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Discursos del sur

Print version ISSN 2617-2283On-line version ISSN 2617-2291

Discursos del sur  no.11 Lima Jan./Jun. 2023  Epub July 31, 2023

http://dx.doi.org/10.15381/dds.n11.21832 

Artículos científicos originales

Contra todo pronóstico. El papel de la contingencia en el camino al poder de Chávez y el movimiento bolivariano en Venezuela

Against all odds. The role of contingency in Chavez and the Bolivarian movement’s path to power in Venezuela

1Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, Perú

RESUMEN

En este artículo se muestra, a través de la microestructuración de su camino al poder, que la llegada de Chávez y el movimiento bolivariano al Gobierno de Venezuela estuvo marcada por el efecto de la contingencia. A partir de entrevistas a actores clave realizadas por periodistas e historiadores, se presenta una historia analítica que evidencia cinco dinámicas contingentes: el impacto positivo del golpe de febrero de 1992 en la opinión pública, la formación de una particular coalición revolucionaria, los descuidos por parte de la inteligencia militar, la posibilidad de redimir el fracaso militar que se le dio a Chávez, y la apertura electoral en el sistema político para los outsiders. Se concluye que hubo cinco elementos que pavimentaron este camino: la estrategia del liderazgo del movimiento, el árbol de las tres raíces, el esprit de corps dentro de las Fuerzas Armadas, las redes de conocidos de Hugo Chávez y la radicalización del faccionalismo del sistema de partidos.

Palabras clave: contingencia; Venezuela; movimiento bolivariano; Hugo Chávez; microestructuración

ABSTRACT

This article makes emphasize in the effect of contingency in the emergence of Chavez and the Bolivarian movement, through the micro-structuring of his path to power. Based on interviews to key actors conducted by journalists and historians, we present an analytical history of five contingency dynamics: the positive impact on public opinion of the February 1992 coup, the formation of a singular revolutionary coalition, the mishaps by the military intelligence, the chance given to Chavez to redeem his the military failure, and the political system’s openness to electoral outsiders. We conclude that there were five elements that paved this path: the movement’s leadership strategy, the tree with three roots, the esprit de corps within the Armed Forces, Hugo Chavez network, and the radicalization of factionalism in the party system.

Keywords: contingency; Venezuela; Bolivarian movement; Hugo Chavez; microstructuration

Este artículo es una historia del presente, una revisión sobre el camino al poder de Hugo Chávez y el movimiento bolivariano (MB) en Venezuela. Al explicar por qué y cómo llegaron al poder, muchas veces se olvida que era poco probable, es decir, que lo hicieron contra todo pronóstico. Esta naturaleza contingente del fenómeno no debe ignorarse como algo que está en la naturaleza de todo acontecimiento político. No porque la afirmación sea falsa, sino porque, como mostraré en este artículo, hay evidencia para afirmar que particularmente este movimiento no debería haber llegado al Gobierno. Lo sorprendente de este caso no es la ocurrencia de un factor improbable aislado que cambió el curso de los acontecimientos, sino la ocurrencia de una serie de hechos afortunados (para los rebeldes) que los llevaron al poder. A esta concatenación de mecanismos contingentes es a lo que llamo en este artículo «el camino al poder». Dicha concatenación de mecanismos contingentes lo convierte en un caso atípico que habría dificultado cualquier predicción al respecto. Y aunque la literatura sobre este caso se ha multiplicado exponencialmente durante las dos últimas décadas, lo ha hecho sin dar mucho crédito al papel que tuvo la contingencia en la historia del proceso. Solo por mencionar algunos de estos estudios, encontramos los volúmenes colectivos de Ellner y Hellinger (2004), Hernández (2014), Ponniah y Eastwood (2011) y Smilde y Hellinger (2011), así como obras de Cannon (2018), Corrales y Penfold (2011), Ellner (2008) y Wilpert (2007). Algunos relatos periodísticos o históricos como los de Jones (2007), Kozloff (2007) y Nelson (2009) señalan el tema de pasada, pero sin considerarlo sistemática- mente, pasando por alto su relevancia. En general se ha descuidado el encadenamiento de múltiples errores, descuidos, decisiones inesperadas y giros que llevaron al movimiento al poder.

