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Boletín de la Academia Peruana de la Lengua

Print version ISSN 0567-6002On-line version ISSN 2708-2644

Bol. Acad. peru. leng.  no.71 Lima Jan./Jun. 2022  Epub June 23, 2022

http://dx.doi.org/10.46744/bapl.202201.001 

Artículos

Miguel de Estete: por el Qhapaq Ñan de los incas y los finos puentes colgantes

Miguel de Estete: along the Incas’ Qhapaq Ñan and the fine suspension bridges

Miguel de Estete: en suivant le Qhapaq Ñan et les délicats ponts suspendus

1Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú ocoelloc@unmsm.edu.pe

Resumen:

El presente artículo estudia uno de los textos más importantes con los que se inicia la prosa castellana en el Perú: el relato de Miguel de Estete en pos del santuario más grande de la mar del Sur, Pachacámac. En un momento en que la historia era un género literario, este trabajo examina los lugares artísticos del discurso narrativo de este singular escritor. Sin duda, su texto fue la primera visión detenida del esplendor del país andino y de su alto desarrollo cultural.1

Palabras clave: Perú; siglo xvi; Miguel de Estete; Pachacámac

Abstract:

This paper studies one of the most important texts which marks the beginning of Spanish prose in Peru: the story of Miguel de Estete in pursuit of the greatest sanctuary of the South Sea, Pachacamac. At a time when history was a literary genre, this work examines the artistic places of the narrative discourse of this singular writer. Undoubtedly, his text was the first detailed vision of the splendor of the Andean country and its highly developed culture.

Key words: Peru; Sixteenth century; Miguel de Estete; Pachacamac

Résumé:

Dans cet article nous étudions un des textes les plus importants parmi ceux qui marquent les débuts de la prose en espagnol au Pérou : le récit de Miguel de Estete, à la recherche du plus grand sanctuaire des mers du sud, Pachacámac. À un moment où l’histoire était un genre littéraire, notre recherche étudie les lieux artistiques du discours narratif de ce singulier écrivain. Sans doute, ce texte fut la première vision attentive de la splendeur du pays andin et de son grand développement culturel.

Mots clés: Pérou; XVIe siècle; Miguel de Estete; Pachacámac

1. El autor y el texto

1.1. Miguel de Estete

El escritor Estete tenía solo veinticinco años cuando participó en la toma de Cajamarca. Era noble, hidalgo de Santo Domingo de la Calzada. Dice Raúl Porras que cuando se regresó a España llevó 28,100 pesos de oro (cerca de 130 kilos2) y 1650 marcos de plata, de los cuales Carlos V -para sus guerras- le hizo embargar 6,482.975 maravedís, tal como lo hizo con otros conquistadores que regresaban ricos del Perú (Porras, 1986, p. 106). Pizarro le tenía en mucho por su valentía y lealtad. Pero los datos sobre él son confusos, pues había otro Miguel de Estete de Santiago, que también estuvo en Cajamarca. Por ello, aquí lo valoraremos, más que como el conquistador, como el gran escritor que es, el de la pluma atenta a describir los puentes colgantes, la ganadería, los pueblos y pastores de la serranía del inmenso país que advirtió hermoso ante sus ojos, aquella vez cuando acompañó a Hernando Pizarro en busca del ídolo de Pachacámac y su templo de áureas riquezas enterradas.

1.2. El relato de Estete: ubicación

En la Verdadera relación, de pronto Francisco de Xerez (1534) interrumpe el relato para incrustar el texto de Estete: «La relaciõ del viage que hizo el señor Hernãdo piça\rro por mãdado del señor gouernador su hermano desde el pueblo de Caxamalca a Parcama y de alli a Xauxa» (de Xerez, 1534, fol. 12v.°). Se trataba del viaje a Pachacámac («Parcama»), para traer el oro del templo del dios inca y que capitaneó Hernando Pizarro.

No era un procedimiento extraño en la época eso de incluir textos ajenos en un libro propio. Gonzalo Fernández de Oviedo, cuando publica su Historia general y natural de las Indias (1547), a su vez, incrusta también la narración completa de Xerez (Estete incluido y mal copiado).

En verdad, se trataba de dos narraciones muy diferentes. La de Xerez, era más atenta a los hechos sucedidos y a sus protagonistas, que al mundo que se abría ante sus ojos. En cambio, la narración de Estete se solaza en mirar el escenario, los ríos, la cordillera, los valles, los pastores; y nos ha dejado las primeras fugaces impresiones del país nuevo y grande al cual habían llegado, de allí su importancia para nuestra literatura. Sorprende también su visión de la gente lugareña, feliz y amigable, presta a servir y alimentar con abundancia a los andantes extraños -sedientos, hambrientos, insomnes- y, también, a sus nunca vistas cabalgaduras.

2. Inicios del relato

2.1. Veinte caballos «y ciertos escopeteros»

La aventura era en busca del dios más temido de toda la costa del océano Pacífico. Un dios al cual peregrinaban los indios desde lejanas naciones para traerle oro y plata y preguntarle sobre su suerte. El testimonio de Atahualpa [Atabálipa]3 a Pizarro explica al detalle el cómo los reyes incas le tenían por el mayor centro de adivinación y profecía. Pacha, en quechua, significa ‘tierra’ y Cámac, ‘creador’. Los indios creían que de él venían. Y la forma más notoria que tenía su dios de hacerse temer era cuando los estremecía con un gran terremoto. Sin embargo, nada de esto espantó a Hernando Pizarro y fue en pos de demandar las riquezas del poderoso oráculo inca. Y fue solo con una cabalgata de veinte caballos y algunas escopetas de las de la época.

2.2. La tesitura del relato

El narrador Estete escribe con una clara conciencia de su trabajo de narrador. El lector asiste a una musical reiteración que lo envuelve en la historia contada: «Partió el capitán Hernando Pizarro del pueblo de Cajamarca, con veinte de caballo y ciertos escopeteros, y el mismo día fue a dormir a unas caserías que están cinco leguas de este pueblo» (de Estete, 1534, fol. 12v.°)4. A continuación, le repite el íncipit «otro día» una vez y otra vez para atraparlo en el relato: «Otro día, fue a comer a otro pueblo que se dice Ychoca, donde fue bien recibido» (de Estete, 1534, fol. 12v.°). Y sigue: «Otro día de mañana, llegó al pueblo de Huamachuco, el cual es grande y está en un valle entre sierras» (de Estete, 1534, fol. 12v.°). Y así sucesivamente.

