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Discursos del sur

Print version ISSN 2617-2283On-line version ISSN 2617-2291

Discursos del sur  no.10 Lima July/Dec. 2022  Epub Dec 31, 2022

http://dx.doi.org/10.15381/dds.n10.24406 

Dossier

El comportamiento electoral en el sur andino peruano frente a candidaturas de la elite criolla de Lima, 1980-20211

Electoral behaviour in the Peruvian Southern Andes facing the candidacies of the Lima Criollo elite, 1980-2021

1 Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú. cesar.nurena@unmsm.edu.pe

2 Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú. carla.toche@unmsm.edu.pe

3 Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú. jorge.perez26@unmsm.edu.pe

RESUMEN

En Perú se ha mostrado previamente que algunos candidatos presidenciales asociados con la elite “criolla” o “limeña” han recibido un escaso apoyo electoral en los departamentos del sur andino, donde el respaldo se ha orientado, en cambio, a ciertas candidaturas percibidas como las más opuestas a esas elites. Este estudio amplía los alcances de esos planteamientos partiendo de un esquema conceptual histórico-antropológico referido a la elite del grupo étnico criollo, el cual fue empleado para identificar a 25 candidatos de esta etnia que han postulado a la Presidencia de la República desde 1980 hasta el 2021. Mediante análisis estadísticos de los resultados agregados a nivel provincial de ocho procesos electorales de ese período (en sus primeras vueltas), se halló que, efectivamente, es posible distinguir un fenómeno de voto étnico que se manifiesta como rechazo a las opciones políticas vinculadas con la elite criolla de Lima, de forma consistente y longitudinal en todas las elecciones analizadas. Este fenómeno se observa en general en muchas provincias andinas, pero más acentuadamente en las del sur andino y con mayor intensidad aún en las que tienen las mayores proporciones de población quechua y aimara.

Palabras clave: elite criolla; elecciones; Lima; sur andino

ABSTRACT

Previous analysis of Peruvian presidential elections show that some candidates associated with the Criollo or Lima elites have received scant support in the southern Andean departments, where electoral preferences have been oriented instead to candidacies perceived as the most opposed to those elites. This study expands the scope of these approaches based on a historical-anthropological conceptual model referred to the elite of the Criollo ethnic group, which was used to identify 25 candidates from this social segment who have run for the presidency of the republic from 1980 to 2021. Statistical analyzes of the aggregate results at the provincial level of eight elections (in their first rounds) show that, indeed, it is possible to distinguish an ethnic voting phenomenon that is expressed as a rejection of the political options associated with the Criollo elite of Lima, defining a consistent and longitudinal pattern in all the elections included in the analysis. This phenomenon is observed in general in many Andean provinces, but it is stronger in those of the Southern Andes and acquires even greater intensity in the provinces with the highest proportions of Quechua and Aimara populations.

Keywords: Criollo elite; elections; Lima; Southern Andes

En los estudios políticos peruanos, el concepto de etnicidad se emplea casi siempre solo en relación con grupos indígenas, campesinos o rurales, sean andinos o amazónicos, u ocasionalmente para hablar de descendientes de poblaciones de origen africano o asiático. Asimismo, en el campo más específico de los estudios electorales, las diferencias étnicas no suelen motivar mayor interés por sus posibles implicancias políticas, a menos que se trate de indígenas, que sí han sido objeto de numerosas indagaciones que describen y buscan entender cómo votan y por quiénes (Aragón 2012, Madrid 2011, Pajuelo 2006, Paredes 2015, Raymond y Arce 2013, Sulmont 2012). En cambio, el grupo étnico criollo, a pesar de su rol protagónico en la historia política peruana, solo raramente ha sido examinado como un grupo cultural diferenciado en los estudios de la política electoral.

Una de las pocas excepciones en este panorama es el trabajo del antropólogo Carlos Degregori, quien en 1991 analizó la victoria de Alberto Fujimori en las elecciones de 1990, dando cuenta de cómo intervinieron en ese resultado las tensiones interétnicas del país y el rechazo de una buena parte de los votantes a la elite criolla de Lima, representada por Mario Vargas Llosa. En aquel momento, Degregori (1991) describió una serie de rasgos culturales del segmento “dominante” del grupo étnico criollo, encarnados en una parte de la elite capitalina, que habrían motivado tanto una animadversión hacia Vargas Llosa (y su eventual derrota) como las preferencias por Fujimori en diversas regiones del país, en especial en los departamentos del sur andino con los mayores núcleos poblacionales indígenas: Apurímac, Ayacucho, Cusco, Huancavelica y Puno. Según esta interpretación, en aquel resultado electoral se habrían expresado, en simultáneo, la “brecha étnico-cultural que separa a las clases dominantes, mayoritariamente criollas, de los mestizos e indígenas” (Degregori 1991, 95), por un lado, y por otro una adhesión popular a Fujimori, quien en su campaña electoral explícitamente buscó explotar esa tensión cultural para presentarse como un candidato opuesto a la elite criolla y cercano al mundo popular mestizo e indígena.

En adelante, otros autores se han ocupado de las inclinaciones electorales de poblaciones del sur andino y otras regiones en favor de Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y Ollanta Humala, interpretándolas igualmente no solo como una preferencia por candidatos próximos a intereses o reivindicaciones indígenas y populares, sino también como reiteradas expresiones de rechazo a las “elites criollas”, los “blancos” o la clase dominante de Lima (Abad 2018, Lee 2010, Madrid 2011). No obstante, estos trabajos más recientes examinan el factor étnico solo en relación con los indígenas, o con rasgos culturales que estarían presentes en los sectores rurales o populares, mientras que los criollos de la elite no son tomados como un grupo con características culturales propias, ni se profundiza tampoco en la complejidad de las relaciones interétnicas en el país o en sus implicancias para la política y los resultados electorales.

Este tema de la etnicidad suele ser complicado de abordar debido a que el fenómeno étnico involucra variados elementos socioculturales que responden a procesos y contextos históricos específicos, de los que resultan diferencias a veces difusas entre grupos sociales. Por lo mismo, es también difícil establecer generalizaciones referidas a la cultura de tales o cuales grupos, y tampoco es sencillo elucidar cómo se vinculan esas diferencias con datos agregados de comportamiento político como los que surgen de los procesos electorales.

En este artículo proponemos una nueva forma de aproximación a las relaciones interétnicas en el Perú y a cómo se manifiestan en la política electoral. Para ello, delineamos algunas características de la elite criolla de Lima para distinguir qué candidaturas aparecen vinculadas con ese segmento social, con el propósito de evaluar los niveles de respaldo que los candidatos criollos han obtenido en los departamentos del sur andino en las elecciones presidenciales a lo largo de cuatro décadas. Así pues, esta investigación busca responder a la pregunta de cómo se expresan las tensiones interétnicas del país en coyunturas críticas como son las elecciones, concretamente en la relación entre la elite criolla capitalina y las poblaciones surandinas.

Hemos elegido este caso de estudio debido, en primer lugar, a lo ya señalado acerca del protagonismo criollo en la historia política peruana. Lo vemos hoy, incluso, por ejemplo, en el discurso del líder etnocacerista Antauro Humala, quien desde el sur andino ha impulsado un proyecto de ruptura radical con la elite criolla limeña (Arequipa Misti Press 2022); o en la postura del dirigente huancaíno de izquierda Vladimir Cerrón, que en agosto del 2021 hablaba en redes virtuales sobre la “colisión de dos mundos, el criollo y el andino”. Pero también en textos politicológicos recientes que nos hablan de la “descomposición” de un “establishment criollo” en la política peruana actual (Meléndez 2022, 16-17), o de las deficiencias de los “libertarios criollos” (Dargent 2022).

Luego nos enfocamos en este tema porque el comportamiento electoral de las poblaciones surandinas ha motivado extensos análisis y debates en los que se les suele atribuir inclinaciones políticas izquierdistas, “populistas”, “antisistema” o “radicales”, o en general un perfil político particular y distinto del que se registra en otras regiones; y también porque, en múltiples ocasiones, ese perfil singular del voto surandino ha sido decisivo para el ascenso al poder de varios presidentes.

Asimismo, considerando que los discursos políticos y académicos referidos a una “brecha étnico-racial” en la sociedad peruana cobran notoriedad cíclicamente, en cada nueva coyuntura electoral en las últimas décadas, partimos de la hipótesis de que existiría entre las poblaciones del sur andino una actitud persistente de rechazo frente a las elites limeñas del grupo étnico criollo, lo que se expresaría políticamente en bajos niveles de apoyo electoral a candidatos que aparecen como representantes del sector dominante de ese grupo.

Como se verá más adelante, el análisis de los resultados de las elecciones presidenciales peruanas a nivel provincial, desde 1980 hasta el 2021, efectivamente permite identificar una pauta constante de toma de distancia con respecto a las candidaturas de la elite criolla entre los votantes del sur andino, notablemente en las provincias con mayor presencia de poblaciones indígenas. Esta constatación nos lleva a una discusión mayor sobre los posibles factores condicionantes de esa postura, que estaría enraizada en un trasfondo histórico más profundo que las meras coyunturas electorales de determinados años.

