Desde una perspectiva socioeconómica destacan, en el estudio de clases medias y altas, los trabajos de Durand (2003a, 2003b, 2004, 2005, 2012, 2013, 2015, 2017, 2018), quien ha indagado por la trayectoria económica y política de los empresarios y grupos de poder, así como su relación con el Estado peruano, se suman a las investigaciones en el mismo sentido de Portocarrero (2013), Campodónico, Castillo y Quispe (1993), Bravo Bresani (1989) y Malpica (1965, 1987), entre otros. En las ciencias sociales ha surgido, desde la década de 1990, un creciente interés por examinar distintos aspectos de la nueva clase media en el país (Huber y Lamas, 2017; Arellano y Burgos, 2010; Huber y Steinhauf, 1997; Tempo-Taller de Estudios de las Mentalidades Populares, 1993; Adams y Valdivia, 1991), sobre sus estilos de vida y patrones de consumo (Arellano, 2010; Arellano y Burgos, 2010) y movilidad educativa (Cuenca y Patiño, 2014; Cuenca, 2012, 2014; Benavides y Etese, 2012; Benavides, 2007; Sulmont et al., 1991), por ejemplo. Las relaciones de género en sectores altos en la Lima de los noventa del siglo XX como temática ha sido tratada por Kogan Cogan (2009), que también ha realizado etnografías de los cuerpos en Lima y análisis de los patrones de belleza en distintos sectores sociales, incluyendo a sectores medios (Kogan Cogan, 2010, 2015). Pereyra (2016) ha indagado por las transformaciones de la clase media a partir de un estudio sobre la Residencial San Felipe, proyecto y barrio emblemático, considerando diversos segmentos existentes al interior de esta. Entre varios otros estudios recientes, se incluye la reproducción de la clase alta en el país (Reátegui et al., 2022) y el estudio de divisiones simbólicas entre la clase media (Rentería y Zárate, 2022).
Desde el lado de las historias de vida y los testimonios pertenecientes a grupos subalternos, Valderrama y Escalante (2014) dan cuenta de las vicisitudes de Gregorio Condori y Asunta Quispe para sobrevivir en los márgenes de la sociedad peruana, procurando una serie de servicios y cuidados a los demás. Asunta Quispe relata en particular su vida como empleada doméstica en el Cusco. De la misma manera, Denegri (2000) nos ofrece el testimonio de Irene Jara que migra por etapas desde Algamarca (Cajamarca), Trujillo y San Martín de Porras (Lima) hasta Londres en su calidad de trabajadora del hogar. Queda pendiente realizar un mayor número de etnografías de trabajadoras domésticas, la mayoría migrantes de procedencia andina o afroperuana, procedencia rural y bajo nivel educativo (Anderson, 2011; Blofield, 2012; Valdez, 2014, como se cita en Pérez, 2020; Pérez y Llanos, 2017, como se cita en Pérez, 2019ª, p. 11)1.
La magnitud de la pandemia de la COVID-19 y vernos impedidos de transitar por el territorio nacional nos impulsó a elegir nuestro propio «barrio» como lugar de estudio, como parte de la tesis de maestría en Antropología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Más que contemplado como espacio geográfico, recinto definido desde sus límites materiales, nuestro barrio pasó a ser un referente de experiencias nuevas y distintas, contemplado desde el prisma de la etnografía, lugar de decisiones y generación de información (Guber, 2005, p. 83). Desde finales del 2019 hasta el 2023 entrevistamos, vía telefónica como también presencial, a 52 vecinos residentes y aquellos que migraron fuera del país, cual bola de nieve unos me fueron refiriendo a otros. En algunos casos la conversación fue a través de Google Meet. La mayor parte de entrevistas fueron grabadas con consentimiento oral de los entrevistados. De manera paralela, establecimos conversaciones informales con 20 cuidadores y servidores que trabajan en las calles del Centro Comercial, como también aquellos al interior de los hogares, además de un sinnúmero de encuentros casuales con diversos vecinos y trabajadores del lugar dedicados a distintos quehaceres y oficios2.
El proceso de tomar contacto con nuestros interlocutores pasó por varias facetas. Inicialmente impulsamos un proceso sistemático, luego decidimos adoptar un perfil más bajo y fluir con la vida del barrio en el preciso momento que empecé a frecuentar grupos que se fueron formando en los parques alrededor del cuidado de mascotas durante la pandemia, además de empezar a frecuentar diversas actividades vecinales como las brigadas mixtas3, lo que incluyó pasar a formar parte de cuatro grupos de WhatsApp (a los que fuimos incluidos más allá de nuestra decisión) y participar en celebraciones diversas4.
La etnografía como estrategia de conocimiento flexible presenta el desafío, a través de la inmersión subjetiva y la convivencia diaria, de vincular el acontecimiento fortuito con el contexto estructural, al igual que la experiencia cotidiana con el trasfondo histórico (Sandoval, 2022; Restrepo, 2022; Guber, 2005). Dado que la realidad solo habla cuando se le interroga, el hecho de explorar nuestro propio barrio, «convertir en problema lo evidente por convención» (Weber, 1958, p. 233) y volver extraño lo familiar no representó obstáculo alguno, además porque nunca antes habíamos explorado el barrio de esta manera5. Desde entonces, el barrio ha cobrado un sentido diferente para nosotras6.
