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Metáfora. Revista de Literatura y Análisis del Discurso

versión On-line ISSN 2617-4839

mrlad vol.5 no.9 Lima  2022

http://dx.doi.org/10.36286/mrlad.v3i6.138 

Reseña

Saravia, Daisy. Migración china y orientalismo modernista. Análisis en la revista Variedades (1909-1919). Lima: Ediciones MYL, 2021, 140 pp.

Saravia, Daisy. Chinese migration and modernist orientalism. Analysis in the magazine Variedades (1909-1919). Lima: MYL Editions, 2021, 140 pp.

Renato Robles Valencia1 
http://orcid.org/0000-0002-2288-8878

1 Universidad Nacional Mayor de San Marcos. renato.robles@unmsm.edu.pe

Hace poco más de un año de haberse celebrado el bicentenario del Perú, nuestro país tiene una deuda histórica con los descendientes de los migrantes chinos y japoneses, quienes propiamente son llamados en nuestro territorio bajo la denominación de tusan y nikkei. Parte de su cultura, indudablemente, ha nutrido nuestro gran crisol de tradiciones nacionales, donde se entremezclan distintos grupos étnicos como lo indígena, lo criollo, lo afro, y a toda esta mixtura se le agrega las tradiciones asiáticas.

De esta manera, con el afán exploratorio y con el propósito de dar a conocer parte de sus costumbres y orígenes, Daisy Saravia realiza un minucioso análisis sobre la representación de los chinos y los japoneses en la prensa peruana a comienzos del siglo XX en el territorio nacional.

Así, la exégeta presenta Migración china y orientalismo modernista, libro que a través de sus tres capítulos pretende evidenciar la representación subalterna del sujeto migrante chino, el cual ha sido estereotipado en la prensa y la literatura -según la filosofía positivista- como un sujeto decadente que debe ser disciplinado y excluido, ya que su presencia dificulta la consolidación del Estado-nación, proyecto que los dirigentes de la República Aristocrática (1895-1919) trataban de lograr en el Perú a inicios de la centuria pasada.

Con este objetivo, en el primer capítulo, Saravia realiza una aproximación al contexto inmediato donde el Partido Civil dominaba la escena económica y cultural del país, este último debe entenderse como un apéndice del primero. Además, la etapa de Reconstrucción Nacional (1884-1895) propició el arribo y el afianzamiento de las élites criollas, quienes, guiadas por la ideología positivista, intentaron insertar al Perú en la escena internacional, esto es, la misión de los civilistas era convertir al país en una sociedad moderna que se alinee al temprano capitalismo de Occidente.

Ante tal anhelo progresista, la presencia de los chinos, quienes llegaron en dos olas migratorias -la primera data desde 1849 hasta 1874, y la segunda se registra a partir 1890 y finaliza en 1930-, supuso un obstáculo para conseguir tal misión. Paradójicamente, la filosofía positivista, que era la abanderada del progreso material, supo trasladar el racismo colonial hasta la era republicana de una manera soterrada y, en muchos casos, explícita. Claro ejemplo de ello es la configuración física del chino como un sujeto enclenque, con uñas sucias, cabellera rapada que solo posee una larga cola de pelo, un aspecto enfermizo, andar afeminado y mirada atontada.

Del mismo modo, la denigrante descripción física se refuerza con la personalidad del migrante asiático, el cual es propenso a la falta de higiene y gusta de vicios como el opio o las apuestas. En resumidas cuentas, el chino es visto como un individuo decadente en cuyo cuerpo radica la inmoralidad. Tal discurso es expresado por las élites en los ambientes intelectuales y se plasma también en las páginas de los diarios como El Comercio, La Prensa, La Crónica y la revista Variedades. Sobre todo, esta última es enfática al referirse a los culíes como «el peligro amarillo».

En el segundo capítulo, Saravia analiza con ahínco Variedades y logra advertir que existe una ligera diferencia en el tratamiento de los chinos y los japoneses: los primeros son vistos como una sociedad que se aísla del influjo civilizador de Occidente y, por ende, son calificados de bárbaros; los segundos, por su lado, se encuentran en un proceso de apertura comercial y cultural respecto a las potencias occidentales. De tal modo, los japoneses están adscribiéndose a la escena internacional y, sobre todo, experimentando un difícil proceso de democratización social con la finalidad de lograr la instauración de un gobierno republicano.

