinto materno" (Ledo, 2020, p. 178). Pero solo se accede a dicho conocimiento cuando se es precisamente madre. La cita de la novela muestra lo que muchas mujeres sienten y piensan con el embarazo y la crianza de los niños, pero que no se atreven a confesar públicamente por miedo a ser recriminadas socialmente, a ser estigmatizadas. Esta mujer no considera que tener un hijo sea una dicha; por el contrario, para ella es un suplicio. Evidencia que el instinto materno es un mito, porque no sabe exactamente cómo criar a su hijo. Ante su propia incompetencia se plantea la idea de acabar con él, asfixiándolo: "Les ofrecemos el pecho no solo por instinto sino por el deseo obliterado de acabar con la descendencia antes de que sea demasiado tarde" (Navarro, 2020, p. 80). Así se desacraliza uno de los mayores símbolos de la maternidad: dar el pecho, lo que usualmente es concebido como dar vida, pero esta mujer quiere hacer lo opuesto. La novela de Navarro propone que el amamantamiento no solo es un acto sublime para las mujeres, sino que se trata asimismo de algo tenso, físicamente doloroso, cargado, como dice Rich, "de sentimientos culturales de insuficiencia y culpa" (2019, p. 81), pero también de deseos reprimidos e inconfesables.

Dentro de este mismo orden de ideas debe entenderse la percepción que esta mujer tiene acerca de los hijos. Cuando Fran y ella se van de España llevándose a Nagore, los padres del primero van a despedirlos al aeropuerto. Así, la madre de Fran le dice a la mujer acomodada:

A mí me quitaron a mi hija y mi nieta, a ti te han regalado a dos, cuídalos mucho. Y yo sonreí porque no tuve la fuerza de decirle que a mí nadie me había regalado nada, que no quería culpas, que no quería cargar con el regalo más escabroso que alguien me había dado. ¿Cómo no va a dar miedo ser madre? (Navarro, 2020, p. 123).

Mientras para la madre de Fran la maternidad es un obsequio, la mujer acomodada la considera una carga que le produce temor. Quizá la explicación a esta perspectiva radique en la manera cómo este personaje entiende la relación que existe entre la mujer y la maternidad. Para ella, esta última es una especie de imposición biológica, en la que la mujer asume el papel de espacio natural para engendrar vida, un simple objeto que permite conservar la existencia. Por eso dice cuando se refiere a las madres: "Ser las casas vacías para albergar la vida o la muerte, pero al fin y al cabo, vacías" (Navarro, 2020, p. 82). El símil de la casa vacía con el cuerpo de la madre que ha dado a luz es explícito. Una vez que la mujer tuvo al hijo se transforma en una casa vacía, un espacio sin uso. Más adelante, se reitera esta idea cuando reflexiona: "Aunque en ese tiempo supe que no era yo la que habitaba este cuerpo, sino que era un contenedor, una especie de patio vacío al que le llegaban los ruidos citadinos a lo lejos. La casa vacía jamás habitada y lúgubre aunque con estructura fija" (Navarro, 2020, p. 116). Se trata de un pensamiento que refuerza la imagen de la mujer como cuerpo, como objeto que cumple una función específica dentro de la economía de la vida social patriarcal: ser madre es, como se pensaba en la antigüedad griega, "un mero recipiente pasivo de la semilla del macho" (Rose, 2018, p. 72). Según esta lógica, la mujer solo asume un valor por el papel que desempeña en la concepción y crianza de los hijos.

Un ejemplo de esta situación se presenta cuando en la novela, apenas se produce el parto de la mujer acomodada (un parto arduo y complicado), Fran la visita, pero no para enterarse por su estado de salud, sino que va porque el recién nacido, Daniel, debe tomar su leche. El esposo le dice: "tienes que cuidarte, el bebé te necesita" (Navarro, 2020, p. 83). Desde esta óptica, la mujer solo tiene importancia, porque sin ella el nuevo bebé no podría sobrevivir. Se remarca así su naturaleza de individuo social encargado del cuidado de los demás.

Por otra parte, la segunda protagonista de Casas vacías es una mujer pobre, cuyo anhelo mayor es llegar a ser madre. Para lograr su propósito se casó con un hombre llamado Rafael, pero por más que lo intentó no logró embarazarse (incluso experimentó un aborto). Así, la vida conyugal se convirtió en un infierno y la mujer creyó que robándose a un niño podía encontrar la solución a sus problemas. Por eso dice: "creí que Leonel [Daniel, el niño robado] iba a llegar y mejorar todo, pero era nada más tapar el dedo con el sol, lo que está podrido, está podrido, ni modo" (Navarro, 2020, p. 40). En esta mujer está presente la idea de que una familia solo funciona como tal sí se tienen hijos y que es responsabilidad de las mujeres el concebirlos. Según Rich, para el patriarcado la existencia de la mujer solo tiene un fin: "concebir y criar a su hijo" (2019, p. 253).

