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Liberabit

versión impresa ISSN 1729-4827

liber. v.18 n.2 Lima jul./dic. 2012

 

ARTÍCULOS

 

Alcoholismo parental y desempeño social en niños: el rol mediador del clima familiar

Parental alcoholism and social performance in children: the mediator role of the family environment

 

Cecilia Reyna*

Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

 


RESUMEN

El alcoholismo es uno de los desórdenes psicosociales más frecuentes, con efectos adversos no sólo para la propia persona sino para su entorno. En este estudio, se revisan las consecuencias sobre el desempeño social de los hijos, considerando el rol mediador del ambiente familiar. La importancia de comprender dichas relaciones radica en que el desarrollo socialmente competente en edades tempranas se ha asociado con el bienestar y la salud mental futuros. Se espera que el esclarecimiento del rol de los factores familiares de riesgo y protección sobre el desempeño social infantil permita generar estrategias preventivas y de intervención más certeras.

Palabras clave: Alcoholismo parental, clima familiar, habilidades sociales, niños.

 


ABSTRACT

Alcoholism is one of the most common psychological disorders, which has adverse effects not only for the person but also for their environment. In this study, we review the impact on the social performance of children, considering the mediating role of the family environment. It is relevant understand those relationships because social competence in early ages has been associated with welfare and mental health in future years. It is expected to clarify the role of risk and protective factors in the family on children’s social performance and that this allows generating more accurate preventive and intervention strategies.

Key words: Parental Alcoholism, Family Environment, Social Skills, Children.

 


Introducción

El desarrollo social es un aspecto clave para la adaptación. Las teorías sobre cómo los niños adquieren habilidades sociales han ofrecido explicaciones acerca de por qué algunos niños son más o menos habilidosos socialmente que otros y han facilitado la comprensión de los factores que hacen que algunos niños tengan dificultades para relacionarse con sus pares. El rechazo de los pares se atribuye no sólo a déficit en habilidades conductuales sino también a las cogniciones subyacentes, como estrategias y metas confusas o interpretaciones equivocadas sobre los motivos de los otros (Crick & Dodge, 1994; Gresham, 1986, 2001; Rose-Krasnor, 1997). Numerosas investigaciones han analizado la relación entre la competencia social y otros constructos a nivel individual, como regulación emocional, procesamiento de la información y temperamento, entre otros (p.e., Crick & Dodge, 1994; Eisenberg et al., 2005).

Asimismo, se ha estudiado el rol de la familia en tanto agente de socialización primario en la vida de un niño. La familia puede considerarse un ambiente favorecedor del desarrollo infantil, aunque también puede implicar ciertos factores de riesgo, como en el caso de alcoholismo parental, lo cual incrementa la probabilidad de padecer distintas alteraciones psicosociales, como problemas de conducta, trastornos psiquiátricos e inicio temprano de abuso de sustancias (Chassin, Flora & King, 2004). Sin embargo, diversos estudios señalan que no existe un efecto directo entre el alcoholismo parental y la aparición de trastornos en los hijos, por lo que es fundamental considerar otras variables intervinientes, destacándose el rol del clima familiar.

Teniendo en cuenta el impacto a corto, mediano y largo plazo del desarrollo social temprano, y el rol de la familia en el mismo, este trabajo se propone revisar las consecuencias del alcoholismo parental sobre el desempeño social de los hijos, considerando el rol mediador del ambiente familiar. En primer lugar se recuperan aspectos referidos al desempeño social, y luego se revisan las consecuencias del alcoholismo parental sobre el desarrollo social de los hijos. Por último, se presentan las consideraciones finales.

Desempeño social infantil

En el contexto del desarrollo social, una categorización comúnmente empleada es la de comportamientos adaptativos y no adaptativos. Entre los primeros, se engloban conceptos tales como las habilidades sociales y la competencia social, utilizados en numerosas ocasiones como sinónimos.