1. Etnicidad, poder y política

El concepto de etnicidad alude a las características que permiten distinguir a unos grupos culturales de otros. Buena parte de la dificultad para delinear los contornos étnicos reside en la diversidad de características que pueden ser tomadas como criterios de diferenciación. Así, por ejemplo, para algunos grupos étnicos la lengua puede ser un elemento central de adscripción o sentido de pertenencia, mientras que para otros pueden serlo el fenotipo o “raza”, la religión (judíos, musulmanes), su arraigo en un territorio, el origen o procedencia (migrantes), ciertas tradiciones o instituciones, formas de organización, historias compartidas, adaptaciones económicas (pueblos de culturas pastoriles vs. pueblos agrícolas), entre otros múltiples criterios o combinaciones de ellos (Winthrop 1991). En cualquier caso, estamos ante un fenómeno eminentemente relacional, que conlleva el reconocimiento no solo de ciertos rasgos observables en un grupo particular, sino de sus diferencias con res- pecto a otros, la formación de fronteras étnicas, y los procesos y criterios que llevan a la inclusión y exclusión de sujetos en diversos colectivos.

Si bien la etnicidad, las diferencias culturales y los conflictos interétnicos han sido objeto de interés de gobernantes y filósofos políticos desde tiempos antiguos, ese interés se ha acrecentado en épocas recientes con la expansión de los regímenes democrático-liberales; en especial, porque el componente étnico ha sido apreciado como un elemento potencialmente desestabilizador (por la proliferación de movimientos nacionalistas, fundamentalistas y de re- afirmación étnica que desafían los idearios liberales), con lo que han surgido también nuevas doctrinas y políticas “multiculturales” e “interculturales” para gestionar los conflictos y la diversidad cultural (Degregori y Huber 2006).

La renovada atención que se le presta a la etnicidad responde, además, a la aparición de nuevos fenómenos de conflicto interétnico que de un modo u otro se vinculan con el avance de la globalización desde fines del siglo XX. Esto, que ya se vislumbraba tempranamente en lo que Smith (1981) denominó ethnic revival, o la irrupción de la etnicidad en la política, ha tenido repercusiones de alcance tanto geopolítico como también al interior de las sociedades nacionales, por los desbalances de poder y exclusiones que se han producido en un contexto de creciente liberalización económica y cambios políticos.

De entre las perspectivas más recientes sobre la relación entre etnicidad y política, destacamos tres grandes orientaciones en las formas de establecer los contornos de los grupos étnicos. En primer lugar, está la mirada que enfatiza el autorreconocimiento que los propios sujetos efectúan, de manera consciente, al asumirse como parte de un determinado grupo. En este enfoque, tributario del trabajo de Barth (1976) sobre las fronteras étnicas, cobra relevancia la “autoidentificación” étnica (o la identidad cultural) de los miembros de una determinada población (por su propia valoración de su “raza”, lengua, religión, origen, etc.), lo que en ocasiones puede dar pie a la conformación de movimientos político-emancipatorios de base identitaria (y también, no pocas veces, a esencialismos, etnocentrismo y doctrinas supremacistas).

En segundo lugar, tenemos un conjunto de operaciones políticas en las que diversas instancias de poder (estatales, internacionales, económicas, entre otras) les imponen denominaciones “étnicas” a determinados grupos poblacionales, típicamente con fines administrativos, estadísticos o políticos, con independencia de si los miembros de esos grupos se reconocen o no a sí mismos bajo tales categorías (siendo común que, eventualmente, lleguen a adoptarlas). Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando en los Estados Unidos se clasifica como grupos étnicos a inmigrantes italianos o irlandeses, por su origen nacional, o a los “latinos”. Se trata del “poder de nombrar”, que el antropólogo Ludwig Huber (2021) ha examinado en su estudio de cómo el Estado peruano ensaya este tipo de operaciones clasificatorias para tratar de establecer quiénes son los “indígenas”.

Luego, en tercer lugar, están las delimitaciones étnicas que los académicos formulan con propósitos analíticos. Las podemos hallar en descripciones etnográficas elaboradas por antropólogos, donde detallan las particularidades culturales de determinados pueblos y sus diferencias con otros. Así también, hay estudios políticos y sociológicos de tipo estadístico que definen los con- tornos de ciertos grupos étnicos indicando la presencia o ausencia de algunas características culturales (lengua, religión, “raza”, etc.) para medir diferencias o correlaciones entre esas y otras variables (Birnir 2006). En estos casos, las caracterizaciones elaboradas por investigadores pueden incluir o no las identidades étnicas, pues con frecuencia ocurre que determinados rasgos culturales no son conscientemente reconocidos como diferencias por los sujetos (por ejemplo, cuando asumen que sus propias “costumbres” son naturales o comunes en cualquier grupo humano).

Sea como fuere que se defina la existencia de un grupo étnico o sus contornos, es importante tener presente que la etnicidad, como fenómeno social, resulta siempre de procesos y contextos históricamente condicionados, y que está sujeta a influencias y cambios. Así pues, algunas personas que no forman parte de un grupo étnico pueden llegar a adscribirse a él (o asimilarse), consciente o inconscientemente, luego de adoptar ciertas prácticas, creencias o formas de vida distintivas de ese grupo. Existen asimismo procesos de “etnogénesis”, en los que se constituyen nuevos grupos étnicos donde antes no existían (Roosens 1989), a veces mediante la “invención” de tradiciones (Hobsbawm y Ranger 1983), o por las operaciones clasificatorias que se realizan desde instancias de poder, como también etnicidades que desaparecen con el tiempo.

2. El grupo étnico criollo en el Perú

En el contexto hispanoamericano, el término criollo se ha empleado originalmente para designar a los descendientes de españoles nacidos en las colonias españolas, que por lo mismo reproducían una cultura ibérico-mediterránea enraizada en la última etapa del medioevo. La historiografía colonial los ubica como un grupo dependiente de las elites hispanas, con las que compartían funciones de control político, económico e ideológico-religioso al interior de las colonias, y de intermediación entre estas y la metrópoli peninsular. Así, españoles y criollos encabezaban una jerarquía étnica estamental y de “castas”, con la supeditación de mestizos, diversos pueblos indígenas y afrodescendientes esclavizados y libertos.

A inicios del siglo XIX, los últimos reductos del poder colonial hispánico en Sudamérica colapsaron frente a los ejércitos comandados por José de San Martín y Simón Bolívar. Esto significó en el Perú el ascenso de una elite criolla, que se posicionó desde ese momento como el nuevo grupo dominante, asumiendo un control exclusivo y monopólico del Estado. Se estableció entonces un ordenamiento político de inspiración “republicana”, aunque en la práctica no se constituyó en el país una sociedad de ciudadanos “libres e iguales ante la ley”. En lugar de eso, los criollos en el poder reprodujeron en gran medida y a su favor las estructuras coloniales de dominación (Mazzeo de Vivó 2011). Como señalan Golte y Degregori (2001, 149), “la primera centuria republicana no cambió fundamentalmente el patrón estamental colonial”. El esclavismo, por ejemplo, persistió hasta mediados del siglo XIX, mientras que la mayor parte de la población peruana, conformada por indígenas, fue excluida de la ciudadanía hasta finales del siglo XX (reconociéndose el derecho al voto de los “analfabetos” recién en 1979). Entretanto, el estado criollo amparó e incluso promovió las acciones de hacendados y gamonales que despojaron de sus tierras a numerosas comunidades indígenas.

En este periodo republicano se prolongó, entonces, una vieja jerarquía étnica, encabezada esta vez por los criollos y con mestizos, indígenas, afrodescendientes e inmigrantes asiáticos en posiciones subalternas. Concurrentemente, se afirmaron los contornos de una cultura criolla, que no era ya solo distintiva de las elites, sino que era adoptada también, en mayor o menor grado, por algunos mestizos de sectores medios y populares (e incluso por descendientes de antiguos nobles indígenas) que se plegaban a ese modelo cultural al compartir espacios, intereses o relaciones de subordinación con la elite criolla, mientras que muchos afrodescendientes expresaban también ciertas pautas de esa cultura por su dependencia del sector hispano-criollo desde tiempos coloniales. Con todo, es el segmento criollo de la elite limeña el que con mayor nitidez exhibe hasta hoy una suma de rasgos culturales distintivos de su persistencia como grupo étnico a lo largo de la historia.

Seguidamente ofrecemos una caracterización de la elite criolla que, sin ser exhaustiva, sirve a los propósitos de este estudio. La postulamos como un tipo ideal, en el sentido weberiano del término; es decir, se trata de una construcción teorética en la que recogemos aportes de múltiples estudios históricos y antropológicos, para luego contrastar el modelo con elementos de la realidad (en este caso candidatos) y evaluar su nivel de proximidad o alejamiento con respecto a ese arquetipo (Weber 1949). No se pretende aquí, por tanto, que el constructo coincida fielmente con un objeto empírico, sino tan solo establecer un esquema y una metodología heurística para clasificar a los candidatos presidenciales peruanos en función de si calzan o no en el esquema.