Ahora, el deseo de tenerlo no es "un capricho" personal, surgido de un arrebato espontáneo, sino que se genera mediante un discurso al que están expuestas las mujeres desde niñas, lo que se afianza a través de la presión social que ejerce la familia o la sociedad misma. Este es el caso de la mujer que se robó a Daniel:

todo empezó cuando mis primas empezaron a tener hijos, de la noche a la mañana las casas de mis tías se llenaron de niños que gritaban por todos lados. Primero dejé de ir a visitarlas, no sé, me sentía incómoda, pero luego empecé a salir con Rafael y al mes de andar le dije que yo quería tener una hija (Navarro, 2020, p. 42).

Que las demás primas tengan sus hijos influye para que esta mujer quiera los suyos. El no tenerlos implica un disvalor ("me sentía incómoda"). Tenerlo es poseer "una credencial simbólica" (Rich, 2019, p. 43) de que se es parte de la normalidad. De tal manera, el deseo de tener un hijo no es una cuestión individual, sino una exigencia social. Dentro de este marco de ideas, debe entenderse que las mujeres asumen la maternidad como parte de un capital simbólico femenino. Convertirse en madres les provee de poder ante otras mujeres. Por este motivo, la mujer pobre se resiente cuando algún otro personaje insinúa que no puede ejercer la maternidad. Por ejemplo, cuando la mamá de Rafael, esposo de la mujer pobre, la visita para conocer a Leonel, esta le brinda un pretexto para justificar la presencia del niño secuestrado. La mujer mayor:

Respiró profundo y dijo que les dijera a todos que era de mi prima Rosario, la de Morelia, que la hija se fue para Estados Unidos y que pues yo, que no servía para dar hijos, me lo quise quedar. Le dije que sí con la cabeza pero sentí mucho enojo porque la muy cabrona no se quedó con las ganas de decir que yo no servía (2020, p. 49).

La sola insinuación de que no es capaz de tener descendencia es para la mujer del relato una afrenta personal, ya que el hecho de no tener hijos pone en duda su femineidad, además, de no cumplir con esa "norma de fertilidad" (Donath, 2017, p. 50) no escrita a la que las mujeres están obligadas socialmente. En otras palabras, no poder tener hijos la define como menos mujer que aquellas que sí pueden procrear. La maternidad es una condición que reafirma la femineidad de las mujeres, las completa. Como indica Rich, "lo más importante en una mujer es su condición de madre" (2019, p. 56). No alcanzar dicho estado sugiere que tienen una falla, que son imperfectas. En el texto de Navarro no solo la madre de este último piensa eso de la mujer pobre, sino el propio Rafael que, luego de un aborto espontáneo que sufrió su pareja, le dijo: "tú no has nacido para estar embarazada, ya te avisaron -dijo como señalando al cielo, a dios. Me mandó un beso con la mano y se fue. Cerré la llave del agua del fregadero y me quedé quieta. Lo que me dijo me cayó como balde de agua fría" (Navarro, 2020, p. 101). El esposo pone en duda que su pareja pueda quedar embarazada; con esto le está expresando a ella que es menos mujer que otras que sí pueden hacerlo. Por este motivo, la mujer pobre busca la manera de demostrarle a su marido que está equivocado. Así: "pensé que claro que no me iba a conformar e iba a buscar todas las formas para que pudiera ser madre y le iba tapar la boca a él y a su dios" (Navarro, 2020, p. 102). Como se infiere, la solución que buscó fue raptar a un niño. Ahora bien, este personaje también es una madre no normativa, en su versión de madre arrepentida. Ella intenta cumplir con los mandatos de la maternidad, porque no solo suministra lo material a Leonel, sino que le provee de cierto afecto. Sin embargo, solo lo hace parcialmente, porque luego se arrepiente de haberse robado al niño y convertirse, de esa manera, en madre. La mujer pobre dice: "Mejor no hubiera llegado Leonel a nuestras vidas [...] semanas después nos dijeron que tenía autismo y que a lo mejor por eso no le gustaba casi nada. Fue en ese momento en que me arrepentí de querer ser madre" (Navarro, 2020, p. 39). El arrepentimiento surge de la condición especial que tiene Leonel. No se trata de un niño normal, sino que es autista. La mujer no puede lidiar con los síntomas de esta condición. Si bien ella quiso ser madre, lo cierto es que idealizó el papel de la misma, pero no es capaz de enfrentar la realidad, el hecho de que el niño no cuadra con esa imagen prefabricada que se tiene en el imaginario acerca de la maternidad.

