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Discursos del sur

Print version ISSN 2617-2283On-line version ISSN 2617-2291

Discursos del sur  no.10 Lima July/Dec. 2022  Epub Dec 31, 2022

http://dx.doi.org/10.15381/dds.n10.23238 

Artículos científicos originales

Todas las mujeres, toda la política: otra historia del Perú entre Manuela Sáenz Aizpuru y Clorinda Matto de Turner1

All women, all politics: another history of Perú between Manuela Sáenz Aizpuru and Clorinda Matto de Turner

Patrícia-Victòria Martínez Àlvarez1 
http://orcid.org/0000-0002-2701-3341

1 Universidad de Barcelona. pvmartinez@ub.edu

RESUMEN

En este texto recojo experiencias escritas de política que sucedieron en territorio peruano desde las independencias y a lo largo del siglo XIX: propongo el deseo de paz, de nación capaz de mirarse a sí misma, y el deseo de libertad económica y letrada para las mujeres como claves para la república que Manuela Sáenz, Flora Tristán, Juana Manuela Gorriti y Clorinda Matto quisieron. Mientras ellas contaban y escribían sobre la necesidad de que así fuera el Perú, la república de los caudillos y militares, la de los partidos y la del civilismo, ya entrado el siglo siguiente, no habría hecho más que perpetuar la colonialidad. Recojo aquí algunos de los fragmentos de escritos de cada una de estas mujeres para esbozar el Perú de ellas.

Palabras clave: política femenina; Manuela Sáenz; Flora Tristán; Juana Manuela Gorriti; Clorinda Matto

ABSTRACT

In this text I gather written experiences of politics that happened in Peruvian territory since the independences and throughout the 19th century: I propose the desire for peace, for a nation capable of looking at itself, and the desire for economic and literate freedom for women as keys to the Republic that Manuela Sáenz, Flora Tristán, Juana Manuela Gorriti and Clorinda Matto wanted. While they told and wrote about the need for Peru to be like this, the Republic of caudillos and military, the one of parties and civilistas, well into the next century, would have achieved nothing but the perpetuation of coloniality. I gather here some of the fragments of writings of each of these women to outline their Peru.

Keywords: Women’s politics; Manuela Sáenz; Flora Tristán; Juana Manuela Gorriti; Clorinda Matto

1. Ellas, sus vidas y sus textos

Entre el nacimiento de Manuela Sáenz Aizpuru en Quito a fines del siglo XVIII, y la muerte de Clorinda Matto de Turner en 1909 en Buenos Aires, sucedieron las independencias de América, décadas de guerras y se hicieron públicos numerosos artículos y discursos que firmaban intelectuales reconocidos social y estatalmente sobre cómo debían ser las repúblicas. La realidad es que las repúblicas de los políticos y de los intelectuales mantuvieron las condiciones para la pervivencia de la colonialidad y para el ingreso en dinámicas estructurales de nuevas formas de dependencia con nuevas metrópolis.

Mientras todo esto sucedía, transcurrieron también vidas de mujeres que conocemos a través de su propia escritura, a través de las noticias que recogieron unas sobre otras, e incluso a través de algunas acciones que desde la política del poder irrumpieron violentamente en sus vidas sacándolas de sus territorios, arrancándoles el sentido de aquello que ellas habían querido dejar dicho en sus escritos.

Hoy, desde el siglo XXI, desde el legado vivo de la hermenéutica feminista, desde la experiencia contada por tantas mujeres que han pasado por la política del poder, desde las evidencias que han mostrado las que han coqueteado con esta o la han sostenido, leemos política viva en las cartas de Manuela Sáenz, en el diario hecho retrato de Flora Tristán devolviéndole al Perú buena parte de su propia imagen, en las veladas literarias, los folletines y las leyendas de Juana Manuela Gorriti, y en los periódicos y relatos de viaje de Clorinda Matto de Turner. Leemos en sus escritos formas de política que procuraban la paz para desplazarse de la incesante guerra, que retrataban la diversidad, la disparidad, lo propio y la provincianidad para explicar la necesidad de Estados que tuvieran en cuenta toda esta realidad, y leemos formas de política que hablaban incansablemente sobre mujeres. La paz, el reconocimiento de la otredad y de toda la territorialidad en las políticas sociales y públicas de Estado, y la garantía del derecho de la vida libre de las mujeres, sin embargo, y a pesar de tanta política femenina, no han llegado todavía hoy a las políticas públicas en el Perú.

Manuela Sáenz Aizpuru nació en Quito en el año 1795 (Lema 2018) o en 1797 (Rumazo 1982, Von Hagen 1958), y falleció en Paita, Perú, en el año 1856. ¿Por qué Manuela Sáenz para hablar del Perú? Antes y después de la declaración de la independencia vivió aquí, pero además durante las guerras de independencia su vida giró en buena parte alrededor de una idea de “patria” y de “libertad”, que se extendía por los territorios y pretendía llegar a toda la América. De hecho, Manuela Sáenz estuvo en las batallas de Junín y de Ayacucho; su casa en Lima había sido lugar de libre circulación de las noticias acerca del ejército libertador, así como de las intenciones de diversos militares; y sus años en Paita, hasta su muerte, fueron de prolija escritura acerca de todos los acontecimientos culturales, políticos, militares y emocionales tanto del Ecuador como del Perú sobre los que tenía noticia. Entre los textos que hablan de su vida hay disparidad de datos, de fechas y de lugares. Así, según Londoño (2008), pocos días después de dar a luz, doña Joaquina murió y Manuela fue entregada por Simón, su progenitor, al monasterio de Santa Catalina para que fuera criada y educada por las religiosas. En cambio, Rumazo (1982) habla de la vida de Manuela con su madre durante años; si convivió con la hermanastra, el hermanastro y la madrastra o fue a vivir a la hacienda materna de Catahuango, y en qué período exactamente, son noticias que también se contradicen entre biografías y relatos. Sabemos que Simón Sáenz, el padre de Manuela, estaba casado mientras mantuvo una relación con Joaquina Aizpuru y que, por lo tanto, en el mundo colonial en el que nació Manuela -del que Simón fue además funcionario, representante y recaudador del rey en la ciudad de Quito-, ella fue considerada y vivió como hija ilegítima. La muerte de la madre antes o después, y su condición de ilegítima explican por qué Manuela vivió en monasterios durante parte de su infancia y juventud. Parece ser que en el año 1810 ya Simón Sáenz cayó en prisión, por realista, y que desde entonces se refugiaría por períodos en Panamá, hasta donde en el año 1816 le acompañaría Manuela. Rumazo y Von Hagen (1958) proponen fechas distintas para la aparición de Nathán y Jonás, dos esclavas negras en la vida de Manuela que tal vez compró Simón y sobre cuya relación de convivencia ha quedado testimonio escrito en los diarios y cartas de Manuela Sáenz Aizpuru. Además de Quito, la hacienda Catahuango, el monasterio de Santa Catalina y el posible viaje a Panamá, aparece en los primeros años de la vida de Manuela el pueblo de Chillogallo, cerca de la hacienda, donde se celebraban las misas semanales a las que ella acudía y donde, escribe Rumazo, a Manuela “le fascina exhibirse”. Entre los años 1816 y 1817, Simón arregla el matrimonio de Manuela Sáenz con James Thorne y Wardlor en Panamá (según Rumazo en Quito, donde además cuenta que estaba la madre de Manuela, sin que quede claro si se refiere a su madre, o a la esposa de Simón). Thorne era un naviero y comerciante que tenía negocios en el Perú (según Rumazo, sin embargo, era médico) y con quien se casó en la iglesia de San Sebastián, en Lima. Aquí viviría Manuela los siguientes años (Villanueva 2006) y aquí se relacionaría estrechamente (Álvarez 2005) con mujeres y hombres con afán de libertad para la América.

Teresa de la Parra (2016), escritora venezolana, en 1930 contó sobre Manuela Sáenz, en una conferencia en Cuba, lo siguiente:

La figura de doña Manuelita es en extremo interesante, no solo por su lado pintoresco sino porque representa, si bien se analiza, el caso de la protesta violenta contra la servidumbre tradicional de la mujer a quien solo se le deja como porvenir la puerta no siempre abierta del matrimonio. Mujer de acción, no pudo sufrir ni el engaño ni la comedia del falso amor. Hija de la revolución, no escuchó más lenguaje que el de la verdad y el del derecho a la defensa propia. Fue la mujer après guerre de la Independencia. Predicó su cruzada con el ejemplo sin perder tiempo y sin dejar escuela (De la Parra [1930] 2016, 106).