Luego de referirnos al marco conceptual central, sin pretender ser voceros de servidores y cuidadores, sabiendo que representamos a la «patronal» de ascendencia europea por decirlo de alguna manera, alrededor de la historia principalmente de Mercedes, Celia, Bertha y Rosa, trabajadoras del hogar «cama dentro» (modalidad destinada a desaparecer) que han trabajado varias décadas en el barrio para familias «antiguas», reflexionaremos acerca de cómo las labores de cuidados de tan largo aliento están sostenidas por determinadas prácticas afectivas y formas de relacionarse, es decir, subjetividades, que evidencian sentidos de alteridad/identidad, así como maneras de autodefinirse.
ECONOMÍA DE LOS CUIDADOS, PRÁCTICAS AFECTIVAS Y FORMAS DE ALTERIDAD/IDENTIDAD
A través de las labores de cuidados reproducimos el producto más precioso que existe en el mercado: la fuerza de trabajo (Federici, 2020, p. 26; Batthyány, 2019; Federici, 2019; Fraser, 2019; Pérez, 2019a)7. El trabajo doméstico se dirige y reproducir la vida, así como a servir física y emocionalmente a los asalariados con el fin de asegurar que sus energías estén repuestas y disponibles. Desde la perspectiva activista feminista, las labores de cuidados del hogar se convierten en los pilares de la producción capitalista.
Actualmente asistimos a una crisis de cuidados en el mundo con el consecuente desbalance entre el tiempo y la energía dedicados al trabajo remunerado en contraposición al consagrado cuidado de la familia, los amigos y referentes sociales en general. Estamos perdiendo calidad de vida y capacidades sociales en ese sentido (Fraser, 2019, p. 69). La crisis del cuidado es síntoma de la emancipación de la mujer (Batthyány, 2019, p. 155), mientras que la gran desvalorización y feminización del trabajo de cuidados alimenta la crisis socioreproductiva en un contexto de «acumulación ilimitada que tiende a desestabilizar esos mismos procesos de reproducción social sobre los cuales se fundamenta» (Fraser, 2019, p. 70)8.
Las labores de cuidado implican formas de alteridad y prácticas afectivas. Alteridad implica considerar que los demás son complementarios y vitales para mi propia vida, lo cual incita a pensar en un «nosotros», a diferencia de concebir a los integrantes de grupos sociales en términos de identidades constantes y autosuficientes encapsuladas en sus propios cuerpos.
Los casos de las trabajadoras del hogar que presentamos a continuación han venido desempeñando una variedad de funciones dentro del engranaje que involucran procesos intensivos de cuidados que requieren un alto grado de interacción y satisfacción de necesidades complejas como proveer sensación de seguridad, brindar solaz y consuelo, así como anticipar miedos y deseos, por ejemplo.
Al ser un trabajo que brinda las condiciones para la restauración física y emocional de la capacidad de trabajo, estas actividades no son puramente materiales o inmateriales, no pueden desglosarse, y tanto elementos físicos como afectivos están inextricablemente combinados (Federici, 2020, p. 117). Entre «prácticas afectivas» y «trabajo afectivo» existe una diferencia abismal.
El giro afectivo en las ciencias sociales considera a los cuerpos como procesos que entran en contacto, fluyen y se relacionan de manera dinámica con otros cuerpos, en lugar de considerarlos como entidades aisladas e independientes, diluyendo además la distinción entre emociones -definidas como expresiones discursivas conscientes- y los afectos, contemplados como derivado de nuestras fuerzas viscerales y vitales espontáneas, a las que no alcanzamos a nombrar (Solana, 2020). Concebir al cuerpo a partir de las convenciones sociales y mapas culturales predecibles, como advierte Massumi (2002), significa contraponerlo a la «naturaleza, cruda, presocial e innata» de los afectos (Solana, 2020). Hablar de «prácticas afectivas» implica la existencia de un circuito constante entre afectos y emociones, amalgamando lo biológico y cultural (Wetherell, 2012). Un cuerpo siente y también piensa, improvisa, así como repite hábitos. Las emociones completan los afectos (Solana, 2020).
La teoría del trabajo afectivo (affective labor) es un término acuñado por Michael Hardt y Antonio Negri. A través de su trilogía Empire (2000), Multitude (2004) y Commonwealth (2009), vislumbran un proceso formidable de reproducción social que -luego de la restructuración del capitalismo, como respuesta a las revueltas de los años 60 y 70- ha pasado a englobar cada articulación de la vida social y puntos de producción, a partir de los cuales el sector servicios se ha expandido, diversificado y asumido labores propias del trabajo doméstico. Los afectos pasan a ser comercializados y el trabajo se torna comunicativo e interactivo, centrándose en brindar bienestar, satisfacción al cliente, pasión y excitación como parte de la oferta de servicios como niñeras a tiempo parcial, wedding planners, personal trainers, cuidadores y paseadores de perros, servicios de cumpleaños para las mascotas, entre otros. Lo que antes se daba como una solución silenciosa «natural» en los hogares ahora forma parte de las dinámicas de nuevo tipo de «emprendedurismo empresarial». De esta manera la sociedad deviene en una inmensa máquina de trabajo a favor de la acumulación de valor que Hardt y Negri denominan, inspirados en Foucault, producción biopolítica (biopolitical production).