La definición de habilidades sociales dista de ser unívoca. Vicente Caballo (2002), señala algunos problemas que dan lugar a ello: utilización de términos distintos para referirse a un mismo concepto; imposibilidad de desarrollar una definición consistente dado que la habilidad social depende del contexto sociocultural y de factores personales; y además, el uso del término habilidades sociales para dar cuenta de diferentes procesos, mientras que unos lo han utilizado para referirse a contenidos de conducta, otros lo han hecho para dar cuenta de sus consecuencias, y hay quienes lo emplean en relación a ambos aspectos. A pesar de las dificultades señaladas, una de las definiciones más acabadas de habilidad social es brindada por Caballo (1987), quien señala que:

«La conducta socialmente habilidosa es ese conjunto de conductas emitidas por un individuo en un contexto interpersonal que expresa los sentimientos, actitudes, deseos, opiniones o derechos de ese individuo de un modo adecuado a la situación, respetando esas conductas en los demás, y que generalmente resuelve los problemas inmediatos de la situación mientras minimiza la probabilidad de futuros problemas» (p. 556).

Por su parte, la competencia social se refiere a la eficiencia en la ejecución de la conducta social. Rose-Krasnor (1997) señala que la competencia social implica efectividad en la interacción, lo que conlleva el desarrollo de conductas organizadas que se evidencian en distintos momentos de la vida. De esta manera, las habilidades sociales se consideran como comportamientos sociales específicos que componen la competencia social; en tanto que la competencia social comprende habilidades y estrategias concretas y se relaciona con estructuras motivacionales y afectivas (Trianes, Muñoz & Jimenez, 1997).

La contracara del comportamiento adaptativo son los problemas de conducta, dentro de los cuales se distinguen los problemas externalizantes (agresión, pelea y acting-out) y los problemas internalizantes (ansiedad, aislamiento social y depresión). Uno de los aspectos más estudiados es la agresión, entendida en un sentido amplio como una acción que tiene por objetivo dañar a otra persona (Perry, Perry & Boldizar, 1990).

Es posible distinguir distintos tipos de agresión en base al acto agresivo que se manifieste, con agresión verbal y física, y cubierta o abierta, o proactiva y reactiva según las circunstancias en torno a la conducta, con la primera haciendo referencia a conductas con la intención de obtener una meta deseada, y la segunda a una respuesta defensiva, de ira a una provocación (Crick & Dodge, 1996). Cabe señalar que ciertas cantidades e instancias de agresión se consideran como una parte normal del desarrollo saludable infantil.

¿Competencia social implica ausencia de problemas de conducta? Los estudios que comprenden tanto medidas de competencia social como problemas de conducta señalan relaciones marcadas y en sentido inverso (p.e. Inglés, Hidalgo, Méndez & Inderbitzen, 2003; Webster-Stratton & Hammond, 1998). Sin embargo, es posible que la competencia social no implique ausencia de problemas de conducta, y a la vez, que las personas con niveles bajos de problemas de conducta no sean socialmente competentes.

Como muestran Cairns y Cairns (2001), algunos varones agresivos pueden tener tantos amigos como los no agresivos, por lo que se flexibiliza la proposición agresión-rechazo.

Esto implica que si bien el desempeño social abarca la competencia social y los problemas de conducta, éstos se deben considerar como dos dimensiones separadas, ya que incluso es factible que no todos los predictores sean compartidos. Tradicionalmente, el comportamiento problemático ha recibido mayor atención que el comportamiento adaptativo, lo que ha impedido reconocer y fortalecer los aspectos positivos del desarrollo en poblaciones normales desde un abordaje educativo preventivo.

La Teoría del Aprendizaje Social propuesta por Bandura (1987) es útil para comprender el comportamiento social, aunque no propone un modelo específico de habilidades sociales. Desde esta teoría se concibe al comportamiento social como resultado de la interacción entre factores determinantes personales (cognitivos y motivacionales) y factores extrínsecos (ambientales y situacionales). Además, ese comportamiento es influenciado por la historia de reforzamiento directo, el modelado, el feedback y moldeamiento de las habilidades, las oportunidades para practicar las conductas y las expectativas de éxito o fracaso, incluida la autoeficacia o creencia sobre la posibilidad de actuar eficazmente para lograr un objetivo.

En el desarrollo de las habilidades sociales tienen un papel protagónico los agentes de socialización, siendo el primero de ellos la familia (factor extrínseco en la Teoría del Aprendizaje Social). Como señala Palacios (1999), la familia promueve el desarrollo personal y social, y es quién protege de las situaciones de riesgo. Diversos estudios han señalado que la calidad de las relaciones padres-hijo y las experiencias de socialización son factores claves en el desarrollo de las habilidades sociales, aspectos positivos como el afecto han predicho niveles elevados de competencia social (Raver, Gershoff & Aber, 2007), mientras que pautas de crianza más autoritarias se han asociado con bajos niveles de competencia social (Chen, Dong & Zhou, 1997).