La violencia viene de todas partes

Byung-Chul Han (2016) enseña que hay cosas que nunca desaparecen, entre ellas la violencia. En la modernidad la violencia es proteica; su forma de aparición varía en función a la constelación social. En América Latina está más presente que nunca. En Casas vacías se aborda la historia de dos mujeres que pertenecen a clases sociales distintas, pero que comparten un mismo contexto general: México, el cual es representado como un lugar extremadamente violento, en el que no solo son responsables las personas comunes, sino también los agentes del estado. En México, pareciera sugerirse en la novela de Navarro, la violencia está en todas partes, viene de todos lados.

Lo interesante de la diégesis de Casas vacías es que la violencia no se manifiesta solo en el ámbito de lo público, sino de lo privado, de lo doméstico. Respecto a este último, se presenta principalmente en su versión de violencia de género. Esta puede ser definida como aquella que ejercen los hombres en contra de las mujeres, en el marco de unas relaciones de dominación de género asimétricas y de poder, la fuerza o la coacción, ya sea física, psíquica, sexual o económica, encaminadas a establecer o perpetuar relaciones de desigualdad (Arisó y Mérida, 2010, p. 21). Una violencia que asume diversas formas como la violencia doméstica o de pareja, los abusos sexuales, el acoso laboral, las violaciones o la prostitución forzada, por citar solo algunas de ellas.

En el texto de Navarro se tiene, por una parte, la violencia que sufre la hermana de Fran, Amara, la cual muere asesinada a manos de su pareja. La mujer acomodada del relato dice: "Sé que a la hermana de Fran la mató su esposo. Sé que no se debe morir a manos de la gente que quieres, sé que ella no quería morir porque encontraron sus rasguños en la cara y en los brazos de su asesino" (Navarro, 2020, p. 29). No se trata de un homicidio cualquiera, sino de un feminicidio, el acto de muerte de una mujer por el solo hecho de serlo. El feminicidio constituye "una transformación contemporánea de la violencia de género" (Segato, 2013, p. 71), un ensañamiento que reitera "la cosificación enajenante de las mujeres: usables, prescindibles, maltratables y desechables" (Lagarde, 2020, p. 98), la evidencia de la deshumanización "del cuerpo de la mujer como mero instrumento para el propio goce" (Recalcati, 2014, p. 93).

Pero en la novela este acto se agrava porque tampoco es cualquier hombre el que asesina a Amara, sino su pareja, el padre de su hija (la que escucha todo desde una habitación cercana). La mujer acomodada reflexiona: "no se debe morir a manos de la gente que quieres", y Amara murió insultada, jalada de los cabellos, aventada una y otra vez contra la pared por su esposo con el que tenía 12 años de matrimonio.

La violencia también está presente en la vida de la mujer pobre. Cuando esta llega de la calle con el niño, Rafael le dice: "¿Te lo robaste, estás pendeja?" (Navarro, 2020, p. 40). El niño empezó a llorar y Rafael le dio un "madrazo" (un golpe) en la cabeza a la mujer. Esa noche pelearon:

se paró y me jaló de los cabellos y me arrinconó en la pared. Pero yo le respondí, me le eché encima, lo rasguñé y lo mordí. A mí no me pegues, pendejo. Pero me siguió pegando: pinche vieja enferma, cabrona, pinche enferma, me decía mientras me pateaba y yo le decía ay, ay... (Navarro, 2020, p. 41).

No solo es la agresión física, sino la del lenguaje. El golpe va acompañado del insulto, de la ofensa verbal, que, como enseña Judith Butler, también es un daño en sí mismo (2004, p. 45). La reacción de Rafael se puede entender en el sentido de que su esposa supuestamente le ha faltado el respeto al traer un niño a la casa sin su consentimiento. De algún modo, este gesto implica un ejercicio de poder de la mujer pobre sobre su pareja, el cual no trabaja ni mantiene el hogar. Rafael siente que su poder se ve mermado aún más con la llegada de este niño. Por eso insulta y golpea a la mujer pobre. Como indica Han, el ejercicio de la violencia incrementa el poder (2016, p. 30); al tenerlo, lo que se busca es no ser dominado por otros (Weil, 2015). Ahora bien, este acto violento no es algo particular en la vida de estos esposos, sino que obedece a una práctica común y reiterada, en la que la mujer pobre siempre lleva la peor parte. A pesar de lo anterior, ella dice:

Tampoco es que me pegara mucho, porque decía que por cualquier moretoncito ya andaban metiendo a la gente a la cárcel, pero una vez descubrió que en las tetas no me quedaban marcas. Entonces le dio por pegarme ahí, te las voy a desinflar, me decía, y yo lo manoteaba pero sí alcanzaba a darme. Se te van a desinflar y ya no te van a servir y yo tenía miedo de que fuera cierto y no pudiera darle pecho a mis bebes. Rafael se reía y no sé cómo pero ya mejor nos contentábamos (Navarro, 2020, p. 44).

