1. Introducción
Voy a precisar1 el entronque del lunfardo en las palabras del castellano peruano, para que se vea el alcance de la ósmosis léxica entre niveles de lengua parecidos, ya que el lunfardo mismo ha recibido múltiples palabras de origen peruano o compartidas con las de las jergas peruanas, sobre todo por la vía del quechua. Esta conexión no ha sido, a mi juicio, debidamente explicitada en estudios anteriores, pese a la variedad de estudios habidos (véase apartado 4); tampoco se ha hecho suficiente hincapié en el análisis socio y psicolingüístico de los recursos compartidos por las jergas y los niveles de despliegue de estas entre grupos afines en donde la propagación léxica es verdaderamente eficaz.
Antes de ofrecer las distintas relaciones entre dialectos sociales afines, quiero precisar el sentido de jerga en general y de replana en particular en este ensayo. Para ello me voy a referir directamente a Calvo (2014, p. 464), donde se lee:
Antes de seguir con el tema conviene aclarar que estamos ante un gran conjunto de denominaciones genéricas que no siempre están bien diferenciadas y que por ello inducen a error. En primer lugar, hay que destacar el lenguaje de replana, conocido anteriormente como cantuja y modernamente como jeringa (una deformación de jerga por aproximación metafórica provocada por la paronimia), que son los nombres que registra en el Perú el lenguaje de la jerga delincuencial. La jerga domina sobre lenguaje del hampa, puesto que afecta a más colectivos. El argot además se aplica a los campos científicos o artesanos, cuyos expertos emplean un lenguaje especial, por supuesto más duradero que el de la jerga, que es efímero en la mayoría de los casos. El lenguaje argótico nace por necesidad y para expresarse con mayor rigor (jerga profesional); el jergal, porque el grupo que lo conoce lo usa en el grupo de pertenencia para aislarse de los demás, como un lenguaje críptico (jerga social). En ocasiones los dos términos se hacen sinónimos: en cuanto que el lenguaje de un grupo se considera despectivo o difícil de glosar, el argot se convierte automáticamente en jerga. Eso implica, además, que una cosa son los términos científicos de una profesión (por ejemplo, flebitis ‘inflamación de las venas’ en Medicina) y otra las jergas, a su vez populares de esos mismos oficios o profesiones (yuyo ‘pelo del pubis’). Por su parte dialecto, idiolecto o basilecto son términos que tienen que ver con la extensión geográfica de un modo de hablar, no con una variedad social baja que convive con otras cuyos registros difieren (culto, estándar, coloquial, familiar, popular, vulgar…). Por otra parte, el lenguaje del hampa o el carcelario (delincuencial) son subconjuntos de las jergas sociales del lenguaje de registro bajo, así como el lenguaje de la droga. De este modo, tenemos dos campos en los que el segundo se bifurca también en dos: DIALECTO // JERGA → JERGA1 → HAMPA → CÁRCEL = REPLANA / JERGA2 → ARGOT. Los sinónimos en este campo son muchos: lo que en el Perú es replana, en Argentina es lunfardo, en España germanía y jerigonza, en México pachuco, etc., que se comportan a modo de registros particulares dependiendo de cada lugar. Por su parte, algunos autores se valen también de la palabra caló (como Bastos 1957), que no es otra que la lengua de los gitanos; esta lengua se compone de léxico real de la lengua indoeuropea que hablan ya muy precariamente los gitanos, además de toda esa serie de elementos jergales que le otorga el pueblo a este grupo social marginado.
La manera de darse un respiro léxico en estos dialectos sociales fue la de alterar los finales de palabras (hambrosio, felpudini) y principalmente la de subvertir estas con el vesre: ese cambio silábico de checo por ‘coche’ o chopin por ‘pincho’, que amenazaba como un virus con duplicar el lenguaje. Y así es: cada palabra puede ser modificada o revertida sin más, con una especie de dupletismo que resulta gracioso, pero también cargante, aunque hay que reconocer su valía para dar matices afectivos o despectivos a los términos creados por estos medios, además de servir de careta con que ocultar los significados de los mensajes. En estas cuestiones los objetivos entre los usuarios del lunfardo argentino y de las jergas peruanas son comunes.