Por supuesto, eso no quiere decir que todo fue obra del azar: hubo un proyecto político y la hábil forja de coaliciones. Pero el punto es que hubo una improbable concatenación de mecanismos contingentes, y que esta «improbabilidad» se ha pasado por alto en la literatura académica. Mostraré a continuación que deberíamos prestarle atención a la misma. De hecho, la relevancia de la contingencia para el estudio de la política y la sociología histórica ha sido previamente reconocida (Ermakoff 2015, Goldstone 1998, Mahoney 2000, Mayhew 2007, Pierson 2000, Shapiro y Bedi 2007). El tipo de contin- gencia que abordo en este artículo no es el resultado de un enfrentamiento de estrategias donde las posibilidades iniciales son cercanas al 50-50, ya que no solo me refiero a situaciones en las que la incertidumbre domina el escenario, sino todo lo contrario: en las situaciones que muestro no se suponía que existiera incertidumbre más allá de la obvia sabiduría común de que «todo es posible», la indeterminación básica de la vida humana (Schedler 2007). La contingencia también puede significar que pequeños eventos que ocurren en el momento adecuado pueden tener consecuencias duraderas, algo sobre lo cual coinciden autores de diferentes posturas teóricas. Entonces, por contingencia me refiero aquí a la ocurrencia de eventos aparentemente pequeños y mayoritariamente improbables, los cuales abrieron una brecha para el ascenso al poder del MB y que por tanto tuvieron consecuencias mayores y duraderas en la política venezolana.

El principal resultado involuntario provocado por la contingencia fue una serie de aperturas políticas que permitieron (no causaron) que el movimiento ganara las elecciones generales de 1998, facilitado primero por la irrupción de Hugo Chávez y el MB en la esfera pública política como «outsiders salvado- res» en febrero de 1992, lo que posteriormente contribuyó en gran medida a llevarlos a la presidencia, rompiendo la continuidad de cuarenta años de polí- tica bipartidista y democracia liberal. Por tanto, el evento sí abrió una brecha en el orden político anterior, aunque no la que ellos buscaban inicialmente. Como también mostraré, los factores contingentes que despejaron su camino hacia el poder llegan hasta la reforma del Estado de inspiración neoliberal (si bien en la práctica no lo fue) en la década de 1990, lo que también es una especie de ironía histórica dado que el movimiento ha sido un acérrimo opositor al neoliberalismo.

Contingencia y política

Para que tenga realmente sentido hablar de contingencia en el ámbito de las ciencias sociales, debemos abordar lo que esta implica de manera radical: las cosas podrían haber sido de otro modo a como ellas fueron, y lo habrían sido si algo hubiera sucedido de manera diferente, es decir, la contingencia es una cuestión de ontología y no solo de epistemología (Shapiro y Bedi 2007, 1). Según se ha entendido en las últimas dos décadas por los académicos, el rango de significados de la contingencia está abierto, pero más o menos delimitado. Un aspecto que tienen en común las discusiones académicas sobre la contingencia es la asociación entre ella y la indeterminación. Schedler (2007) caracteriza la indeterminación a través de la posibilidad de que existan mundos alternativos al mundo actual, resultado de tomar diferentes cursos de acción. Para él, las contingencias pueden ser explicadas ex post facto, pero no pueden ser predichas con certeza. En el mejor de los casos, podemos hacer afirmaciones probabilísticas sobre contingencias futuras, mientras ellas a su vez producen valores atípicos o fuera de la tendencia esperada (outliers). Respecto al impacto que tiene la contingencia sobre procesos sociales y políticos, hay al menos dos grupos teóricos: los que se enfocan en la nueva estructuración de la situación y en la generación de resultados cuasi-deterministas, por un lado, y, por otro lado, los que se enfocan en las aperturas que la contingencia crea para el cambio social y político. Estudios más recientes como los de Cheng y Chan (2017) o Lu y Zhou (2023) no han avanzado la teorización sobre la contingencia más allá de estas visiones.

Por una parte, ciertos modelos analíticos se centran en la continuidad de comportamientos o patrones que surgen de eventos contingentes, lo que pro- viene del interés en la relación entre las condiciones iniciales y las condiciones finales de un sistema (Goldstone 1998). Estos estudios teorizan sobre la contingencia para identificar patrones deterministas, a lo cual se ha llamado «dependencia del camino» o «dependencia del trayecto» (path-dependency). Este concepto hace referencia a la rigidez institucional que se presenta como resultado de una serie de decisiones que se han ido tomando a lo largo de un proceso («el camino»). Estos autores enfatizan la naturaleza no determinista de los eventos, es decir, que no pueden deducirse de procesos históricos previos, pero los mismos generan luego patrones institucionales con consecuencias deterministas (Mahoney 2000). También la contingencia expresa la impredecibilidad de los «rendimientos crecientes». En efecto, para Pierson (2000, 252) la «dependencia de sendero» se asemeja a procesos de «rendimientos crecientes», pues también pueden describirse como procesos de retroalimentación positiva o de auto-reforzamiento. Dicho de otro modo: la probabilidad de dar más pasos por el mismo camino aumenta con cada paso dado por ese camino, ya que los beneficios relativos de la actividad actual, en comparación con otras opciones posibles, aumentan con el tiempo. Los costos de salida, de cambiar a alguna alternativa previamente plausible, aumentan. La consecuencia de una situación así es cuádruple. Primero, pueden darse múltiples equilibrios conducentes a diversos resultados. Segundo, eventos relativamente pequeños, si ocurren en el momento adecuado, pueden tener consecuencias duraderas. Tercero, el timing de un evento es crucial: debido a que las partes anteriores de una secuencia importan mucho más que las partes posteriores, un evento que sucede «demasiado tarde» podría no tener efecto, aunque podría haber tenido grandes consecuencias si el momento hubiera sido otro. Cuarto, una vez que se establece un proceso de «rendimientos crecientes», la retroalimentación positiva puede conducir a un equilibrio único. Este equilibrio será a su vez resistente al cambio (Pierson 2000, 263).