En primer lugar, un rasgo notablemente acentuado en las elites criollas limeñas es su marcada inclinación por el desempeño de funciones burocráticas y de intermediación política y económica (ligada a su preferencia por carreras de leyes y administración, como también literarias y militares), a lo que se añade su persistente orientación “rentista” en el aprovechamiento de recursos que de un modo u otro son controlados precisamente a través de aparatos burocráticos (desde haciendas y minas en el pasado, hasta ministerios e instituciones privadas en la actualidad) (Hunt 2011a, y véase Golte y Degregori 2001, acerca de “la imposición de una elite con una cultura básicamente burocrática y rentista”).

Estas adaptaciones culturales, que constituyen el núcleo duro de la continuidad histórica de este grupo étnico, se despliegan en lo esencial bajo la mecánica que describía Jürgen Golte (2001) en su caracterización de la “ciudad palacio” criolla de fines del siglo XX, cabeza de una “estructura hipercentralizada” (Golte y Degregori 2001, 161; y véase Rama 1984, sobre la evolución de la ciudad letrada criolla en América Latina). Así también lo advertía Fernando Fuenzalida (2009, 425) en su trabajo sobre el “colonialismo interno”, en el que identificaba para épocas recientes un “establecimiento intelectual, político y burocrático, que ha heredado los privilegios de la antigua oligarquía”.

Tales rasgos de la elite criolla se hacen más evidentes en su aversión frente a las actividades económicas de tipo manufacturero e industrial, y más ampliamente hacia cualquier género de trabajo manual, que se les presentan como labores de inferior categoría, impropias de su condición social elevada (sobre la particular jerarquización que se establece en el Perú entre trabajos intelectuales y manuales, véase Nugent 2012). Persiste en esto un continuado apego a una antigua institución colonial, y aun medieval, que impedía el acceso a cargos públicos a gentes que realizaban trabajos manuales, “mecánicos” o “menestrales”, considerados envilecedores (“oficios viles”) e incongruentes con la “nobleza” y la “decencia”. Hacia el final del virreinato, esta tradición se encontraba incluso más arraigada en Lima que en la propia España, pues el Gobierno colonial y el cabildo limeño se negaron sistemáticamente a acatar reiteradas órdenes del rey de España que levantaban la condición de envilecedores a los oficios mecánicos, para permitir el ingreso a la administración de personas que los realizaban (Quiroz 2008).

En efecto, en toda la historia peruana republicana se observa un escasísimo involucramiento de la elite criolla limeña en formas modernas de producción manufacturera/industrial. En el país, los primeros esfuerzos industriales de fines del siglo XIX fueron casi todos impulsados por inmigrantes europeos (Hunt 2011a y 2011b, Monsalve 2011), con una participación solo marginal y a veces indirecta de criollos locales (como intermediarios, financistas o accionistas). Asimismo, a fines de la década de 1960, el sociólogo neerlandés Frits Wils (1979), en un estudio que abarcó a dueños y gerentes de 179 compañías industriales de Lima y Callao, constató entre ellos una ínfima presencia de criollos de la “oligarquía”. Dichas industrias eran conducidas sobre todo por extranjeros y, en menor medida, por hijos de inmigrantes foráneos y provincianos, mientras que los criollos que participaban en el sector solían hacerlo solo en funciones burocráticas o como financistas (pero “sin demasiado riesgo” y “dejando la iniciativa a otros”), con una preparación inadecuada para la industria (frecuentemente en letras) y caracterizándose además por su escasa motivación y “falta de dinamismo”.

Estas apreciaciones coinciden, en lo esencial, con las ofrecidas por el sociólogo francés François Bourricaud (2017) acerca del comportamiento económico de la oligarquía peruana, y con las del historiador estadounidense Shane J. Hunt (2011b, 274) sobre el papel de la elite criolla en el mismo terreno: “Los inmigrantes y las empresas extranjeras proveían el espíritu empresarial y ejercían el control, en tanto que la elite peruana pasó a ser socia silenciosa, acomodadora política y parásito”.

En el plano social, la elite criolla limeña ha sido descrita también como un conjunto interrelacionado de “clanes” familiares extendidos o gens (Bourricaud 2017, 71-80), que se organizan “sobre la base del estatus, la cuna y el apellido” (López y Barrenechea 2018, 127). Bajo estas premisas, una particularidad de esta etnia es la manera en que su reproducción combina las lealtades al interior de sus redes de parientes, amigos y conocidos con el aprovechamiento de rentas y otros múltiples beneficios derivados del control de instituciones políticas, económicas y civiles. Como indican Golte y Degregori (2001, 166):

Los organizadores de las instituciones, que seguían siendo los criollos, tenían que buscar una perpetuación del papel dirigente de su estamento, lo cual les parecía natural. Encontraron la solución en la generalización de un tratamiento de excepción para sus familias y sus conocidos. Este consistía básicamente en el otorgamiento de favores y contrafavores a lo largo de cadenas clientelistas y redes de reciprocidad entre parientes y amigos. El patrón desarrollado en la colonia para manejar la lealtad intra-grupal fue trasladado así a la institucionalidad republicana.

Estos autores agregan, como un rasgo complementario de este patrón cultural, el del “consumo conspicuo” y la ostentación de bienes de prestigio, funcional para la inserción en las redes clientelistas y dirigido a reafirmar las diferencias de la elite criolla con respecto a los grupos subalternos. A este mismo fin apuntaban las estrategias matrimoniales que priorizaban los enlaces con inmigrantes de origen europeo-caucásico (Durand 1988), en el marco de una ideología del “mejoramiento racial” que contribuía a remarcar sus diferencias fenotípicas con el resto de la población peruana.

El modelo sociocultural peruano de la supremacía criolla en una jerarquía étnica entró en crisis en la segunda mitad del siglo XX, debido a la expansión del mercado y las comunicaciones, las migraciones masivas hacia Lima, la reforma agraria y factores del contexto global. En este momento, el cuestionamiento del esquema oligárquico en los ambientes intelectuales y políticos, la ampliación de los derechos ciudadanos desde 1979 y el ascenso social de nuevos grupos de origen popular erosionaron el rol intermediador de la elite criolla y su control monopólico del Estado (Fuenzalida 2009, Golte y Degregori 2001). Su presencia se desdibujó, también, como objeto de interés de las ciencias sociales. Sin embargo, nada de esto significa que la cultura criolla haya dejado de existir, ni que la elite criolla haya desaparecido como grupo étnico.

Más aún, variados rasgos de la etnia criolla son claramente percibidos por muchas personas de origen andino. La actitud criolla frente al trabajo manual, por ejemplo, contrasta sobremanera con la “ética del trabajo exacerbada” del modelo cultural andino, en el que sí se le otorga un gran valor al trabajo manual productivo (Golte 2001). Así lo comprobaron Golte y Adams (1990) entre migrantes andinos y de otras regiones que llegaban a Lima y compartían sus impresiones sobre los “limeños” o “criollos”:

[...] para los asileños..., los criollos “llevan una vida fácil” y “gustan del trabajo suave”. Además, “son ostentosos, habladores, charlatanes”... Los sanqueños se expresan en términos muy similares: “Los limeños esperan conseguir mucho de sus influencias, por eso no se esfuerzan mucho”... Los huahuapuquianos participan de las mismas opiniones: “el limeño platudo es ocioso y conformista”, “le gusta buscar lío y no sabe trabajar, menos con sus manos”... “es derrochador”... / Para los de Huaros... “los criollos son muy sobrados y flojos, charlatanes y abusivos”... / También para los mantarinos “los limeños se dedican a los lujos y la ostentación”... Los sacsaínos, igual que los otros, piensan que “los limeños, sobre todo a los que se llaman criollos, solo les gusta trabajo de oficina... desean tener todo sentados, al alcance de la mano” (Golte y Adams 1990, 88-89).

Además de lo que concierne al mundo laboral, otro elemento que muchos peruanos identifican en el segmento criollo de la elite es el de su continuada autopercepción en la cúspide de una jerarquía étnica, no siempre verbalizada pero que se expresa persistentemente en actitudes y relaciones cotidianas. Es lo que en el Perú se le atribuye a la paradigmática figura del pituco. Degregori (1991) ha señalado acertadamente que el término pituco no encierra un contenido estrictamente racial (“No todos los blancos adinerados son pitucos”), sino que combina lo actitudinal con la posición de clase. En específico, “pituco se refiere más precisamente a los criollos”, pero no a cualquiera, sino a los de una clase adinerada que en su cultura aún mantienen “la vieja arrogancia y prepotencia frente a las clases populares, especialmente de origen andino” (Degregori 1991, 96-97). Nada muy distinto de lo que han reportado Sasaki y Calderón (1999, 310-313) acerca de cómo son percibidos los pitucos entre jóvenes limeños de sectores populares y de clase media: “El pituco es una persona que se siente mejor que los demás, alguien que tiene dinero y que le gusta mostrarlo; generalmente son blancos”, “Es alguien que se cree mucho, menosprecia a los demás...”, “El pituco es aquel que se cree ‘el más más’... distinguible por cómo se comporta”, “Es la persona con dinero, creída, antipática... ¡Se creen que son lo mejor!”.