2.3. Las amenazas de Huamachuco

En Huamachuco, «el cual es grande y está en un valle entre sierras. Tiene buena vista y aposentos» (de Estete, 1534, fol. 12v.°), fue bien recibido por los lugareños y su cacique, pero no tardaron en llegar las malas noticias. Primero, un hermano de Atahualpa que tenía por misión apurar la llegada del oro del Cuzco dijo que el oro era traído por Calcuchímac, el principal jefe guerrero de Atahualpa, y que se encontraba a veinte jornadas de allí.

La noticia no era para menos. Se sabía quién era Calcuchímac y su poder militar. Hernando pidió instrucciones a su hermano Francisco, y también verificó los pormenores de la información con los principales caciques de Huamachuco. Estos le dijeron que la verdad era que Calcuchímac estaba bien cerca, a «seis leguas», es decir, a unos treinta kilómetros5, con un ejército «de veinte mil hombres de guerra. Y que venía a matar a los cristianos y a libertar a su señor. Y el que esto confesó dijo que había comido el día antes con él» (de Estete, 1534, fol. 12v.°). Volvieron a cruzar la información y ya no les quedó duda: «Tomado aparte otro compañero de este principal, dijo lo mismo» (de Estete, 1534, fol. 12v.°).

Entonces, decidió Hernando Pizarro ir a buscarlo y «tomó el camino en la mano» (de Estete, 1534, fol. 12v.°). Pero, conforme avanzaba, las noticias eran contradictorias; unos indios afirmaban lo mismo que los de Huamachuco; y otros, que Calcuchímac estaba lejos, en un pueblo «que se dice Jauja, con mucho oro y que venía de camino» (de Estete, 1534, fol. 13r.°).

Pronto llegó la respuesta de su hermano Francisco, donde le indicaba «que él tenía en su poder al obispo de la mezquita de Pachacámac y el mucho oro que había mandado» (de Estete, 1534, fol. 13r.°), de modo que prosiguiese en su misión original en pos del oro de Pachacámac «porque, entretanto, llegaría lo que venía del Cuzco» (de Estete, 1534, fol. 13r.°).

2.4. La marcha a la mezquita

Y «aunque la gente que llevaba iba mal aderezada de herraje y de otras cosas necesarias para tan largo camino» (de Estete, 1534, fol. 13r.°) y aunque los indios le dijeran que en la ruta «había en ella muchos ríos y puentes de redes y largo camino y malos pasos, determinó de ir. Y llevó algunos principales que habían estado en aquella tierra» (de Estete, 1534, fol. 13r.°).

3. El encanto de la sierra

3.1. La ruta del Callejón de Huaylas: los puentes colgantes

Estete empieza a pintar el espléndido camino de la sierra, sus gentes, sus paisajes sobrecogedores: «Pasó algunos malos pasos y dos ríos. Y fue a dormir a un pueblo que se dice Totopamba, que está en una ladera» (de Estete, 1534, fol. 13r.°).

Antes de llegar a Corongo, atravesaron «un gran puerto de nieve» (de Estete, 1534, fol. 13r.°). Y el escritor se fija en que hay «por todo el camino, mucha cantidad de ganados con sus pastores que lo guardan. Y tienen sus casas en las sierras al modo de España» (de Estete, 1534, fol. 13r.°).

Los incas habían construido escaleras para dominar los cerros resbalosos: «había una bajada de escaleras hechas de piedra muy agra y peligrosa para los caballos» (de Estete, 1534, fol. 13r.°).

Pero cuando descubre los puentes colgantes de los incas, hechos de sogas trenzadas, no oculta su asombro y los describe con minuciosidad:

En medio del camino hay un río grande muy furioso. Tiene dos puentes juntos, hechos de red. De esta manera: que sacan un gran cimiento desde el agua y lo suben bien alto. Y de una parte del río a otra hay unas maromas, hechas de bejucos a manera de bimbres, tan gruesas como el muslo. Y las tienen atadas con grandes piedras. Y, de la una a la otra, hay anchor de una carreta. Y atraviesan recios cordeles muy tejidos y por debajo ponen unas piedras grandes para que apesgue el puente. Por la una de estas pasa la gente común; y tiene su portero que pide portazgo. Y, por la otra, pasan los señores y sus capitanes. Esta está siempre cerrada y la abrieron para que pasase el capitán y su gente. Y los caballos pasaron muy bien. (de Estete, 1534, fol. 13r.°)

3.2. La paz y la bondad de los huaylas

Y, así, va mostrando los pueblos y sus cultivos de paz a disposición de Hernando Pizarro y su hueste hambrienta: «Y, junto a este pueblo, se pasó otro puente de red como el otro. Y fue a dormir dos leguas de allí a otro pueblo, donde le salieron a recibir de paz y dieron comida para los cristianos e indios que llevasen las cargas. Esta jornada fue por un valle abajo, de maizales y pueblos pequeños, de una parte y otra del camino» (de Estete, 1534, fol. 13r.°).

Estaban a merced de la bondad de la gente que en el Callejón de Huaylas lo tenía todo: «Y presentaron los indios de aquel pueblo muchas ovejas y chicha y todo lo demás que fue menester. Toda aquella tierra es muy abundante de ganados y maíz. Que yendo los cristianos por el camino veían andar los hatos de ovejas por el camino» (de Estete, 1534, fol. 13r.°).

En el pueblo de Huaraz, les tienen en un corral doscientas llamas y alpacas para darles de comer: «Este pueblo está en un llano. Pasa un río junto a él. Desde él se parecen otros pueblos, adonde hay muchos ganados y maíz. Solamente para dar de comer al capitán y a su gente -que con él iba- tenían en un corral doscientas cabezas de ganado» (de Estete, 1534, fol. 13r.°).

3.3. El descenso a la costa marina

En realidad, los hombres y caballos de Hernando estaban caminando a una altitud, en promedio, de cuatro mil metros sobre el nivel del mar; probablemente habían sentido la falta de oxígeno que los dejaba sin aliento. Era el soroche o mal de altura o mal de las montañas. El narrador solo muestra a sus compañeros exhaustos: «En este pueblo descansó el capitán un día, porque la gente y los caballos venían cansados del mal camino» (de Estete, 1534, fol. 13r.°).

También les avisan en el siguiente poblado que «Calcuchímac estaba cerca con cincuenta y cinco mil hombres» (de Estete, 1534, fol. 13r.°). Recordemos que ellos eran solo veinte a caballo «y ciertos escopeteros».

Avanzan un poco más hasta «un valle de labranzas y muchos ganados (…) que se dice Pachicoto [¿Pariacoto?]» (de Estete, 1534, fols. 13r.° y 13v.°) donde deciden dejar la sierra y bajar a la costa marina: «Aquí dejó el camino real que va al Cuzco y tomó el de los llanos» (de Estete, 1534, fol. 13v.°). Habían viajado sin saberlo por el Qhapaq Ñan (el camino real o Inca Naani) de la sierra, ahora buscarían el también soberbio camino inca de la costa.