Por otra parte, en contraste con la visión anterior, cierta literatura destaca las aperturas o irrupciones en lugar de los cierres o continuidades que producen las contingencias. Mayhew (2007) señala la relevancia de eventos fortuitos que alteran el resultado de procesos políticos de manera determinante. Eventos tales como rebeliones, asesinatos políticos, o guerras crean aperturas en el flujo «normal» de la política. Por su parte, Ermakoff (2015) va un paso más allá de todas estas proposiciones con una «fenomenología formal», pues descarta la idea de que la contingencia deba ser considerada como aquello que está fuera del conocimiento, o como simplemente aquello que pudo haber sido, de haberse tomado otras opciones («mundos alternativos»), ni tampoco su argumento toma la dirección de una consecuencia o resultado determinista de un proceso que comienza siendo indeterminado. Identificar y teorizar la propiedad de procesos y eventos indeterminados tiene como finalidad superar la idea de la «causación coyuntural» (para la cual la contingencia se define como eventos complejos determinados por constelaciones variables de facto- res causales) y concebirla como el resultado del timing de los acontecimientos influyentes en una secuencia.

Esto favorece la importancia de la «casualidad» (happenstance): constelaciones de series de factores causalmente independientes entre sí, una propiedad de procesos colectivos. Más aún, lo distintivo no es solo su carácter coinciden- tal, sino sobre todo su impacto como propiedad de procesos colectivos que tienen un efecto perdurable -pues muchos no tienen este efecto (Ermakoff 2015, 75)-: cuando causas relativas a las acciones de unos pocos individuos tienen consecuencias duraderas y de largo alcance. La discusión conduce así a afirmar que, para considerar el aspecto de la «agencia» de manera sistemática, necesitamos identificar las configuraciones relacionales que se prestan para que los impactos de los factores individuales tengan relevancia, esto es, prestar atención a momentos o situaciones en las cuales los factores que influyen en la agencia de unos pocos afectan el comportamiento de muchos. El autor distingue cuatro tipos de impactos. Primero, piramidal: en una situación en la cual los miembros de un colectivo han transferido control sobre sus acciones a un actor o a un pequeño grupo de actores. Segundo, pivotal (tanto en el sentido esencial, como giratorio), cuando uno o unos pocos alteran un balance de poder (muy visible en la política legislativa). Tercero, secuencial, cuando una acción individual desata un proceso de alineación, endorsando una misma línea de comportamiento. Y, por último, epistémico, cuando una acción cambia el contenido de las creencias o expectativas de un grupo, de manera que afecta los resultados del actuar colectivo. Estos impactos, a su vez, pueden combinarse entre sí y ocurren cuando una cadena causal intercepta con otra, a la cual interrumpe. La ontología es la de un universo discreto, a diferencia de las teorías anteriores en las que predomina un universo continuo. Para la primera, la validación se basa en la evaluación de la independencia de las cadenas causales, la precedencia causal de un factor y la dependencia del resultado respecto de un factor causal independiente pero próximo.

Como tendré oportunidad de mostrarlo a lo largo de este artículo, la contingencia a la que me referiré no puede desprenderse de las anteriormente expuestas en el importante trabajo de Ermakoff (2015). Argumentaré que hay un tipo de contingencia adicional a la cual podríamos llamar «negativa», re- ferida a una serie de omisiones que conducen un proceso en una misma di- rección. Pero adicionalmente, y más importante aún, argumentaré que debe identificarse la dinámica entre los dos conjuntos de teorías señaladas: las que enfaticen la «dependencia del camino» y las que enfatizan las aperturas en la estructura política. La razón es que, aún si ambas hacen un guiño hacia el nivel de análisis de la otra, ellas se mantienen, más o menos implícitamente, en niveles distintos: la primera se enfoca en la macroestructuración posterior a eventos de cambio, principalmente del Estado, pero en general del sistema político, mientras la segunda se enfoca en la microdesestructuración, eventos resultados de percepciones «simultáneas» (en donde hablar de agencia tiene sentido). En contraste con ambas, este artículo me concentraré en la microestructuración del «camino» hacia al poder del MB, dentro de un contexto previamente estructurado. Dado que la vida social y política no se sostiene en el vacío, las aperturas en su organización tienen también una estructura alterna- tiva (una intuición que proviene del concepto de «estructura de oportunidades políticas», de la literatura sobre movimientos sociales). Como lo han señalado Cheng y Chan (2017), la contingencia, que se puede analizar efectivamente a un nivel micro, guarda una relación dinámica estrecha con el contexto estructural más amplio. Entonces lo que veremos en adelante es una dinámica entre contexto estructural y el camino que se tejió, una nueva microestructura o una serie de aperturas estructuradas que fue el camino al poder del MB.