“No escuchó más lenguaje que el de la verdad”, dijo otra mujer de aquella mujer que terminó sus días en el Perú: Manuela, en Paita, fue prolífica escribiendo cartas, diarios. Y efectivamente, en su escritura se desnudaba una y otra vez mezclando su verdad con un análisis fino de todo lo que veía y de lo que recordaba. Algunos días escribir su diario de Paita significaba recordar, casi esperando poder volver a vivir:

Hoy se me hace preciso escribir por la ansiedad. Estoy sentada frente de la hamaca que está quieta como si esperara a su dueño. El aire también está quieto; esta tarde es sorda. Los árboles del huerto están como pintados (Sáenz [s. f.] 2005, 183).

Cuando Manuela Sáenz llegó al puerto de Paita, en el Perú, hacía poco más de un año que había estado en el sur del país una mujer a cuya madre había visitado y conocido en París el Libertador Bolívar: Flora Tristán.

Había nacido en París en el año 1803. Su madre era francesa y su padre, peruano, quienes se habían casado solo por la iglesia en la Francia del XIX, así que al morir el padre cuando Flora tenía cuatro años de edad, la madre, el hermano y ella quedaron en situación de ilegitimidad. Como Manuela, Flora aprendió la distancia entre la realidad y el orden social, ese orden que la madre pensó que pesaría menos si la obligaba a casarse con André Chazal de quien, finalmente, Flora Tristán tendría que terminar huyendo para salvarse. Una de sus huidas fue en busca de aquello que ella sabía que le correspondía, así que decidió viajar al Perú y su familia, asentada en Arequipa, la reconoció y acogió emocionalmente, pero no legalmente. Los meses que duró su viaje durante el año 1833 por el mar, por territorio peruano y de regreso nuevamente a Francia se convirtieron en notas que la autora vertió luego en la obra Peregrinaciones de una paria, publicada ya en Europa. En el prólogo de Peregrinaciones…, dirigiéndose a “los peruanos”, habló de la forma de la república que ella detectaba errada, de la pervivencia del poder eclesiástico, y advirtió dónde estaba el único posible camino de progreso y de modernidad: en la educación y en la diversidad.

Estableced escuelas hasta en las aldeas más humildes: esto es lo urgente en la actualidad. Emplead en ello todos vuestros recursos. Consagrad a estos los bienes de los conventos, pues no podríais darles destino más religioso. Tomad medidas para facilitar el aprendizaje. […] el porvenir es de América. Los prejuicios no pueden adherirse en ella como en nuestra vieja Europa. Las poblaciones no son lo bastante homogéneas como para que este obstáculo retarde el progreso (Flora Tristán [1836] 2008, 12).

Juana Manuela Gorriti, que nació el 16 de julio de 1816, fue hija de Feliciana Zuviria -que provenía de tradición familiar partidista- y del general José Ignacio Gorriti -activo en las luchas de independencia y gobernador de la provincia-. La familia tuvo que trasladarse a Bolivia tras los cambios de Gobierno en Argentina en 1831. En La novia del muerto y en El lucero Manantial, Juana Manuela recogió ya tanto las imágenes de su infancia en Salta como los avatares políticos de las guerras civiles de todo aquel período. Fue en Bolivia que contrajo matrimonio con el militar Manuel Isidoro Belzú, a pesar de lo cual en 1841 intentó, sin él, trasladarse a Salta para instalarse allí con sus dos hijas. A Juana Manuela no le fue posible quedarse en Argentina, de modo que regresó a Bolivia y luego acompañó, en su exilio, a su marido al Perú. Tiempo después ella no regresaría ya con él a Bolivia. Poco después de su llegada al Perú, publicó “La quena” en la Revista de Lima, un relato en el que aparecen retratados, apenas iniciado el texto, dos de los grandes nudos que todavía vivía el Perú independiente: el sometimiento de las mujeres a la tutela y orden de los hombres, y el estigma y la exclusión bajo los que vivían todavía indígenas y personas mestizas. En “La quena”, la protagonista Rosa es una mujer que vive bajo las órdenes de la familia y es, a la vez, una mujer que expresa con claridad y firmeza su propia voluntad: decide a quién amar, y habla con admiración del pasado indígena de su nación, encarnado en Hernán, el hombre a quien su familia despreciará por ser mestizo y a quien ella ama.

Juana Manuela habló y escribió explícitamente acerca de la violencia que muchos hombres ejercían sobre las mujeres. Cosía ideas y visiones con las que podía manejarse con soltura entre la intelectualidad argentina y la limeña, desordenando sutilmente los mismos cánones sociales que utilizaba para denunciar, usando incluso los mismos mandatos que tradicionalmente recaían sobre las mujeres, y así terminaba cuestionando las relaciones patriarcales dentro de la familia: denunciaba el abandono masculino, el maltrato masculino que se ejercía a escondidas, e identificaba todo esto como causas de exclusión de las mujeres. Proponía, pues, que las mujeres debían poder elegir cómo vivir y con quién, porque privadas de esta libertad, lo que tenía lugar eran los círculos de violencia de tantos hombres sobre ellas, círculos que finalmente las expulsaban de la misma sociedad que las obligaba a casarse por conveniencias sociales. Relatos como “La quena” fluyen alrededor de todas estas cuestiones.

Juana Manuela Gorriti regresó a Argentina, donde pasó los últimos años de su vida. Dejó en el Perú la experiencia de las Veladas Literarias que organizaba, y en las que se leía a otras mujeres con la participación de escritores, de escritoras y de personas interesadas en las letras.

En esos encuentros se leyeron algunos de los artículos que publicaba Clorinda Matto de Turner (Cusco, 1852-Buenos Aires, 1909), una mujer que escribió a lo largo de toda su vida en diarios locales y nacionales en el Perú, que enseñó a niñas a leer y a escribir en su casa y en escuelas, que fundó una imprenta y distintos periódicos, que escribió distintas novelas, se exilió a Argentina, recorrió Europa y se dirigió a auditorios diversos tanto en el Perú como en Argentina.

En tiempos de Cáceres y de Piérola, “lo político” para Clorinda tenía un sentido peyorativo. Cuando fundó en Cusco su periódico El Recreo, escribió en su primera columna que su publicación no serviría a estos fines, sino más bien a ampliar el espacio de la provincia en la nación, lo que significaba sin duda que Clorinda haría, con su publicación, política:

La literatura nacional en general y la de las provincias deberían estar en más auge si desde un principio se hubiesen ideado y puesto en práctica los medios de fomento y estímulo. […] El Cuzco como pocos pueblos está llamado a tener una rica y variada literatura; porque sus tradiciones históricas, la riqueza de sus producciones, lo encantador de algunas de sus regiones y otras muchas circunstancias que sería largo enumerar, le proporcionan material bastante a la vez que motivos de inspiración (Matto, El Recreo, 8 de febrero de 1876, núm. 1, p.1)

Entre su primera novela y su última obra extensa transcurrieron dos décadas. En sus artículos y novelas, Clorinda Matto ahondó en las realidades andinas y limeñas en las que vivían muchas mujeres y fue hilando una propuesta de feminidad que viajaría con ella desde los Andes, se entretendría en ciudades americanas como Lima y Buenos Aires, y se trasladaría también con ella hasta muchas ciudades europeas. En el mismo El Recreo escribía:

Gratitud. Si el hombre necesita tener algunos conocimientos literarios en la mujer es indispensable, tanto más cuanto que está llamada a desempeñar un gran papel en los destinos de la humanidad. Por mucho tiempo había permanecido olvidado este ser privilegiado de la creación: pero hoy ya conocemos su importancia social y su destino: ved pues a la mujer a la vanguardia de la civilización como el fanal colocado en la noche de nuestra inexperiencia. “El Recreo”, en cuyas columnas figuran los nombres de muchas distinguidas señoritas de nuestro país, ha merecido los galantes saludos que le dirijieron: “El correo del Perú”, “El Nacional”, “La Patria” (Matto, El Recreo, 6 de abril de 1876, núm. 6, p. 1).

La escritura de Manuela Sáenz, de Flora Tristán, de Juana Manuela Gorriti y de Clorinda Matto está llena de sus vivencias, de retratos realistas sobre el Perú y sobre América, y de deseos políticos que se cumplían en aquellos lugares en los que ellas estuvieron: las calles y los salones de Lima antes de las independencias, algunos campos en los que hubo batalla, los periódicos que fundaron y que dirigieron, sus correspondencias, sus casas, los auditorios de sus conferencias, sus novelas y el lugar que transformaban en el interior de sus lectoras. Tal vez, también, en el de algunos de sus lectores.