4. Del Qhapaq Ñan de la sierra al Qhapaq Ñan de la costa

4.1. Las nieves andinas y el calor costero

Y, así, el narrador sigue describiendo el inmenso país desconocido. Pronto se da cuenta de los ríos que van a la mar y de los valles que surgen, a despecho de la tierra seca, llenos de frutas frescas por el milagro de sus aguas: «Corren las aguas hacia la mar y se hace el camino muy difícil, porque toda la tierra adentro es muy fría y de muchas aguas y nieves. Y la costa muy caliente y llueve muy poco, que no basta para lo que se siembra, sino que de las aguas que bajan de la sierra riegan la tierra. La cual es muy abundosa de mantenimientos y frutas» (de Estete, 1534, fol. 13v.°).

Y mira con simpatía las ganaderías de auquénidos que le recuerdan la lejana tierra extremeña. Dice que en estos pueblos hay «señores de ganados, que tienen en él sus pastores. Y, en cierto tiempo del año, los llevan allí a apacentar, como hacen en Castilla, en Extremadura» (de Estete, 1534, fol. 13v.°).

4.2. En la fortaleza de Paramonga

Poco a poco dejan atrás las últimas estribaciones de los Andes pobladas «de frutales y labranzas» y cabalgan por el sol implacable de la costa. Al caer la tarde, encuentran una colorida e impresionante fortaleza. El escritor nuevamente rememora su tierra lejana: «Paramonga, que está junto a la mar. Tiene una casa fuerte, con cinco cercas ciegas, pintada de muchas labores, por de dentro y por de fuera, con sus portadas muy bien labradas, a la manera de España, con dos tigres a la puerta principal» (de Estete, 1534, fol. 13v.°).

4.3. Indios asustados y el Qhapaq Ñan de la costa

Los indios de Paramonga se espantaron de los extraños visitantes y sus cabalgaduras; Hernando Pizarro los tranquilizó mediante un traductor («la lengua»):

Los indios de este pueblo anduvieron remontados de miedo de ver una gente nunca antes vista y los caballos, de los cuales se maravillaban más. El capitán les hizo hablar por la lengua que llevaba, asegurándolos. Y ellos sirvieron bien.

En este pueblo, tornó a tomar otro camino más ancho, que está hecho a mano por las poblaciones de la costa. Tapiado de paredes por una parte y otra. En este pueblo de Paramonga estuvo el capitán dos días, porque la gente descansase y por esperar herraje. (de Estete, 1534, fol. 13v.°)

Hernando Pizarro estuvo, pues, en Paramonga un par de días; luego tomó la ruta del camino real de los incas, el Qhapaq Ñan de la costa y cruzó el hoy llamado río Fortaleza hasta llegar a lo que ahora es Barranca: «Pasaron él y su gente un río en balsas y los caballos a nado. Y fue a dormir a un pueblo que se dice Guamamayo, que está en un barranco sobre la mar» (de Estete, 1534, fol. 13v.°).

Sin duda, el Qhapaq Ñan de la costa es memorable para el escritor, insiste en describirlo rodeado de arboledas y cercado de tapias frescas: «Son tres leguas de camino, la mayor parte poblada. Y labranzas y arboledas y frutales. Y el camino limpio y tapiado» (de Estete, 1534, fol. 13v.°).

4.4. En la costa no hacían puentes colgantes los incas

Luego del pequeño río de junto a la fortaleza, deben pasar otro río, después de Barranca, que iba muy crecido por la estación de verano. Ese río hoy es llamado Pativilca: «Se pasó otro río a nado con harta dificultad, porque iba muy crecido y furioso. En estos ríos de las costas no hay puentes, porque van muy grandes y derramados» (de Estete, 1534, fol. 13v.°).

4.5. Huaura y luego Huacho, el pueblo de las perdices

Luego, llegan a Huaura y allí disfrutan de su estancia: «Este pueblo está en un buen sitio. Tiene grandes edificios de aposentos. Los cristianos fueron bien servidos de los señores del pueblo y de sus indios» (de Estete, 1534, fol. 13v.°). Caminaron después a Huacho. Allí encontraron en abundancia unas aves muy parecidas a las perdices europeas y van a recordarlo por ello: «Un pueblo que se dice Huacho, que se le puso nombre “el pueblo de las perdices”, porque en cada casa había muchas perdices puestas en jaulas» (de Estete, 1534, fol. 13v.°).

4.6. La veloz llegada a Pachacámac

Después de Huacho, la ruta es algo sorprendente, porque arriban a un pueblo a cinco leguas de camino (poco más de veinte kilómetros) llamado Suculacumbi, del cual no se podría dar cuenta ahora. Se le ha identificado con la actual Chancay, que queda mucho más distante, tal vez porque, luego de este pueblo, el escritor dice que cruzan un río cercano: «Y, a hora de vísperas, salió de este pueblo, por llegar otro día al pueblo donde estaba la mezquita. Y pasó un gran río a vado. Y, por un camino tapiado, fue a dormir a un lugar del sobredicho pueblo, legua y media de él» (de Estete, 1534, fol. 13v.°).

Y «sin salir de arboledas y pueblos» (de Estete, 1534, fol. 13v.°) llegan a Pachacámac. El escritor no da cuenta de los inmensos arenales del camino (ahora conocidos como el Pasamayo), o tal vez el camino inca iba por una zona más refrescante. La distancia actual entre Chancay y Pachacámac es de unos 120 kilómetros; en todo caso, se trataría de una cabalgata alucinante: «Otro día domingo, a treinta de enero, partió el capitán de este pueblo. Y, sin salir de arboledas y pueblos, llegó a Pachacámac, que es el pueblo donde está la mezquita. A medio camino está otro pueblo grande, donde el capitán comió» (de Estete, 1534, fol. 13v.°).

5. Hernando lucha con el diablo

5.1. El señor de Pachacámac

Nadie opuso resistencia en Pachacámac: «El señor de Pachacámac y los principales de él salieron a recibir a los cristianos de paz. Y mostraron mucha voluntad a los españoles. Luego, el capitán se fue a aposentar con su gente a unos aposentos grandes que están a una parte del pueblo» (de Estete, 1534, fol. 13v.°). Un poco más adelante, dará el nombre de este cacique de Pachacámac; se llamaba Taurichumbi.

Pero Hernando Pizarro no se iba con rodeos y de inmediato les reclamó el oro de las ofrendas, a lo que los indios respondieron con evasivas: «Y, juntándose todos los principales del pueblo y los pajes del ídolo, dijeron que lo darían. Y anduvieron disimulando y dilatando. En conclusión, que trajeron muy poco y dijeron que no había más» (de Estete, 1534, fol. 13v.°).