La violencia está internalizada en la vida de estos personajes, ya no los escandaliza. Lo curioso es que Rafael, al darse cuenta de que puede ir preso por las agresiones realizadas a su esposa, desarrolla una técnica para violentarla sin que quede rastro, le pega en los senos. Ya no es un hecho casual, sino que se instaura una especie de protocolo de la violencia para salir impune y burlar a la autoridad. Por otra parte, es resaltante la manera en que este hombre juega con las probables consecuencias de esta agresión. Sabe que el mayor anhelo de su esposa es tener hijos, entonces la amenaza con la posibilidad de dañarle los senos y así ella no pueda dar de lactar, lo que le provoca temor a la mujer. De esta manera, la violencia también asume un perfil psicológico.

Por otro lado, la violencia se manifiesta igualmente de parte de la madre de la mujer pobre. No solo no quiere a sus hijos, sino que desde siempre los ha agredido. En una oportunidad, cuando la mujer pobre era una niña y estaba bañándose, su madre la quiso ahogar. Respecto al hijo mayor, el día que este murió por un accidente de trabajo, también fue golpeado por su madre:

Estábamos desayunando y mi hermano tiró la leche en la mesa. Mojó el mantel pero lo secamos rápido los dos. Mi mamá no se fijó que no le había quedado una mancha, el chiste era pegar, así que le dio un zape y mi hermano se pegó en la boca con el vaso de leche. Le salió sangre del labio (Navarro, 2020, p. 95).

La actitud violenta de la madre es una constante en su relación con los hijos, pero no solo se supedita a estos, sino también se dirige en contra de los animales. Por ejemplo, el hermano de la mujer pobre trajo un perro de la calle. La madre lo fue maltratando sistemáticamente: "aunque yo no le decía nada a mi hermano, era bien culera con el perro, porque ya fuera que le tiraba la comida o le ponía caca en el plato, no lo dejaba en paz" (Navarro, 2020, p. 155). Un día la mujer pobre le contó lo sucedido al hermano, quien le reclamó a su mamá. Ella le dijo que se llevara al perro o se atuviera a las consecuencias. El muchacho no le hizo caso y días después el perro apareció envenenado.

Como se dijo en el inicio de este apartado, en Casas vacías la violencia no solo se remite a la de carácter doméstico, sino que se aborda aquella que se produce a nivel general, en el país entero. Así, cuando se hace referencia al intento fallido de Rafael por migrar a Estados Unidos, la mujer pobre comenta:

La mamá de Rafael me dijo que quién sabe qué había pasado pero qué bueno que Rafael estaba bien, que estaban pasando cosas feas en el norte. Que habían oído que se encontraron setenta y dos cuerpos de personas en un rancho, justo en Tamaulipas. Que todas iban para el otro lado. Que a lo mejor Rafael vio algo feo e hizo bien en regresar. No dije nada, pero sí, habían setenta y dos personas muertas, salió en las noticias y dijeron que nomás era muestra, que seguro eran más. Setenta y dos personas que primero estuvieron desaparecidas y luego muertas, todas, amontonados como basura. Nadie reclamó nada (Navarro, 2020, p. 108).

La expresión "cosas feas en el norte" hace referencia a los sucesos violentos que, en efecto, experimenta principalmente esa zona de México, en el que se ha desatado, desde hace años, una guerra entre los agentes del Estado y el narcotráfico, guerra en la que el pueblo mexicano se encuentra en el medio y sufre las consecuencias de esta. Un ejemplo de este suceso es el hallazgo de 72 cuerpos, los cuales se sugiere que pertenecían a personas que deseaban cruzar la frontera hacia Estados Unidos, pero fueron asesinados y cuyos cuerpos fueron amontonados como basura. Resulta significativo el hecho de que estos cuerpos aparezcan expuestos de esa manera. Con esto, Navarro pareciera decir que en México la violencia se ha vuelto obscena y ya no hay pudor en ocultarla.

Además, se trata de cuerpos abyectos, en el sentido que les da Butler; es decir, que "no gozan de la jerarquía de los sujetos, pero cuya condición de vivir bajo el signo de lo "invivible" es necesaria para circunscribir la esfera de los sujetos" (2002, pp. 19-20). Son cuerpos de pobres y, por lo tanto, se ubican fuera de la mirada, la aceptación y el reconocimiento social. Son pobres queriendo mejorar su vida, desposeídos que buscan una oportunidad en un país distinto al suyo, en el cual "O eres rico o eres blanco, no hay matices" (Navarro, 2020, p. 135). El hecho de ser amontonados como basura recuerda la valoración que el sistema capitalista le da a estos individuos abyectos, los instrumentaliza en una lógica de basurización, son despojos, residuos que no le importan a nadie; por eso no son reclamados, llorados, resarcidos por la justicia.