3. Etnicidad y comportamiento electoral en el Perú

La creciente importancia de la etnicidad en los estudios electorales ha lleva- do a que se le preste atención al llamado “voto étnico”, en el que los miembros de una determinada etnia tienden a votar por candidatos o partidos de su propio grupo. Para explicarlo, algunos autores apelan a la idea de “solidaridad étnica” (Horowitz 2001), que implica una identificación no racional sino de lealtad intragrupal; otros, en cambio, postulan que el fenómeno puede estar motivado por coincidencias entre votantes y representantes de un grupo étnico en torno a ciertas políticas o ideologías (Sigelman et al. 1995); y se ha sostenido también que la raza o etnicidad les ofrece un “atajo informacional” (informational shortcut) a votantes que solo asumen que las candidaturas de su propio grupo étnico favorecerían políticas beneficiosas para ellos (Birnir 2006).

No obstante, es preciso considerar lo que ocurre cuando los electores que se inclinarían a votar de este modo no tienen una opción de su propio grupo étnico, o cuando perciben escasa viabilidad en las alternativas de ese tipo disponibles. Como ha señalado Raúl Madrid (2011), estas son las situaciones que suelen presentarse en el Perú, por lo que cabe tener en cuenta, en primer lugar, que el “voto étnico puede consistir no solo en votar por un candidato o partido de la propia etnia, sino también en votar en contra de un candidato o partido que se identifique con un grupo étnico al que se le guarda resentimiento” (Madrid 2011, 275; traducción libre, cursivas en el original). En estos casos, la hostilidad hacia otro grupo puede llegar a pesar más que la propia identidad étnica entre los votantes. Luego, Madrid apunta que el voto étnico puede manifestarse también como respaldo a candidatos o partidos que los electores perciben como “étnicamente próximos” (por algún rasgo fenotípico o cultural), aunque no pertenezcan a su propia etnia (Madrid 2011, 275-276).

Según este autor, en el Perú el voto indígena ha adoptado las dos últimas formas en las elecciones presidenciales del periodo que va de 1990 al 2006: “han votado contra candidatos y partidos de la elite costeña blanco/mestiza... y han votado también por candidatos de grupos étnicamente próximos” (de piel cobriza y descendientes de indígenas, en los casos de Toledo y Humala; y por Alberto Fujimori al percibírsele como opuesto a la elite criolla) (Madrid 2011, 276-293). En respaldo a su argumento, Madrid ha mostrado los resultados de sendos análisis estadísticos correlacionales y de regresión con datos electorales a nivel provincial para los comicios presidenciales del periodo indicado, en los que destaca la presencia de hablantes de lenguas indígenas entre los ciudadanos más inclinados a votar por Fujimori en 1990, por Toledo en el 2001 y por Humala en el 2006, aun luego de controlar la variable de pobreza. A este respecto, los hallazgos de Madrid coinciden con lo que también han sostenido Degregori (1991) y Lee (2010) acerca de la “politización” de la raza y etnicidad en el Perú, y sobre el voto andino de rechazo a la “elite criolla” limeña.

Por su parte, David Sulmont (2012) analizó los resultados a nivel provincial de las elecciones presidenciales peruanas de 1980 al 2006, para observar cómo se relacionaban las preferencias electorales con dos variables de etnicidad (lengua y autoidentificación étnica indígenas) y una socioeconómica (población económicamente activa -PEA- asalariada, como proxi del “nivel de integración a la economía de mercado y a la sociedad nacional”). De este modo, Sulmont identificó como un “patrón sistemático” el notable peso que tienen en el país la etnicidad indígena y las exclusiones socioeconómicas en el respaldo a opciones electorales críticas con el statu quo y el “poder fáctico” capitalino.

Los análisis de Sulmont, sin embargo, se enfocan más en los partidos políticos que en las candidaturas individuales. Una dificultad aquí es que los sistemas de partidos han operado en el Perú de forma solo incipiente, y nunca más allá de ciertas coyunturas históricas puntuales. Desde la crisis de los partidos en la década de 1980, las elecciones peruanas se han caracterizado cada vez más por una extrema “volatilidad” en el electorado (Mainwaring 2006), que tiende a votar no por partidos o programas, ni en función de identidades políticas, sino por personas específicas y guiándose por sus percepciones sobre los atributos individuales de los candidatos (Murakami 2000, Torres 2020).

Esto último, junto con lo planteado previamente acerca de los juicios y estereotipos populares sobre los criollos de sectores sociales acomodados, le otorgan sustento a evaluar si la presencia de algunos rasgos culturales entre los candidatos presidenciales, en específico los que llevarían a identificarlos como miembros de la elite criolla, se vinculan o no con el mayor o menor respaldo electoral que podrían recibir por parte de poblaciones culturalmente distantes de tales candidatos.

4. Métodos

Realizamos un análisis de los resultados agregados a nivel provincial de ocho elecciones presidenciales peruanas realizadas de 1980 al 2021. Trabajamos solo con los datos de la primera elección de cada proceso (“primeras vueltas”), pues en dicha instancia los votantes tienen ante sí la opción de elegir entre todas las candidaturas, y porque nos enfocamos en los niveles de respaldo a los distintos candidatos, al margen de quiénes hayan sido los que pasaban a las segundas vueltas o las ganaban. Ingresamos a una base de datos las cifras absolutas de votos y los porcentajes de votos válidos obtenidos por todos los candidatos en cada provincia del país (sin las jurisdicciones del extranjero). Nuestras fuentes de información fueron la página web de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), para las elecciones del 2016 y el 2021, y para las anteriores la base de datos elaborada por Sulmont y Bazán (2011), que contiene resultados hasta el nivel distrital de 1980 al 2011, aunque con ciertos vacíos por la ausencia de información en el Jurado Nacional de Elecciones (JNE). Para cubrirlos, empleamos algunas cifras recopiladas por Tuesta (2001). No consideramos las elecciones de 1995 y 2000 por tratarse de procesos cuestionados en su legitimidad, realizados sin garantías democráticas (Aragón et al. 2018, Schmidt 2002).

Seguidamente, evaluamos la proximidad o alejamiento de cada candidato con respecto al arquetipo mostrado en la sección anterior sobre el grupo étnico criollo, empleando un formulario ad hoc con los siguientes criterios de inclusión: (1) descendiente de una familia aristocrática o terrateniente peruana de los siglos XIX o XX, con presencia o intereses en un centro urbano de la costa, o descendiente de una familia arraigada en Lima; (2) tradición familiar de participación en actividades de Gobierno, dirección o intermediación política o económica en burocracias públicas o privadas; (3) trayectoria individual de dedicación a actividades burocráticas, políticas o literarias (con predominio de abogados, administradores y militares); (4) ausencia de involucramiento familiar o individual en trabajos manuales o actividades manufactureras, industriales, ingenieriles o de ciencias puras; (5) ubicable en un segmento de la elite social, económica o política de Lima; y (6) candidato de una organización política arraigada en Lima. Para la clasificación recurrimos a fuentes biográficas y genealógicas, reportajes periodísticos, estudios políticos y fichas del JNE (que contienen datos sociodemográficos, educativos y de antecedentes políticos, laborales y económicos).

Como resultado de esta tarea, incluimos en la base de datos una variable en la que primero le asignamos el valor uno a los candidatos “criollos” (con el valor cero para todos los otros), y luego clasificamos por separado a los candidatos criollos que además podían ser ubicados como miembros de la elite limeña (por sus ingresos, estatus o funciones, según lo permitiera la información disponible). En los casos de ambigüedad asignamos el valor cero. Es lo que ocurrió, por ejemplo, con Fernando Belaunde en 1980, clasificado como criollo por sus antecedentes familiares, pero no en el grupo de candidatos más próximos a nuestro modelo conceptual de la elite criolla de Lima, al menos en esa época (aunque su pertenencia a dicha elite fuera más clara en posteriores etapas de su biografía). Belaunde provenía de la elite arequipeña por el lado paterno, y de la ancashina por el materno; originalmente había incursionado en política con una organización fundada en Arequipa y más adelante era tachado de “comunista” desde la oligarquía capitalina, mientras que por su profesión ligada al rubro de la construcción tampoco encaja bien en el arquetipo propuesto en la sección previa. De todos modos, nos ocupamos de su caso específico en la parte de resultados.

Algo similar tenemos con Alan García, un político también criollo, pero que en 1985 provenía de la clase media y postulaba por un partido identificado, en ese momento, con la clase media; no obstante, para el 2001 y en adelante estaba ya ubicado en la elite limeña, razón por la cual lo categorizamos como miembro de este sector en sus candidaturas del 2001, 2006 y 2016. Pedro Pablo Kuczynski, por otra parte, si bien es hijo de extranjeros, se había integrado en la elite criolla limeña desde mucho antes de candidatear; era un representante directo de los intereses de este grupo y se le reconocía como el “gringo criollo” popularmente y en medios de comunicación (El País 2011).