El trabajo afectivo es una noción, sin embargo, que no puede explicar la dinámica que guía la socialización de la reproducción y la nueva división internacional del trabajo reproductivo, puesto que la fuerza motriz de la economía mundial no son los afectos, sino las ya conocidas estrategias del capital internacional de arrojar al mercado de trabajo masas de campesinos desposeídos, fuerza de trabajo informal sin contrato, entre otros despojados. Desde la perspectiva feminista, en cambio, este concepto tendría que proveer una herramienta analítica que permita vislumbrar formas de explotación de trabajo femenino, así como modos de subjetividad e investigación acerca de los cambios de trabajo reproductivo y de cómo han ingresado a la esfera comercial (Federici, 2020, p. 68).
Desde la antropología y las políticas públicas a nivel latinoamericano, se muestra cómo los trabajos de cuidado recaen en mujeres en situaciones altamente vulnerables (Anderson, 2007, 2010)9. El Perú carece de un marco normativo eficaz y políticas públicas adecuadas que protejan a las mujeres que realizan labores de cuidados, a pesar de haber firmado una serie de tratados y convenios internacionales10.
La etnografía como estrategia de investigación nos permite ir más allá de las cifras y generalidades para reconocer los matices y diversas circunstancias y maneras que envuelven las labores de cuidados en un contexto donde se han intensificado los cuatro nudos estructurales a raíz de la pandemia en América Latina: desigualdad económica, división sexual del trabajo, persistencia de patrones culturales patriarcales y concentración del poder (CEPAL, 2019, 2021).
SERVIDORES Y CUIDADORES DE UN BARRIO DE CLASE MEDIA11
La zona de estudio fue lotizada a fines de los años 1940. El establecimiento de varios colegios privados bilingües alrededor de la misma época atrajo a familias jóvenes, muchas de ellas compuestas por migrantes europeos. Entre los vecinos que se fueron asentando había médicos, contadores, abogados, empresarios, entre otras ocupaciones, al igual que operarios y técnicos que laboraban en el entonces aeropuerto Limatambo, cercano al lugar. El tranvía fue el medio en que algunos se movilizaron hasta sus oficinas ubicadas en el Centro de Lima.
La progresiva lotización de las haciendas y chacras alrededor del «barrio» se incrementó con la reforma agraria. El lugar posee once parques de libre acceso, salvo uno de ellos que está enrejado. El Centro Comercial se funda en 1965 y es alrededor de las calles de este que varios cuidadores y servidores organizaron su jornada laboral. Los conductores de taxi, ubicados al costado del supermercado, son cajamarquinos. Los quioscos y un puesto de periódicos son atendidos por una familia extensa ayacuchana. El servidor que vende desayunos para los guardias de seguridad, peluqueras, cambistas, entre otros clientes, proviene del Cusco.
SER MUJER Y CUIDAR DE UN BARRIO DE CLASE MEDIA
Con Rosa, Bertha y Erlinda entablé conversaciones en encuentros fortuitos. Las dos primeras son trabajadores del hogar «cama adentro»; Erlinda, en cambio, se encarga de barrer las veredas y recoger la basura del parque central de la zona12. Seguidamente presento a Celia y Mercedes, también trabajadoras del hogar «cama adentro» (como Rosa y Bertha), con las cuales pude conversar de manera más abierta y prolongada.
Sabía de la existencia de Rosa, conocida por su habilidad de contar historias que aluden a personajes fantásticos y situaciones que atemorizan. Con Rosa, a pesar de mis múltiples solicitudes con su patrona, con la cual compartimos una amistad, no fue posible conversar hasta el momento. Entiendo que forzar a hablar con una extraña sobre historias no es lo mismo que narrarlas espontáneamente durante el almuerzo porque el niño no quiere comer. «¿De qué le voy a hablar?» fue la respuesta que recibí a través de la «patrona» de Rosa, a quien una vez encontré frente a la puerta de entrada de la casa donde trabaja. Me presenté como amiga de la familia (lo cual es verdad). «Trabajo acá hace 69 años» fue lo primero que me dijo sin mayores tapujos ni rodeos. No escucha bien, los perros del parque ladran y es difícil entablar una conversación. Solamente sé que fue traída por el jefe de familia desde Áncash a la edad de 17 años. Ahora tiene 86. Ha cuidado de los hijos, nietos y ahora del bisnieto de la familia.