De esta manera, se reconoce que son múltiples los factores que afectan el desarrollo social, tales como factores intraindividuales (características y predisposiciones genéticas), interindividuales (estilos de relación con padres y otros miembros de la familia, con compañeros y otros adultos) y macrosistémicos (factores de riesgo y de protección del contexto) (Rubin, Bukowski & Parker, 1998).

La importancia de desarrollar habilidades sociales desde edades tempranas radica en que la interacción exitosa con pares durante la edad preescolar es un fuerte predictor del bienestar y la salud mental posterior, hecho que se solidifica con la reputación de los años escolares (Denham & Holt, 1993). Fantuzzo, Bulotsky-Shearer, Fusco y McWayne (2005) han analizado la relación entre la competencia y la adaptación social en niños de 4 a 6 años y observaron que la conducta socialmente negativa en el aula predijo labilidad emocional, conductas de aprendizaje no adaptativas y juego social disruptivo, mientras que la conducta de aislamiento sólo predijo menor compromiso afectivo en el aula y cierta desconexión de los pares en el contexto del hogar.

Como se mencionó, el contexto familiar puede afectar en distintos sentidos el desarrollo del niño, actuando como un contexto de protección y favorecedor de un óptimo desarrollo, o propiciando factores de riesgo, como la situación de alcoholismo parental, aspecto que se describe a continuación.

Alcoholismo parental y consecuencias en los hijos

El alcoholismo es uno de los desórdenes psicosociales más frecuentes. Por ejemplo, en Argentina según un informe del INDEC (2005), el consumo regular de riesgo de alcohol (consumo de más de un trago por día en mujeres y más de dos tragos en hombres) en mayores de 18 años es del 19.5% en general, en hombres es de 20.3% y en mujeres de 18.1%. Las tasas se incrementan en los hombres al considerar el consumo episódico de riesgo de alcohol (consumo de cinco o más tragos por día en los últimos treinta días), siendo de 29.2% para la población total, 39.1% en hombres y 11.5% en mujeres.

Por otra parte, existe considerable evidencia empírica acerca de los efectos adversos del alcoholismo sobre el ambiente familiar global y el bienestar psicológico de los hijos, quienes son considerados una población de alto riesgo para el desarrollo de alcoholismo y diversos problemas psicosociales. El alcoholismo parental puede afectar a los hijos a través de distintas vías: efectos del alcohol a nivel fetal, vulnerabilidad genética para el alcoholismo y trastornos asociados, y efectos sobre el ambiente familiar, teniendo en cuenta que el consumo de alcohol por parte de los padres puede generar relaciones familiares disfuncionales que constituyen un ambiente nocivo para el niño (Hung, Yen & Wu, 2009; Schuckit, 1994; Seilhamer & Jacob, 1990; Steinhausen, 1995).

Sher (1991) propuso un modelo que explica cómo la historia familiar de alcoholismo puede generar, a través de distintas vías, problemas en los hijos, favoreciendo el posterior consumo de sustancias: a) Una vía es la desviación social: el alcoholismo parental conduce a una conducta parental deficiente que junto a la predisposición genética produce dificultades en el desarrollo cognitivo y de la personalidad de los hijos, lo cual puede contribuir al desajuste social, incrementando la probabilidad de consumo de alcohol u otras drogas. b) Otra vía es el afecto negativo: el alcoholismo parental predispone el desarrollo de características temperamentales y cognitivas que conducen al malestar emocional ante situaciones de estrés, con dificultades para emplear estrategias adecuadas frente a dichas situaciones. c) La tercera vía es la del refuerzo aumentado: los factores de vulnerabilidad familiar influyen en el desarrollo de una sensibilidad particular a los efectos reforzadores del alcohol que hace que la persona desarrolle expectativas positivas de esos efectos.