Considerando los contextos epocales de cada elección, categorizamos como candidatos criollos de la elite limeña a 25 personajes (de un total de 79 casos de todo el periodo analizado), para quienes identificamos las siguientes 32 candidaturas singulares en los distintos años:

1980: Alejandro Tudela Garland, Carlos Carrillo Smith, Luis Bedoya Reyes.

1985: Francisco Morales Bermúdez, Luis Bedoya Reyes.

1990: Henry Pease García-Yrigoyen, Mario Vargas Llosa (primer Marqués de Vargas Llosa), Nicolás de Piérola Balta.

2001: Alan García Pérez, Carlos Boloña Behr, Fernando Olivera Vega, Lourdes Flores Nano.

2006: Alan García Pérez, Alberto Borea Odría, Ántero Flores-Aráoz Esparza, Jaime Salinas López-Torres, Javier Diez Canseco Cisneros, Lourdes Flores Nano, Martha Chávez Cossío, Natale Amprimo Pla, Susana María del Carmen Villarán de la Puente.

2011: Luis Castañeda Lossio, Manuel Rodríguez Cuadros, Pedro Pablo Kuczynski Godard.

2016: Alan García Pérez, Alfredo Barnechea García, Ántero Flores-Aráoz Esparza, Fernando Olivera Vega, Pedro Pablo Kuczynski Godard.

2021: Alberto Beingolea Delgado, Hernando Soto Polar, Rafael Santos Normand.

Adicionalmente, incluimos otra variable para identificar a los candidatos que se presentaron como los más opuestos a la elite criolla limeña, ya sea porque ellos mismos explícitamente adoptaban esa postura en sus discursos y campañas, o porque se les asignó dicho posicionamiento en estudios políticos o análisis de coyuntura periodísticos y académicos (Aljovín y López 2018, Madrid 2011, Asencio et al. 2021). Consideramos aquí únicamente casos extremos, a saber: Alberto Fujimori en 1990, Ollanta Humala en el 2006 y el 2011, y Pedro Castillo en el 2021.

Utilizamos también una serie de variables para agrupar las provincias del país en las siguientes áreas geográficas: (i) provincias andinas en general, (ii) provincias del sur andino (51 en total: todas las de Apurímac, Ayacucho, Huancavelica, Cusco y Puno), (iii) otras provincias andinas, (iv) provincias amazónicas y (v) provincias de la costa. Dado que varios departamentos abarcan áreas andino-amazónicas o andino-costeras, para esta clasificación empleamos el dato de la altitud de las capitales provinciales (en m.s.n.m.). Otras variables agregadas a la base de datos fueron, igualmente para cada provincia, porcentajes de población con lengua materna quechua y aimara (sumatoria, según datos censales de los años más próximos a cada elección), porcentaje de ausentismo electoral de 1980 a 1990 (época afectada por la violencia política) y valores del Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (IDH-PNUD del 2003 en adelante, que integra indicadores socioeconómicos y de bienestar).

Tomamos como variable dependiente el porcentaje de votos válidos obtenidos por cada candidato. Esta variable comprende 18 124 distintos valores (u observaciones) que cubren los resultados electorales de todo el periodo estudiado (media: 7.96 %; desviación estándar, DE: 11.26 %; rango: 0 % - 88.18 %; una “observación” es el porcentaje de votos para un determinado candidato en un año y provincia específicos). Las variables independientes fueron la pertenencia a la elite criolla de Lima entre los candidatos y el posicionamiento político en el mayor extremo de oposición a dicha elite.

En la parte descriptiva de los análisis realizamos distribuciones de los datos mediante cruces de variables con los promedios porcentuales de los votos válidos endosados a los conjuntos de candidatos, según las áreas geográficas y los años de cada proceso electoral. Finalmente, medimos la relación entre las variables dependiente e independientes empleando el coeficiente de correlación R de Pearson y con ejercicios de regresión lineal, para evaluar dos hipótesis: (1) los candidatos categorizados como criollos de la elite limeña recibirían menos apoyo electoral en las provincias del sur andino, en comparación con el que obtendrían en otras áreas geográficas; y (2) los candidatos más opuestos políticamente a la elite criolla limeña alcanzarían en el sur andino más adhesiones electorales que en otras áreas. Para realizar estos análisis, utilizamos el programa estadístico Stata © v.13.

5. Resultados

El análisis descriptivo de los datos mostró que en las provincias del sur andino los promedios porcentuales de votos son menores para el conjunto de los candidatos clasificados como criollos de la elite limeña, en comparación con los promedios obtenidos por esos mismos candidatos en otras zonas del espacio andino o en cualquiera de las demás áreas geográficas. Además, encontramos que el respaldo a candidatos que se presentaban como los más opuestos a la elite criolla (o capitalina en general: candidatos “antielite”) ha sido mucho mayor en las provincias surandinas, frente al respaldo que tuvieron fuera de ellas. En la tabla 1 se observa cuán consistentes han sido estos dos patrones en todas las elecciones analizadas. En la primera columna de esa tabla, correspondiente a las provincias surandinas, agregamos entre paréntesis las diferencias de los promedios porcentuales de votos válidos con respecto a la media nacional provincial (MNP) para los distintos tipos de candidatos. Tenemos así que el voto surandino por candidatos criollos es un 25 % menor que su MNP, con una tendencia a reducirse aún más desde el 2006 en adelante (llegando a -40 % en el 2021), en tanto que la cifra se eleva hasta un 30 % por sobre esa media para el apoyo electoral a los candidatos antielite.

Tabla 1 Promedios porcentuales de votos obtenidos a nivel provincial por años y tipos de candidatos, según áreas geográficas. Elecciones presidenciales peruanas de 1980 a 2021 (primeras vueltas) 

Elecciones presidenciales/ candidatos Provincias Perú
Sur andino (dif. MNP) Otras p. andinas Amazonía Costa (media nac. provincial, MNP)
1980
Criollos-elite 1.02 (-36 %) 1.82 0.98 2.43 1.59
Otros candidatos 8.08 (+2 %) 7.88 8.09 7.73 7.94
1985
Criollos-elite 2.63 (-18 %) 2.90 2.80 5.07 3.22
Otros candidatos 13.72 (+1 %) 13.46 14.07 13.31 13.60
1990
Criollos-elite 12.55 (-11 %) 13.63 21.78 13.64 14.08
Otros candidatos 10.72 (+4 %) 10.22 7.87 10.95 10.29
Can. antielite: AF 27.11 (+19 %) 21.13 12.17 21.43 21.85
2001
Criollos-elite 11.29 (-17 %) 13.29 14.68 16.79 13.66
Otros candidatos 13.71 (+17 %) 11.75 10.25 8.21 11.34
2006
Criollos-elite 3.34 (-35 %) 5.23 5.41 7.03 5.10
Otros candidatos 6.33 (+22 %) 4.82 4.66 3.32 4.91
Can. antielite: OH 60.24 (+30 %) 40.95 35.20 26.41 42.21
2011
Criollos-elite 2.47 (-38 %) 3.52 3.10 7.72 3.96
Otros candidatos 11.56 (+5 %) 11.15 11.40 9.60 11.01
Can. antielite: OH 63.98 (+33 %) 35.20 39.65 31.85 42.97
2016
Criollos-elite 2.54 (-39 %) 4.15 4.59 5.88 4.15
Otros candidatos 17.46 (+9 %) 15.86 15.41 14.12 15.86
2021
Criollos-elite 1.16 (-40 %) 1.78 1.76 3.50 1.94
Otros candidatos 6.43 (+2 %) 6.31 6.32 5.97 6.28
Can. antielite: PC 51.78 (+34 %) 39.06 20.40 14.87 34.29
Total EP 1980-1990, 2001-2021
Criollos-elite 4.43 (-25 %) 5.91 6.12 7.93 5.94
Otros candidatos 9.63 (+7 %) 8.99 8.73 8.08 8.94
Cand. antielite 43.14 (+30 %) 29.47 23.53 19.19 30.04

Fuente: elaboración propia. Datos de ONPE, JNE, Sulmont y Bazán (2011) y Tuesta (s. f.).

En esta primera tabla, el único dato atípico es el valor ligeramente menor para el promedio porcentual del voto por candidatos criollos de la elite en las provincias amazónicas en 1980: 0.98 % vs. 1.02 % en el sur andino. Es posible que estos resultados se hayan visto afectados por el elevado ausentismo que hubo en ese año, tanto en las provincias surandinas como en las amazónicas (arriba del 40 % en varias de ellas), que en las dos áreas superó el promedio nacional de 18 %. Aunque no sabemos cómo habrían votado los ciudadanos del sur andino que no participaron en esa elección -la primera luego del otorgamiento del derecho a voto a los “analfabetos”-, sí identificamos ciertos factores que podrían estar detrás de esa y otras cifras que aparentemente se desviaban del patrón general.