2. Quechuismos en el lunfardo
Las palabras y usos del lunfardo de que se sirve este trabajo han sido recopilados, a partir de la lengua oral y sobre todo de repertorios lexicográficos sobre la jerga argentina. En referencia a este tema, en Conde (2010a) aparecen como entradas léxicas los siguientes quechuismos según la investigación realizada para este artículo, en que ni son todos los que están ni están todos los que son: achumarse, cacharpas, cache, cancha, catanga, chala, charcón, chasca, che, chicche o chichi, china, chinchulines, chuchi, chucho, chusas, engañapichanga, guacho, guampa, guarango, guarapo, guasca, macharse, mate, nana, ñaupa, ojota, opa, pasparse, payana, payo, pochoclo, poronga, porro, pucho, pupo, quincho, tambo, tipa, vizcacha, vica y zuncho. Se trata de un conjunto de 41 voces, nómina que se ha reforzado con los aportes de zonas geográficas argentinas que hablan o han hablado quechua: provincias de Santiago del Estero o Jujuy, esta última más influenciada por el quechua boliviano. Precisando más -pues el autor desconoce el quechua-, del conjunto de las voces anteriores, hay un pequeño número de ellas que no son quechuismos o ni siquiera argentinismos directos, sino hereditarios: me refiero a che (voz española o bien proveniente del italiano: < cioè < ciò + è ‘eso es, por ejemplo, o sea’), guarapo (voz relacionada con jarabe y sirope, del árabe hispánico), payo (el sempiterno opuesto al gitano, que procede del castellano o gallego Pelayo), porro (< cast. porro, en el sentido de ‘algo que tiene porra’2) o zuncho (< cast. zuncho o suncho, donde el argentinismo sunchar es ‘punzar’). Charcón, por su parte, es voz castellana, como delata en sufijo aumentativo -ón, pero en origen procede del quechua charqui ‘carne seca’, voz que se registra tempranamente para esta lengua (Santo Tomás, 1560), en contra de la opinión de Corominas y Pascual (1980-1991) que tenían esta palabra, erróneamente, como de procedencia lusa o árabe.3Engañapichanga es mixtura americanista (compárese con engañabobos de igual significado), con una segunda parte que se origina en el quechua, al igual que pochoclo ‘maíz tostado’, que al final poco tiene que ver semánticamente con el quechuismo choclo. Conde (2010a) desconoce cancha, aplicado a este campo etimológico (< q. ayacuchano kamcha4). Finalmente, *vizcacha, como ‘bizco’ y no en referencia a cierto roedor de cola larga, Lagidium viscacia, no es un quechuismo: es un castellanismo mal interpretado -debería escribirse bizcacha, como derivado de bizco que semánticamente es-, que tiene un remoto atractor quechua, vizcacha o viscacha, que ya documentaba Santo Tomás (1560); en DiPerú (Calvo et al., 2016), la Academia Peruana de la Lengua opta por escribir estas palabras homónimas o paranomásicas con arreglo a la ortografía etimológica de su generación y no respecto al atractor secundario.5 A esta lista, Conde (2011) añade paica ‘mujer joven, que deriva a ‘mujer que abre las piernas (< q. pallqa o p’allqa ‘horqueta’), quechuismo un tanto dudoso con ese significado.
El número de quechuismos en el lunfardo, aunque menor en la nómina de Conde (2010a), por las excepciones halladas, de los que él sugiere, se incrementa por otro lado cuando se escrutan en su repertorio los supuestos quechuismos que el citado autor no ha logrado etimologizar. Me refiero, en concreto, a la veintena de ítems siguientes: achurar (< q. achura ‘ración de carne’), carpa (< q. karpa ‘toldo’, ya registrada por Santo Tomás, 1560), chaucha (< q. chawcha ‘inmaduro’), coca < q. quqa < aim. quqa ‘árbol’), guanaco (< q. wanaku, voz onom. < ?wanakuq ‘el que escarmienta; el incorregible’ es la segunda acepción, antagónica a esa, en la que el espín muestra lo que culturalmente se entiende como «guanaco» al modo de un insulto), guaso y guasada (‘grosero, incivil’ < q. wawsa ‘sodomita; polución’ < wawsay ‘masturbarse; cometer sodomía’), macana (< maqay ‘pegar, golpear’ + suf. instr. -na6), ñaña (< q. ñaña ‘hermana de mujer’), pampa (< q. panpa ‘llanura’, la misma que da nombre a una extensa zona geográfica de Argentina), picana (< cast. picar + q. suf. instr. -na7), pichicho (< q. pichi ‘pequeño’ + el suf. -cho, frecuente entre los quechuismos), pilcha (< map. <pülcha> [pïlča] < q. pillchay ‘cardar’8), queco (< ?q. qikuy ‘embrollar’), tirifilo (< q. t’iri < t’iriy ‘remendar sacos, zurcir’, + cast. philu ‘hilo’), yuyo (< q. yuyu ‘hoja verde del nabo’) y zapallo y zapallazo (< q. sapallu ‘calabaza’) (Cf. Calvo en pr.). Entre las voces dudosas, no me parece quechua gaucho (< ?q. wakchu ‘pobre’), sino más bien voz mapuche (kawchu ‘soltero; libre, independiente’ < ?kachü ‘camarada, amigo íntimo’), aunque la cito por el hecho de que varios autores la han considerado quechuismo a lo largo del tiempo. Me resulta dudoso también gualicho y la voz derivada engualichar, dado que es una voz muy popular e inserta vivamente en la cultura de la pampa, de ahí que sea considerada con (cierta) razón voz tehuelche (< walichu ‘espíritu del mal’). No obstante, ¿puede existir un antecedente quechua o aimara en esta palabra? Fragmentada en sus dos partes fundamentales wali + -chu, el sufijo puede ser tenido por peyorativo o despectivo a partir del quechua y wali en alternancia con wari puede llevar al significado primigenio de los Andes Centrales: < q. wari ‘espíritu maligno’ < aim. wari ‘salvaje’, puesto que en lunfardo gualicho significa ‘hechizo dañino’ (Conde, 2010a) con menor concreción semántica que en tehuelche.
Estas palabras representan una cantidad reducida de los muchos quechuismos del castellano de Argentina. Ya en el s. XIX (Barcia, 2006) recogía el primer Diccionario de Argentinismos conocido, de autor desconocido, multitud de palabras del quechua como amancay, anucar, api, chachacoma, chingana, guatana, hichona, minga, muña, patasca o vicuña y así hasta más de un centenar (Calvo, en prensa).
3. Jergas y lunfardo en el castellano peruano
El preámbulo anterior sirve de escaparate para entender la relación entre lunfardo y quechua, un habla coloquial rioplatense y una lengua indígena prestigiosa en su momento y hablada en media docena de países, pero reducida hoy por cuestiones económicas, sociales y culturales a una triste marginalidad. En cambio, las jergas peruanas vienen a ser un buen compañero de fatigas del lunfardo, que se nutre de vocablos dialectales o jergales, habiendo tomado ambos argots palabras del quechua en tanto que lengua marginal o popular también en el conjunto apreciado. La cosa no puede ser más cruda: el quechua ha prestado al castellano al menos cuatro mil palabras (Calvo, 2009), pero fuera de algunas que han entrado al gran río del idioma (carpa, chacra, papa, llama, cancha...), otras se mantienen solo en el ámbito del contacto y en el desplazamiento de sus hablantes, como emigrantes a las grandes ciudades, en registros bajos de lengua.
Antes de nada, conviene recordar que más allá de las palabras o expresiones concretas entran en juego formas de componer léxico; es el caso del vesre, en que palabras usuales son alteradas silábicamente, o mejor invertidas, para construir otras nuevas como telo ‘albergue transitorio’ (< cast. hotel). Aparte de que el lunfardo se nutre de voces de los emigrantes de lengua italiana, francesa, portuguesa, guaraní o quechua, lo hace también del caló, antigua lengua de los gitanos hoy reducida casi solamente a un léxico diferencial y marginal, y por supuesto del mismo castellano. Los mecanismos son varios: cambios ortográficos, atractores con los que identificar las palabras y toda una sucesión de metaplasmos, ya por adición, ya por supresión de sonidos o sílabas, o ya por intercambio metatésico. Las palabras, además, no son neutras, sino que vienen cargadas de afectividad tanto positiva (apreciativos) como negativa (despectivos) o de evaluación en iguales términos: aumentativa y diminutiva. En eso coinciden las jergas peruanas y el lunfardo.