Metodología

A continuación, presentaré una historia del golpe del 4 de febrero de 1992, la situación revolucionaria del MB. Su relevancia radica en que atravesó la his- toria política contemporánea de Venezuela, conectando procesos de mediados del siglo XX, con la «contención transgresora» (McAdam et al. 2001, 7-8) de la década de 1960, y con el nuevo régimen de la década del 2000. Recurro a tres conceptos metodológicos que son básicos para el análisis: sitios sociales, transacciones y relaciones sociales. Según Tilly (2002, xi-xii; las cursivas son mías), «Los sitios sociales consisten en el loci en los que ocurre la acción humana organizada; incluyen individuos, aspectos de individuos, organiza- ciones, redes y lugares...». Específicamente, en esta historia muestro cómo se conectaron cinco «sitios sociales» previamente desconectados, como resulta- do del impacto de la contingencia: 1) una fracción de las Fuerzas Armadas, 2) una fracción de los revolucionarios que lucharon en la guerrilla en la década de 1960, 3) las reformas educativas militares de la década de 1970, 4) la opinión pública política de principios de los noventa, y 5) los conflictos entre las elites partidistas en esa década.

Por su parte:

Las transacciones (…) transferencias de energía organizadas por personas, conectan sitios sociales (…). Las transacciones repetidas constituyen relaciones entre sitios sociales (…). Las transacciones tienen lugar dentro de los límites establecidos por las relaciones previas entre los sitios (o tipos de sitios) en cuestión, incluida la cultura, los entendimientos compartidos y sus representaciones en objetos y prácticas (…) las transacciones generalmente involucran errores y corrección de errores; las transacciones eficientes implican errores relativamente pequeños y una rápida corrección de errores (…). Aunque mínimamente, cada transacción modifica las relaciones entre los sitios, incluidos los entendimientos compartidos y sus representaciones (Tilly 2002, xi- xii; las cursivas son mías).1

Las aperturas en el sistema político venezolano están, por tanto, compuestas de transacciones. Si bien como lo acabamos de ver la visión de contingencia que sigo en este trabajo no utiliza la noción de «mecanismos causales» como sí lo hace Tilly y sus colaboradores, podemos ver que lo explícitamente contingente fueron los resultados de las transacciones que, en lugar de generar relaciones que restauraran el sistema, hacia lo cual sería más propenso este análisis de mecanismos, dichas transacciones pavimentaron el camino para que un movimiento «improbable» llegara al poder. Las cinco transacciones que identifico en el estudio como resultado del impacto de la contingencia, transacciones que se colocaron en los espacios «vacíos» de las relaciones previamente establecidas, son: la estrategia del liderazgo del movimiento, el árbol de las tres raíces, el esprit de corps dentro de las Fuerzas Armadas, las redes de conocidos de Hugo Chávez y la radicalización del faccionalismo del sistema de partidos.

El análisis se basa principalmente en múltiples entrevistas realizadas a actores clave relacionados con el golpe, por periodistas e historiadores en diferentes momentos entre 1981 y el 2010. A veces reconstruyo el contexto más amplio para ponderar los juicios de los entrevistados sobre la base de la evidencia disponible. La ventaja más importante de analizar estas entrevistas es la posibilidad de captar la perspectiva de los sujetos y de sus objetivos durante la situación revolucionaria (Selbin 1999). Es en este nivel en donde tiene sentido identificar el papel de la contingencia, sin excluir la agencia de los actores políticos. La mayor parte de la información en la que me basé en este artículo es bien conocida hoy en día y hay muchas buenas historias del caso. Pero hasta donde yo sé, nadie ha analizado sistemáticamente estas entrevistas, biografías e historias para estudiar la situación revolucionaria de este movimiento, menos aún desde la relevancia de la contingencia para su destino. Identifico cinco dimensiones críticas en las que la contingencia jugó a favor de Chávez y del MB: 1) el impacto positivo que tuvo el golpe de febrero de 1992 en la opinión pública, 2) la formación de una coalición revolucionaria improbable, 3) la facilitación involuntaria del golpe por parte de la inteligencia militar y de altos rangos del Ejército, 4) la posibilidad de redimir el fracaso militar que se le dio a Chávez, y 5) la apertura electoral en el sistema político para los outsiders que crearon las reformas estatales de la década de 1990 y el conflicto de los grandes partidos políticos.