Bertha tiene 65 años y es de Huancavelica, y se acerca paseando a dos mascotas. De pronto se detiene en la acera que cruza el parque, muy cerca de donde nos encontramos. De manera abierta y sin mayores mediaciones me revela, saltando además de un tema a otro: «Hoy (domingo) es mi día libre y me he quedado por los perritos» (arrastrando la erre). Tengo una boda el sábado (de la hermana de la señora). ¿Cómo iré? (alza los hombros). Iré vestida de nana con mi mandil blanco, pues». Me mira como consultándome. «Todavía no han desayunado». Vuelve alza los hombros y afirma: «Ah, que esperen, tss. ¿Qué quieren desayunar? Uno me pide huevo; el otro, papas con huevo». «Ayer el jefe se puso a gritar. Yo le hice milanesa. ‘¡No quiero sancochado (sino crocante)!’. La vez pasada hice con la señora y quedó crocante (hace gesto de estar comiendo algo crocante con los dientes). Me despierto todos los días a las cinco de la mañana para sacar a los perros y preparar la lonchera». «La otra chica ha malogrado la ropa. La dejó remojando. Le ha echado lejía. Me dice que no fue ella. A la hora de planchar veo aquí manchas». «Esa chica es pura plata. Dice que gana (sin decir palabra alguna, alza dedo medio, anular y meñique juntos de la mano derecha), ¿usted puede creerlo? Yo solo gano la mitad de eso. Lo importante es el trato (Bertha misma se consuela con sus palabras)». «Voy a hablar con el patrón». «Me quedé una semana en mi casa. Mi esposo no me da plata». Sus últimas vacaciones no representaron descanso alguno, puesto que tuvo que atender a su esposo e hijos, inclusive solventar los gastos de comida. Prefiere quedarse hoy domingo en casa de los patrones: «Me quedo con mi pijama. Me voy a mi cuarto. Hago lo que quiero». «Ya me he acostumbrado a los señores».
Erlinda nació en Pomabamba (Áncash), tiene 53 años (aunque parece que tuviera muchos más), vive en Los Olivos y se levanta a las 4 a. m. todos los días para salir a trabajar y arribar a las 6 a. m. con la camioneta de la empresa que provee los servicios de limpieza. A Erlinda le han asignado retirar la basura y barrer las veredas alrededor y dentro del parque. La encuentro tarareando «Lejos de ti mi corazón está llorando» de Sonia Morales, interpretación propia de Cuando estoy lejos de ti, que luego busco en YouTube. Erlinda utiliza un chumpi para protegerse para que la columna «se acomode bonito» y «no se abra». El personal de salud, la policía, los vigilantes particulares, las cajeras de los supermercados y el personal de limpieza merecen todo nuestro particular respeto y reconocimiento durante la pandemia COVID-19. La pregunta que queda por hacernos es la siguiente: ¿Quién cuida de los cuidadores? «No he faltado ni un solo día a mi trabajo desde que se inició el encierro», asevera Erlinda, imbuida en su uniforme de manga larga y gorro azul de material sintético con franjas blancas que circundan sus tobillos y antebrazos.
A Celia la había visto en anteriores oportunidades. La pandemia, con todas las desgracias que ha causado, nos ha forzado, sin embargo, a ralentizar los tiempos, lo cual parece favorecer la atmósfera para saludarse y conversar de manera mucho más calmada, dejando de lado las urgencias de la vorágine de la rutina diaria. Eso fue lo que sucedió en esta oportunidad. La encontré dando vueltas al parque, a las 8.30 de la mañana un 25 de diciembre de 2020 en plena pandemia. El espacio estaba desolado y a la vez exudaba una atmósfera sosegada. Nada la apuraba a Celia: la patrona estaba en la playa con sus hijos, por lo que fue un momento propicio para dialogar. «Caminar es bueno, hay que caminar para mantenerse saludable», me dice. Celia es afroperuana, nació en Chincha y ha cumplido 73 años el 15 de diciembre (2022). Trabaja hace 50 años donde la señora Milena, que tiene más de 90 años y es viuda; por lo tanto, viven solas las dos13.
Habla mostrando una amplia y bella sonrisa con dientes muy blancos y luminosos14. Se desenvuelve con distinción, gracia y suavidad al caminar y hablar, cumpliendo expectativas de clase media. Celia suele usar falda, nunca pantalones. Es muy cuidadosa en vestir, generalmente elegante, y da la impresión de haber heredado trajes de la «patrona». Jamás la he visto portar uniforme15.
Nuestra conversación discurre en medio del trabajo de remodelación del parque, entre rumas de adoquines, bolsas de arena y avisos de «peligro obras».
«¿Cómo llegó usted a la Aurora?».
Celia llegó a la Aurora a los 23 años buscando trabajo en una época en que los avisos de «Se busca empleada cama adentro» se inscribían y colgaban en un pedazo de cartón, que sostenían con pabilo o cinta adhesiva afuera de las casas que, en ese entonces, no tenían rejas ni muros. «Pienso que Dios me trajo hasta acá», afirma Celia, y agrega «yo soy muy católica, muy creyente». Celia es madre soltera. Tiene un hijo y tres nietos (precisamente fue en búsqueda de trabajo en 1972 para mantener a su hijo). Cuando toma su día libre se queda a dormir en la casa de una tía que vive en el Callao.
«La señora se cuida mucho», me explica Celia. «Si algo he aprendido de la patrona es que hay que cuidarse uno mismo». «Mi patrona toma vitaminas. Hay vitaminas para todo: para el pelo, las uñas, la vista, los huesos, ¡para todo! El médico me ha dicho que también tengo que tomar vitaminas. Cuando las amigas (de la empleadora) se juntan y viajan a los Estados Unidos me traen vitaminas. La vitamina B es buena; colágeno no porque para que haga efecto uno tiene que tomarlo con otra cosa. Yo como mucha fruta. No como verdura, pero me preparo extractos de diferentes verduras. Sufro de artrosis», comenta mientras frota sus brazos, hombros y clavículas.