Las desapariciones y las lloronas

Un tema conexo al de la violencia que trata Casas vacías es el de las desapariciones forzadas, un problema público de dimensiones nacionales en México (Villarreal, 2015, p. 3). El pendiente histórico más importante de ese país, lo ha llamado José Reveles (2015). Y no falta razón para esbozar dichas ideas. Para agosto de 2021, se conoce que en México hay 90 148 personas que están en calidad de desaparecidas o no localizadas, y se asegura que muchas podrían estar en los Servicios Médicos Forenses, que reportan más de 30 000 cuerpos sin identificar (Arista, 2021).

En la diégesis de la novela, el robo de Daniel permite visualizar este problema que, por lo general, pasa desapercibido, que de tanto producirse ha quedado normalizado en la sociedad mexicana. Es algo de lo que se prefiere no hablar, pero que afecta a un gran número de personas que no encuentran justicia ni consuelo. Lo interesante del texto de Navarro es que se aborda el tema haciendo referencia tanto al aspecto emocional de aquellos que tienen un familiar desaparecido (especialmente las madres), como la reacción que asumen ante este hecho las instituciones del estado encargadas de resolver dichos problemas.

Respecto al primer punto, la pérdida de Daniel ha provocado en su madre un estado de zozobra emocional. A pesar de que no experimentaba amor por su hijo, la mujer acomodada siente que el extravío de Daniel ha perturbado su vida y la vida de su familia. Ellos están tristes, sin saber exactamente qué hacer. Por eso, la mujer acomodada dice: "Éramos espectros. El que desaparece se lleva algo de ti que no vuelve, se llama cordura" (Navarro, 2020, p. 25). Esta mujer y su familia están viviendo un estado de depresión causado por la pérdida de Daniel. No se equivoca Julia Kristeva cuando dice que el discurso deprimido es la superficie "normal" de un riesgo sicótico: "la tristeza que nos sumerge, la lentificación que nos paraliza son también muralla -a veces la última- contra la locura" (2015, p. 47).

Esta situación está relacionada al hecho de verse en la encrucijada que viven las personas que tienen un familiar desaparecido: a diferencia de aquellos a los cuales se les ha muerto alguien, estas personas no pueden iniciar un proceso de duelo, porque ignoran si su familiar está vivo o muerto. Por tal motivo, estas personas desarrollan una especie de estado melancólico. Giorgio Agamben, siguiendo a Freud, explica: "mientras el luto sigue a una pérdida realmente acaecida, en la melancolía no solo no está claro de hecho [de] que es lo que se ha perdido, sino que ni siquiera es seguro que se pueda hablar de veras de una pérdida" (2006, p. 52). Por una parte, la mujer no sabe exactamente qué sentir respecto a su hijo, es decir, si se trata de un objeto (en términos psicoanalíticos) que ama o no, y por otro, este objeto -el hijo desaparecido- no está realmente muerto, no hay un cuerpo por el que se pueda llorar. En estos casos, la incertidumbre es la que hiere, la no seguridad de que ese familiar ya no tenga vida. Así lo entiende la mujer acomodada:

Una vez escuché que una mujer ponía énfasis en la condición autista de Daniel. Pobrecito, ojalá esté muerto, dijo. Y yo apreté los labios y las manos porque sus palabras eran el eco de algo que yo no podía decir. No importa lo que se diga al respecto: muerto es mejor que desaparecido. Los desaparecidos son fosas comunes que se nos abren por dentro y quienes las sufrimos lo único que ansiamos es poder enterrarles ya. Dejar de desmembrarnos tendón por tendón, hilo de sangre por hilos de hiel, porque incluso para cada gota es un calvario caer (Navarro, 2020, p. 118).