Al examinar los resultados electorales para candidaturas específicas, notamos que varias de las mencionadas desviaciones se asociaban con los niveles de ausentismo, especialmente en los comicios de 1985 y 1990, afectados ambos por la violencia política y también por una menor participación electoral en el sur andino (15.7 % de ausentismo en esta área vs. 9.5 % de media nacional en 1985; y 31.4 % vs. 21.9 % nacional en 1990). En concreto, los porcentajes de votos para candidatos criollos de la elite solían ser algo más altos en las provincias surandinas donde había mayor ausentismo, una correlación positiva que medimos con el coeficiente de Pearson: 0.3234 (p=0.004) en 1985, y 0.2123 (p=0.02) en 1990. Mario Vargas Llosa, por ejemplo, en 1990 tuvo en esta zona un porcentaje provincial promedio de votos 41 % menor que su media nacional (15.6 % vs. 26.2 % en el país), pero consiguió porcentajes mayores en los lugares donde había más ausentismo (coef. 0.6270; p=0.0000; su votación promedio se elevó a 22.4 % en 11 provincias surandinas donde no acudieron a votar más del 40 % de los electores).

Así como en el caso de Vargas Llosa, este factor de la menor participación electoral en aquel periodo de 1980 a 1990 bien podría estar detrás de otras variaciones más ligeras de los porcentajes de votos, incluyendo algunos casos que se desviaban del patrón mostrado en la tabla 1. Precisamente, casi todas estas desviaciones correspondieron a candidaturas con porcentajes de votos muy pequeños, que se movían entre 0.1 % y 1 % de la MNP, con lo que sus diferencias según las áreas geográficas eran de solo centésimas porcentuales o de unas pocas décimas a lo mucho.

A esto se añade que varias de esas aparentes diferencias se presentaban ligadas a vacíos en la información disponible. Así, por ejemplo, el promedio porcentual de votos que obtuvo el candidato criollo Nicolás de Piérola Balta en 1990 fue de 0.34 % en las provincias del sur andino, superior al 0.24 % que tuvo en el país (como MNP); no obstante, para 1990 no contamos con los resultados provinciales de Apurímac ni de Huancavelica (por la falta de datos en el JNE y otras fuentes; tampoco hay datos provinciales para varios otros departamentos en ese año), mientras que en las demás zonas del sur andino los resultados ligeramente más altos de este candidato se correlacionaban positivamente con los mayores niveles de ausentismo electoral (coef. 0.4808; p=0.0035). Algo parecido ocurría en 1985 con el candidato criollo Francisco Morales Bermúdez, que en las provincias del sur andino tuvo una votación promedio de 1.23 %, por encima de su media nacional de 0.83 %; sin embargo, para este año tampoco hay datos de las provincias de Apurímac (ni de las de cuatro departamentos más de otras áreas), en tanto que también para él los mejores resultados tendían a darse en lugares con más ausentismo (coef. 0.3458; p=0.0334).

Fuera de las candidaturas con promedios porcentuales de votos de 1 % o menos, hay solo dos casos de políticos criollos cuyos resultados en el sur andino escapan a la pauta mayoritaria. Uno de ellos es Henry Pease, quien en 1990 postuló a la presidencia por Izquierda Unida, alcanzando en las provincias de esta área un promedio porcentual de votos de 21.1 %, superior al 14.4 % de su MNP. El otro es Fernando Belaunde, a quien no incluimos en el grupo de la elite pero que sí clasificamos como criollo. En su candidatura de 1980 con Acción Popular, su promedio porcentual de votos fue de 52.9 % en las provincias surandinas y de 49.9 % en las de todo el país. De ellos dos, solo Belaunde obtuvo porcentajes de votos más altos donde había mayor ausentismo (coef. 0.4286 en el sur andino; p=0.0065). No obstante, se trata en ambos casos de políticos que lograron un respaldo electoral considerable en una zona donde le ha ido mal o bastante mal a casi todas las otras candidaturas de criollos de la elite.

Desde luego, no estamos asumiendo que la etnicidad de los candidatos sea el único ni el más importante criterio que los ciudadanos toman en cuenta al emitir sus votos. Si nos remitimos a los contextos de las épocas en que candidatearon Belaunde y Pease, no podemos soslayar que se trató de periodos en los que la política electoral peruana estaba aún definida por partidos de alcance nacional y, en algún grado, por grandes divisiones ideológicas (mientras que la variable de etnicidad de los candidatos parece tener un mayor peso relativo en años posteriores, como se verá luego).

A continuación -volviendo a la mirada general sobre los conjuntos de candidatos-, en la tabla 2 se aprecia que los promedios porcentuales de votos por candidaturas de la elite criolla decrecen conforme se elevan las proporciones de población con lengua materna quechua y aimara, en general en todas las áreas geográficas analizadas, pero más acentuadamente en las provincias del sur andino (con la cifra porcentual más reducida en zonas con más de 75 % de población con lenguas indígenas). De otra parte, en estos mismos lugares de más alta presencia indígena se registra el mayor pico en el nivel de respaldo a los candidatos que se proponían como los más opuestos a la elite limeña: 44.2 %, muy por encima del 29.4 % en otras áreas andinas con proporciones similares de población quechua y aimara.

Tabla 2 Promedios porcentuales de votos obtenidos a nivel provincial por candidatos criollos y otros candidatos, según áreas geográficas y proporciones de población con lengua materna quechua y aimara. Elecciones presidenciales peruanas de 1980 a 2021 (primeras vueltas) 

Lengua materna quechua + aimara (% de población) Candidatos (promedio porcentual y número de observaciones)
Elite criolla de Lima Otros candidatos Candidatos antielite*
Sur Andino**
0 % - 24 % 5.29 (18) 4.77 (22) 42.18 (2)
25 % - 50 % 5.59 (129) 8.22 (217) 37.33 (21)
51 % - 75 % 4.61 (489) 9.23 (945) 42.92 (86)
76 % a más 4.16 (901) 10.03 (1988) 44.20 (134)
Otras prov. Andinas
0 % - 24 % 6.50 (1414) 8.66 (2844) 27.87 (234)
25 % - 50 % 4.94 (333) 9.43 (748) 36.61 (47)
51 % - 75 % 4.69 (210) 9.27 (455) 30.58 (37)
76 % a más 4.83 (245) 9.87 (549) 29.36 (31)
Prov. de la Costa
0 % - 13 % 8.12 (955) 7.90 (1940) 17.55 (152)
14 % - 26 % (máx.) 6.93 (176) 8.96 (398) 27.76 (29)
Perú (nivel provincial)
0 % - 24 % 6.83 (3560) 8.47 (7231) 23.91 (573)
25 % - 50 % 5.19 (494) 9.22 (1033) 37.02 (73)
51 % - 75 % 4.61 (705) 9.26 (1419) 39.21 (123)
76 % a más 4.30 (1146) 9.99 (2537) 41.41 (165)

Fuente: elaboración propia. Datos de INEI (censos), ONPE, JNE, Sulmont y Bazán (2011) y Tuesta (s. f.).

* Para los años 1990 (AF), 2006 (OH), 2011 (OH) y 2021 (PC).

** En las provincias del sur andino, las proporciones de población con lenguas maternas quechua y aimara eran de 87.4 % en promedio en el censo de 1981 (rango: 60.1 % - 96.9 %), y de 72.6 % en el de 2017 (rango: 28.9 % - 91.8 %).

Ensayamos también una serie de análisis estadísticos para medir los grados de relación entre las variables de interés. Estos ejercicios (cuyos resultados se muestran en los anexos 1 al 3) confirmaron los patrones que ya se pueden vislumbrar en las distribuciones de datos a nivel descriptivo mostradas en las tablas 1 y 2.

En primer lugar, mediante el cálculo de coeficientes de correlación R de Pearson encontramos que, en las provincias del sur andino, la variable de etnicidad que agrupa a los candidatos clasificados como criollos de la elite limeña tiene un efecto negativo sobre los porcentajes de votos emitidos en esas provincias, salvo en siete de ellas que tienen las menores proporciones de población con lengua quechua y aimara. En todas las demás (44 en total), donde esas proporciones superan el 50 %, el valor negativo del coeficiente se incrementa progresivamente conforme los cálculos se restringen a datos de provincias con cada vez más votantes con lenguas indígenas. Allí, el coeficiente pasa de -0.1652 para lugares con más de 50 % de población con lengua quechua y aimara, a -0.1953 en lugares con más de 90 % (anexo 1). Si bien estos coeficientes se pueden interpretar como magnitudes de correlación bajas, destaca en ellos que son más altos que los hallados para otras provincias del país; se elevan de manera regular con la mayor presencia indígena y son estadísticamente significativos en todos los casos (con valores de p de 0.0000). Adicionalmente, comprobamos que la correlación es también negativa y algo más alta en las provincias surandinas con los menores niveles de desarrollo humano (coef. -0.2022 en el primer rango por debajo de la mediana del IDH; p=0.0001), mientras que la misma medición para otras áreas del país arrojó valores irrelevantes. En otras palabras, resulta que los candidatos de la elite criolla no solo reciben menos apoyo electoral en el sur andino, sino que, además, al interior de este espacio ese apoyo es menor aún en las provincias más desfavorecidas y con más votantes indígenas.