«¿Hasta cuándo estaré por acá?» (ella misma se pregunta). «Nosotros somos pobres. No tenemos este verdor, estos parques» (se refiere al Callao donde pasa los días libres y vive su tía). «¿Qué tipo de trabajo realiza?». «Yo hago de todo. Mi mamá nos ha enseñado a ser muy limpias. Cocino, limpio. Hago de todo. Todos los días viene un chico a ayudar con la limpieza». Repite con frecuencia durante la conversación: «Lo que más he aprendido de mi patrona es a cuidarse uno mismo. Ella se quiere más que yo me quiero a mí. Yo sufro de depresiones. No me gusta estar sola. La patrona me dice ‘Celia tienes que cuidarte, tienes que quererte’»16.
El testimonio de Celia adquiere visos confesionales. Nos quedamos pensando en los sentimientos encontrados que han aflorado en ambas a través del diálogo. Sentimos por momentos una especie de desolación al escucharla (porque su futuro es incierto, su empleadora ya tiene 90 años y no sabe hasta cuándo podrá trabajar en la Aurora y disfrutar del parque) y, al mismo tiempo, su presencia nos transmite cierto bienestar por haber podido encontrar refugio en una familia y empleadora que «no es como las demás patronas que se fijan tanto y reclaman, ‘esto está cochino, limpia aquí, esto no está bien hecho’. La patrona también ayuda». Añade, sin embargo: «A veces tenemos problemas. Los problemas no faltan. Usted sabe, el ser humano a veces es ingrato, no es agradecido y tenemos algunos conflictos».
Celia relata que su tía permanece echada en cama todo el día y no quiere comer. No se cuida ni se quiere a sí misma. A diferencia de su tía, Celia al menos tiene dónde darse vueltas todos los días tranquila, al aire libre, en un lugar bello y verde; sin embargo, entra en una especie de nostalgia adelantada y desolación cuando repara que su empleadora ya tiene 90 años, que en cualquier momento se va y ella se queda sin trabajo, sin este parque, sin este verdor porque «nosotros somos pobres y no tenemos nada de esto» (y alza simultáneamente la vista y los brazos como declamando y los hace girar como dirigiéndose a un amplio horizonte mientras me habla sobre el parque).
Celia se halla en una situación más cerca de la fragilidad de la condición humana y se deprime17. Como en el caso de otras mujeres que trabajan cama adentro, Celia ha depositado su vida entera (50 años en este caso) al servicio de otros. Su tía, en cambio, dejó de trabajar (así se lo solicitó su marido), se dedicó a su casa y a cuidar a sus hijos, y ahora no quiere comer ni salir de la cama.
Entablar largas y tranquilas conversaciones con -en lenguaje de los vecinos residentes- das Mädchen (la muchacha), servidumbre o empleada solo fue posible en el caso de Mercedes, que ha estado trabajando para la familia K desde 199018. Ahora que sus propietarios originales han fallecido, Mercedes se responsabiliza del cuidado de la casa. Mercedes nació en 1957 en Apurímac, en la zona donde se venera a la Virgen de Cocharcas, y es la tercera hija de una familia de agricultores quechuahablantes de once hijos, de los cuales sobreviven nueve. Su padre, ayacuchano de nacimiento, fue capataz de una hacienda. Hoy en día, las hermanas mujeres son amas de casa y comerciantes a excepción de Mercedes, que siempre se ha desempeñado como trabajadora del hogar desde los 16 años. Los hermanos varones son albañiles. La madre de 89 años aún vive y prefiere quedarse en Apurímac. La madre de Mercedes formó parte de la producción intensiva de engendrar y criar once hijos. El padre falleció hace varios años atrás; fue capataz en una hacienda, régimen servil que trasladó de alguna manera a su propio hogar. «Éramos bien pobres. Mi padre era bien estricto. Gracias a esa disciplina he podido salir fuera». Mercedes y sus hermanos estuvieron sujetos a castigos físicos con un chicote de tres puntas y una férrea disciplina de trabajo familiar en la chacra, a lo que se sumó las labores del hogar: «Desde que teníamos uso de razón, de los dos años, cuando ya podían caminar, [nos decían] ‘haz cualquier cosa’». «Para mí era un terror que un día nos enteráramos que mi mamá está gestando», puesto que implicaba el recrudecimiento de la jornada laboral. «Los mayores era[n] [los] que [se] ocupaba[n] [de] la limpieza de los hermanos (menores), ‘tienes que cocinar’». La labor era básicamente manual y muy ardua: «Se hacía cosas de molido en batán, en piedra, que hoy día no existe».
«En mi infancia he pasado tantas necesidades que [si] vuelvo a nacer no tendría los padres que tengo». Imponer una disciplina fue sinónimo de trabajo agotador en la chacra y castigo físico con el chicote de tres puntas. Mercedes le suplicaba al padre para que no la castigue. Si no se levantaba puntual antes de las cinco de la mañana, era arrastrada por el piso hasta que despierte. Para evitar los castigos se refugiaba en árboles y cuevas. Cada vez que su madre quedaba embarazada «para mí era un terror», puesto que la cantidad de trabajo se recrudecía en la chacra, el cuidado de la casa y los hermanos menores19. Las jornadas eran tan extenuantes que no le quedaba tiempo, ganas o energía para estudiar.
Gracias, como ella misma señala, al «sudor de mi frente» posee una casa en Canto Grande que la comparte con uno de sus hermanos que vende material de construcción.