Muerto es mejor que desaparecido, dice la mujer, se trata de una verdad que las personas que experimentan este problema no se atreven a expresar públicamente, pero eso les daría algún tipo de paz para continuar con sus vidas. Por esta razón la mujer acomodada siente cierto alivio cuando le informan que han encontrado un cadáver con las características físicas de Daniel. La mujer dice: "Me temblaron las manos y los pies, sentí que eso no podía estar pasando, aunque sí, la idea de creer que ya estaba en algún lugar volvió a darme peso en los pasos" (Navarro, 2020, p. 132). Como puede apreciarse, el hecho de saber que hay un cuerpo, por más negativa que resulte la noticia, es de algún modo reconfortante. El cuerpo constata con carácter de certeza la muerte del ser querido, lo que confronta al sujeto con el acto concluyente de encarar el duelo (Arbizu, Cepeda y Kantt, 2020, p. 144). La mujer acomodada recupera "peso", es decir, que ya no es ese espectro del que hablaba al inicio. Sin embargo, el niño que encuentran no es su hijo:

No es Daniel, dijo Fran. ¿Y entonces quién es?... Un niño al que violaron y tenían encerrado para hacer vídeos pornográficos; asqueroso, respondió [...]. ¿El autismo puede ser sexual, genera filias? Ojalá que no. Todavía hay esperanza, dijo una señora que estaba al lado, ¿esperanza de qué? ¿Esperanza de qué? (Navarro, 2020, p. 127)

El caso de Daniel no es único, en México, pareciera sugerirse en la novela, hay muchos niños desapareciendo, son víctimas de la violencia generalizada que vive ese país, no solo son presa de la guerra, sino de las insanias de la gente, que no es capaz de respetar a un inocente. Ante el dolor, la mujer acomodada del texto plantea quitarse la vida, pero

¿Cómo descansar siquiera? ¿Quién lo buscará si nosotros hemos perdido la batalla? ¿Quién lo enterrará? No quiero abdicar para ser la veladora eterna, ni quiero seguir resistiendo... Pido un día más en la vida y a la vez imploro uno menos. Sólo quien sabe de desapariciones es que entiende lo desgarrador que puede ser esto [...] ¿Por qué les llaman desaparecidos y no se atreven a llamarles muertos? Porque los muertos somos los que los buscamos, ellos siempre seguirán vivos (Navarro, 2020, p. 127).

La mujer se debate en una situación ambigua, pues de matarse se libraría del dolor que siente, de la culpa, pero qué sucedería con su hijo si aparece, o aparece su cuerpo. ¿Quién se encargaría de él? Nuevamente le habría fallado, se reiteraría su papel de mala madre, de madre no normativa.

En el mismo orden de cosas, la novela aborda el tema de la indolencia que muestran las autoridades respecto a estas desapariciones. No hay una verdadera preocupación por el que ha perdido a un ser querido. No solo se habla acerca de la inoperatividad del sistema para hallar a una persona desaparecida, sino que hay un total desgano e indiferencia por el dolor del que ha sufrido tal desaparición. Por ejemplo, cuando la mujer acomodada acude ante las autoridades para recibir alguna información sobre su hijo, un funcionario no se inmuta ante su desesperación, solo sigue tecleando, tomando café, mirando a los compañeros. Luego de un rato:

Suspiró [...] No había noticias, porque los niños, aunque sean autistas y tengan tres años, son traviesos, dijo, y luego la gente se los lleva a su casa, para que con calma vayan después a la policía. Negué con la cabeza. No se apure, va a aparecer. Luego imprimió una hoja con los datos de mi expediente, se levantó [...]; después me invitó a irme. Tiene autismo y no sabe comer ni ir al baño solo... Le dije, buscando piedad. Va a aparecer, me contestó y me dirigió con su dedo hacia la salida (Navarro, 2020, p. 121).

Para el funcionario público es una cosa de todos los días, ya no le inquieta el dolor del familiar que pregunta por su desaparecido, más bien le molesta. Con algunas fórmulas vanas intenta apaciguar el desasosiego de la mujer. Ni siquiera la condición especial de Daniel le llama la atención. Minimiza la situación, la asume como una travesura infantil. En ningún momento muestra comprensión o piedad por el dolor de esta madre. Debe decirse que la situación descrita se replica en la realidad, en la que las autoridades mexicanas no guardan un mínimo de respeto por los familiares de los desaparecidos. Con razón, la ONU ha considerado que en México se manifiesta la falta de respeto a las angustias y necesidades de las víctimas "que muchas veces son tratadas como petulantes y molestosas, reciben tratos desdeñosos cuando no hostiles, y cuyos derechos a la información y participación son desconocidos y negados" (Hulhe, 2019, p. 11) En efecto, no solo es la desidia, sino el maltrato. De esta manera, la mujer se pregunta:

¿Qué pasa con los expedientes de todas las personas desaparecidas? Con el tiempo se van al archivo. Quedan abiertos, pero hay tantas muertes y tantos casos acumulados que no contienen casos sino papeles, las historias se vuelven celulosa que luego se ha de reciclar, si hay suerte. He sabido, Fran lo sabe, que se han quemado cajas llenas de expedientes, que las oficinas cierran, que los investigadores preguntan a las madres y familiares un usted qué sabe, porque ahí nadie sabe nada. Nunca tuvimos esperanza, hay cosas que se saben de antemano, no por Daniel, sino por ellos, no les importamos, a nadie le importan los demás, habría que decirlo de una vez y para siempre. Que lo sepamos todos y dejemos de jugar a que sí: no le importamos a nadie (Navarro, 2020, p. 134).