Primero, la contingencia performativa: la aparición de «el salvador»

Esto no es cronológicamente el primer impacto, pero sí lo es desde el punto de vista de la esfera pública política y a partir de este narraré los otros cuatro. La conspiración se puso en práctica la primera semana de febrero de 1992. El entonces presidente Carlos Andrés Pérez (CAP) regresaba de un vuelo de doce horas la noche del lunes 3 de febrero cuando inició la Operación Zamora. En una acción casi «de película» escapó de su casa y posiblemente de una muerte segura después de la medianoche, cuando fue llevado a una estación de televisión desde donde transmitió en señal abierta, lo que hizo que él y sus hombres retomaran el control de la situación. Al mediodía, el golpe había sido derrotado. Una vez capturado, al teniente coronel Hugo Chávez se le pidió que hiciera un llamado a sus coconspiradores para que se rindieran en señal abierta de TV, pensando, al parecer, que de esa manera evitarían un ambiente de ingobernabilidad. Todo en la historia del golpe se reduce a este momento, un breve discurso con un impacto imponderable para el futuro de este país:

En primer lugar, quiero dar los buenos días al pueblo de Venezuela. Este mensaje bolivariano es para los valientes soldados que se encuentran actualmente en el Regimiento de Paracaidistas en Aragua y en la Brigada Blindada en Valencia. Compañeros: lamentablemente, por ahora, los objetivos que establecimos en la capital no se cumplieron. Eso significa que nosotros, aquí en Caracas, no logramos tomar el control (del Gobierno). Hicieron un excelente trabajo, pero ahora es el momento de evitar más derramamiento de sangre, ahora es el momento de reflexionar. Se presentarán nuevas situaciones. El país debe encontrar el camino definitivo hacia un mejor destino (…). Compañeros: escuchen este mensaje de solidaridad. Les agradezco su lealtad, su valentía, su generosidad, y ante la nación y todos ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano. Muchas gracias (Marcano y Barrera 2007, 74-75).

Los hombres de la administración de Pérez pronto se dieron cuenta de que había sido un gran error no grabar y editar primero el breve discurso. Mientras el golpe había sido derrotado, un líder político cobraba vida pública: una buena parte del pueblo venezolano instantáneamente se identificó con Chávez después del mensaje. En la Academia Militar, Chávez había sido jefe de una unidad de comunicación, lo que lo llevó a conducir un programa de radio, escribir regularmente una columna en un periódico local y, en general, a ser un conocedor del mundo de los medios de comunicación. Posteriormente, el coomandante Arias condenó el que Chávez hablara solo por sí mismo en TV y no en nombre de los cinco comandantes del golpe (Marksman 2002, 58). Mientras estaban en la cárcel, los líderes del movimiento se dieron cuenta de que su principal logro había sido el apoyo entusiasta de la población (Urdaneta 2003, 95; Valderrama 2005, 56). Fue Arias el primero en notar que era una oportunidad que todos podían aprovechar para llegar al poder y cedieron el liderazgo exclusivo a Chávez (Valderrama 2005, 75). Lo más probable es que el acto hubiera sido repudiado por la ciudadanía de no haber sido por la profunda deslegitimación del régimen, encarnado en los partidos dominantes: el socialdemócrata Acción Democrática (AD) y el partido Demócrata Cristiano (COPEI). En ese contexto, la puesta en escena de Chávez fue impecable. Pero ¿cómo se las arregló para llegar a este punto de la historia?

La estrategia del liderazgo del movimiento: la primera baldosa del camino

El factor fundamental que explica la razón del golpe fue la estrategia del Tercer Camino (TC) implementada por los comandantes guerrilleros derrotados de la década de 1960. A principios de la década de 1980, el TC se convirtió en la estrategia política de los militares conspiradores, una idea impulsada por el excomandante guerrillero Douglas Bravo y los miembros de su Partido de la Revolución Venezolana (PRV). El TC fue, en resumen, la idea de armar una alianza nacionalista cívico-militar para hacer la revolución mediante un golpe de Estado (Chávez 1998, 45). De hecho, la izquierda radical se había infiltra- do en el Ejército desde 1959 y, a principios de la década de 1960, hubo una serie de fallidos levantamientos militares. Infiltrarse en las Fuerzas Armadas fue la opción ante el hecho de que la guerrilla (el «primer camino») había sido en gran parte derrotada por los militares y en 1963 había sido prácticamente desarticulada. Cuando Rafael Caldera, fundador y líder de COPEI, fue elegido presidente en diciembre de 1968, inmediatamente promulgó una política de pacificación mediante la cual los guerrilleros pudieron volver a la vida civil (Cartay 2006, 167-168). El «segundo camino» era jugar por las reglas de la política institucional tras la pacificación promovida por Caldera. El PRV de Bravo optó por el TC. El MB no fue uno de los movimientos de esos años que se desmovilizaron, el último aproximadamente una década antes de que la conspiración bolivariana comenzara en serio en 1982. Pero era una nueva versión de ellos, que se asemejaba a sus tácticas y objetivos a los de la década de 1960.