5.2. Descripción del culto a Pachacámac (o el demonio)

El santuario de Pachacámac era el más grande de la costa del Pacífico. Llegaban al ídolo con ofrendas desde más de «trescientas leguas» (de

Estete, 1534, fol. 14r.°). Naturalmente, en la mentalidad cristiana de Estete, escritor del siglo xvi, Pachacámac vendría a ser para los indios lo que para nosotros es el Dios creador del mundo. En consecuencia, como no era nuestro Dios, solo le cupo identificarlo con el demonio. Y así lo propuso en su texto:

El capitán disimuló con ellos y dijo que quería ir a ver aquel ídolo que tenían, que lo llevasen allá. Y así fue. Él estaba en una buena casa bien pintada, en una sala muy oscura y hedionda, muy cerrada. Tienen un ídolo hecho de palo muy sucio. Y aquel dicen que es su dios, el que los cría y sostiene y cría los mantenimientos. A los pies de él tenían ofrecidas algunas joyas de oro. Le tienen en tanta veneración que solos sus pajes y criados -que dicen que él señala- esos le sirven. Y otro no osa entrar ni tienen a otro por digno de tocar con la mano en las paredes de su casa.

Se averiguó que el diablo se reviste en aquel ídolo. Y habla con aquellos sus aliados y les dice cosas diabólicas que manifiesten por toda la tierra. A este tienen por dios y le hacen muchos sacrificios. Vienen a este diablo, en peregrinación, de trescientas leguas, con oro y plata y ropa. Y los que llegan van al portero y piden su don. Y él entra y habla con el ídolo y él dice que se lo otorga. Antes que ninguno de estos sus ministros entre a servirle, dicen que ha de ayunar muchos días y no se ha de allegar a mujer. Por todas las calles de este pueblo y a las puertas principales de él -y a la redonda de esta casa- hay muchos ídolos de palo y los adoran a imitación de su diablo. Se ha averiguado, con muchos señores de esta tierra, que desde el pueblo de Tacámez -que es al principio de este gobernamiento- toda la gente de esta costa servía a esta mezquita con oro y plata. Y daban cada año cierto tributo. (de Estete, 1534, fol. 14r.°)

5.3. Hernando Pizarro enfrenta al ídolo

Y también el escritor muestra cómo los cristianos enfrentaron a ese «demonio». Hernando Pizarro hizo lo que en el imaginario de los indios era imposible. Ingresó al templo de Pachacámac, buscó al ídolo y, sin el menor respeto hacia él, hizo que demoliesen su altar delante de todos y quebró su imagen. Luego, al amparo de su fe católica, propuso a los indígenas enfrentar la creencia de las posibles represalias -del «demonio» Pachacámac- con el signo de la Cruz de Cristo:

Muchas cosas se podrían decir de las idolatrías que se hacen a este ídolo, más por evitar prolijidad no las digo. Más -de cuanto se dice entre los indios- que aquel ídolo les hace entender que es su dios y que los puede hundir si le enojan y no le sirven bien y que todas las cosas del mundo están en su mano. Y la gente estaba tan escandalizada y temerosa de solamente haber entrado el capitán a verle. Que pensaban que, en yéndose de allí los cristianos, los había de destruir a todos.

Los cristianos dieron a entender a los indios el gran yerro en que estaban. Y que el que hablaba dentro de aquel ídolo es el diablo, que los tenía engañados. Y les amonestaron que, de allí adelante, no creyesen en él ni hiciesen lo que les aconsejase. Y otras cosas acerca de sus idolatrías. El capitán mandó deshacer la bóveda donde el ídolo estaba. Y quebrarle delante de todos. Y les dio a entender muchas cosas de nuestra santa fe católica. Y les señaló por armas para que se defendiesen del demonio la señal de la Cruz . (de Estete, 1534, fol. 14r.°)

5.4. Descripción de la ciudad de Pachacámac (y memorias de España)

Es de notar la de veces que Estete alude a su tierra, España, para describir los lugares. Pachacámac era «gran cosa. Tiene, junto a esta mezquita, una casa del sol puesta en un cerro bien labrada, con cinco cercas. Hay casas con terrados como en España. El pueblo parece ser antiguo» (de Estete, 1534, fol. 14r.°).

5.5. La noticia de la proeza de Hernando entre los indios

Bien pronto comenzaron a llegar los caciques de la región (Mala, Chincha, Huaura, etc.), los cuales, «se maravillaron mucho de haberse atrevido el capitán a entrar donde el ídolo estaba y haberle quebrantado» (de Estete, 1534, fol. 14r.°), y le regalaron mucho oro y plata, «que se juntó con lo que fue sacado de la mezquita: noventa mil pesos» (de Estete, 1534, fol. 14r.°), es decir, unos cuatrocientos kilos de oro.

6. El antihéroe del relato: Calcuchímac

6.1. En busca de Calcuchímac

En este relato del escritor Estete, hay un personaje que circula por toda la historia como un antihéroe, en amenaza permanente. A poco de la salida de Cajamarca, en Huamachuco, se había tenido noticias alarmantes de Calcuchímac, del cual se decía que estaba a poca distancia con veinte mil indios y «que venía a matar a los cristianos y a libertar a su señor» (de Estete, 1534, fol. 12v.°). Nada de esto se produjo. Más tarde, en un pueblo cercano a Huaraz, Sucaracoay, les dijeron que Calcuchímac andaba cerca con cincuenta y cinco mil hombres y «hubo buena guarda» (de Estete, 1534, fol. 12v.°) para estar prevenidos, pero el ataque tampoco se produjo.

Ahora, en Pachacámac, donde permaneció un mes, volvió a tener noticias de él y de sus amenazas. Se decía que «estaba cuatro jornadas de allí, con mucha gente y con el oro. Y que no quería pasar de allí. Antes decía que venía a dar guerra a los cristianos» (de Estete, 1534, fol. 14r.°).

Hernando decide actuar políticamente con el más prominente guerrero de Atahualpa y le propone encontrarse en un pueblo de la sierra, «asegurándole» que no le haría ningún mal. La respuesta del caudillo inca fue también política: «Calcuchímac envió a decir que él haría lo que el capitán mandaba» (de Estete, 1534, fol. 14r.°).

7. Nueva visión de la sierra

7.1. La vuelta a la sierra

De este modo, Hernando abandonó el santuario de Pachacámac con el oro y la plata logrados en ese lugar. Había arribado a fines de enero (el narrador precisa que «a treinta de enero» fue la última jornada desde el pueblo antes de llegar). Ahora, «a tres días del mes de marzo» (de Estete, 1534, fol. 14r.°), ya estaba en Huaura de regreso, listo para ascender nuevamente la cordillera de los Andes, de retorno a Cajamarca. Pero, antes, debía arreglar cuentas con el díscolo de Calcuchímac.