La desaparición de personas es un asunto que las autoridades no tienen la capacidad o la iniciativa de resolver. Para ellas solo es una cuestión burocrática, un expediente cuyo destino final es el olvido o la incineración. La conclusión es que a nadie le importa los desaparecidos, tampoco el dolor de sus familiares, "víctimas indirectas de estos delitos" (Villarreal, 2020, p. 92), los cuales sufren en silencio, no solo por perder a un ser querido, sino por la indiferencia de los agentes del Estado. La mujer acomodada se dio cuenta de que su caso no era el único, que había otras muchas mujeres que experimentaban un problema similar. Así acudió a una organización que ayudaba a encontrar a los desaparecidos. "Eran muchas madres con hijos desaparecidos" (Navarro, 2020, p. 126). La mujer relata:

Fui a la primera reunión en la ciudad, todas llevaban expedientes gordos, zapatos rotos, mochilas en la espalda porque varias no sabían dónde iban a dormir. Eran batallones femeninos, y ellas eran combativas. Se habían organizado, estaban recorriendo el país. Contaban el caso de aquella madre que encontró a su hijo después de ocho años de búsqueda, un hijo encarcelado en la frontera. Se esperanzaban, cargaban fotografías de sus hijos como quien carga escapularios y cruces en el cuello (Navarro, 2020, p. 127).

Nótese que estas mujeres se organizan como una respuesta a la actitud desobligada de sus autoridades. Son madres que no se resignan a perder a sus hijos, y ante la inutilidad del gobierno salen a buscar a los suyos. El caso del hijo encontrado después de ocho años es revelador, pues ese es el tiempo que le ha tomado a esa madre recuperar a su hijo. Se está frente al hecho insólito de que los familiares de desaparecidos van por delante de la autoridad en las búsquedas y, en algunos casos, logran la que esta última no puede, o no quiere, hacer. Algo que ocurre en la vida real.

Un caso paradigmático es lo que sucedió en 2014, en el paraje El Maizal, en la localidad de Igual, lugar en donde las autoridades abandonaron la búsqueda de los desaparecidos de Ayotzinapa, y los familiares meses después hallaron cinco cadáveres (Reveles, 2015, p. 19)3. Así, no resulta raro que estos familiares ubiquen fosas y cadáveres, cuando desde estamentos oficiales ya dan por perdida la búsqueda.

El texto de Navarro intenta visibilizar la situación de olvido que suscita el hecho de las desapariciones. A las autoridades no les importa mucho. Así, la mujer acomodada dice.

Se hablaba de guerra pero nadie hablaba de nosotras las lloronas. Así me dijo Vladimir que éramos, lloronas, invisibles con un grito ensordecedor. Pero nadie hablaba de nosotras. Se hablaba de sangre, de asesinatos, de cifras, pero nadie hablaba de nosotras. Nuestros hijos desaparecían al doble, una vez físicamente, otra, con la indolencia de los demás. No volví a ir al Ministerio Público, no regresé a ninguna reunión, mucho menos a marchas, no quería incrustar la imagen de Daniel con el oportunismo del que narra todo desde una perspectiva partidista y lo nombran en discursos políticos, no quería que vivieran de mí (Navarro, 2020, p. 128).

La novela denuncia que en el contexto en el que vive México, si bien se aborda lo relacionado con la guerra con el narcotráfico y los diferentes efectos que esta genera, no se hace referencia a ese otro problema social que es la desaparición de personas, sobre todo niños. Resulta interesante la mención que se hace del personaje de la mitología popular llamada "la llorona", la cual, se dice que ha perdido a sus hijos y sale todas las noches a recorrer la ciudad en busca de ellos. Estas madres son comparadas con esa otra madre que no encuentra consuelo. Pero la diferencia es que en ellas no se trata de una historia del folclore, sino de la realidad misma. De otra parte, es importante la decisión que toma la mujer acomodada de no acudir más ante la autoridad, porque sabe que es inútil, que a esta no le interesa el destino de los desaparecidos, salvo para hacer política partidarista; lo mismo sucede con muchos organismos, que emplean el dolor de esas madres como una plataforma para incrementar su cuota de poder. De esta manera, se critica el oportunismo de algunas de estas instituciones que lucran con ese dolor.