El DEPP (Calvo, 2014) registra los lunfardismos siguientes, con la etimología que los acompaña, la cual se discute en su lugar. Ello servirá para precisar mejor las fuentes de las que se nutren los sublenguajes de ambos países.
ajobar ‘emparejarse dos personas o animales’ (< lunf. ajoba < abajo, por vesre = «estar abajo»).
bacán ‘excelente’ (< lunf. baccan ‘patrón, padre, dueño de casa’ < gen. baccan < bacco ‘bastón’ + suf. aum. -án).
bachiche ‘inmigrante italiano’ (< lunf. Baciccia < gen. Batt{ista} ‘[Juan] Bautista’ + dim. -iccia; ¢ con el piam. bacicio ‘tonto’).
baratieri ‘de bajo costo y mala calidad’ (< lunf. baratieri < it. barattiere ‘estafador’; ¢ con cast. barato + suf. fest. -ieri / y con {Orestes} Baratieri «militar italiano»).9
barulo ‘cigarrillo de marihuana’ (< lunf. barulo < {ca}barulo ‘lugar de diversión nocturna’, con afér. < cabaret + suf. desp. -ulo).
bataclana ‘corista’ (< lunf. bataclana < Bataclán «sala de espectáculos de París» < Ba-Ta-Clan «nombre de una opereta de Offenbach»).
bulín ‘prostíbulo’ (< lunf. bolín < it. jerg. bolín / bulín ‘cama’).
cachirulo ‘coito que sigue ininterrumpidamente a otro coito’ (< esp. cachar + suf. fest. -irulo; ¢ con lunf. cachirulo ‘tonto, ingenuo’).
caficho ‘rufián, persona que prostituye a otra persona y controla sus ingresos’ (< lunf. cafisho < cafishio < gen. cafiscio ‘rufián, explotador de mujeres’).
cana ‘cárcel’ < lunf. cana < fr. argótico canne ‘policía <que usa bastón>’ / < it. canna ‘bastón <para pegar al delincuente>’).
capo ‘persona que sobresale por su inteligencia o habilidad’ (< lunf. capo < it. capo ‘cabeza <aplicado a los jefes de la mafia>’).
charcón ‘delgado, flaco’ (< lunf. charcón < charqui + suf. aum. -ón, siendo charqui ‘carne salada y seca al sol y al aire’ < q. ch’arki).
¡chau! ‘¡adiós!’ (< lunf. chau < it. ciao).
chizito ‘bocadito de maíz con sabor a queso’ (< lunf. chizito < Chizitos, marca comercial < ingl. cheese ‘queso’).
dorima. ‘esposo, marido’ (< lunf. dorima < marido, con metátesis festiva, por vesre).
fercho ‘conductor de transporte público’ (< lunf. fercho < chofer, por vesre).
fulmine ‘cenizo, gafe, que trae mala suerte repentina’ (< lunf. fúlmine < Fúlmine «personaje de historieta de Guillermo Divito, en la revista Rico Tipo, cuya presencia fulmina a los demás», ¢ con fulminar).
funcar ‘hacen las funciones que le son propias’ (< lunf. funcar ‘obrar acertadamente’ < func{ion}ar, con síncopa; ¢ con fungir).
garca ‘homosexual’ (< lunf. garca{dor} < cagador ‘el que caga’, por vesre).
gil ‘tonto, sonso; enamorado’ (< lunf. gil < caló jili ‘inocente, cándido’; ¢ con Gil, «n. pr.»).
grone ‘de piel negra o muy oscura’ (< lunf. negro, metát. sil. por vesre).
jerma ‘mujer, compañera sentimental’ (< esp. mujer, con metát. < jembra ‘hembra’, ¢ con lunf. jermu).
jeropa ‘persona que se masturba’ (< lunf. jeropa, euf. < pajero, por vesre).
lompa ‘pantalón’ (< lunf. lompa, por vesre < pa[nta]lón, con metát. y sínc.).
luca ‘moneda de un sol’ (< lunf. luca ‘billete de mil pesos’ < git. luca ‘peseta’ < {pe}luca, con afér.; ¢ con Lucas, «n. pr.»).
mancada ‘operativo policial en que se incauta mercancía ilegal’ (< lunf. mancar < it. mancare ‘fracasar’).
mango ‘dinero’ (< lunf. mango ‘peso’ < port. mango «cierta moneda» < ?git. mangar ‘robar’, voz probablemente sáns., cuyo significado original es ‘mendigar’).
manyar ‘entender’ (< lunf. manyar ‘comer’ < it. mangiare ‘comer’).
marraqueta ‘pan pequeño crujiente por fuera y esponjoso por dentro’ (< fr. Marraquet; ¢ con marroqueta < lunf. marroco ‘pan’ < it. jerg. maroc ‘pan’ < git. manró ‘pan’).