Chávez encarnó la síntesis perfecta de la estrategia cívico-militar que Bravo no pudo lograr, dado su pasado como comandante guerrillero. Primero, Chávez hace suya la estrategia del TC. Luego coopta a un sector relativamente grande de las Fuerzas Armadas después de 1978 y deja a un lado a los civiles cuando organizan el golpe de 1992. En tercer lugar, una vez liberado de la cárcel (marzo de 1994), y hasta las elecciones presidenciales de 1998, hace campaña con una amplia coalición de partidos y grupos de izquierda. Cuarto, una vez en el Gobierno da protagonismo a sus aliados de izquierda mientras nombra a algunos militares en puestos gubernamentales, controlan- do a ambos. Pero la primera pregunta debería ser: ¿por qué Chávez, ya siendo un militar cuando conoce a Bravo, no rechazó al comandante guerrillero? A principios de la década del 2000, y luego de que Chávez lo dejara de lado, algunos de los comandantes del golpe declararon retrospectivamente que parecía un infiltrado (Acosta 2006, 39; Urdaneta 2003, 112; Valderrama 2005, 88-89; Prada 2000, 414; Urdaneta 2003, 75 y 89; Acosta 2006, 61 y 65). ¿Fue Chávez un infiltrado de la izquierda radical desde el principio?

Las evidencias de los relatos biográficos no apoyan una respuesta afirmativa a esta pregunta (Marcano y Barrera 2007, 27; Tarre 2007, 154). De hecho, «fue en la academia donde empezó a sentirse atraído por los regímenes militares de izquierda de América Latina» (Marcano y Barrera 2007, 35), como Omar Torrijos en Panamá y Juan Velasco en Perú. En 1977, luego de graduarse de la Academia Militar, comenzó a pensar en conspirar (Bonilla-Molina y El Troudi 2004, 63). Las «condiciones objetivas» para la revolución llegarían para él y sus compañeros de armas con los disturbios y saqueos del 27 de febrero al 8 de marzo de 1989, conocidos como el Caracazo. Fue un levanta- miento popular que se extendió desde Caracas a otras ciudades, y que según los testimonios se convirtió en un detonante en las Fuerzas Armadas, dando fuerza al movimiento (Valderrama 2006, 40, 42, 74, 84 y 93). Más importante aún: fue interpretado por los líderes de la rebelión como el hecho revolucionario que cambiaría el equilibrio de poder, pero que los tomó desprevenidos y por lo tanto no pudieron llevar a cabo la revolución.

Según Bravo, para ser efectivo el TC, la nueva generación de infiltrados tenía que estar compuesta por personas nunca antes relacionadas con la izquierda radical (Garrido 2000, 47). Comenzaron por establecer contactos con familiares y amigos de los militantes del PRV que estaban en las Fuerzas Armadas, y luego acuñaron un mensaje dirigido a ellos basado en puntos neurálgicos, como los temas fronterizos con Colombia y Guyana, y la corrupción (Garrido 2000, 51). Mientras Chávez hacía su carrera en el Ejército, su herma- no mayor Adam ingresó al PRV alrededor de 1973-74, en la ciudad andina de Mérida (Sánchez 2000, 46), de quien Chávez aprendió las ideas socialistas y la tesis del TC (Bonilla-Molina y El Troudi 2004, 58). Chávez ya era propenso a la sedición y actuó en esa dirección desde 1977, pero fue en su encuentro con Bravo en 1980 cuando canalizó sus preocupaciones hacia un empeño colectivo, convirtiendo al excomandante guerrillero en uno de sus principales asesores (Garrido 2000, 49 y 341).

Segundo, la contingencia del «significado»: la formación de una coalición improbable entre la izquierda radical y los militares

Se ha convertido en un lugar común que la política venezolana ha estado dominada por militares durante gran parte de su historia (Caballero 2007). Lo que se ha subrayado menos, sin embargo, es que la estrategia de cooptar a los militares se había convertido en un nuevo terreno de batalla por el poder, creando una brecha invisible entre, por un lado, los generales, cortejados por AD y COPEI, percibidos como corruptos e ilegítimos por las nuevas cohortes de oficiales (Valderrama 2005, 47 y 50; Acosta 2006, 44-48 y 52), y cohortes cooptadas por la fracción de Bravo de la izquierda radical, por otro lado. Como resultado, se produjo una penetración informal de los militares por par- te de civiles, generando las divisiones necesarias dentro de los militares para dar mejores posibilidades de éxito a la insurrección del TC: un cisma entre los oficiales de rango medio y los de alta jerarquía, una transposición del conflicto sociopolítico a las Fuerzas Armadas. ¿Cómo persuadió la izquierda radical a los hombres de armas para que se unieran a su causa?