Pero ¿cómo explicar la renuencia de la sociedad y el Estado mexicano para preocuparse por los desaparecidos y los familiares de los desaparecidos? Como sucede con el feminicidio (Segato, 2010), es probable que una explicación a esta desidia radique en que todo este dolor se encuentre vinculado a la privatización del espacio doméstico, como espacio residual, no incluido en la esfera de las cuestiones mayores, consideradas de interés público general. Así, la desaparición de personas, especialmente niños y mujeres, no importa, aún menos si se trata de cuerpos abyectos, no hombres blancos, heterosexuales y propietarios. En esta línea, Casas vacías es un texto que revierte en lo discursivo esta situación, pues un hecho doméstico, privado (la desaparición de un hijo), sirve para echar luces, denunciar un hecho público, soslayado, olvidado como la desaparición de personas en México.

Consideraciones finales

Casas vacías es un libro que muestra descarnadamente lo que implica el ejercicio de la maternidad para las mujeres, así pertenezcan a diferentes grupos sociales. Desde niñas, se las expone a un discurso que les asegura que solo experimentando la maternidad se convertirán en verdaderas mujeres, que con ello alcanzarán la plenitud y la felicidad. Asimismo, este discurso les asegura que, una vez que sean madres, el instinto maternal se activará en ellas y así podrán sortear fácilmente dicha experiencia.

La novela de Navarro pone en evidencia que todo esto es solo un discurso falso, pues el ejercicio de maternar no es nada sencillo y que está atado a una serie de mandatos sociales que son difíciles e, incluso, imposibles de cumplir. Muchas mujeres se rebelan en contra de dichos mandatos, ya sea porque no pueden o no quieren cumplirlos, lo que genera la emergencia de la madre no normativa, aquella que no coincide con el rol que el patriarcado ha asignado a las mujeres para ser consideradas "buenas madres". Las madres no normativas son estigmatizadas, tratadas de inmorales, antinaturales, perversas. Por esta razón muchas deciden guardar silencio respecto a los sentimientos que tienen respecto a la maternidad y los hijos. En la novela de Navarro se tiene principalmente dos casos: la madre acomodada que no quiere a su hijo y no puede hacerse cargo de su sobrina. Y la madre pobre, que se roba un niño, pero al darse cuenta de que este es autista, no puede lidiar con dicha condición. Ambas mujeres están asediadas por el discurso de la maternidad que les exige conductas que sobrepasan sus capacidades, que las convierte en seres de sufrimiento y arrepentimiento.

La novela también aborda el tema de la violencia que se suscita en México. Esta se manifiesta en el ámbito privado y público. En lo privado, resalta la violencia de género, que se manifiesta en las agresiones que sufren las mujeres no solo de manera física, sino también emocional o psicológica. Una violencia que ha sido normalizada por todos, internalizada como parte de la cotidianidad. Pero también se hace mención a la violencia en el espacio público, generada por el narcotráfico y su guerra con el Estado mexicano. Ahora bien, Casas vacías pone énfasis en una de las manifestaciones menos visibles de esta última clase de violencia: las desapariciones forzadas. No solo evidencia esta situación, sino que explora en la situación que viven las mujeres que han perdido a un ser querido, en las madres. La novela se preocupa por mostrar que estas mujeres no solo tienen que lidiar con el dolor de la desaparición de sus familiares, sino también con la indiferencia social y la indolencia gubernamental encarnada en los agentes del estado. En ese sentido, Casas vacías es una novela política, porque no solo denuncia un hecho terrible en la historia reciente de México, como son las desapariciones forzadas, sino que acusa directamente al Estado de negligente por no saber resolver dicho problema, pero, además, lo culpa de no mostrar un lado piadoso y, por lo tanto, humano, con los familiares de estas personas desaparecidas.

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Fuente de financiamiento: Autofinanciado.

Citar como: Leonardo-Loayza, R. (2022). Maternidad no normativa, violencia y desapariciones forzadas en Casas vacías de Brenda Navarro. Desde el Sur, 14(3), e0032.

1Doctor en Literatura Peruana y Latinoamericana y magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana por la por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Magíster en Estudios Culturales por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Es autor de los libros La letra, la imagen y el cuerpo. Ensayos sobre literatura, cine y performance (2012), y El cuerpo mirado. La narrativa afroperuana del siglo XX (2016).

2Una primera versión de Casas vacías fue publicada en formato digital por emiferro, en el servicio Lecturalandia, en 2017. Recién en 2020 esta novela vio la luz en formato físico gracias a la editorial española Sexto Piso. Todas las citas en el siguiente artículo corresponden a esta última edición.

3Respecto a las fosas, tan solo en 2020, el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador encontró 559 y, un año antes, 835. En ambas había 2410 cuerpos (Arista, 2021).

Recibido: 01 de Junio de 2022; Aprobado: 18 de Agosto de 2022

Contribución de autoría:

Richard Leonardo-Loayza fue el único autor.

Potenciales conflictos de interés:

Ninguno.

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