Uno de los trabajos que considera los efectos de alcoholismo parental sobre el desempeño social de los hijos es el desarrollado por Hussong, Zucker, Wong, Fitzgerald y Puttler (2005) con niños de 6 a 15 años. La competencia social fue operacionalizada a partir de tres dimensiones: hacer y mantener amistades, popularidad y aceptación social, y habilidades para relacionarse con los pares. Se examinaron los cambios inter-individuales e intra-individuales de la competencia social de los niños y cómo esas trayectorias se relacionaban con el alcoholismo parental, y se observó un efecto moderado del alcoholismo parental sobre los indicadores de competencia social evaluados. Las hijas mostraron déficits en la niñez temprana, los cuales disminuyeron a lo largo del tiempo; sin embargo, no todas las hijas de alcohólicos manifestaron dificultades en la niñez, sino que el déficit fue más evidente en las siguientes situaciones: a) padre con alcoholismo (en relación a madre con alcoholismo), b) historia de alcoholismo familiar reciente (en relación con padres alcohólicos recuperados), y c) dos padres con alcoholismo (en lugar de uno); esos resultados destacan la importancia de considerar distintos subtipos dentro del alcoholismo familiar. Además, el alcoholismo parental se asoció con riesgos de desregulación conductual y características temperamentales negativas, lo cual se asocia con déficits en la competencia social.

A partir de considerar la clasificación de problemas externalizantes e internalizantes, Sher (1991) señala que los hijos de padres alcohólicos generalmente manifiestan altos niveles de depresión y ansiedad, y conductas de actingout, agresión, conducta desafiante, inatención e impulsividad. Asimismo, Bragado, Bersabé y Carrasco (1999) observaron en una muestra de niños y adolescentes de 6 a 17 años que el alcoholismo parental se asociaba predominantemente con trastornos depresivos en los niños/adolescentes (y en menor medida con otros problemas internalizantes).

El-Sheikh (2001) también observó relación entre el alcoholismo parental y el ajuste social, específicamente en niños con edades entre los 6 y 12 años, indagando el rol mediador de factores emocionales. Por una parte, la regulación emocional (evaluada a través de la supresión vagal) mostró ser un factor protector contra problemas externalizantes, internalizantes y sociales asociados con la exposición a alcoholismo paternal; mientras que la reactividad emocional fue un factor de vulnerabilidad, incrementando la ira y el miedo, y en menor grado la tristeza, potenciando los efectos del alcoholismo paternal sobre el niño.

La relación entre el alcoholismo parental y los problemas concomitantes dista de ser simple y lineal, es decir, los problemas no se derivan del alcoholismo en sí, sino de las situaciones estresantes que se producen en las familias y de la percepción que se tiene de ellos. En los estudios sobre alcoholismo parental existe gran divergencia sobre su definición, comprendiendo desde historia familiar autoreportada de alcoholismo o dependencia en padres biológicos hasta padres descriptos como bebedores problemáticos o alcohólicos en recuperación, o que presentan los criterios que definen el abuso o dependencia de alcohol según los manuales diagnósticos estadísticos. Esta dificultad conceptual genera problemas al momento de comparar los resultados de distintas investigaciones.

A lo anterior se añade el hecho de que los alcohólicos no representan un grupo homogéneo (Fitzgerald, Davies & Zucker, 2002; Hussong et al., 2005; Sher, 1997). Con frecuencia el alcoholismo se presenta junto con otros desórdenes psicológicos, como abuso de otras sustancias, ansiedad, inestabilidad anímica y trastornos de personalidad, siendo la depresión y el comportamiento antisocial los aspectos más comúnmente asociados (Zucker, Ellis, Bingham & Fitzgerald, 1996). Estudios que han considerado tanto niveles de depresión materna como paterna, estos últimos son los que muestran asociaciones más fuertes con la competencia social, mientras que los primeros se asocian más con algunas psicopatologías infantiles (Lewinsohn, Olino & Klein, 2005).

Por otra parte, el comportamiento antisocial parental no sólo tiene implicancias por su asociación con el alcoholismo sino también en términos genéticos. Además, en el contexto de la Teoría del Aprendizaje Social, se entiende que tanto la depresión paterna como los comportamientos antisociales pueden actuar a través del modelado de comportamientos inadecuados.

Además, los hijos de alcohólicos tampoco forman un grupo homogéneo. El crecer en una familia donde uno o varios de sus miembros presentan problemas relacionados con alcohol no es una condición suficiente para desarrollar desórdenes psicosociales. Debido a ello es importante analizar las variables que eventualmente median las relaciones entre los problemas de alcoholismo y la adaptación del niño. Desde la psicología del desarrollo es ampliamente reconocido que las prácticas de socialización parentales tienen efectos importantes sobre los niños y que el clima emocional familiar puede tener un impacto significativo (Darling & Steinberg, 1993; Eiden, Edwards & Leonard, 2007).