Mercedes llegó a Lima por primera vez a los 16 años junto con una tía a la que le tenía mucha confianza, quien era madre soltera y le explicó «cosas de varones». Mercedes estaba huyendo disgustada del acoso de un joven que la pretendía y que ella rechazó (aunque ahora confiesa que son buenos amigos). Mercedes señala «así como me ve, he salido fuera del país» y ha trabajado en Austria (entiende alemán) y Venezuela. Fue en 1990, ya de vuelta al Perú, que empieza a trabajar para la familia K, vecinos de la zona de estudio. Mercedes consideró a la señora K (fallecida en 2021 a los 84 años) como una segunda madre, «una dama maravillosa», un soporte afectivo-emocional importante, que le enseñó que es posible dar cariño y ser amorosa con su esposo, hijos y nietos, y al mismo tiempo a ser autoridad, expresarse con franqueza y que tener disciplina no significa castigo físico como había aprendido originalmente20.
Mientras trabajó para la familia K, Mercedes se desempeñó como dama de compañía y paseadora de perros; además, se ocupó de la limpieza, cocinó, lavó ropa e hizo compras en un mercado. Hizo de todo, como Celia también refiere. Solíamos verla trepada en una escalera limpiando las ventanas, regando el jardín exterior, pasando franela a las rejas exteriores. Cuando la pareja fue envejeciendo, se dedicó también a velar por el dueño de casa (fallecido a los 97 años en 2022). Al final del 2022, cuando ambos dueños ya no estaban más en este mundo, se dedicó junto al técnico de enfermería a embalar muebles y accesorios de la casa. En estos momentos está a la espera de decisión de la venta de la casa de los hijos, mientras tanto se ha quedado al cuidado de la mascota. A diferencia de otros casos, los dueños de casa le han pagado CTS y una remuneración que desde julio del año 2022 asciende a 3000 soles.
Vida y trabajo se amalgaman, especialmente en estos casos de las trabajadoras del hogar «cama adentro» donde, como táctica, han tenido que interiorizar códigos de conducta servil, adecuados para la clase media: un hablar afable, suaves modales, mantener buen humor. Celia ha internalizado formas de vestir y conducirse al caminar con sumo cuidado y elegancia. Mercedes ha sido entrenada de manera expresa para conducirse dentro del servicio diplomático. La individualidad ha sido moldeada por determinadas imposiciones. ¿En qué medida, sin embargo, el trabajo de Mercedes para la familia K ha constituido una prolongación de la disciplina familiar, sumado a la identificación con figuras religiosas?
¿En qué medida el reclutamiento -o colonización del «alma»- de Mercedes a los 12 años a la religión evangélica y el encuentro con la señora K le permitió sublimar el horror vivido en la infancia cual transubstanciación? ¿Podemos pensar que la religión evangélica se apropió de sus energías afectivo-emocionales, alineándola hasta cierto a una determinada disciplina «amorosa» que resultó funcional a sus labores como trabajadora del hogar a tiempo completo? A partir de sus prácticas religiosas, ella y sus hermanos evitan «emborracharse» y miran «las costumbres» del pueblo donde nació con cierta distancia; sin embargo, al mismo tiempo, disfruta relatándonos la fiesta de Mamacha Carmen cuando era niña.
Lo que más admiro de la señora K fue su «autoridad». Le solicito extenderse en el concepto de autoridad: «Yo tengo que pensar mucho bíblicamente. Jesucristo tenía autoridad», lo que implica «con una certeza de seguridad, decir las cosas y cumplirlas. La verdad y la autoridad son dos cosas muy importantes para mí». Los indicadores de autoridad son «un[a] fuerte voz», «seguridad de sí mismo, miras la cara y le hablas o le llamas la atención (…) sin lastimar, pero con firmeza. Con seguridad, cuando le hablas, te va a obedecer hasta un animal y la persona, lo mismo».
Existen puntos de tensión en Mercedes referidos a su identificación con las costumbres de su pueblo de origen y el sentido de autoridad. Lo razona, pero luego al actuar con un sentido de alteridad, al brindar afecto en sus labores esforzadas de cuidado, parece disociarse de estos razonamientos: debido a su posición social no será posible que ella tenga autoridad, aunque puede expresar libremente sus deseos.
«¿Qué te gustaría ser si volvieras a nacer?». «Si volvería a nacer, uff, me gustaría ser la misma persona, pero con la diferencia de la libertad de expresión, con la libertad de tener amigas, libertad de jugar, de reír como es natural que hoy en día la infancia, pero en el resto que soy Mercedes, no lo cambiaría, me siento feliz con Mercedes. La respeto, la amo, la quiero, así como es. En algún momento, uff, me encantaría conocer, recorrer el mundo (como lo han hecho sus empleadores), lo puede hacer uno, siempre y cuando tiene los medios económicos y que pueda tener libertad de salir y entrar a cualquier parte del mundo. Si volvería a nacer, tener la libertad, libertad de expresión para jugar, para saltar; la libertad no tiene precio cuando uno lo tiene». Mercedes, tengo una noticia que darte no tan placentera: esa libertad nunca la vas alcanzar.