La política que ellas vivieron, hicieron y propusieron era pacífica, intracultural, libertaria y amorosa. El deseo de paz que las guiaba lo encontramos en las elecciones y decisiones que tomaron durante sus vidas, muchas de ellas vinculadas a relaciones y a los lugares en los que vivir. Está también ese deseo de paz, en sus críticas a la guerra reflejadas en sus charlas y artículos, y en las advertencias que a menudo hicieron, a través de sus cartas y de sus memorias, a los hombres de la guerra a los que conocieron. He apuntado que su política fue intracultural: significa esto que la disparidad y la diversidad eran concebidas como lugar de relación, de restitución de la memoria, de tejido mediador de futuro. Lo expresan claramente Flora Tristán, Juana Manuela y Clorinda en sus escritos cuando acentúan la necesidad de la educación en todas partes para que toda la sociedad, hasta la de “las aldeas” más lejanas, puedan formar parte del futuro del Perú, cuando ponen el acento en la necesidad de que en las provincias la lengua quechua sea escuchada y reconocida como parte de aquello que hacía cultura, y cuando narran que América debía mirarse a sí misma para ser ella misma. Que su política fue intracultural también lo había dado a conocer en su vida Manuela Sáenz: su convivencia con Jonatás y Natán, las dos mujeres negras con quien Manuela vivió, y el modo en que tejieron juntas el sueño y deseo de la independencia libertaria, “porque somos criollas y mulatas, a las que nos pertenece la libertad de este suelo” (Sáenz [s. f.] 2005, 57), y también su propio retiro, la vida que tuvieron en Paita, así lo corroboran. Anoté más arriba que la política de estas cuatro mujeres fue amorosa. El amor estuvo siempre en su reflexión y en sus experiencias: el amor a la lengua, a la escritura, a las otras, a lo otro y, a veces también, al otro.

2. La Política antes de la política: deseos de paz y naciones ante el espejo

En este subtítulo apunto dos formas distintas de Política: una, la que escribo con mayúscula, se compone con los sentidos que he descrito en la última parte del anterior apartado. Significa esto que esa Política es relacional, que recorre circularmente la experiencia propia y a la vez los deseos para la vida del Perú, de América, de los pueblos y de las otras. Planteo, también, en minúscula, otra política: la que rompe el vínculo entre la vida propia y la vida con y para los demás, la que necesita admiración y poder, y tal vez, también, dependencia.

En este subcapítulo me detengo en algunos textos que siguen explicando la Política de Manuela Sáenz, de Flora Tristán, de Juana Manuela Gorriti y de Clorinda Matto en lo que concierne a la paz y a la nación. En el siguiente subcapítulo, continuando con el viaje circular de las vidas de cada una de ellas que termina en el reencuentro consigo mismas, plantearé algunas ideas acerca de lo que sucedió cada vez se perdieron, con amores incómodos, en esta última política.

Los godos se han puesto nerviosos y andan por todas partes atisbando el descuido de algunos para tomarles presos. Ya le he impartido órdenes a Jonathás, yéndose con Nathán a recoger información que sirva como espionaje, de dónde se encuentran las fortificaciones y los puestos de defensa de los españoles, para mandarles dicha información a los patriotas (Sáenz [s. f.] 2005, 115).

Manuela estaba convencida, en aquellos días en que escribía su Diario de Quito, de que los patriotas terminarían con todo el dolor si ella les proporcionaba algunas informaciones que solo las mujeres conseguían cuando se cruzaban con soldados y con otros artífices de la guerra, y estos, al verlas, las daban por supuestas sin pensar en los deseos de libertad que ellas tenían. Así los patriotas tendrían más fácil terminar con la guerra. Ese era el pensamiento de Manuela Sáenz: los patriotas necesitaban que ella y sus amigas les advirtieran, les explicaran, les dijeran, les informaran. Y así terminaría la guerra. Años más tarde, ya en su retiro en Paita, Manuela siguió viviendo y pensando igual acerca de lo que ella debía hacer. Se escribió mucho a sí misma, siguió viviendo con otras mujeres, pero también siguió dirigiéndose a los hombres a los que consideró que debía advertir para que la guerra cesara, para que hubiera paz. Manuela Sáenz escribió decenas de cartas a Flores, general primero, presidente después, que fueron publicadas en el año 1986 por Villalba en el Ecuador, y que seguían expresando buena parte de lo que sus diarios en Quito y sus cartas a Bolívar y a los otros militares, años antes, ya habían querido lograr: decir para que las cosas fueran de otro modo, fueran como debían ser.

Paita, 4 de febrero de 1842. Señor presidente general Juan José Flores, Amigo y señor: anoche llegó a este puerto un buque de Callao y dio la noticia que al coronel Arrieta lo están mareando por la capitulación y que los capitulados que fueron quedan en casas y se dice que los fusilarán los soldados. Siguieron para Tacna con las demás tropas que lleva el general Torrico que va de jefe del Estado mayor general y el general Lafuente salía el 9 del que entra, que acá vienen 2000 hombres y cuando acaben con los de arriba todo el ejército pasará al Ecuador. Ayer publicaron un bando Marcial: desde 25 hasta 55 que se presenten a tomar las armas, porque así lo exigía la política del vecino: ese es usted, nada hay más. Aunque a usted se lo dirán tantos esto mismo yo también he querido anunciarlo por si acaso. […] escribo muy deprisa porque sale ahora mismo un barquito para Guayaquil. Me dicen que ya usted ha casado una niña, dígame cuál y con quién y cuántos hijos tiene. Las cosas de usted me interesan y las considero como cosas sumamente de mi mayor interés yo no puedo ser indiferente a usted ni a cuánto a usted pertenece, jamás olvidaré nuestra antigua amistad los favores y confianzas que a usted debo, y la decisión que por usted tenía el general Bolívar. Mil y más razones tengo para amar a usted sin contar que es usted tan útil a mi patria (Villalba 1986, 116).

Manuela, que se reconocía imprescindible en el devenir de la libertad y de la paz en el Ecuador, en el Perú, en toda la América, hablaba consigo misma escribiendo en su diario, escribía cartas para hablar con los generales, y escribía acertijos que publicaba en los periódicos sobre la realidad de guerra y tensión entre los países acabados de volver a nacer, para lograr así hablar con toda la sociedad:

Paita, 15 de julio de 1842: Señor general Juan José Flores, mi amigo y señor acompaño a usted una cajita de juegos de martillo para que se la presente usted a mi nombre a mi señora Merceditas con las expresiones más afectuosas de mi cariño. También van unas peruanas poesías a ver si usted me hace el favor de hacerlas contestar. No digo que lo haga usted, pues bien sé que usted no se ocupará de esas pequeñeces, lo cierto es que yo le pido que las haga contestar con alguien que tenga genio. En Quito no faltan personas curiosas y de ingenio, ahí está el doctor Salvador y otros tantos pero, señor, con empeño: ENIGMA: Vive un rico propietario en medio de 2 vecinos envidiosos y mezquinos uno y otro proletario con arrojo temerario quieren por bien o por mal sea el rico liberal, dándoles una porción de su rica posesión para ensanchar su corral SOLUCIÓN: Perú es el rico señor según mi recta opinión y los proletarios son Bolivia y el Ecuador, que quieren un puerto mayor, quieren Maynas y Jaén […] digamos todos amén (Villalba 1986, 122-123; El Comercio 1842, núm. 889).

Ese afán de decir de Manuela, de ser escuchada, ese convencimiento de que lo que ella y otras mujeres sabían y decían, era fundamental para la vida de todas las gentes. Eso fue no solo el centro de Manuela Sáenz Aizpuru, no solo, tampoco el centro de su Política, sino todo eso a la vez, porque fue también el centro de su amor. Cuando escribía sobre Bolívar en su Diario de Paita, mezclaba la pasión, el deseo, su decisión de venerarlo con todo lo que a él le faltaba y ella era:

QUITO. He tenido trabajos en la casa y me he demorado en volver a escribir. Pero aquí estoy de nuevo frente a este diario que es mi refugio. Un amigo muy querido me preguntó qué había sido yo para El Libertador: ¿una amiga? Lo fui como la que más, con veneración, con mi vida misma. ¿Una amante? Él lo merecía y yo lo deseaba y con más ardor, ansiedad y descaro que cualquier mujer que adore un hombre como él. ¿Una compañera? Yo estaba más cerca de él, apoyando sus ideas y decisiones y desvelos, más, mucho más que oficiales y sus raudos lanceros […]. ¿Qué fueron sus últimos días? Él era un hombre solitario, lleno de pasiones, de ardor, de orgullo, de sensibilidad. Le faltó tranquilidad. La buscaba en mí siempre, porque sabía de la fuerza de mis deseos y de mi amor para él (Sáenz [s. f.] 2005, 182).