matrero ‘fugitivo; ladrón de ganado’ (< lunf. matra ‘frazada, cobertor, que se coloca a la caballería’ + suf. ag.-ero).10
mina ‘prostituta; mujer, especialmente como objeto sexual’ (< it. jerg. mina ‘mujer’ / < port. menina ‘niña, muchacha’).
mineta ‘succión de los órganos genitales con la boca’ (< lunf. mineta < fr. minette ‘gatito’, ¢ con mina ‘mujer’ - ‘lugar de extracción de mineral’, + suf. dim. -eta).
misio ‘pobre, que no tiene lo necesario para vivir’ (< lunf. mishio < it. misero / gen. miscio ‘pobre’ < lat. mĭser, -ĕra, -ĕrum ‘desgraciado’; ¢ con ?misio{nero}, por trunc.).
monfu ‘fumador de droga’ (< lunf. fumón, con vesre).
monra ‘robo que se realiza rompiendo las cerraduras de las puertas o escalando paredes’ (< lunf. monra < Ramón «n. pr.», por vesre).
ñataza ‘nariz, por lo general la ancha o aplastada’ (< lunf. ñata < piam. gnato ‘romo’).
ñorsa ‘mujer casada; mujer adulta’ (< lunf. ñorsa < ñorse ‘señor’ + fem. -a, por vesre, en fem.: = «señora»).
orto ‘ano’ (< lunf. orto < it. orto ‘huerto, jardín’, relacionado con gr. ὀρθος ‘recto, derecho’).
ortega ‘ano’ (< lunf. orto + suf. fest. -ega, ¢ con Ortega «n. pr.»).
paparulo ‘simple, crédulo’ (< lunf. paparulo < papar ‘comer’ + suf. hum. / desp. -{r}ulo¸ ?¢ con paparote).
pituco ‘de clase social alta’ (< lunf. pituco < pito ‘flauta; pitillo’ + suf. desp. -uco / < ?Pituca «n. pr., relacionado con Pilar, posible ¢ con el q. pay tukuq < pay tukuy ‘envanecerse, blasonar’).
quilombo ‘barullo’ (< lunf. quilombo ‘prostíbulo’ < bantú quimbundo kilombo ‘escondite de esclavos fugitivos; población, aldea; casa de guerreros’).
ranfañote ‘dulce cocido a base de trocitos irregulares, bañados con miel de chancaca’ (< lunf. ranfaña ‘raído, sucio’ < gallego rafa ‘miseria’ con epént. + suf. relacional -ña, + cast. suf. desp. -ote).
rascuache ‘ordinario, de mala calidad o de poco valor’ (< mex. rascuache; ¢ con lunf. rascabuche ‘indigente’, con sínc. y metát.). Y también rascuacho ‘inservible; desaliñado’ (< rascuache),
rioba ‘distrito de una ciudad’ (< lunf. rioba < barrio, por vesre).
saraca ‘ladrón de pertenencias que se llevan en el bolsillo’ (< lunf. saraca < napolitano saraca ‘sardina’ < ár. sarqa ‘robar’; ¢ con sacar).
sharuto ‘cigarro hecho con hojas de tabaco amazónico’ (< ?lunf. sharuto < port. charuto ‘cigarro puro’).
socotroco ‘golpe en el rostro, con algo contundente’ (< lunf. soco + troco, voces onom.).
tombo ‘policía’ (< lunf. tombo < botón; por vesre).
vidú ‘vida, biografía’ (< lunf. vidú < vida + suf. fest. -ú, relacionado con vidu{rria}, con truncamiento, alternativo de vidorra; ¢ con Bidú [Cola], marca comercial).
yorugua ‘uruguayo’ (< lunf. yorugua < yo-uru-gua < uruguayo, por vesre; ¢ desp. con yoruba «tribu africana»).
Son más de 50 ítems, en número por tanto parecido al de quechuismos en el lunfardo, lo que no pasa de ser casual. De ellos, 12 se han formado por vesre, 13 provienen del italiano, 4 del genovés (gen.), 4 del francés (fr.), 2 del portugués (port.), 2 del piamontés (piam.), 1 del árabe (ár.), 1 del caló y 1 del napolitano (nap.); además, 8 se forman a partir de nombres propios en situación generalmente anecdótica y 4 más son africanismos. Lo demás lo ponen los tropos (metátesis, síncopa, aféresis, etc.), el lenguaje onomatopéyico, de carácter icónico, el lenguaje a analógico por atractores y cruces (¢) y el festivo, aquel que siempre se deforma por vía lúdica. Marginalmente, cachirulo quizá no sea lunfardo como fuente inmediata etimológica, pero parece seguro que es un vocablo que ha podido ser atraído por este.11 Es curioso también el caso de charcón, que pasa del quechua como charqui y regresa al castellano peruano a través del lunfardo.