Moos (1974) señala tres dimensiones o atributos afectivos del clima social familiar: desarrollo personal, relaciones, y estabilidad. En la familia se producen interrelaciones entre sus miembros, manifestándose distintas formas de comunicación e interacción. De esta manera, el desarrollo personal puede ser fomentado o desfavorecido por la vida en común, la desorganización y el grado de control que ejercen los miembros entre sí. Cortés y Cantón (2000), teniendo en cuenta la relevancia del clima familiar para la adaptación de los hijos, evaluaron tal relación y encontraron que los niños que presentaban menos problemas de conducta vivían en familias caracterizadas por mayor cohesión y orientación al logro y menor control.

El abuso de sustancias paterno influencia dos componentes claves del ser padre: el control y las prácticas disciplinarias, asociándose a escasa supervisión, prácticas disciplinarias explosivas e inconsistentes (Mayes & Trumas, 2002). Eiden, Leonard y Morrisey (2001) examinaron el efecto del alcoholismo parental sobre la obediencia ante indicaciones parentales en niños de 18 y 24 meses de edad, y encontraron que los hijos de padres alcohólicos mostraban mayor desobediencia en relación con los hijos de padres no alcohólicos. Además, la desobediencia fue mayor en hijos con ambos padres alcohólicos, patrón que no se evidenció en las hijas. Asimismo, en ese estudio se destacó el papel del funcionamiento familiar como mediador en la relación entre los problemas de consumo paterno y la adaptación de los hijos, mientras bajos niveles de adaptación y cohesión familiar facilitaron la conexión entre los problemas de consumo paterno y los problemas del niño, altos niveles de funcionamiento familiar positivo actuaron como factores protectores y estabilizadores en contra de problemas cognitivos y de adaptación.

El-Sheikh y Buckhalt (2003) analizaron el rol del clima familiar en la relación entre el alcoholismo parental y los efectos en los hijos con edades comprendidas entre los 6 y 12 años. Observaron que un nivel alto de cohesión y adaptabilidad familiar funcionaba como un factor protector contra las dificultades cognitivas y de adaptación asociadas con el alcoholismo, y como un mediador de los problemas de adaptación. Asimismo, la percepción de apego de los niños en relación a los padres mostró ser un predictor de los problemas conductuales, sociales y cognitivos, y moderar las relaciones entre el alcoholismo y el funcionamiento del niño. Esos resultados resaltan cómo las variables familiares pueden incrementar o atenuar el riesgo de los hijos de alcohólicos. Los efectos mediadores sugieren que el alcoholismo parental ejerce sus efectos sobre el niño, al menos en parte, a través del funcionamiento familiar.

En la misma línea, Bijttebier, Goethals y Ansoms (2006) investigaron las relaciones entre el alcoholismo parental, el ambiente familiar y el ajuste social de niños de 10 a 14 años, encontrando que los problemas de alcohol parental estaban asociados con una baja cohesión familiar, pobre organización familiar y baja autoestima general del niño. Un análisis mediacional indicó que la relación entre el consumo paterno y la baja autoestima del niño estaba mediada por la cohesión familiar.

Otro de los trabajos que destaca el rol de factores familiares es el llevado a cabo por Fals-Stewart, Kelley, Fincham, Golden y Logsdon (2004), quienes encontraron que los niños cuyos padres abusaban de drogas (distintas al alcohol) evidenciaban más síntomas internalizantes y externalizantes que los hijos de padres alcohólicos, y éstos a su vez exhibían más síntomas que los hijos de padres que no abusaban de sustancia alguna. La relación entre el tipo de familia (padres abusadores de drogas, alcohol o ninguna) y el ajuste social del niño estuvo mediada por los conflictos entre los padres y las pautas de crianza.