Las reformas militares de la década de 1970 no solo promoverán esta brecha, sino que sentarán las bases en las que el discurso del TC será fértil. Esto fue un hecho contingente, no calculado por los estrategas de la conspiración. De hecho, la gran mayoría de los conspiradores no quería tener ninguna relación con Bravo o con la izquierda radical (Garrido 2000, 7; Marksman 2002, 61; Urdaneta 2003, 120), y supieron que detrás del movimiento estaba la izquierda radical solo hasta después del golpe (Acosta 2006, 71). Inicialmente, el co-comandante Arias fue enfático en eso, considerándolo una condición para unirse al movimiento en 1986 (Marcano y Barrera 2007, 58; Marksman 2002, 35). En reuniones secretas entre miembros de Bandera Roja (BR) y dos capitanes impacientes por dar el golpe, Blanco y Rojas, el tema del socialismo fue criticado desde el principio (Puerta 2000, 85). Entonces, ¿cómo fue posible que tantos militares, históricamente hostiles a la izquierda radical, se unieran a este proyecto? La respuesta es: la afinidad entre el mensaje elaborado por la izquierda radical, basado en cierta interpretación de la cultura nacional venezolana que rinde culto al bolivarianismo (Carrera 2003), y las reformas educativas militares de la década de 1970.

Los hombres que siguieron a Chávez en la conspiración fueron producto de las Fuerzas Armadas descentralizadas en la Constitución de 1961, instruidas en un período de cambio, cuando la guerrilla se estaba desmovilizando y no había otro conflicto en el horizonte. Durante los dos períodos constitucionales entre 1958 y 1968, los líderes civiles, en particular Betancourt, lograron crear cada vez más la sensación de que cada revuelta militar solo ayudaría a la insurgencia marxista, de modo que:

la mayoría conservadora en el cuerpo de oficiales pronto se convenció de que apoyar a la nueva administración y a la democratización era la mejor manera de proteger a las Fuerzas Armadas y a la sociedad venezolana de la penetración comunista (Trinkunas 2005, 117 y 129).

Una vez que la guerrilla fue derrotada y apaciguada en 1968, los rangos superiores de las Fuerzas Armadas cambiaron parte de la tarea principal de las mismas. En 1970, la Escuela Militar Venezolana se transformó en Academia Militar y fue incluida en el Consejo Nacional de Universidades. La cohorte de Chávez (que llegó a la Academia en 1971) y sus coconspiradores formaban parte de ese Plan Andrés Bello, lo que provocó rivalidad con cohortes mayores (Chávez 1998, 41). El Plan Andrés Bello fue la primera cohorte en la historia de la Academia Militar que se graduó con la licenciatura en Artes y Ciencias Militares. Además, «Produjo generaciones de cadetes que compartían un nacionalismo ferviente, un apego a las enseñanzas del héroe independentista venezolano Simón Bolívar, y una perspectiva populista, igualitaria y, en última instancia, utilitaria hacia la democracia» (Trinkunas 2005, 162).

Si bien el cambio de orientación de los militares fue también el resultado de mejoras en las calificaciones y el desarrollo profesional durante más de dos décadas, el hecho de que el Plan Andrés Bello llegara justo en el momento de la pacificación no fue una coincidencia: se estaban preparando para nuevas tareas que los civiles no necesariamente les habían asignado (Tarre 2006, 122- 125). Comenzaron a adquirir un sentido de responsabilidad compartida con la población civil en el desarrollo y la gobernanza social y económica, guiados por los ideales de los «días gloriosos de la independencia», en palabras del general Osorio, para entonces comandante de la Academia Militar y principal diseñador del Plan Andrés Bello (Tarre 2006, 124).

Durante una década, la conspiración de la izquierda radical con Chávez y otros militares fue posible principalmente al adoptar la narrativa nacionalista-populista basada en la imaginería de Simón Bolívar, Simón Rodríguez2 y Ezequiel Zamora3 (el llamado árbol de las tres raíces),4 imaginería que encajaba con la mentalidad de la nueva Academia Militar. En el nuevo contexto, Chávez nunca se basó en una retórica socialista para persuadir a los militares involucrados en la conspiración (Prada 2000, 417-418), sino que ofreció el árbol…