4. Extensión de las jergas e invasión de nuevos espacios
En múltiples ocasiones el lenguaje de germanía rebasa el campo oral de ciertos grupos sociales y llega a la prensa, por ejemplo, o bien, en épocas antiguas y modernas, a la literatura. La prensa llamada chicha presta constantes ejemplos de ello. En la literatura, Quevedo no se privó de este lenguaje, como en sus jácaras (López, 2007b) y así aportó conjuntos de palabras sobre temas comunes, como el C.S. de la prostituta, donde además de pelota tenemos: barragana, buscona, cobertera, coima, concubina, cortesana, daifa, germana, gusarapa, manceba, marquiza, piltraca, ramera, recoleta, regatona, sellenca, sota, tomajona, tributaria, trucha, tusona, yegua… y muchas más. Algunas de ellas son de uso actual como buscona, concubia o cortesana y en Perú existe coima para ‘soborno’, aunque es posible que la voz sea la misma que para la mujer que vende su cuerpo (< port. coima ‘multa’ < lat. calŭmnia / < ?ár. quwáȳma ‘precio, valor’) (Calvo, 2014); la voz aparece ya en la primera parte de El Quijote. El lunfardo argentino, con el que cotejamos la replana y otros registros sociales peruanos, también se despliega en la literatura y en la música, siendo pródigo en el tango. Roberto Arlt, en su novela El juguete rabioso (1926), y Jorge Luis Borges, en su cuento Hombre de esquina rosada (1935), reflejaron en concreto este ambiente en palabras como cachado, cana, chamuchina, chorro, espamento, guita, leonera, malevito, milonga, otario, quilombo, rajar, turro… Conde (2010b) se hace largo eco del gusto argentino por la inclusión del lunfardo en la literatura. Por su parte, en el Perú, son muchas las obras en que se proyectan las voces de replana; por aludir a una sola de ellas, por su fama, citaré Barrio de Broncas de José Antonio Bravo (1971).
La obra ofrece (Foley, 1981) adjetivos como acusete, locuciones como agarrar viaje, dar buen caldo y por las puras, aimarismos como alpaca y el más ortodoxo carapulca (hoy sustituido por carapulcra) o quechuismos como anticucho, charqui, choncholíes, chullo, huaca, panca, quincha, yapa, yuca y, en general, expresiones de uso actual que han ido insertándose sin barreras en el lenguaje coloquial y familiar: arruga ‘deuda’, breque ‘freno’, o el más antiguo caín ‘caído en desgracia’ o el desvengonzado conchudo y el más desvergonzado todavía gramputear. Todavía Foley recoge cebiche como voz de replana, lo que hoy parece extraño, y acusa chamullar ‘hablar, conversar’, una voz caló que entró antes al lunfardo. Las voces chalaca y chimpún penetran desde el fútbol y la polisémica cholito ‘ingenuo’ no podía faltar en una de sus múltiples acepciones. Del sexo entra chuchumeco ‘rufián’, y por aféresis, meca ‘prostituta’, ñoco ‘vagina’ (que es voz invertida <coño < lat. cunnus) y papita, voz metafórica con el mismo referente; también el piropo mamacita y, para no dejar fuera los atractores, manuela es ‘masturbación’, lo mismo que volar cometa, ahora como locución verbal, o fónicamente servilleta es ‘sirvienta’. Para una bebida, se dispone de un gentilicio: chilcano. Como infaltable vesre, lorcho por ‘cholo’ y merco por ‘comida’ son dos muestras. Una metáfora se concentra en fosforito ‘exaltado’ y otra en mermelada ‘dinero’, siendo animalizadora sapo ‘astuto’ y cosificadora trapo ‘golpeado’. Hay metonimia en estampillas ‘pegajosas’, una sinécdoque en la sin hueso ‘la lengua’; y la sinonimia se asoma a pomo ‘botella’. Una apócope se aprecia en forajas ‘forajidos’ y otra en por siaca (‘por si acaso’). Anglicismo es luquear (< to look ‘mirar’) y punche (< punch ‘fuerza’). Macuco ‘robusto’ penetra como tantas otras voces desde el español peninsular y es voz de América del Sur también presente en la obra de Bravo, al igual que picarón, cuyo sabor dulce invita a pensar en el clásico pícaro, o pindinga ‘situación embarazosa’ que lo hace al verbo pender. Un eufemismo se lee en guardar ‘encarcelar’ y gila ‘tonta’ es voz disfemística, compañera de gil. La interjección vibra en juácate por el ruido de la cachetada y produce asombro en ¡pucha! Foley da como étimo de guarique la voz del español antiguo guarir, idea que recoge luego Martha Hildebrandt (1969), poco amiga de recoger quechuismos o palabras tan soeces o supuestamente tan bajas. Vaina es ‘asunto difícil, problema’, algo más complicado y molesto que el beneficio que produce; y por que el humor no falte, vegetales son los ‘viejos’ y vomitar ‘hablar algo reservado’, en forma de caricatura. Para llevar la contraria, en fin, a todos los americanismos, pendejo ‘oportunista, vivo’ era ya voz positiva en el Perú.