De otra parte, en lo que respecta al respaldo electoral a candidatos opuestos a las elites limeñas, encontramos niveles bastante altos de correlación positiva entre esta postura política y el crecimiento en los porcentajes de votos, lo que también aparece mucho más marcado en el sur andino. En este espacio, el coeficiente alcanza un pico de 0.8582 en las provincias con más de 50 % de población con lengua quechua y aimara, y de 0.9493 en las que tienen los más bajos índices de desarrollo humano (p=0.0000 en ambos casos). En contraste, las magnitudes de los coeficientes se reducen a niveles medios o moderados en las otras provincias del país (con un valor global de 0.5405 para estas áreas; p<0.0001). Es decir, los electores del sur andino son más proclives a votar por los candidatos que desafían a las elites limeñas (o el statu quo, como se quiera interpretar), en comparación con los votantes de cualquier otra región.

Tanto esta última pauta como la anterior, de toma de distancia en relación con los candidatos de la elite criolla en el sur andino, se presentan con una intensidad algo mayor en las elecciones de los últimos diez a 15 años. Así se observa en el anexo 2, que contiene los coeficientes de correlación desagregados por periodos para los candidatos criollos, y por años específicos para los candidatos clasificados como “antielite”.

Finalmente, realizamos un conjunto de ejercicios de regresión lineal con los datos de todas las elecciones incluidas en el estudio para evaluar las interacciones y los pesos relativos de las variables en tres modelos, tomando como variable dependiente la de los porcentajes de votos válidos y como variables independientes la pertenencia al grupo de candidatos criollos de la elite limeña y al grupo de candidatos antielite (anexo 3). El primer modelo, limitado a los datos del sur andino, arrojó un coeficiente negativo de -2.416799 para los candidatos de la elite criolla (esto es, ellos recibirían en conjunto 2.4 % menos votos que otros candidatos en esta región), y un coeficiente positivo de 36.2835 para los candidatos más opuestos a la elite (quienes allí obtendrían una votación 36.3 % más alta), siendo ambos valores estadísticamente significativos (p=0.000). El cálculo del ajuste general del modelo indicó que estas variables referidas a los tipos de candidatos predicen -o explican- un 30 % de la variación en los porcentajes de votos (R2=0.2960; p=0.0000). Se debe considerar aquí, no obstante, que esta primera medición incluyó a todas las elecciones del estudio, mientras que solo en cuatro de ellas tenemos candidatos clasificados como antielite (1990, 2006, 2011 y 2021). Cuando restringimos este análisis considerando únicamente esas cuatro elecciones, el valor predictivo del modelo se disparó a 73 % (R2=0.7279; p=0.0000; coef. 49.09071 para candidatos antielite; análisis adicional no mostrado en el anexo).

El segundo modelo de regresión incluyó solo los datos de provincias surandinas con más de 75 % de población con lengua materna quechua y aimara (media provincial: 75.64 %; DE: 16.55; rango: 18.44 % - 96.85 %). En este caso, el coeficiente negativo para los candidatos de la elite criolla se elevó a -3.40565 (una reducción de 3.4 % en los porcentajes de votos que recibirían; p=0.000), lo que se puede tomar como una confirmación de la mayor importancia que cobraría su etnicidad para el menor respaldo electoral que obtienen en las provincias de esta región con más presencia indígena. En cambio, hubo un incremento solo ligero en el coeficiente positivo para los candidatos anti- elite en este modelo (36.53212; p=0.000), que tuvo una magnitud de ajuste general de 27 % (R2=0.2661; p=0.0000).

Por último, para fines comparativos, incluimos en un tercer modelo los datos de todas las demás provincias del país. Hallamos así que, fuera del espacio surandino, la reducción del voto por candidatos criollos de la elite y el incremento del obtenido por candididatos antielite aparecen notablemente atenuados (con coeficientes de -0.8484915 y 18.12277, respectivamente), mientras que el poder explicativo del modelo y sus variables independientes se redujo a solo 9 % (R2=0.0864), conservando no obstante su significancia estadística. En síntesis, se verifica también aquí, por contraste, cuán singular e intenso es el fenómeno de toma de distancia frente a las opciones políticas de la elite criolla entre las poblaciones surandinas.

6. Discusión y conclusiones

Sobre la base de un modelo conceptual de la elite criolla de Lima, empleado para clasificar a candidatos de ese segmento social que han postulado a la Presidencia de la República desde 1980 hasta el 2021, hallamos en este estudio un patrón sistemático y persistente de comportamiento político-electoral en el sur andino de Perú. El análisis de los resultados a nivel provincial de ocho elecciones nacionales (en sus primeras vueltas) muestra que tales candidatos, en conjunto, obtienen en este espacio menos apoyo electoral que en otras áreas andinas o en cualquier otra zona del país, fenómeno que se repite en todos los procesos electorales incluidos en el estudio. Esta pauta es consistente con otra, concomitante y también sistemática en el sur andino, de elevado respaldo electoral a candidaturas ubicadas en el extremo de oposición política a las elites de Lima, mayor al que se registra en cualquier otra región.

Estos resultados confirman, a la vez que precisan y amplían con nuevas evidencias, lo que otros investigadores han planteado previamente acerca de un voto étnico de rechazo a candidaturas presidenciales asociadas con la elite “criolla”, “limeña” o “blanca” por parte de poblaciones andinas o indígenas, ya sea enfocándose en elecciones y candidatos específicos (Degregori 1991, Lee 2010) o en candidaturas también singulares del periodo de 1990 al 2006 (Madrid 2011). De esos autores, solo Degregori (1991) ofreció un perfil político y cultural de la elite criolla limeña para 1990. Otros trabajos han evaluado el factor étnico observando el comportamiento electoral de los votantes indígenas en general, o de los andinos en específico, con criterios lingüísticos o de autoidentificación étnica (Aragón 2012, Raymond y Arce 2013, Sulmont 2012), en algunos casos considerando delimitaciones territoriales (Madrid 2011, Pajuelo 2006), pero sin desarrollar el aspecto de la etnicidad entre los candidatos criollos o en la elite limeña.

A la luz de estos antecedentes, nuestro estudio presenta una serie de contribuciones al conocimiento de la política electoral en el Perú. Primero, en el terreno metodológico, está el desarrollo de un esquema conceptual sobre la etnicidad criolla en un segmento de la elite de Lima, lo que nos ha permitido identificar y agrupar a un conjunto de candidatos por su proximidad a ese modelo cultural. Luego, este trabajo focaliza el análisis en el sur andino, distingue la especificidad de las mencionadas pautas de comportamiento electoral allí presentes, y las compara con lo que ocurre en otras zonas andinas y en las demás áreas del país, incluyendo además un conjunto de cálculos de las magnitudes en que se manifiestan esas pautas y diferencias. También, el estudio extiende el alcance de los planteamientos anteriormente formulados acerca del voto étnico de oposición a la elite criolla de Lima y proyecta su validez a un marco temporal más amplio en la historia peruana reciente.

De otra parte, nuestros hallazgos son parangonables con los de numerosos estudios internacionales que, igualmente, han identificado y ponderado el rol de la etnicidad de los candidatos a puestos de elección popular como un factor que suele intervenir en las decisiones de no pocos votantes, incluso en países con democracias liberales robustas y sistemas de partidos consolidados. Para los Estados Unidos, por ejemplo, el menor apoyo electoral a candidatos negros por parte de votantes blancos ha sido explicado por los “procesos intragrupales” y evaluaciones que llevarían a estos votantes a privilegiar su autoidentificación racial cuando dichos candidatos negros compiten contra blancos (Petrow et al. 2018). En el Reino Unido, Fisher y sus colegas (2014) encontraron que en el 2010 los candidatos de minorías étnicas recibían menos adhesiones electorales en general, salvo en los casos de los que aparecían más “asimilados” a la cultura británica, y que el voto étnico se manifestaba de modos diferentes en distintos grupos, con los candidatos paquistaníes beneficiándose más del apoyo electoral de su propia etnia, en comparación con lo observado en otras minorías. Y así, en muchos otros países se ha demostrado que las características étnicas o raciales de los candidatos pueden desempeñar papeles de mayor o menor significación para las votaciones que obtienen, dependiendo de los contextos, las coyunturas, las divisiones sociales, los conflictos y la historia de cada lugar (Birnir 2006).