7.2. El paisaje y el trabajo del hombre andino

Estete vuelve a describir el encanto de la ruta de regreso a la sierra. Sobre la salida de Huaura, dice: «Caminó por un río arriba, cercado de muchas arboledas, todo aquel día. Y, a la noche, fue a dormir a un pueblo que está en la ribera de este río» (de Estete, 1534, fol. 14r.°). Ya en la entrada a la sierra advierte la paz del trabajo del hombre andino consagrado al «cultivo de muchos ganados y maíz» (de Estete, 1534, fol. 14r.°). Aun cuando está en plena cordillera nevada, el escritor da cuenta de la laboriosidad de la gente de estos pueblos serranos que vencen las inclemencias de la geografía: «En el camino está un puerto de nieve muy agro. La nieve daba a las cinchas de los caballos. Este pueblo es de muchos ganados» (de Estete, 1534, fol. 14v.°). Cuando llega a Cajatambo vuelve a posar la mirada en los inmensos rebaños de llamas, alpacas, vicuñas y guanacos, a los que llama «ovejas» (de Estete, 1534, fol. 14v.°): «Este es un gran pueblo, situado en un valle hondo, donde hay muchos ganados. Y por todo el camino hay muchos corrales de ovejas» (de Estete, 1534, fol. 14v.°).

7.3. Indios que pocas veces dicen verdad

En Cajatambo, decidió ingresar al «camino real» (de Estete, 1534, fol. 14v.°), el Qhapaq Ñan de la sierra, para informarse si por allí ya había pasado Calcuchímac, a esperarle en el pueblo convenido. Aunque Calcuchímac no se había movido de Jauja, «todos los indios le decían que había pasado y llevaba todo el oro. Y, según después pareció, ellos estaban avisados que lo dijesen así, porque el capitán se viniese. Y quedaba en Jauja sin pensamiento de venir» (de Estete, 1534, fol. 14v.°).

Los cristianos recelosos no aceptaron el dicho de los indios: «Y, como se cree de estos indios que pocas veces dicen verdad, el capitán determinó buscarlo» (de Estete, 1534, fol. 14v.°).

Y, en efecto, «así por traer el oro como por deshacer el ejército que tenía y atraerlo por bien. Y, si no quisiese, dar en él y prenderlo» (de Estete, 1534, fol. 14v.°), Hernando fue en busca del jefe inca.

7.4. Hacia la laguna de Chinchaycocha

El camino del Qhapaq Ñan los llevaría ahora hacia el sur, a un pueblo grande a las orillas de un gran lago (el actual Chinchaycocha o, también, lago Junín): «Y, así, el capitán con su gente tomó la vía de un pueblo grande llamado Pombo [hoy ruinas de la ciudadela inca de Ushno Pumpu], que está en el camino real» (de Estete, 1534, fol. 14v.°).

Antes se detuvieron en «un pueblo que está entre unas sierras que se dice Oyu. El cacique del pueblo salió de paz. Y dio a los cristianos todo lo que fue menester para aquella noche» (de Estete, 1534, fol. 14v.°). Al día siguiente, continuaron su ruta hacia el sur y durmieron en «un pueblo chico de pastores, que está cerca de una laguna de agua dulce que tiene tres leguas de circuito, en un llano donde hay muchos ganados medianos, como los de España, y de lana muy fina». Tal vez esa laguna sea la actual laguna de Punrún o lago Puarún, que está antes de la mucho más grande laguna de Chinchaycocha.

Por fin, al otro día, llegaron al referido pueblo de Pombo y a la laguna de Chinchaycocha.

7.5. En Chinchaycocha

El escritor Estete se solaza en la descripción de esta bella laguna serrana. Lo hace desde el pueblo de Pombo. El río que le recuerda al quieto Guadiana, en España, probablemente sea un brazo de la laguna que se desprende y va hacia el norte hacia Pombo:

Hay en el campo una laguna de agua dulce, que comienza de junto a este pueblo. Y tiene de circuito ocho o diez leguas, toda cercada de pueblos. Y cerca de ella hay muchos ganados. Y hay en ella aves de agua de muchas maneras y pescados pequeños. En esta laguna tuvo el padre de Atahualpa, y él, muchas balsas traídas de Tumbes para su recreación. Sale de esta laguna un río que va al pueblo de Pombo y pasa por la una parte de él muy sesgo y hondable. Y pueden venir por él a desembarcar, a un puente que está junto al pueblo. Los que pasan, pagan portazgo como en España. Por todo este río hay muchos ganados. Se le puso por nombre Guadiana, porque se parece mucho. (de Estete, 1534, fol. 14v.°)

8. Un desenlace en Jauja

8.1. Camino de Jauja, en pos del miedoso Calcuchímac

Estando en Pombo, los jefes del lugar salieron a recibir a Hernando y le dieron el oro que había enviado Calcuchímac: «Le salieron a recibir los señores del pueblo y algunos capitanes de Atahualpa que estaban allí con cierta gente. Allí halló el capitán ciento y cincuenta arrobas de todo oro que Calcuchímac enviaba. Y él quedaba con su gente en Jauja» (de Estete, 1534, fol. 14v.°).

Cuando preguntó Hernando por qué no se había apersonado Calcuchímac, le dijeron que era porque tenía miedo: «Ellos respondieron que, porque él tenía mucho miedo de los cristianos, no había venido. Y también porque esperaba mucho oro que venía del Cuzco y no osaba ir con tan poco» (de Estete, 1534, fol. 14v.°).

Hernando le envió a decir a Calcuchímac, desde Pombo, «que no tuviese miedo», que él lo iría a buscar a Jauja. Y se propuso a partir en pos de él, tomando sus precauciones: «En este pueblo descansó un día por llevar los caballos algo aliviados, para si fuese menester pelear» (de Estete, 1534, fol. 14v.°).

De Pombo se fueron a Xacamalca [actual santuario de Chacamarca, al sur de la laguna de Chinchaycocha, en las pampas de Junín]. De allí, llegaron a «Tarma, que está en la ladera de una sierra. Allí le llevaron a aposentar en una casa pintada, que tiene buenos aposentos. El señor de este pueblo lo hizo bien, así en el dar de comer, como en dar gente para cargas» (de Estete, 1534, fol. 14vr.°).

Cuando llegan a un pueblo llamado Yanaymalca [en la actual zona de Yanamarca], les dijeron «que Calcuchímac estaba fuera de Jauja, de donde tuvo más sospecha» (de Estete, 1534, fol. 14v.°). Y comenzaron a marchar en orden, prestos por si hubieran de dar batalla. «Y, porque estaba una legua de Jauja, en acabando de comer caminó» (de Estete, 1534, fol. 14v.°).