5. A modo de conclusión: un poco de historia
Como complemento a las observaciones que anteceden, conviene precisar que las voces marginales en general, o de origen delincuencial en particular, en el castellano peruano han sido tema favorito de muchos lexicógrafos o simples recopiladores de formas (Arrizabalaga, 2017, nota 32). Baste con recordar (Calvo, 2018, § 4.1.4.4.) que el estudio de argots y jergas se inició de manera rotunda con Benvenutto Murrieta (1936), para quien este nivel de lenguaje no es sino una burbuja o bolsa social […] de uso restringido, con múltiples fuentes lingüísticas: quechua (puras: choccha, huminta, pachamanca, sachahuallpa, o mixtas: jachacaldo, misquirichir, gatera, pachamanquear), aimara (qarachi y purush) y otras lenguas extrajeras (huaba, huayaba, racacha, chinguirito, buffet, bar, chinchibí, queque, súnguchi, pulenta, menestrón, bitter, fariña, chaufa); literarias, como metáforas (rabanito ‘comunista criollo’); o temáticas, como las voces de gastronomía que también incluye (bien me sabe, caramanduca, caucau, come y calla (< comecallan, cruzado con etimología castellana), frutillas, huatia, muña, ñajú, olleta, pío nono, pulpaya, tumbito, así como derivados como matancero, almuercero, chanchero, picantear).
Esta jerga se caracteriza sobre todo por el vesre (grone por ‘negro’), metáforas caprichosas o si se prefiere insospechadas (cáncamo por ‘cigarrillo’), sufijos festivos (rufino por ‘rufián’), etc. como ha señalado Alcocer (2012). Estas son las mismas «armas» de que se vale el lunfardo, aunque los términos en los que recaen los cambios no sean siempre los mismos. Como entradas, grone y rufino son dos coincidencias, detalles que muestran que la relación entre replana y lunfardo es antigua, lo cual no implica necesaria coincidencia. Por ejemplo, jeringa es ‘fastidioso, molesto’ en lunfardo y en el Perú nombra a la propia jerga delincuencial; yuyo es ‘marihuana’ en Buenos Aires y ‘pendejo, pelo del pubis’ en Lima. Los lenguajes del hampa y los de grupos sociales menos delincuenciales o simplemente de clases populares tienen en común muchos hábitos y hasta vocablos comunes (recuérdense las voces comunes de un conocido título de Guadalupe, 1994: faites y atorrantes), pero no necesariamente se identifican como una lengua supraestructural o vehiculadora de intereses comunes (Trejo, 1968, Pérez Guadalupe, 2000).