CONCLUSIONES
¿Cuál es la frontera entre una relación servil y una asalariada «moderna» como se reconoce en la Ley 31047, Ley de las Trabajadoras y Trabajadores del Hogar, del 1.10.2020?21
Reparar la diferencia entre las maneras como los cuidadores dialogan con los patrones y la forma como se dirigen a sus familiares nos hace pensar en el concepto de «zonas de contacto», entendido como los «espacios sociales donde culturas dispares se encuentran, chocan y se enfrentan» en relaciones que son frecuentemente asimétricas de dominación y subordinación (Pratt, 2010, p. 31). Servir y cuidar a otros en esas condiciones, donde además resulta inevitable ingresar a los aspectos más íntimos de la dinámica hogareña, requieren de tácticas y prácticas afectivas que sostengan las labores de cuidados para no desintegrarse y diluirse en otros. La convivencia diaria con otros extraños a la propia familia demanda una disciplina particular de trabajo, un adaptarse a las maneras que demanda la situación, reprimir parte de su manera de ser, aprender a ser otra. De Certeau (1988, p. 37) traza la diferencia entre cómo las estrategias desplegadas desde un lugar de poder establecido dentro de la jerarquía social y los poderes instituidos delimitan el espacio con actitud cartesiana, volviendo invisible al subalterno. En cambio, el espacio de la táctica o las maneras de operar y enfrentar una situación están siempre a la mira de oportunidades dentro de lo establecido. Podríamos decir que la estrategia, como la estrategia militar, es el lugar de las identidades catalogadas como aliados, adversarios o enemigos, mientras que las tácticas, que es el arte y astucia e ingenio de operar de los débiles, se conciben en términos de alteridad, tomando en consideración el espacio del otro.
Examinar cómo, a través de las redes sociales y aplicativos, se expresan los vecinos del barrio acerca de cuidadores y servidores se expresan excede los propósitos de este artículo; sin embargo, mientras los casos analizados de trabajadoras del hogar se expresan en términos de alteridad, los vecinos aludidos lo hacen alrededor de haber creado una serie de categorías e identidades basadas en prejuicios y temores de que el barrio se convierta en un lugar despreciable de «gente de los cerros» y la «plaza San Martín»22.
El concepto de colonialidad del poder de Aníbal Quijano (2004) resulta particularmente pertinente en este análisis para recapacitar sobre la existencia de la heterogeneidad de relaciones laborales en países como Perú. Quijano y otros afirman que la independencia de los países en América Latina no significó el fin del colonialismo (Segato, 2014, p. 46). El capitalismo articula diferentes modos de producción, posee una naturaleza a la vez colonial/moderna y eurocentrada, por lo que se habría apropiado, junto a modos de trabajo asalariados «modernos», de formas de trabajo y relaciones serviles y esclavas (Quijano, 2004, p. 237; Segato, 2014, p. 47). Las condiciones de explotación están proscritas por el marco normativo; sin embargo, es algo que suele darse en el país de cierta manera23. Trabajar más de las ocho horas reglamentarias o recibir sueldos por debajo del salario mínimo vital son situaciones que se han normalizado en el Perú, más aún si se trata del caso de las trabajadoras del hogar.
Los pueblos colonizados fueron apartados de su propia materialidad y convertidos en seres insustanciales. Para Marx, los trabajadores perdieron su humanidad debido a que les fue negada su existencia material como personas que se hacían a sí mismas a través de su propio trabajo (Miller, 2005). En circunstancias de grandes brechas sociales y explotación normalizada, desde una posición subalterna, resulta más fácil la alienación con uno mismo, sentirse extraño, incómodo en su propio cuerpo, ajeno consigo mismo.
La subjetividad de los pueblos, sus lenguas, memoria histórica, imágenes, símbolos, patrones de sociabilidad y reciprocidad, entre otros aspectos, fueron interferidos, interceptados, obstruidos, cancelados por la colonialidad del poder (Segato, 2014, p. 52). La racialización de las relaciones de poder se expresa en el mundo intersubjetivo de los dominados como un contemplarse a través de los lentes del que domina (Germana, 2014, p. 86). ¿En qué medida Celia se percibe e interpreta su vida a través de los ojos de su «patrona»? No sabemos qué está causando la depresión recurrente en Celia, si detrás de su tristeza podría estar albergando una rabia, como hipótesis, de una vida no lograda, de no contar con los medios materiales y soporte moral suficientes para realizarse como ser humano de manera integral, puesto que su vida se consume en cuidar de otros, involucrándose con toda su energía, tiempo y persona.
Son historias de vida que dan cuenta de la escasez de salidas alternativas de vida: casarse y formar una familia no es garantía de encontrar solaz y apoyo (Bertha). Celia disfruta mucho de las caminatas alrededor de los parques del barrio de clase media. Celia es católica practicante (la he visto ir a misa los domingos en la capilla de la zona) y Mercedes evangélica desde los 10 años, cuando un religioso solía congregar a los niños de su pueblo en torno a la palabra de Dios los domingos (como afirmaría Mercedes). «Tener fe en Dios es algo maravilloso», señala Mercedes24.