8.2. La llegada a Jauja: estaban de fiesta

Al poco tiempo, arribaron a Jauja, y «desde un cerro vieron muchos escuadrones de gente. Y no sabían si era de guerra o del pueblo» (de Estete, 1534, fol. 14v.°). Hernando se decidió por bajar. El susto se le pasó rápido; los jaujinos estaban pensando en otra cosa: «vieron que los escuadrones eran de gente del pueblo, que se habían juntado para hacer fiestas».

8.3. Tratativas para la entrega de Calcuchímac

Cuando llegaron a Jauja, en efecto, Calcuchímac no estaba. Se había ido a otros pueblos «so color de ciertos negocios» (de Estete, 1534, fol. 15r.°) y dejó dicho que al día siguiente retornaría. Pero el narrador insiste en que Calcuchímac estaba miedoso de los españoles: «Y por el miedo que este capitán tenía a los cristianos, especialmente a los de caballo, por eso se ausentó» (de Estete, 1534, fol. 15r.°).

Hernando llevaba a un hermano de Atahualpa, «un hijo del Cuzco viejo6. El cual, como supo que Calcuchímac se había ausentado, dijo que quería ir a donde él estaba. Y así fue, en unas andas» (de Estete, 1534, fol. 15r.°).

Pero los españoles esa noche no durmieron del susto: «Toda aquella noche estuvieron los caballos ensillados y enfrenados. Y se mandó a los señores del pueblo que ningún indio pareciese en la plaza, porque los caballos estaban enojados y los matarían» (de Estete, 1534, fol. 15r.°).

La labor del emisario regio fue por demás productiva. Al día siguiente, volvió con el guerrero remiso: «Vino aquel hijo del Cuzco y, con él, Calcuchímac. Los dos en andas, bien acompañados. Y, entrando por la plaza, se apeó y dejó toda la gente. Y, con algunos que le acompañaban, fue a la posada del capitán Hernando Pizarro a verle y a disculparse, por no haber ido como lo había prometido» (de Estete, 1534, fol. 15r.°).

Hernando también le pidió explicaciones de por qué no se había ido a reunir como quedaron en un pueblo intermedio de la sierra. «Calcuchímac respondió que su señor Atahualpa le había enviado a mandar que se estuviese quedo. El capitán le respondió que ya no tenía ningún enojo de él. Pero que se aparejase, que había de ir con él a donde estaba el gobernador» (de Estete, 1534, fol. 15r.°). Es decir, lo llevaría a Cajamarca.

Nuevamente, Calcuchímac se retrajo, aduciendo órdenes de Atahualpa. Pero ante la declaración de Hernando de que no iba a liberar al inca si no juntaban todo el oro, Calcuchímac cedió al día siguiente. Dijo que dejaría sus tropas con otro jefe guerrero inca, puesto que estaban cuidando a los jaujinos para que no se rebelaran, por ser zona recién conquistada por el ejército de Atahualpa: «Otro día por la mañana, Calcuchímac fue a su posada y dijo que, pues él quería que fuese con él, que no podía hacer otra cosa de lo que mandaba. Que él se quería ir con él. Y que dejaría otro capitán con la gente de guerra que allí tenía» (de Estete, 1534, fol. 15r.°).

El retorno a Cajamarca fue pactado para un par de días después, pero el narrador no deja de anotar el sobresalto en el que estaban los hombres de Hernando: «En estos días, se guardaron mucho los españoles. Y de día y de noche estaban los caballos ensillados. Porque aquel capitán de Atahualpa se veía tan poderoso de gente que, si hubiera dado de noche en los cristianos, hiciera gran daño» (de Estete, 1534, fol. 15r.°).

9. El final feliz del relato

9.1. Descripción de Jauja y su feria

El escritor Estete traza una bella semblanza de Jauja, a la cual Francisco Pizarro después presentaría como la capital de su nuevo reino. Y -como siempre que le agrada algún lugar- lo enlaza con el recuerdo de su tierra lejana:

Este pueblo de Jauja es muy grande. Y está en un hermoso valle. Es tierra muy templada. Pasa cerca del pueblo un río muy poderoso. Es tierra abundosa. El pueblo está hecho a la manera de los de España, las calles bien trazadas. A vista de él, hay otros pueblos sujetos a él.

Era mucha la gente de aquel pueblo y de sus comarcas. Que -al parecer de los españoles- se juntaban cada día en la plaza principal cien mil personas. Y estaban los mercados y calles del pueblo tan llenos de gente que parecía que no faltaba persona. Había hombres que tenían cargo de contar toda esta gente para saber los que venían a servir a la gente de guerra. Otros tenían cargo de mirar lo que entraba en el pueblo. (de Estete, 1534, fol. 15r.°)

9.2. La regalada vida de Calcuchímac

El escritor también muestra las prerrogativas de las que gozaba el más prominente jefe guerrero de Atahualpa y su consideración colectiva de vencedor. Sus privilegios eran muy similares a los del inca:

Tenía Calcuchímac mayordomos, que tenían cargo de proveer de mantenimientos a la gente. Tenía muchos carpinteros que labraban madera. Y otras muchas grandezas tenía acerca de su servicio y guarda de su persona. Tenía en su casa tres o cuatro porteros. Finalmente, en su servicio y en todo lo demás, imitaba a su señor. Él era temido en toda aquella tierra, porque era muy valiente hombre, que había conquistado -por mandado de su señor- más de seiscientas leguas de tierra. Donde hubo muchos recuentros en el campo y en pasos malos. Y en todos fue vencedor. Y ninguna cosa le quedó por conquistar en toda aquella tierra. (de Estete, 1534, fol. 15r.°)

Más adelante, cuando ya están de vuelta a Cajamarca, va a dar otra marca de la personalidad de Calcuchímac: le gustaban las fiestas. «Calcuchímac, a quien solían hacer fiestas», dice de él en Tambo.

9.3. El retorno a Cajamarca

En la vuelta a Cajamarca también hubo muchas fiestas. Habían permanecido en Jauja unos cuatro días, los necesarios para captar a Calcuchímac y recoger el oro que faltaba. Y se regresaron por el camino conocido, primero Pombo, luego Tambo. El escritor Estete no deja de describir el paisaje: «Y, por unos llanos donde había muchos hatos de ganado, fueron a dormir a unos aposentos grandes. Este día nevó mucho» (de Estete, 1534, fol. 15r.°). De Tambo dice que «hay junto a él un hondo río donde hay un puente. Y, para bajar al río, hay una escalera de piedra muy agra que, habiendo resistencia de arriba, harían mucho daño» (de Estete, 1534, fol. 15r.°).