De Simón Bolívar, para el que Manuela se sabía “mucho más que oficiales y sus raudos lanceros”, escribió también en el mismo diario:

PAITA: En este silencio mío, medito. No puedo olvidar. Simón no comprendió nunca que todavía no había llegado el momento para emprender la lucha, y lograr conquistas de libertad. Solo consiguió deshacer su vida de él. La llenó de dificultades. Sus hazañas extraordinarias quedaron vilmente desposeídas de la gloria. Se apagó su orgullo viril y su amor muy adicto por la libertad. Siempre bajo su destino despiadado (Sáenz [S.F] 2005, p. 92).

Había cosas que Simón no había comprendido, y que Manuela sí sabía y veía en él y en la realidad que les rodeaba. Tal vez, precisamente, por ese modo de poner ella en relación lo que sentía y lo que se vivía fuera de ella, lo que vivían las gentes, Manuela Sáenz Aizpuru estaba convencida de que debía advertir, informar, decir cómo, decir cuándo a los que hacían guerra y mandaban sin escuchar mucho más allá de sus propios afanes.

En Peregrinaciones de una paria también, mientras los ataques y emboscadas seguían pero las independencias ya se habían celebrado, Flora Tristán describía todo aquello que ella sabía y que los hombres que se jugaban su dinero y su poder en la guerra, pero también la paz de todas las gentes, parecían no saber:

Yo no oré por aquéllos a quienes la batalla había libertado de la vida, sino por ese desgraciado país donde se encuentran tantos hombres codiciosos, de tan atroz perversidad que, con pretextos políticos, provocan de continuo las disensiones a fin de tener en la guerra civil ocasión de saquear a sus conciudadanos. Cuando terminó esta piadosa invocación dirigí mis miradas hacia la Apacheta. La nube de polvo se había disipado. El camino desierto había readquirido su tristeza ha- bitual. (Tristán [1838] 2003, 422).

La preocupación de Flora Tristán por “este desgraciado país” es inmensa, y su acierto al apuntar que la política del uno, la que rompe el círculo entre el yo y “los conciudadanos”, lo entristece todo, lo desierta todo, se repite expresado en muchos otros pasajes de su libro cuando explica cómo es el Perú y cómo la América del Sur.

Las ciudades de América española, separadas unas de otras por inmensas extensiones de territorio sin cultivo y sin habitantes, tienen todavía pocos intereses comunes. La necesidad más urgente era dotarlas de organizaciones municipales proporcionadas al adelanto intelectual de sus poblaciones y susceptibles de progresar con ellas y unirlas por un lazo federal que sería la expresión de las relaciones existentes entre esas ciudades. Pero, para libertarse de España fue preciso levantar ejércitos y, como sucede siempre, la potencia del sable ha querido dominar. Si las poblaciones de estas repúblicas estuviesen aproximadas se encontraría más unidad de aspiraciones y no presentarían, después de veinte años, el espectáculo aflictivo de guerras renacientes sin cesar. El gran acontecimiento de la independencia ha engañado todas las previsiones. Inglaterra gastó sumas enormes en provocarla y desde que la América española es independiente el comercio inglés hace operaciones ruinosas. El sentimiento que se explotó para excitar a esos pueblos a sacudir el yugo de España no fue el amor de una libertad política, deseo que estaban muy lejos de sentir, ni el de una independencia comercial, que las masas eran demasiado pobres para poder gozar. Se puso en juego contra los españoles el odio, alimentado por las preferencias de que eran objeto. Con los ojos fijos en los prodigios que la libertad ha hecho florecer en la América del Norte, se admira uno de ver a la del Sur presa, por tanto tiempo, de las convulsiones políticas y de las guerras civiles y no se presta suficiente atención a la diversidad de climas y a las diferencias morales de los dos pueblos. En América del Sur las necesidades son restringidas y fáciles de satisfacer. Las riquezas están también repartidas con mucha desigualdad y la mendicidad, compañera inseparable del catolicismo español, es casi una profesión. Existían en el Perú, antes de la independencia, inmensas fortunas hechas en los empleos públicos, en el comercio y en especial en el comercio intérlope, así como en la explotación de las minas. Un número muy pequeño de esas fortunas tenía su origen en el cultivo de las tierras. La masa de la población estaba cubierta de harapos y no ha mejorado su suerte desde entonces. Mientras tanto, en la América inglesa las costumbres y los usos se habían formado bajo el imperio de las ideas liberales, políticas y religiosas. Las poblaciones estaban cercanas, habitaban en un clima que suscita muchas necesidades, conservaron las costumbres laboriosas de Europa y como la riqueza no se adquiría sino por el cultivo de las tierras y el comercio regular hubo bastan- te igualdad en su distribución (Tristán [1838] 2003, 346).

El retrato que hace en estos párrafos Flora Tristán logra encuadrar, por un lado, las relaciones entre y con las distintas potencias europeas que intervendrían en las décadas siguientes en las economías de Estado de los países como el Perú; por otro lado, las relaciones de excesivo deslumbramiento con la América del Norte que también Juana Manuela Gorriti denunciaría; y finalmente el reparto desigual de territorialidades, de recursos y de derechos, todo dentro del mismo país: “Sentía los males de aquellos infortunados, deploraba mi insuficiencia para consolarlos y maldecía la atroz locura de la guerra” (Tristán [1838] 2003, 422). Flora se esforzaba en tratar de explicarle al mundo, a través de su escritura, por qué durante años se sucederían presidentes que hasta llega- rían a gobernar simultáneamente, enfrentándose entre ellos, sobre el mismo territorio. En las líneas que siguen vuelve a quedar clara la percepción de la sociedad, del país que anida en Flora, tan distante de todo aquello que hacían los caudillos con las tierras, con las gentes y con el futuro. Flora no sabía que, décadas después, Clorinda Matto seguiría escribiendo sobre guerras civiles, sobre hombres caudillos enfrentándose y haciendo del Estado su lugar de enunciación, aunque sus Gobiernos a veces duraran solo días:

La República y los tres presidentes Me sería difícil exponer a mis lectores las causas de la revolución que estalló en Lima en enero de 1834 y de las guerras civiles que fueron su secuela. Jamás he podido comprender cómo los tres aspirantes a la presidencia podían fundar sus derechos ante los ojos de sus partidarios. Las explicaciones dadas por mi tío a este respecto no fueron muy inteligibles. Cuando interrogaba a Althaus sobre este tema me respondía riendo: -Florita, desde que tengo el honor de servir a la República del Perú no he visto todavía a ningún presidente cuyo título no fuese muy discutible... A veces ha habido hasta cinco que se decían legalmente elegidos. En resumen, he aquí lo que he podido comprender. La presidenta Gamarra, al ver que no podía ya mantener a su marido en el poder, hizo que sus partidarios llevasen como candidato a Bermúdez, una de sus criaturas, y este fue elegido presidente. Sus antagonistas alegaban, no sé por qué razones, que la nominación de Bermúdez era nula y por su lado nombraron a Orbegoso. Entonces estallaron los desórdenes. Recuerdo que el día en que la nueva llegó de Lima estaba enferma. Vestida, me había recostado sobre la cama y conversaba con mi prima Carmen sobre el vacío de las cosas humanas. Podían ser las cuatro. De repente, Manuel se precipitó en el cuarto con un aire despavorido y me dijo: -¿Saben ustedes lo que ocurre? El correo acaba de traer la noticia de que ha habido una horrible revolución en Lima. ¡Una matanza espantosa! Ha causado aquí tal indignación que acaba de producirse espontáneamente un movimiento general. Todo el pueblo está reunido en la plaza de la Catedral. El general Nieto ha sido nombrado comandante del departamento. Es una confusión de no saber qué creer ni qué entender. Mi padre me envía a buscar a mi tío Pío. -¡Bueno!, le dijo mi prima sin conmoverse y sacudiendo la ceniza de su cigarro, anda a contar todo esto a don Pío de Tristán. Estos acontecimientos le interesan a él que puede temer pagar por los vencedores o los vencidos. Pero a nosotras ¿qué nos importa? Florita ¿no es extranjera? y yo no poseo ya ni un maravedí ¿qué necesidad tengo de saber si se matan por Orbegoso, Bermúdez o Gamarra? Manuel se retiró (Tristán [1838] 2003, 326).