Ambas, Celia y Mercedes, se sienten bendecidas de trabajar para las patronas, a pesar de la larga jornada de trabajo (no escuché queja alguna) y el hecho de ver su autonomía limitada, autonomía entendida como el grado de libertad con el que cuentan para «poder actuar de acuerdo con su elección». Esta capacidad no dependería solo de la voluntad individual, sino de las condiciones que el Estado en conjunto con otras organizaciones de la sociedad civil, cooperación internacional y la academia pueden ofrecer (CEPAL, 2021; Delgado, 2017). Partimos del supuesto (por lo observado en la zona) que ya no resulta común emplear «servicio de cama adentro». Las trabajadoras del hogar que quedan frisan la tercera edad. La única manera de explicarse el haberse «enganchado», «comprometido» a quedarse trabajando no es solamente porque no tenían otra opción, sino porque en contraste con vidas anteriores han desarrollado formas de apego, agradecimiento y diríamos hasta cariño a esta especie de «madres sustitutas» que no tuvieron. Frente a una infancia desgarradora y dolorosa que le dejó heridas (se sentía fea), llegar a la familia K fue para Mercedes un bálsamo.
Spivak (2017) concluye que el subalterno no puede hablar, puesto que otros de mayor poder en la jerarquía de posiciones hablan por él o ella; por lo tanto, la habilidad del sujeto de tomar sus propias decisiones, su capacidad de agencia, de saber hasta qué punto ser escuchado, es limitada.
«Mis hermanos reclaman -me confiesa Mercedes- ‘¿cuándo te vas a ocupar de tu vida?’». «Ya era madura cuando quise tener hijos y familia», pero al mismo tiempo señala que fue una «bendición de haber trabajado con el Sr. y la Sra. K».
Son los sin voz, personajes cuyas trayectorias de vida, alegrías y vicisitudes poco conocemos, esas historias que se silencian en la narrativa de los vecinos (Trouillot, 2015 [1995]) y solo se publican, cuando se ha quebrantado alguna norma. A veces la sola presencia de «la gente sin historia» (Wolf, 2016) ya es de por sí catalogada como una transgresión. Sin embargo, sin ellas, el orden y sistema de vida de la clase media tradicional se desmoronaría vertiginosamente.
La táctica de Mercedes es imaginar que su casa en Canto Grande es como un esposo minusválido que no le exige y le espera sentado. «Es un esposo que no me reprocha, no me reclama, sino que me espera sentado. Se conforma con lo que le doy y me ama. Es mi imaginación». Seguidamente encarna a un tercer interlocutor, ríe y dice «estás loca». No es locura, son tácticas que le permiten contrarrestar lo establecido y añade: «Yo gozo cuando llego a mi casa, cuando llego acá también (a la familia K); siento, respiro amor, es un amor para mí es importante, yo siempre respeto»25.
No he tenido aún la suerte de escuchar las narraciones de Rosa, pero sé que impactan a los miembros de la familia M como me lo han explicado. Las labores de cuidado en estos casos se sostienen por prácticas afectivas que se vinculan con trayectorias de vida carentes de afecto y atención26.
Celia parece vincular su depresión y la depresión de su tía al hecho de no quererse, de no poseer amor propio, que sí demuestra tener la señora Milena, como si se tratara de una decisión meramente racional, donde Celia sería la responsable del supuesto descuido, pereza, voluntad o falta de decisión de no quererse. La patrona está rodeada de expertos y amistades que acuden a verla cuando algo le duele o molesta, más aún ahora en pandemia. «Tienes que hacer lo que yo hago, Celia», le reclama la señora Milena, «quererte a ti misma». Su empleadora sí se quiere; además de contar con la suficiente solvencia moral, puede proveerse de servicios que tú no puedes pagar, Celia, además porque tu empleadora recibe un reconocimiento diferente al que tú recibes de los demás. Mientras Celia permanece en la periferia de nuestra visión, la señora Milena puede colocarse en el centro de la atención de otros, apareciendo como alguien más significativo, como sucede con algunos usuarios del parque cuyos cuerpos parecieran tener más tonicidad y peso con una presencia que se hace notar mucho más, al crear una tensión particular contra los demás cuerpos que no gozarían de la misma inyección de confianza y reconocimiento.
Pensamos que la glorificación de las patronas como supuestas madres protectoras, como una prolongación de las prácticas religiosas de subordinación, es lo que ha podido sostener en parte una relación tan prolongada de trabajo, en el caso de Celia y Mercedes. Sin embargo, en el caso de Mercedes, resulta más claro cómo encuentra intersticios para lograr cierta autonomía recurriendo a su imaginación, encontrando igualmente placer en las labores de jardinería. Hace poco (junio 2023) viajó al cumpleaños de una hermana y de su madre, y reconoce que su lugar de origen es bello. Eso significa que habría que relativizar eso de que «lo que es bueno para las clases dominantes se torna referente para los demás» en un contexto donde «la cultura de los dominantes» es la «cultura dominante» que imparte un sistema común de orientación cultural (Quijano, 1980, p. 24). Si bien resulta inviable para los dominados o sectores subalternos «alcanzar el control de los instrumentos cognitivos» para lograr la materialización de sus vivencias culturales (Lauer, 2007, p. 27), es posible (en distinto grado) recurrir a tácticas como la risa y la imaginación con el fin de no vivir de manera desgarrada entre la presión del deber ser y lo que uno quiere llegar a ser.
Desde la perspectiva del derecho a la ciudad, los cuidadores y servidores con los cuales conversé hacen posible, como parte de la dinámica de reproducción del barrio, que la zona sea segura, exista mayor previsibilidad y certidumbre en las rutinas que a su vez contribuyen a la reproducción de la fuerza y organización del trabajo, a diferencia de los vecinos.