También da cuenta del recibimiento y de las fiestas que hacen a la caravana inca y española: «El capitán fue servido del señor de este pueblo de todo lo que fue menester, para él y para su gente. E hicieron gran fiesta por respeto del capitán Hernando Pizarro y, también, porque venía con él Calcuchímac, a quien solían hacer fiestas» (de Estete, 1534, fol. 15v.°).

En un pueblo llamado Tomsucancha «tuvieron buen recibimiento» (de Estete, 1534, fol. 15v.°). Nuevamente Estete evoca a España: «En este pueblo hay muchos ganados pequeños de muy buena lana, que parece a la de España» (de Estete, 1534, fol. 15v.°).

Al marchar a otro pueblo que se dice Guáneso [¿acaso las hoy llamadas ruinas de Huánuco Pampa?], da cuenta del «camino, lo más de él enlosado y empedrado y hechas sus acequias por do va el agua. Dicen que fue hecho por causa de las nieves que en cierto tiempo del año caen por aquella tierra» (de Estete, 1534, fol. 15v.°). Y cuando llegan al poblado, también describe el lugar: «Es grande y está en un valle cercado de sierras muy agras. Tiene el valle tres leguas en circuito. Y, por la una parte, viniendo a este pueblo de Cajamarca, hay una gran subida muy agra» (de Estete, 1534, fol. 15v.°).

La estancia en este pueblo la disfrutan a mucho sabor: «Y, dos días que allí estuvieron, hicieron muchas fiestas» (de Estete, 1534, fol. 15v.°).

9.4. Los puentes paralelos del camino inca y las altas escaleras de piedra

El escritor Estete da cuenta puntual de la ingeniería de puentes de la que hacen gala los caminos incas, no solo puentes colgantes, sino también de madera. Así, a la salida de Guáneso se fija en un fuerte puente de madera: «Partió el capitán con su gente de este pueblo y llegaron a un puente de un río caudal, hecho de maderos muy gruesos. En él había porteros que tenían cargo de cobrar el portazgo como entre ellos es costumbre» (de Estete, 1534, fol. 15v.°).

Luego, toman la ruta hacia Picosmarca, que «está en la ladera de una sierra agra» (de Estete, 1534, fol. 15v.°), para llegar a Huari, «donde hay otro río grande y hondo, donde hay otro puente. Este lugar es muy fuerte, porque tiene por las dos partes hondos barrancos» (de Estete, 1534, fol. 15v.°).

Luego pasan por Guacango y llegan a Piscobamba: «Este pueblo es grande y está en la ladera de una sierra» (de Estete, 1534, fol. 15v.°). Al avanzar hacia Guacabamba se encuentran con dos puentes colgantes paralelos, que Estete describe con minuciosidad, rememorando el temor que tienen al pasar el hondo río por el puente colgante; y busca algún modo de aludir a España y enlazar el prodigio arquitectónico con su tierra lejana:

En el medio del camino, de este pueblo a Guacabamba, hay otro río hondable. Y, en él, otros dos puentes juntos hechos de red, como los que arriba dije. Que sacan un cimiento de piedra de junto al agua y de una parte a otra hay unas maromas tan gruesas como el muslo, hechas de bimbres. Y, sobre ellas, atraviesan muchos cordeles gruesos muy tejidos y hacen sus bordos altos. Y, por debajo, están unas piedras grandes, atadas para tener recio el puente. Los caballos pasaron bien el puente, aunque se andaba que es una cosa muy temerosa de pasar, para quien no ha pasado. Pero no hay peligro, porque está muy fuerte. En todos estos puentes hay guardas como en España. Y tienen la misma orden que arriba dije. (de Estete, 1534, fol. 15v.°)

También se fija en las escalinatas con que los constructores incas sorteaban los malos pasos de la cordillera andina:

Otro día, fueron el capitán y su gente a dormir a otro pueblo que se dice Conchucho, que son cuatro leguas de camino muy agro. Este pueblo está en una hoya. Media legua antes que lleguen a él, va un camino muy ancho, cortado por peña, hechos en la peña escalones. Hay muchos malos pasos y fuertes, si hubiese defensa. (de Estete, 1534, fol. 15v.°)

Cuando llegan a Andamarca, nos informa que ese es el lugar donde los dos caminos reales de la sierra se juntan y que todo está hecho de pedrería:

A este pueblo se vienen a juntar los dos caminos reales que van al Cuzco. Del pueblo de Pombo a este hay tres leguas de camino muy agro. En las bajadas y subidas tiene hechas sus escaleras de piedra. Por la parte de la ladera, tiene su pared de piedra, porque no puedan resbalar. Porque, por algunas partes, podrían caer, que se harían pedazos. Para los caballos es gran bien, que caerían si no hubiese pared. (de Estete, 1534, fol. 15v.°)

Y también da cuenta el escritor de que los incas combinaban la piedra y la madera en la construcción de sus puentes:

En medio del camino hay un puente de piedra y madera muy bien hecho, entre dos peñoles. Y, a la una parte del puente, hay unos aposentos bien hechos y un patio empedrado, donde dicen los indios que, cuando los señores de aquella tierra caminaban por allí, les tenían hechos banquetes y fiestas. (de Estete, 1534, fol. 15v.°)

9.5. Memorias de Calcuchímac

En Huari, a propósito del puente colgante sobre el río abismal que estaban cruzando, Calcuchímac les contó a los españoles acerca de sus victorias sobre el ejército de Huáscar:

[allí] había habido un reencuentro con la gente del Cuzco, que le había aguardado en este paso. Y se le defendieron dos o tres días. Y, cuando los del Cuzco iban de vencida, ya que era pasada alguna gente, quemaron el puente. Y Calcuchímac y su gente pasaron nadando. Y mataron muchos de los del Cuzco. (de Estete, 1534, fol. 15v.°)

10. Un bello epílogo

10.1. La pleitesía a Atahualpa

Cuando llegaron a Cajamarca, Estete da fin a su hermoso relato contando la forma que tuvo Calcuchímac y los principales indios que con él llegaron de saludar a Atahualpa. Se pusieron una carga a las espaldas para mejor inclinarse ante el soberano cautivo:

Que, al tiempo que Calcuchímac entró por las puertas donde estaba preso su señor, tomó a un indio de los que consigo llevaba y una carga mediana y se la echó encima. Y, con él, otros muchos principales de aquellos que consigo llevaba. Y, así, cargado él y los otros, entró donde su señor estaba. Y, cuando lo vio, alzo las manos al sol y le dio gracias porque se lo había dejado ver. Y, luego, con mucho acatamiento, llorando se llegó a él y le besó en el rostro y las manos y los pies. Y, así mismo, los otros principales que venían con él. Atahualpa mostró tanta majestad que con no tener en todo su reino a quien tanto quisiese, no le miró a la cara ni hizo de él más caso que del más triste indio que viniera delante de él. Y esto, de cargarse para entrar a ver a Atahualpa, es cierta ceremonia que se hace a todos los señores que han reinado en aquella tierra. (de Estete, 1534, fol. 16r.°)

11. Un texto literario

11.1. La narración de Estete

El discurso narrativo del escritor se configura a sí mismo como un relato de viaje. Pero no es un simple relato de viaje. La forma narrativa se enriquece con el empleo de recursos propios de la mejor prosa literaria. En el manejo de la trama, la presencia del actante Calcuchímac -que desliza su figura como una amenaza a lo largo del viaje- le da un aire de dramatismo a la historia, la cual culmina con un final feliz, donde no están ausentes las fiestas de regocijo una vez sometido el caudillo inca.