La segunda mitad del siglo XX aglutina una larga serie de trabajos sobre las jergas peruanas (Bonilla, Samaniego, Pino, Quirós, etc.) y más tarde, hacia finales de siglo, algunos más (Ramírez, Larco y otros). En Bonilla (1956), batán es ‘culo’ y bata, ‘estómago’, en exclusiva peruana; pero bobo es el ‘reloj’ en coincidencia de registros, lo mismo que boludo ‘tonto’, de uso tan absolutamente frecuente en Argentina; boche ‘pendencia’, por su parte, se relaciona de cerca con la jerga de Chile. Bastos (1957) muestra el lado arequipeño de la jerga en que abunda igualmente el vesre (llobaca es ‘caballo’ como en lunfardo, aunque samica por ‘camisa’ es exclusivo) y la metáfora desaforada (automóvil es ‘mujer bonita’ y cáscara, ‘ropa’, allí donde en lunfardo no pasa de significar ‘apariencia, pose’) o la deformación caricaturesca (gordimio por ‘gordo’); de origen quechua son pocos los términos que recoge Bastos: uno es huáscar ‘verga para pegar’ (compárese con huasca ‘soga’ del lunfardo) y otro, dudoso, como guasamaya ‘pene’ (con raíz común al lunfardo guasada ‘dicho torpe o chabacano’). Pino (1968) es sin duda la mejor recopilación de limeñismos de su época, la cual tiene como virtud premonitoria que los vocablos recogidos en ella parecen de hoy mismo, pese a la volatilidad de las jergas: palomilla es ‘chiquillo travieso’, pata ‘amigo’ y pachamanca ‘desorden’, pero hay que aclarar que, en su listado, la mitad aproximadamente de las palabras recogidas son de uso general dentro del registro coloquial y no simplemente jergales.
En el último tercio de siglo XX destaca la recogida de material hampesco o próximo a él de Bendezú (1977), una obra con más de 7000 entradas, aunque algunas de ellas son simples acepciones de uso, como en renacuajo (‘estudiante de colegio vespertino’, ‘sujeto de baja estatura’, ‘mozalbete’), una metáfora animalizadora, por demás, como otras muchas de este tipo de registros (recuérdese el lunfardismo trucha ‘rostro’, que no coincide con el peruanismo ‘inconsciente’). Bendezú sí que recoge quechuismos en su listado como huasca (‘borrachera’), huato (‘corbata’), huayco (‘vómito’) o huayruro (‘guardia civil’), este último por paronomasia, los cuales son tenidos como sustratísticos por el autor (p. 22). En cambio, muchos términos del argot o replana son invenciones llenas de creatividad en el plano fónico: ayayero, lorito o a la volástica, o en el semántico: metal, cachimbo, mancha; en este caso, una voz como violín ‘violador’ implica solo cambio morfológico para adaptarse por homonimia a otra palabra del léxico común que nada tiene que ver en el significado humorísticamente otorgado.
Otros autores de esta época siguen recogiendo vocablos de jerga en los que se perciben los múltiples caminos que siguen los dialectos sociales vulgares o populares: almanaque ‘año’ en Ramírez (1995) es una metonimia, graciela (que no <Graciela>), por ‘gracia’ en Larco (2000) es voz parasitaria, aquella que se apoya en un atractor con el fin de acoplarse a una nueva acepción, una especie de virus gracioso -nunca mejor dicho- que no letal; soroche en Carrión (1977) por ‘mareo por la altura’ como voz quechua acoplada ( < q. suruchiq ‘el que hace gotear’ < suruy ‘salir a gotas’ + suf. caus. -chi + suf. act. -q) es voz generalizada al resto de dialectos sociales del Perú; cutato, en fin, de Romero (1988), con el significado de ‘negro’, es un africanismo que podría correlacionarse con otros de similar procedencia del lunfardo, como quilombo o munyinga. Estos caminos no son nuevos en la historia de las jergas, pero son siempre efectivos y sorprendentes, una razón más para aproximar lunfardo y jerga criolla como hermanos de distintos padres.
En el siglo XXI, remiten un tanto en el Perú las recopilaciones de replana o registros afines, lo que no quiere decir que los lazos con el lunfardo desaparezcan, pues son muchas las vías, entre ellas las de las redes sociales, las que permiten dar buenos augurios a su desarrollo conjunto. Destacaré a Hevia (2008) o Arana (2011). Ahora lo que sucede es que las recopilaciones suelen especializarse en temáticas concretas como las voces de los cambistas de dinero, de la prensa sensacionalista o las jergas juveniles, pero en todo caso, los recursos son los mismos: juegos con el atractor, como naranjas por ‘nada’ o alacrán por ‘ala’ (‘olor de sobaco’ por disfemismo); recortes por truncamiento, como seco ‘secuestrador’; recursos escatológicos o afines, como anexo por ‘ano’ (al igual que aro, anillo, asterisco…); vulgaridad expresiva o disfemismos, como analfabestia ‘analfabeto’ o alcachofa ‘alcahuete’; traslación temática, como en ampay por ‘¡descubierto!’; y siempre, siempre, el vesre, como ñoba por ‘baño’, idéntico al lunfardo. ¡Cómo no!12