Toda la Política contenida en las cartas de Manuela Sáenz, en sus diarios, en los apuntes de viaje de Flora Tristán que se convertirían en su libro retrato de sí misma y del Perú, advertían y explicaban la fatalidad de la política de aquellos pocos señores que querían al Perú para sí mismos. Política la de ellas, que mezclaba sensaciones, sabiduría, emociones, territorio y certezas en forma de palabras escritas que querían ser leídas por cuanta más gente mejor para que así los generales estuvieran prevenidos y pudieran hacer la paz, los ciudadanos entendieran lo que les estaban arrebatando y por dónde era preciso empezar a caminar, y ellas pudieran reposar sus avatares emocionales y sus cuerpos en lugares sin guerra.

En 1876, Juana Manuela Gorriti publicó Peregrinaciones de una alma triste en la ciudad de Buenos Aires. La autora tejió la novela en el diálogo entre dos mujeres de origen argentino cuyas vidas transcurrían en la ciudad de Lima. El alma triste decidió huir de una de las violencias que atraviesan a las mujeres en el mundo entero aún en nuestros días, y que solo el movimiento feminista ha puesto en evidencia: la sobremedicación de las mujeres. Laura, la protagonista que huye, toma conciencia en el texto de que, a partir de aquel momento, deberá caminar “sola y sin ayuda”. Abandonado el hogar al que nunca llegaba la curación, Laura se encontraría consigo misma, con su independencia, con su libertad, y con sus ansias de viajar. Recorrió los países que en aquel tiempo permanecerían en guerra saliendo del Perú, entrando a Chile (donde se vistió de hombre “para ahorrarse el problema de las faldas”), a la Argentina, a Paraguay y a Brasil. También en aquella novela puso en evidencia la autora la dicotomía entre la vida y la muerte, entre la presencia y la ausencia que imponía la guerra:

Irene puso sucesivamente en mis brazos cinco niños, cuyo primogénito contaba apenas 6 años, lozanos todos, bellos y aseados, como todo lo que encerraba a aquella morada, semejante en su primor a un chalet suizo, rodeado de árboles frondosos y de verdes sementeras. No había pasado un día entero en la casa de mi hermano, y ya estaba yo tan acostumbrada a ella como si la hubiera habitado toda la vida; tan agradable era todo allí, tan plácido, tan sencillo. […] y en la noche, cuando acabados los trabajos de la jornada y reunidos en torno a una sola mesa, peones y señores cenábamos en la luz de las velas de perfumada cera, a falta de piano tomaba la vihuela que me enseñara a puntear un gaucho de Gualiama, y acompañándome con su plañidera voz, cantaba los trozos más sentimentales de Verdi y de Bellini, que por primera vez resonaban en aquellas apartadas regiones. Irene estaba triste durante estas dulces veladas; pero el motivo de su pena estaba lejos: era el triste estado de su país, aniquilado por la guerra (Gorriti [1876] 2006, 96).

Pocos años antes de esta novela, Juana Manuela Gorriti había publicado también en Buenos Aires El pozo de Yocci. Una vez más habían pasado décadas desde que Manuela Sáenz y Flora Tristán habían escrito sobre los avatares de las permanentes guerras, pero la realidad, distinta de tiempo y de contexto, no se había sacudido de encima de la guerra de los hombres. Juana Manuela sabía exactamente en qué punto se había truncado la idea de libertad, en qué cuerpos, y de qué modo habían hecho de ello herencia para las generaciones de hombres siguientes sus autores:

Mediaba el año de 1814. La libertad sudamericana había cumplido su primer lustro de existencia entre combates y victorias; era ya un hecho: tenía ejércitos guiados por heroicos paladines, y desde las orillas del desaguadero hasta la ciudadela de Tucumán, nuestro suelo era un vasto palenque, humeante, tumultuoso, ensangrentado, que el valor incansable de nuestros padres, disputaba palmo a palmo, al valor no menos incansable de sus opresores. En aquel divorcio de un mundo nuevo, que quería vivir de su joven existencia, y de un mundo añejo, que pretendía encadenarlo a la suya, decrépita y caduca; en ese inmenso desquiciamiento de creencias y de instituciones, todos los intereses estaban encontrados coma los vínculos disueltos; y en el seno de las familias ardía la misma discordia que en los campos de batalla Cinco lustros habían pasado sobre aquellos días de sacrificio y de gloria. El mismo escenario se ofrece a nuestras miradas; Pero cuán diferente el drama que en él se representa. Los héroes de la independencia, una vez coronada con el triunfo de su generosa idea; conquistada la libertad, antes que pensar en cimentarla uniendo sus esfuerzos, extraviáronse en celosas querellas; y arrastrando a la joven generación en post de sus errores devastaron, con guerras fratricidas, la patria que redimieran con su sangre (Gorriti [1869] 2001, 56 y 91).

El martes 8 de febrero de 1876 se publicaba en el Cusco el primer número de El Recreo, un semanario dirigido por Clorinda Matto de Turner en cuya primera página ella misma escribía que estaban, quienes allí publicaban sus artículos, “deseosos de contribuir de algún modo al fomento de la literatura cuzqueña”, cosa muy necesaria porque “la prensa es el auxiliar más positivo del desenvolvimiento gradual y progresivo de las sociedades”. Pero sobre todo porque “siempre hemos tenido publicaciones en el país, pero todas y casi en todo el tiempo no han perseguido más fin ni han tenido otro carácter que el político, mientras los verdaderos intereses sociales han sido descuidados”. Clorinda Matto era certera en lo que concierne a la relación de dependencia que existía entre la palabra escrita de tantos intelectuales del momento y la política en minúscula: “los más de los periódicos que ha habido, debido a las circunstancias -lo repetimos- se han circunscrito exclusivamente a la política, y siguiendo los vaivenes de esta han tenido que morir tarde o temprano” (Matto, El Recreo, 8 de febrero 1876, núm. 1, p. 1).

En El Recreo,2 Clorinda Matto exponía una y otra vez su visión acerca de cómo la literatura, y las letras en general, contribuirían al crecimiento del país. Su literatura ideal, además, era la que surgía del territorio, de la provincia: si en los casos de Manuela, de Flora y de Juana Manuela la guerra y la paz son los elementos de los que depende el retraso o el avance, en los textos de Clorinda queda clara la crítica a aquellas instituciones y agentes que ignoran la necesidad de invertir en el crecimiento cultural de todo el país:

El Cuzco como pocos pueblos está llamado a tener una rica y variada literatura; porque sus tradiciones históricas, la riqueza de sus producciones, lo encantador de alguna de sus regiones y otras muchas circunstancias que sería largo enumerar, le proporcionan material bastante a la vez que motivos de inspiración del autor […]. La literatura nacional en general, y la de las provincias, deberían estar en más auge si desde un principio se hubiesen ideado y puesto en práctica los medios de fomento y estímulo. El desarrollo de las facultades, la perfección del genio, las creaciones del gusto sobre objetos determinados, necesitan de medios que la sociedad y los poderes públicos deben proporcionar, al menos hasta que las instituciones que persiguen fines especiales puedan atender por si a su desenvolvimiento. […] Si comparamos el estado actual del Cuzco con su halagüeño pasado, parece que contrariando el principio universal del progreso marcha hacia atrás. El Cuzco ha tenido sus sabios, ha tenido su literatura, como atestiguan los monumentos y recuerdos que aún existen: pero hoy se ve que todo va en decadencia y en atraso. Toca pues a sus hijos remover los obstáculos de su adelanto poniendo en juego todos los medios posibles. Nosotros, circunscritos al objeto que nos proponemos, desconfiando siempre de nuestros esfuerzos aislados, pero contando con la ayuda de muchos que se han resignado a acompañarnos a quienes agradecemos profundamente, esperamos hacer algo en pro del país (Matto, El Recreo, 6 de abril de 1876, núm. 1, 1-2).