Todo el viaje hacia la «mezquita» de Pachacámac está rítmicamente reiterado por la complacencia de los pueblos del camino con los extraños visitantes, que han capturado al más poderoso señor de la tierra. Y les brindan provisiones y gente para que les lleven las cargas y les enseñen la ruta, alojamiento y comida en abundancia; el ganado y los campos a cada momento le hacen exclamar repetidamente al narrador: «Como en España». Y, cuando regresan triunfales los paladines a Cajamarca, los caciques vencidos y felices les proporcionan indios para que les ayuden con el traslado del oro y la plata que han acopiado en los míticos lugares de Pachacámac y Jauja.

Pero antes, en el punto culminante de la travesía, el héroe caballeresco (Hernando Pizarro) se enfrenta solitario a un dios (el diablo), el más temido del mundo conquistado y destroza su templo y rompe en pedazos su imagen para el asombro de todos sus fieles y sacerdotes.

Pero el trabajo literario del narrador no se expone a la evidencia fácilmente (lo cual enaltece la creación artística), sino que se encubre bien en el momento de manipular la historia y el lenguaje con que se escribe. Ahí es donde debemos insistir más, siquiera en mencionar alguno de los procedimientos literarios del narrador.

No es este un relato pleno de discursos directos evidentemente ficcionales (Genette, 1993, pp. 37-38), ni de notorias incursiones en lo fantasioso. Los recursos del escritor Estete son más sutiles. Hemos mostrado temprano, en este artículo, el uso del íncipit «otro día», reiterado una y otra vez, le sirve para construir ese ritmo confidente del discurso y estructurar sigilosamente las reiteraciones de las líneas de pensamiento (Alonso, 1977, pp. 258-267) que aseguren la arquitectura de la prosa artística: «Partió el capitán Hernando Pizarro del pueblo de Cajamarca» (de Estete, 1534, fol. 12v.°), «Otro día fue a comer a otro pueblo que se dice Ychoca, donde fue bien recibido» (de Estete, 1534, fol. 12v.°), «Otro día de mañana, llegó al pueblo de Huamachuco, el cual es grande» (de Estete, 1534, fol. 12v.°), «Otro día por la mañana, continuó su camino con mucho concierto» (de Estete, 1534, fol. 12v.°). Y, así, logra ese sostenido paralelismo que construye el ritmo de pensamiento que transforma la narración pedestre en un discurso musical, aquel concierto caminante que atrapa al lector y le pone ante los ojos las primicias del deleitable reino ganado por los conquistadores y su caballería andante.

12. Conclusiones

El texto de Miguel de Estete, siempre considerado un texto histórico, se muestra con mucho como un texto literario: estructura del relato, lenguaje, técnicas narrativas.

Junto con el Relato del descubrimiento del Perú (Cartas de relación de la conquista de la Nueva España, escrita al emperador Carlos V, y otros documentos relativos a la conquista, años de 1519-1527, 1525), el Anónimo sevillano (La conquista del Perú, 1534) y la Verdadera relación de Xerez, el texto de Estete forma el cuadro narrativo con el que se inicia la prosa castellana en el Perú.

No hay escritor como Estete, de los que inician la prosa castellana en el Perú, que enlace -a cada paso en sus escritos- la España del corazón con el nuevo país descubierto.

Todos los textos anteriores están debidamente documentados (manuscrito o edición príncipe).

Estete, por la belleza de sus descripciones de la sierra y la costa, es nuestro primer escritor del paisaje peruano.

Estete es también nuestro primer escritor que menciona con cierto detenimiento la laboriosa y apacible vida del hombre andino en el país inca.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Alonso, A. (1977). Materia y forma en poesía (3.a ed.). Gredos. [ Links ]

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Coello, Ó. (2018). Los inicios de la prosa castellana en el Perú. Boletín de la Academia Peruana de la Lengua, 63(63), 37-75. https:// doi.org/10.46744/bapl.201801.002 [ Links ]

Coello, Ó. (2007). Atabálipa, no Atabalipa: examen de un malentendido. En M. Martos, A. Mendoza, y I. Pinto (Eds.), Actas del II Congreso Internacional de Lexicología y Lexicografía «Pedro Benvenutto Murrieta» (pp. 83-94). Academia Peruana de la Lengua. [ Links ]

de Estete, M. (1534). La relación del viaje de Cajamarca a Pachacámac. En F. de Xerez, Verdadera relación de la conquista del Perú (1.a ed., pp. 12v.o-16r.o). Bartolomé Pérez. [ Links ]

de Xerez, F. (1534). Verdadera relación de la conquista del Perú (1.a ed.). Bartolomé Pérez. [ Links ]

Fernández de Oviedo, G. (1547). Corónica de las Indias. La hystoria general de las Indias agora nueuamente impressa corregida y emendada. Y con la Conquista del Perú. Juan de Junta. [ Links ]

Genette, G. (1993). Ficción y dicción. Lumen. [ Links ]

La conquista del Perú (1.a ed.). (1534). Bartolomé Pérez. [ Links ]

Porras, R. (1986). Los cronistas del Perú (1528-1650) y otros ensayos (1.a ed., F. Pease, Ed.). Banco de Crédito del Perú. [ Links ]

2La equivalencia es de 4.6 gr actuales por cada peso castellano (Coello, 2018, p. 60).

3Sobre la pronunciación proparoxítona de Atabálipa, ver Coello (2007) y Cerrón-Palomino (2017, p. 13, nota 11).

4En adelante se cita el texto de Estete en versión modernizada por el autor del presente artículo.

5Una legua de la época era una medida itinerante y variable en el siglo xvi; podría calcularse alrededor de los cinco kilómetros.

6Así le llamaban estos primeros escritores a Huayna Cápac.

1Este artículo es el segundo anticipo de mi libro Los inicios de la prosa castellana en el Perú. El primero se publicó en este mismo Boletín (Coello, 2018).

Recibido: 13 de Marzo de 2022; Aprobado: 21 de Marzo de 2022

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