Para el caso peruano, nuestros hallazgos se podrían explicar en alguna medida apelando al concepto sociológico de distancia étnica, enraizado en los postulados clásicos de Robert E. Park (1924) sobre la distancia social en las relaciones étnico-raciales. Pero los resultados sugieren también la existencia de factores históricamente arraigados, contextualizados además en el sur andino específicamente, que estarían operando para producir allí un continuado rechazo a las opciones políticas más identificadas con el segmento criollo de la elite limeña. A este respecto, sería insuficiente alegar que esto se debe tan solo a la postergación sociopolítica y económica de ese territorio y sus poblaciones, o a la exclusión de los indígenas en el país, pues hemos visto que tanto el rechazo a las candidaturas criollas de la elite como el apoyo a las que se les oponen son, en el sur andino, más agudos que en otras áreas del país también andinas, con proporciones similares de hablantes de lenguas indígenas y que tienen muy bajos índices de desarrollo humano. Sería pertinente, por tanto, la exploración de cómo se han presentado dichas exclusiones en esta región a lo largo de la historia, o de dimensiones como la cultura política en los Andes, también desde perspectivas de larga duración (Jacobsen y Aljovín 2005), sin dejar de lado la posible influencia de fenómenos más recientes como la violencia política de las décadas de 1980 y 1990, que afectó a gran parte del sur andino de una forma desmedida. Otra línea de indagación es la que proponía Degregori (1991, 127-128) en su análisis de la derrota electoral de Vargas Llosa en 1990: “Lo que no es ambiguo es el rechazo a lo criollo-pituco, identificado como obstáculo a la construcción nacional o/y la inserción ventajosa en la modernidad”.

En lo tocante a las limitaciones del estudio, algunas de ellas se relacionan con el carácter de las fuentes de información. Como mencionamos en la sección de resultados, la falta de datos desagregados a nivel provincial para varios departamentos en ciertos años, junto con las variaciones en el ausentismo electoral, plausiblemente habrían introducido distorsiones no previstas en los cálculos. Lo mismo se puede decir de algunos resultados electorales que dejan sospechar la existencia de “fraudes” localizados u otras irregularidades en determinados lugares y años específicos (por ejemplo, casos de candidatos con porcentajes de votos inusualmente altos en provincias donde había más votos emitidos que electores inscritos). De cualquier modo, el haber trabajado con una base de datos masiva diluye la posibilidad de que tales distorsiones hayan tenido una injerencia significativa en los grandes patrones descritos.

Otras limitaciones conciernen a la selección de los casos incluidos bajo la categoría de candidatos de la elite criolla de Lima. Desde luego, puede ser discutible si se debió agregar a tales o cuales candidatos, o si no correspondía incluir a alguno. Como hemos indicado, las diferencias étnicas pueden ser difusas. Por ello clasificamos con dicha variable solo a quienes evaluamos como los candidatos más próximos a nuestro modelo conceptual de una etnicidad criolla que podríamos llamar “clásica” o histórica, modelo que por supuesto es perfectible. Ciertamente, hay otros candidatos reconocibles también como “criollos” a quienes no hemos considerado como tales en nuestros análisis, por no ser clara su ubicación en la elite (o en la limeña en específico), o por mostrar antecedentes que los distanciaban de nuestros criterios de clasificación. Aun así, durante los análisis de candidaturas individuales observamos que la inclusión de casos de ese tipo, en los que encontramos ambigüedades, no hubiera alterado el sentido general de los resultados y, antes bien, los habrían fortalecido. De haber agregado, por ejemplo, a candidatos del 2021 como Rafael López Aliaga, George Forsyth o Daniel Salaverry, o de años anteriores como Armando Villanueva en 1980, Alan García en 1985 o Luis Alva Castro en 1990, nuestras mediciones habrían arrojado cifras más robustas para los mismos patrones, pues todos ellos obtuvieron menores porcentajes de votos en las provincias del sur andino, en comparación con los que alcanzaron en otras áreas andinas o en el país en general.

Finalmente, debemos reiterar que no estamos tomando la etnicidad de los candidatos presidenciales como el único ni el más relevante factor del comportamiento electoral. Al enfocarnos en este tema, llamamos la atención sobre un aspecto escasamente explorado en el Perú y damos cuenta de cómo interviene en un ámbito determinado, pero no se debería sobreestimar la influencia de la etnicidad ni soslayar otros elementos contextuales y coyunturales que también desempeñan roles en situaciones, momentos y lugares específicos. Por supuesto, las decisiones electorales pueden estar influidas por campañas, mensajes mediáticos, eventos puntuales, idearios y discursos políticos, orientaciones pragmáticas, clientelismo y una serie de otros factores. En la primera vuelta de las elecciones del 2016, por ejemplo, Pedro Kuczynski obtuvo un promedio porcentual de votos bajísimo en las provincias del sur andino. Si acaso ello se debió a su etnicidad, esto visiblemente importó menos en la segunda vuelta, en la que adquirió mayor potencia un sentimiento antifujimorista entre los votantes, lo que le permitió a Kuczynski derrotar a Keiko Fujimori en la mayor parte de esta región. Asimismo, el caso de Fernando Belaunde en 1980 sugiere que la acción partidaria, los antecedentes personales y políticos y otros posibles factores pueden desplazar o aminorar el potencial influjo de la etnicidad del candidato en las decisiones de los votantes. Pero, sea lo que fuere que ocurra en los casos particulares, los estudios electorales peruanos se beneficiarían del desarrollo de nuevas aproximaciones analíticas y teóricas que integren el rol de los condicionamientos estructurales, históricos y culturales en los procesos políticos.

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NOTAS

11 Ética en investigación: El presente trabajo se ha realizado siguiendo las pautas contenidas en el Código de ética de la investigación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (RR N.° 01992-R-17, 18/4/2017).

Anexo 1 Coeficientes de correlación de Pearson para las variables porcentaje de voto a nivel provincial y tipo de candidato, con valores desagregados por proporción de población con lengua quechua y aimara e Índice de Desarrollo Humano (IDH), según áreas geográficas. Elecciones presidenciales peruanas de 1980 a 2021 (primeras vueltas) 

Candidatos Provincias
Sur andino Otras provincias
Coef. (N. obs.) Coef. (N. obs.)
CRIOLLOS E. L. -.1600* (4709) -.0752* (13415)
Lengua Q+A
< 50 % -.0830 (346) -.0648* (11908)
≥ 50 % -.1652* (4363) -.1510* (1507)
≥ 60 % -.1664* (3813) -.1564* (1207)
≥ 70 % -.1700* (3401) -.1592* (1042)
≥ 80 % -.1759* (2371) -.1408† (528)
≥ 90 % -.1953* (949) -.1382 (185)
IDH (2003-2019)
0.1344-0.2822 -.1397* (1645) -.0407† (2487)
0.2823-0.4299 -.2022* (1423) -.0704* (4193)
0.4300-0.5778 -.1571† (321) -.0918* (2177)
0.5779-0.7255 (máx.) -.0212 (28) -.0617 (973)
CAND. ANTIELITE .8528* (2842) .5404* (8039)
Lengua Q+A
< 50 % .7963* (274) .5281* (7258)
≥ 50 % .8582* (2568) .6445* (781)
≥ 60 % .8546* (2140) .6144* (607)
≥ 70 % .8485* (1872) .6167* (540)
≥ 80 % .8257* (1167) .5006* (239)
≥ 90 % .8082* (290) .5197* (87)
IDH (2003-2019)
0.1344-0.2822 .9493* (1185) .6114* (1771)
0.2823-0.4299 .9216* (1045) .6581* (3069)
0.4300-0.5778 .8441* (251) .5885* (1603)
0.5779-0.7255 (máx.) .6427‡ (18) .5837* (631)

Fuente: elaboración propia. Datos de ONPE, JNE, Sulmont y Bazán (2011), Tuesta (s. f.), INEI (censos) y PNUD.

† P < 0.05

‡ P < 0.001

* P < 0.0001

Anexo 2 Coeficientes de correlación de Pearson para las variables porcentaje de voto a nivel provincial y tipo de candidato, con valores desagregados por periodos/años según áreas geográficas - Elecciones presidenciales peruanas de 1980 a 2021 (primeras vueltas) 

Candidatos / años Provincias
Sur andino Otras p. Andinas Costa
Criollos
1980-1990 -.1348* -.0904 -.0738†
2001-2006 -.0842† .0382 .2160*
2011-2021 -.2212* -.2076* -.1050‡
Antielite
1990 (AF) .4583* .2275* .2410‡
2006 (OH) .9507* .7484* .4719*
2011 (OH) .9245* .5407* .5626*
2021 (PC) .9063* .8256* .3233*

Fuente: elaboración propia. Datos de ONPE, JNE, Sulmont y Bazán (2011) y Tuesta (s. f.).

† P < 0.05

‡ P < 0.001

* P < 0.0001

Anexo 3 Modelos de regresión lineal: porcentajes de votos (variable dependiente) y tipos de candidatos en áreas geográficas seleccionadas. Elecciones presidenciales peruanas de 1980 a 2021 (primeras vueltas) 

Fuente: elaboración propia. Datos de ONPE, JNE, Sulmont y Bazán (2011), Tuesta (s. f.) e INEI (censos), procesados en Stata© v.13.

Recibido: 17 de Agosto de 2022; Aprobado: 01 de Noviembre de 2022

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