Pero la invisibilidad del Cusco, de las provincias en general, no radicaba solo en lo que respecta a la cultura, sino en el hecho de ser provincias, en el hecho de que pudieran existir en ellas, por no ser la capital, por no ser el lugar en el que sí se decidían las políticas, todas las desigualdades y las violencias posibles. En su famosa e impactante obra Aves sin nido, Clorinda Matto explicaba con todos los detalles de qué manera perduraba la colonialidad en las provincias, cómo esta se reflejaba en la violencia en las relaciones de muchos hombres hacia las mujeres, y en las violencias sociales y culturales a las que estaban sometidas las poblaciones campesinas e indias, que no se consideraban parte de la “comunidad nacional” (Mannarelli y Velásquez 2020). La colonialidad se reflejaba en la desigualdad entre unos y otros en esta obra:

La plaza única del pueblo de Kíllac mide trescientos catorce metros cuadrados, y el caserío se destaca confundiendo la techumbre de teja colorada, cocida al horno, y la simplemente de paja con alares de palo sin labrar, marcando el distintivo de los habitantes y particularizando el nombre de casa para los notables y choza para los naturales (Matto [1889] 2001, 53).

Unos cuantos años más tarde, en Lima, antes de su exilio a Buenos Aires, en otro de los periódicos que fundó y que dirigió, Clorinda decidió que era el momento de escribir sobre política en el diario Los Andes:

Ocupándose de preferencia de letras, artes y ciencias americanas, la política tendrá nuestra colaboración, pero escuchando siempre el eco de la voluntad nacional y consultando con frialdad filosófica siempre los intereses de la Patria sobre las pretensiones individuales. Nuestra labor se consagrará de un modo particular a estudiar las necesidades de las provincias y departamentos (Matto 1892, núm. 1, p. 1).

Una política, con la que colaboraría Clorinda desde sus textos, que no fuera la del uno, sino la de toda “la Patria”, y una patria, la de Clorinda, que no fuera la de los intelectuales, que veían solo en Lima el lugar de representación pública y en las provincias el lugar en el que podían perdurar las atrocidades de las que Juana Manuela Gorriti hablaba cuando recordaba cómo se había echado a perder el proyecto político renovador de la independencia. Una patria de “provincias y departamentos”. La palabra escrita de Clorinda Matto colaboraría con la política para ensanchar la patria y también para contar a las mujeres, porque:

Muchos escritores, historiadores y sociólogos se han ocupado de la influencia que ejerce la mujer en la obra de la civilización y también en la del estancamiento del progreso humano, pero, muy pocos la estudian bajo el punto de la acción directa (Matto 1902, 239).

3. Amores incómodos: vaivenes en la Política del uno

Avanzando y recorriendo desde dentro la circularidad con la que transcurren las vidas de estas cuatro mujeres, y la Política y el amor en ellas, en este subcapítulo abordo el concepto de los “amores incómodos” para señalar relaciones que tuvieron, cada una de ellas, con hombres cuya política fue individual, y que yo planteo que tocó y dañó la Política femenina, amorosa, que cada una de las cuatro había dado a conocer en sus propios escritos.

Con Juan José Flores, mantuvo Manuela Sáenz una estrecha relación epistolar: Manuela escribió mucho más que Flores, muchas veces sin obtener no solo sus respuestas, sino tampoco los favores que le pedía. Entre esta experiencia de Manuela Sáenz escribiendo a Flores y la experiencia que recientemente han analizado Francesca Denegri y Ana Peluffo, a través de sus cartas también, de Clorinda Matto escribiendo a Ricardo Palma transcurrieron cincuenta años, pero la distancia de simbólico político es poca. Como Manuela, Clorinda escribía a un hombre con poder, con armas (de letras, en el caso de Palma), desde una lógica y desde símbolos que ellos solo podían cuantificar, honrar o deshonrar, poner o sacar de la dualidad de los bandos.

Manuela hacía explícita la autoridad que ella misma se reconocía en aquella relación con el general y presidente, aunque el silencio de Flores y su con- descendencia le arrancaran a ella impulsos y reclamos que tampoco ocultaba en sus cartas:

Excelentísimo Señor General Juan José Flores. Guayaquil. Señor General Juan José Flores. Mi apreciado amigo y señor: Deseo a usted felices Pascuas y Que el año 38 sea más placentero que los anteriores. Positivamente quiero yo para usted todo el bien que apetezco para mí misma, pues lo amo y lo aprecio con admiración y respeto; este es el único culto que puede tributarle mi amistad. En su apreciable del 21 de octubre me dice “no sea usted quejosa” ¡déjeme usted quejar! ¿por qué trastornar el orden natural? ¿y de quién sino de usted debo quejarme? 15 años de amistad me dan derecho de decir usted no se acuerda de mí yo quiero que constantemente me piense. ¿No ve usted que las cosas finas son delicadas?: la amistad que tengo por usted no puede ser más fina; conozco también que usted tiene amistad por mí, pero es susceptible de perfección, esta es obra del tiempo. La Constitución boliviana no vino. Estoy muy contenta con la paz, ya todo está tranquilo. Manuela ¿Cuándo me ocupará usted a mí? con qué ¿nada se le ofrece a usted de Paita? (Villalba 1986, 109-110).

En numerosas cartas a Flores aparece el reclamo, la insistencia, el querer ponerse Manuela al servicio del general con regalos, pero muchas veces la res- puesta es el silencio, la distancia, la ausencia, la abstracción de Flores: el estar él en otra vida. Estas cartas que escribió Manuela desde Paita, y en las que en ocasiones ella es dependiente, pedigüeña y pone al desnudo, delante del coronel, sus necesidades, las que casi nunca encuentran respuesta, contrastan con algunos fragmentos de su Diario de Paita en los que Manuela reconoce saber mucho, mucho más, incluso, que el mismo Simón Bolívar:

(Navidad del 30, ¡qué fatal!). Este es un recuerdo que lastima, pero él me dejó forzada a seguir viviéndolo; para mí tú vives, Simón. Así como él vivió. Soy tonta, pero lo percibo cada vez mejor. Rousseau, Voltaire, El contrato social; ¿De qué sirvieron? Nunca supo qué ni qué hizo con su gloria. ¡Qué tontos fuimos! (Sáenz [s. f.] 2005, 173).

Pero también ante aquel hombre al que no habían servido de nada ni Rousseau, ni Voltaire, ni el contrato social, y Manuela lo sabía, se le desnudaba ella en la soledad de su diario haciéndose incómodamente pequeña:

Qué contraste, Simón: de reina de la Magdalena, a esta vida de privaciones. De caballeresa del sol a matrona y confitera; de soldado húzar a suplicante; de coronel del ejército a encomendera (Sáenz [s. f.] 2005, 175).

Años más tarde, la que habría de ser conocida como “la precursora del feminismo francés”, escribía desde Arequipa las notas de Peregrinaciones de una paria, donde hablaba de su tío don Pío, al que conoció en aquel viaje que había hecho Flora Tristán para lograr que la paternidad que su padre no le había dejado escrita en ningún papel fuera reconocida por la familia y reconocida en bienes y en herencia. El tío don Pío admiraba y obedecía la sabiduría de Flora, por eso le consultaba todo lo que a él le ocasionara dudas, especialmente en lo concerniente a las relaciones con hombres de guerra y de la política del uno:

Mi tío acercándose mucho a mí me dijo con abandono: -Mi querida Florita, estoy muy inquieto. Aconséjeme. Usted tiene apreciaciones tan justas en todo y es realmente la única persona aquí con la cual puedo hablar de cosas tan graves. Ese Nieto es un miserable sin honor, un derrochador, un hombre débil que va a dejarse manejar por el abogado Valdivia, hombre muy capaz, pero intrigante y revolucionario furioso. Esos bandidos van a ponernos cupos a nosotros los propietarios, Dios sabe hasta qué punto. Florita, me ha venido una idea. Si mañana yo fuese muy temprano a ofrecer a esos ladrones dos mil pesos y al mismo tiempo les propusiese imponer un cupo a todos los demás propietarios ¿no cree usted que esto me daría la apariencia de estar de su lado y daría tal vez por resultado impedir que me gravaran muy fuertemente? Querida niña, ¿qué piensa usted? -Tío, encuentro su idea excelente, pero creo que la suma que usted ofrece no es bastante elevada. -Pero, Florita, ¿me cree usted tan rico como el Papa? ¡Cómo! ¿No se contentarán con diez mil francos? -Querido tío, piense que sus exigencias han de estar en relación con las fortunas. Usted comprende que si usted, el hombre más rico de la ciudad, no da sino diez mil francos, en esa proporción las entradas no serán muy considerables, no tendrán una buena presa y creo poderle asegurar que su intención es la de hacer un saqueo de mano maestra. -¿Cómo es eso? ¿Sabe usted alguna cosa? -No, precisamente; pero tengo noticias. -¡Ah, mi Florita!, póngame al corriente. ¡Althaus es tan reservado conmigo! Jamás puedo sacarle una palabra. Ese Manuelito huye de mí. Los dos la quieren a usted mucho, trate de que la tengan siempre bien informada. Voy a retirarme a mis habitaciones y me fingiré enfermo, pues en estas circunstancias no me atrevo a hablar. Bastaría de una palabra para comprometerme (Tristán [1838] 2003, 326-327).