En dos estudios recientes desarrollados longitudinalmente se evaluó el rol de factores parentales, del niño y de las características de crianza en niños desde los 2 a los 5 años, examinando la competencia social y los problemas de conducta externalizante a los 5 años como producto de complejas relaciones entre los factores mencionados (Eiden, Colder, Edwards & Leonard, 2009; Eiden et al., 2007). Entre los hallazgos más destacados, se observó que el diagnóstico de alcoholismo parental cuando los niños tenían entre 12 y 18 meses se asoció con bajos niveles de afecto y sensibilidad paterna y materna cuando los niños tenían 3 años. La crianza y autorregulación de los niños predijeron la competencia social en el jardín de infantes, aunque tales asociaciones variaron según el informante; mientras que la baja autorregulación infantil predijo altos niveles de problemas de conducta externalizante. A la vez, se manifestaron asociaciones directas entre los niveles de depresión paterna y el informe docente del desempeño social, y entre el diagnóstico de alcoholismo del padre y el reporte del mismo sobre la competencia social de su hijo. Estos resultados no sólo avalan el rol mediador de factores familiares en la relación del alcoholismo parental con el desempeño social de los niños, sino que destacan la relevancia de considerar múltiples informantes del comportamiento social infantil.

Consideraciones finales

Como se señaló en la revisión anterior, la relación entre el alcoholismo parental y las consecuencias en los hijos no es simple y directa, sino que está influenciada por una serie de factores, destacándose el rol mediador del ambiente familiar. El impacto del alcoholismo parental sobre el desempeño social de los hijos se atenúa cuando las interacciones y las rutinas familiares son independientes de la conducta en relación al alcohol de los padres y cuando existe menos conflicto familiar.

En este trabajo nos centramos en las consecuencias del alcoholismo parental en el desempeño social infantil, sin embargo, los efectos no sólo se evidencian en ese período del desarrollo sino que se extienden a la adolescencia e incluso a la adultez. Por ejemplo, Hung et al. (2009) evaluaron los factores familiares asociados al inicio del uso de alcohol en niños de 6to grado, y observaron como predictores del inicio del consumo a: tener ambos padres que usaban alcohol, contar con menos soporte familiar y mayores conflictos familiares.

Por otra lado, Rangarajan (2006), evaluó la incidencia del alcoholismo parental sobre la calidad de las relaciones en la adultez, encontrando que el ambiente familiar, el apego parental, la expresividad y el soporte social mediaban los efectos del alcoholismo parental sobre la soledad en la adultez, la que a su vez mediaba los efectos de esas variables sobre la satisfacción vital. Al mismo tiempo, cabe señalar que la soledad se ha asociado con el desarrollo de desórdenes de la personalidad y adaptación, como el abuso de alcohol, disminución de la autoestima, formas extremas de ansiedad, impotencia y estrés (Gierveld, 1998).

Así, se pone en evidencia que si bien el ambiente familiar tiene el potencial para fortalecer y mantener el apego y los vínculos entre los miembros de la familia, en un contexto familiar de alcoholismo es probable que la disponibilidad emocional y física de uno o ambos padres se torne escasa, incrementando el riesgo de apego inseguro y las consecuencias negativas que ello implica.

Una consideración particular merece un aspecto que aunque no se abordó en este trabajo, atraviesa las relaciones entre el alcoholismo parental y el desempeño social infantil, nos referimos a las condiciones socioeconómicas. Si bien el alcoholismo no es privativo del nivel socioeconómico bajo, diversos estudios indican que en estos se evidencian mayores problemas de abuso y dependencia (Míguez, 2000). Aunque las condiciones de pobreza no siempre se asocian con problemas emocionales y/o conductuales (Gilliom, Shaw, Beck, Schonberg & Lukon, 2002), existe una mayor probabilidad de estar expuesto a múltiples estresores, como inestabilidad en el hogar, alcoholismo parental, violencia familiar, mayor distress de los cuidadores, entre otros (Books-Gunn & Ducan, 1997; Brooks-Gunn, Klebanov, Liaw & Spiker, 1993).

De esta manera, se destaca la necesidad de avanzar en el análisis de la relación entre el alcoholismo parental y las habilidades sociales infantiles, lo cual tendrá implicancias significativas en el campo de la prevención, intervención y desarrollo de políticas socio-sanitarias. Como señala Raver (2004), la consideración de diversos aspectos contextuales permitirá especificar las vías en las que los riesgos ambientales y los factores de protección dentro y fuera de la familia pueden influenciar el desarrollo social del niño.

 

Referencias

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* Laboratorio de Psicología Cognitiva, Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Córdoba, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET), Argentina. creyna@psyche.unc.edu.ar

 

Recibido: 17 de diciembre de 2010
Aceptado: 24 de octubre de 2011