Por otra parte, la investigadora también reconoce que pese a las diversas posiciones políticas de los periódicos -algunos diarios (El Comercio) compartieron una postura conservadora, a diferencia de otros (La Prensa, Fray K Bezón, Los Parias y La Protesta) que mantuvieron una oposición hacia el oficialismo-, todos coincidieron en el rechazo hacia la migración china, ya que dichos individuos eran considerados agentes del retraso.

Además, Saravia manifiesta que, en la literatura, el orientalismo es descrito desde una mirada exótica que, si bien presenta la belleza de la naturaleza o una suerte de filosofía espiritual, veladamente posiciona a Asia como un territorio que no va acorde con los avances tecnológicos de Occidente. En ese orden, el continente amarillo es visto como una colonia de las potencias occidentales y su legitimación se da a través de la literatura.

Finalmente, en el tercer capítulo, la investigadora utiliza los fundamentos de la narratología propuestos por Gérard Genette en Figuras III para analizar las crónicas publicadas en Variedades. De esta manera, Saravia evidencia que los chinos, en las notas de dicha revista, son exhibidos como adictos al opio o a las apuestas; esto se advierte con claridad en los títulos “Huyendo del humo de Asia” y “El juego en Lima”, donde se describen ambientes decadentes y conductas antihigiénicas que muestran el retraso de la sociedad china. En consecuencia, se establece una proximidad entre espacio e individuo (ambos son inseparables); asimismo, se mencionan algunos postulados de la degeneración hereditaria, por ejemplo, el consumo de opio, vicio que puede perpetuarse a través de las generaciones y que representa un atentado contra el progreso nacional.

Sumado a ello, características como la impulsividad y la agresividad también son propias de los sujetos chinos, según se asevera en “La raza china”, crónica que combina la admiración por las artes marciales de Asia con el determinismo social, puesto que la alusión a la raza y las cualidades inherentes a esta son una clara demostración de tal pensamiento. Esto, desde luego, se complementa con la configuración del culí como un otro que se resiste al proceso disciplinario de la modernidad: su fuerza y agresividad transgreden el orden público.

En la misma línea, la ruptura de las normas sociales posibilita encajar al chino como un individuo que se ubica en los límites de la legalidad, pues su carácter irracional y violento lo hace propenso a cometer crímenes. De allí que la lucha china sea un medio de expresión de tales impulsos que no pueden ser controlados, es decir, los asiáticos son sujetos pasionales antes que seres racionales como los criollos.

De similar manera, la crónica “En el teatro y barrio chino” expone la configuración del espacio poblado por los chinos como un ambiente marginal. La atracción por el evento que se llevará a cabo en este lugar es solo una excusa para mostrarnos al cuerpo del chino como espectáculo, esto es, el migrante asiático se posiciona como un abyecto o alguien que causa repulsión, pero al mismo tiempo atrae y fascina porque evade las reglas sociales. Por esta razón, al principio de la crónica, el narrador rememora algunas escenas del teatro chino donde se ve a los culíes fumando opio, realizando apuestas o emborrachándose con vino.

En conclusión, Saravia demuestra que el chino personifica el atraso material, las conductas inmorales y las prácticas antihigiénicas, características que atentan contra la consolidación del Estado-nación que anhelaba lograr la élite criolla, puesto que, tras la derrota en la Guerra del Pacífico (1879-1884), los dirigentes nacionales evidenciaron las debilidades del país: la inestabilidad política -cuya causa principal fue el caudillaje-, la falta de un ideal que una al Perú sin importar las razas o los grupos étnicos de sus habitantes, y la corrupción que se vivió durante la Prosperidad falaz fueron los factores primordiales que llevaron al fracaso en la contienda militar contra Chile.

Por tal motivo, los dirigentes civilistas, apoyados en el credo del positivismo, sostuvieron la necesidad de que sus ciudadanos se conviertan en hombres fuertes que pudieran proteger su territorio, pero la interrupción de los migrantes chinos impedía o, mejor dicho, dificultaba conseguir tal objetivo.

Dicho todo lo anterior, Migración china y orientalismo modernista (2021) de Daisy Saravia se posiciona como un estudio que evidencia las tensiones sociales que tuvo que atravesar el Perú para lograr delinear una idea de nación. Además, esta obra, desde su contextualización hasta el modo en que desarrolla el análisis de las crónicas, nos permite dialogar con aquellas voluntades marginales -los llamados otros o abyectos-, categoría que en la escena política latinoamericana actual ha cobrado un fuerte protagonismo.

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