Don Pío, al que Flora tenía en estima y hasta en admiración, se hacía pequeño al pedirle consejo a la sobrina recién llegada de Francia y ella se deshacía en halagos sobre él:

Mi tío no tiene cara de europeo. Ha sufrido la influencia que el sol y el clima ejercen sobre el organismo humano, así como sobre todo cuanto existe en la naturaleza. Nuestra familia es, sin embargo, de pura sangre española y tiene esto de notable: los numerosos miembros que la componen se parecen todos entre sí. Mi prima Manuela y mi tío son los únicos totalmente diferentes de los demás. Don Pío solo tiene cinco pies de estatura. Es muy delgado y endeble, aunque de constitución robusta. Su cabeza es pequeña y está guarnecida de cabellos que recién empiezan a encanecer. El color de su piel es amarillento. Sus facciones son finas y regulares; sus ojos azules, chispeantes de espíritu. Tiene toda la agilidad del habitante de las cordilleras. A su edad (tenía entonces sesenta y cuatro años) era más ligero y más activo que un francés de veinticinco. Al verlo por detrás se le hubiese dado treinta años y de frente a lo más cuarenta y cinco. Su espíritu reúne la gracia francesa, la astucia y la obstinación propias del habitante de las montañas. Su memoria y su aptitud para todo son extraordinarias. Nada hay que no comprenda con admirable facilidad. Su trato es suave, amable y lleno de encanto. Su conversación es muy animada, brillante y con salidas de ingenio. Es muy alegre y si a veces se permite algunas bromas son siempre de buen gusto (Tristán [1838] 2003, 305).

Pero aquel que Flora tenía a su tío era un amor incómodo también. Si el general Flores permanecía en su otra vida sin responder las cartas de Manuela muchas veces, y sin ayudarla en aquello que ella le pedía (mediación para poder recuperar la hacienda que su madre había tenido, en Quito, apoyo para poder regresar a Ecuador para organizar sus bienes), don Pío que pedía consejos a Flora ponía las leyes por medio cuando se trataba de ayudar. Uno y otro se escondían en sus privilegios patriarcales para no responder ni a una ni a otra cuando eran ellas las que los necesitaban, pero una y otra, también, permanecían en aquel delirio de espera de lo inesperable:

Los primeros días de la llegada de mi tío se pasaron en conversar. No me cansaba de escucharlo. Me refirió la historia de toda nuestra familia, deploró la fatalidad que le había privado de conocerme antes y, en fin, me habló con tanta bondad y cariño que olvidé su conducta anterior y creí poder contar con su justicia respecto a mí. Pero, ¡ay!, no tardé en desengañarme. Un día que hablábamos de asuntos de familia me pareció que deseaba enterarse del motivo de mi viaje al Perú. Le dije que, como no tenía en Francia parientes ni fortuna, había venido a buscar auxilio y protección al lado de mi abuela; pero, al tener noticia de su muerte en Valparaíso, apoyaba ahora en su afecto y en su justicia todas mis esperanzas. Esta respuesta pareció inquietar lo y desde sus primeras palabras sobre este tema quedé petrificada de admiración y de dolor. -Florita, me dijo, cuando se trata de negocios, no conozco sino las leyes y pongo de lado toda consideración particular. Usted me muestra una partida de bautismo en la que está usted calificada de hija legítima. Pero no me presenta el certificado de matrimonio de su madre, la partida del estado civil establece que usted ha sido inscrita como hija natural. Con este título tiene usted derecho al quinto de la sucesión de su padre. Ya le he enviado las cuentas de los bienes que él dejó y que yo había quedado encargado de administrar. Usted ha visto que he tenido apenas con qué pagar las deudas que contrajo en España, mucho tiempo antes de pasar a Francia. En cuanto a la sucesión de nuestra madre usted sabe, Florita, que los hijos naturales no tienen ningún derecho sobre los bienes de los ascendientes de sus padres. Así, pues, no tengo nada suyo, mientras no dé a conocer una partida revestida de todas las formas legales que compruebe el matrimonio de su madre con mi hermano (Tristán [1838] 2003, 311).

Juana Manuela Gorriti y Clorinda Matto de Turner amaron incómodamente, también. Al mismo hombre, además. Y si Clorinda Matto recibiría de él, como Manuela Sáenz del general, muchas veces el silencio y nunca el apoyo, Juana Manuela Gorriti parecía sentir que recibía parte de los privilegios de los que gozaban los hombres que escribían.

Juana Manuela Gorriti escribía en una de sus cartas a Ricardo Palma, ya desde Buenos Aires, al saber que Clorinda empezaba a dirigir El Perú Ilustrado: “Compadezco a mi pobre Clorinda por la ruda tarea que se ha echado encima: la dirección de un periódico, tarea tan molesta como poco productiva” (Batticuore [Gorriti] 2004, 81).

Efectivamente, fue justo la dirección de este periódico lo que complicó a Clorinda Matto en su relación con la Iglesia, lo que propició su excomunión y lo que acentuó el rechazo intelectual que habían manifestado ya algunos escritores de su entorno, pero en la carta de Juana Manuela a Ricardo parece leerse una pretendida complicidad. Como si ella dijera, en realidad, que lo de hacer cosas que hacían los hombres era desacertado en una mujer, como dirigir un periódico. En sus cartas, Ricardo Palma se hacía eco de algo que ya Bolívar había escrito a su hermana: “que no opinara ni se mezclara en política” ninguna mujer, que no lo hiciera Clorinda.

Juana Manuela Gorriti no solo le escribía a Ricardo Palma opinando acerca de lo que ella consideraba eran errores de Clorinda: le escribía contándole los amores y chismes de otras mujeres:

Cuando Eduarda llegó a Londres el marido le mostró la carta y tomando del brazo a su hija se la llevó al interior de la casa: todo esto en silencio. Eduarda se quedó sola en el salón. Como mujer muy inteligente que es salió inmediatamente de la casa y de Inglaterra y después de una corta estadía en Francia hase regresado a Buenos Aires donde ha encontrado a plaza caído del puesto. Ahora ha dejado el apellido del marido guardando solo el de su familia y en literatura el de Eduarda a secas. Eduarda es la mujer de más elevada inteligencia de la América del Sur y es lástima que adolezca de todas las pequeñeces y mezquindades mujeriles (Batticuore [Gorriti] 2004, 14-15).

Y le escribía Juana Manuela Gorriti a Ricardo Palma también, criticando la escritura sobre mujeres y de otras mujeres:

Aquí se hacen cada día numerosas publicaciones algunas buenas otras como aquella en cuyo final puso usted ese terrible “¡fecundo disparatar!!”. Entre estas últimas se nos propone una gorda: lleva por título Reforma de la mujer” y por autora la señora Josefina Pelliza de Sagasta. Nos dio a mi primo Zuviría y a mi lectura del prólogo y dos capítulos que nos dejaron yertos: ¿creerá usted que allí hace la descripción de un parto cual se ve en un grabado de comadrón, sin que le falte un solo horror de sus fases ni una tilde a sus frases y nombres técnicos? (Batticuore [Gorriti] 2004, 7).

El coqueteo de Juana Manuela Gorriti con el escritor reconocido por toda la intelectualidad limeña, por todos los presidentes de turno, con el escritor becado para viajar a Europa y que luego ningunearía con pretendida elegancia a Clorinda Matto de Turner a pesar del amor de ella hacia él, hacía pedazos en una sola carta toda la autoridad que Juana Manuela Gorriti había tenido reconociendo públicamente a las escritoras a las que invitaba a sus veladas literarias cuando ella le escribía a él, hablando de una de ellas:

Tengo en mi poder desde hace algunas horas la novela de Mercedes: “Blanca Sol”. Aquí, entre nos, comienza con una inconveniencia sobre la educación que Lima da a la mujer: ¡qué falta de tino! todavía no he acabado de leer el primer capítulo, veremos. Yo no me canso de predicarles que el mal no debe pintarse con lodo, sino con nieblas: el lodo hede y ofende tanto al que lo maneja como a quien lo percibe. Además, se crea enemigos si incómodos para un hombre mortales para una mujer (Batticuore [Gorriti] 2004, 56).

Y seguía Juana Manuela intimando con su amigo escritor mientras iba desnudando a sus propias amigas, como esperando que él cerrara después la crítica sobre lo que ellas escribían:

He leído al fin el libro de Mercedes Las consecuencias. En él, más que en Blanca Sol apalea al mundo entero. ¡Qué levantamiento de faldas a las señoras de las sociedades piadosas! ¡Qué azotainas a los clérigos!, ¡si hasta ha olido sus sotanas para darnos la noticia de que son pestosas! Después de blanca sol yo le advertí de tener cuidado con las represalias. Un hombre puede decir cuanto le dicta la justicia: el chubasco que le devuelvan caerá a sus pies sin herirlo. No así una mujer, a quién se puede herir de muerte con una palabra aunque sea esta una mentira. Creo que no le gustó mi advertencia pues nada me contestó. Desde entonces me he preescrito silencio (Batticuore [Gorriti] 2004, 94).

En febrero de 1876, en uno de los primeros números de El Recreo (el periódico dirigido por Clorinda Matto desde el Cusco del que he hablado páginas atrás) apareció publicada una carta de Ricardo Palma dirigida a Clorinda: parece que ella le había enviado algún ejemplar de los primeros números del semanario, y él se dirigía a ella diciéndole “es la pluma de usted la llamada a escribir un tomo de Tradiciones Cuzqueñas. En esta labor hallará usted en mí, más que una palabra de estímulo y de simpatía, el entusiasmo de un admirador de su talento”. Y añadía inmediatamente: “junto con este hago poner un paquetito que contiene mi segundo libro de Tradiciones y el tercero que he mandado a imprimir en Europa. Siento no poder enviarla un ejemplar del primer volumen porque la edición se ha agotado”. Palma cerraba la carta diciéndole a Clorinda que aceptara los libros en señal de confraternidad literaria y que lo tuviera entre sus amigos. El grueso de la correspondencia entre Clorinda Matto y Ricardo Palma, que ha sido estudiada y publicada tal como he comentado páginas atrás recientemente (Denegri y Peluffo 2020), tuvo lugar entre los años 1883 y 1885, y para entonces Clorinda ya había terminado de completar sus Tradiciones cuzqueñas. En 1883, le pidió por primera vez a Palma que le escribiera el prólogo a su obra, y se sucedieron varias cartas sin res- puesta, en las que Clorinda insistía en querer recibir el prólogo. Finalmente, Palma le envió en diciembre de 1884 el texto, no sin poner énfasis en el hecho de que Clorinda fuera su discípula:

Y llámola discípula no porque transpiren en mí vanidosos humos de maestro, sino porque la amable escritora ha tomado a capricho, que mujer es y por ende autorizada a encapricharse, repetir que la lectura de mis primeros libros de TRADICIONES despertó en ella la tentación de consagrar su tiempo e ingenio a la ruda tarea de desempolvar rancios pergaminos y extraer de ellos el posible jugo, para luego presentarlo en la galana forma de la leyenda nacional (Ricardo Palma 1884; en Denegri y Peluffo 2020, 27).

Tardó en responder a la petición de Clorinda y lo hizo, además, poniéndose él en primera persona.

Al año siguiente, en una carta dirigida a la escritora Rodríguez de Tió, tal como señalan Denegri y Peluffo (2020), Ricardo Palma opinaba también acerca del compromiso político de “Clorinda Matto, después de la caída del gobierno de Cáceres, de quien ella era muy partidaria, ha creído que le con- venía emigrar y hoy se encuentra en Buenos Aires. Mucho aconsejé a mi queridísima comadre Clorinda que no se mezclara en política. Pero me desatendió”. Clorinda Matto, ciertamente, se había pronunciado siempre a favor del proyecto político de Andrés Cáceres, a quien había pedido, a la vez, durante tiempo, que pudiera facilitarle la posibilidad de un nombramiento como maestra en una escuela nacional. La respuesta de Cáceres nunca llegó, y solo después, en el exilio, en Argentina, Clorinda Matto de Turner sería trabajadora de hasta tres escuelas como maestra (Mannarelli y Velásquez 2020, 95).3

Incómodos, todos estos amores, porque hacían pequeñas a cada una de estas cuatro mujeres grandes, enormes. Las hacían vulnerables, dependientes, desesperando ante el silencio de ellos, regocijados en sus vidas, en su poder, en sus leyes y en sus reconocimientos intelectuales. Incómodos, estos amores, porque hacían desaparecer la política amorosa que movía a Manuela Sáenz a la libertad y al deseo de paz, porque congelaban el sentido común de Flora Tristán, decidida a subirse a un barco, cruzar el Atlántico para llegar al Pacífico, recorrer por tierra parte de los Andes para ir a recoger lo suyo, y encandilada, en cambio, con un hombre egoísta. Incómodos porque convertían a Juana Manuela Gorriti en una protectora del patriarcado vapuleando a sus amigas para agradar al escritor de prestigio. Incómodos porque hacían de Clorinda Matto una pedigüeña persistente cuando su solvencia intelectual y política había rebasado no solo su vida, sino la de diversos periódicos, la de diversas regiones, la de todas las niñas a las que enseñó las letras, la de dos países y la de todas las décadas que hace que leemos Aves sin nido en el mundo entero.

4. La Política después de la política: con ellas mismas

En este artículo he planteado que el Perú de Manuela Sáenz, de Flora Tristán, de Juana Manuela Gorriti y de Clorinda Matto fue una nación distinta a la de los caudillos e intelectuales que hicieron de aquel siglo el tiempo de la guerra en el que los otros siguieron viviendo en territorios visibles o invisibles, con derechos o bajo lealtades obligadas, y las otras fueron pretendidas como madres republicanas y nada más. Esa nación distinta la encontramos en la escritura de cada una de ellas y se significa con todas las lenguas y colores, en la paz y con un proyecto político que es el amor. Sus formas de amor, sin embargo, en algún momento de sus vidas quedaron paralizadas sin dar fruto: son los tiempos en que cada una de ellas depositó en algún hombre, de poder, su propia existencia. Manuela Sáenz se recogió en sus diarios y en su soledad en Paita diez años más, después de aquella intensa correspondencia; Flora Tristán volvió a Francia y paseó por Londres, donde se vinculó e inspiró al Movimiento Obrero, hablándole al mundo de feminismo; Juana Manuela Gorriti siguió retirada de su propio matrimonio; y Clorinda Matto recorrió Europa entera tomando notas de lo que tendría que ser el proyecto educativo para las mujeres en Argentina. Las cuatro siguieron deseando paz, porque sin paz no llegaría el amor que sus repúblicas necesitaban para que las otras pudieran mirarse a sí mismas y saberse, y para que los otros pudieran mirar al Estado y reconocerse.

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NOTAS

11 Este artículo es resultado del proyecto de investigación “Mujeres de la Independencia en la Memoria”, RIEL- PUCP (CAP 2019).

22 Carolina Ortiz ha analizado El Recreo en el contexto de expansión y crecimiento de los folletines como espacios a partir de los cuales se influía en la opinión pública, y ha planteado las líneas principales de los contenidos del semanario, que fueron las grandes ocupaciones de Clorinda Matto: la educación pública de las mujeres, la escritura como elemento civilitzador y el amor al saber como proyecto nacional (Ortiz 2018).

33 Sobre El Recreo, su importancia como obra dirigida por una mujer que no dejó de escribir nunca a pesar de tener que cumplir con obligaciones sociales, y sobre cómo de explícito aparece entre sus páginas el deseo de Clorinda de que fuera una publicación a la que se vincularan tanto escritoras como lectoras, paisanas la mayor parte de ellas, ha hecho un análisis exhaustivo de muchos de sus números Mariemma Mannarelli. En él, la autora interpreta por ejemplo el vínculo de reconocimiento intelectual entre Clorinda Matto y Trinidad Enríquez, correspondido tal y como Trinidad misma escribe en el segundo número de El Recreo (Mannarelli 2022, 76).

Recibido: 18 de Julio de 2021; Aprobado: 20 de Octubre de 2022

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