El árbol de las tres raíces: segunda baldosa en el camino

Tenemos un buen caso a nuestra disposición para probar la importancia causal de esta narrativa en la historia del MB. Antes de que Chávez se uniera a la conspiración, Bravo convenció al mayor William Izarra de la Fuerza Aérea para que este se uniera al movimiento entre 1968-71. Entre 1973-74 buscó activamente persuadir a tenientes y oficiales de la necesidad de un cambio estructural de la sociedad venezolana. En 1978-79, escribe su tesis de maestría en la universidad de Harvard sobre un proyecto socialista-revolucionario para Venezuela, basado en la unidad cívico-militar. De regreso a Venezuela, materializa la organización del R-83 (Revolución 1983), año en que se suponía que darían el golpe. Más tarde se convertirá en la Alianza Revolucionaria de Militares Activos (ARMA). ARMA incluía coroneles y tenientes coroneles, además de Izarra. Estableció relaciones con la izquierda organizada en general, incluidos trabajadores y campesinos (Izarra 2000).

A primera vista, Izarra y ARMA tenían elementos suficientes para arriesgarse y atacar. ¿Qué pasó, entonces, que el movimiento nunca actuó? En pocas palabras: Izarra fue un defensor del marxismo y el socialismo, cosa que los miembros de ARMA rechazaron abiertamente, lo que provocó un conflicto irresoluble y llevó a la organización a disolverse (Izarra 2000, 384). Esto quiere decir que, aunque para los oficiales subalternos y superiores existieran motivos para sumarse a la conspiración, como el uso de militares en tareas represivas durante el Caracazo, el deterioro de sus salarios por el rápido aumento de los costos de vida, o la intensamente despreciada corrupción de los altos mandos (Trinkunas 2005, 173), ellos no estaban dispuestos a apoyar simplemente cualquier insurrección. Por lo tanto, la conjunción de las reformas educativas militares y el árbol de las tres raíces es causalmente relevante para una explicación de este evento. Aunque no hay evidencia en las entrevistas de que el árbol... fuese un engaño intencional para cooptar a los hombres en el Ejército, pragmáticamente parece haber tenido esa función. Se forjó así una coalición improbable, facilitada por la aparición contingente del Plan Andrés Bello.

El extraño timing del golpe

Durante este período, Chávez fue instructor en la Academia, lo que sirvió para el crecimiento del movimiento. Luego de desarrollar un mecanismo de cooptación efectivo, organizó varias reuniones con diferentes representantes del Ejército y otros civiles. Para 1985, una treintena de tenientes habían tomado el «juramento bolivariano». El período siguiente fue de espera, especialmente porque después, y en ninguna circunstancia antes de 1991, iban a llegar al rango de tenientes coroneles, lo que los pondría a cargo de tropas y de batallones (Chávez 1998, 160; Bravo 2000, 351): la razón clave por la que no dieron el golpe antes de ese momento, independientemente de la crisis social, política o económica. Este es un elemento que ha sido pasado por alto por analistas que han señalado como factores explicativos la proletarización de los rangos inferiores y la corrupción de los rangos superiores dentro de las Fuerzas Armadas, y la relajación de la clase política en viejas disputas con Colombia por terri- torios limítrofes (Tarre 2007, 129-138), o, por otro lado, la crisis económica e institucional (Trinkunas 2005, 173). Estos factores podrían haber sido im- portantes para motivar a aquellos que dudaban en unirse al movimiento, pero no pueden explicar directamente el timing del golpe. Su ascenso al rango de tenientes coroneles sí puede explicarlo.

Tercero, la contingencia negativa: «dejar pasar» la conspiración

La contingencia negativa debe considerarse como aquellos eventos que no sucedieron cuando se puede esperar que, razonablemente, hubieran sucedido. Más concretamente, la realización del golpe de 1992 requirió que ciertos factores no sucedieran, como que la conspiración no fuera detectada por los servicios de inteligencia del Gobierno. Pero tantos oficiales conspirando trajo consigo un mayor riesgo de denuncia y la conspiración fue detectada. De he- cho, hay mucha evidencia de que el golpe fue anunciado por mucho tiempo y para algunos fue vox populi, en la medida en que los medios de comunicación y los altos mandos del Ejército habían informado periódicamente rumores de un levantamiento (Puerta 2000, 90; Cartay 2006, 186; Tarre 2007, 17). Hubo varias denuncias, el golpe no debió haber ocurrido.

Primero, Izarra y su movimiento quedaron expuestos en 1985 y él termina retirándose de las Fuerzas Armadas porque le negaron (informalmente) el ascenso a coronel (Sánchez 2000, 54-55). Por otro lado, en septiembre de 1986, uno de los hombres de Chávez se apresura a organizar una reunión (que el mismísimo Chávez había cancelado por sospechas de infiltración) sin suficientes controles de seguridad, y alguien lo denunció. Como castigo, se envía a Chávez al pueblo de Elorza, retrasando la conspiración (Sánchez 2000, 55; Marksman 2002, 44). En tercer lugar, en 1987 uno de sus hombres manifiesta sospechas de que Chávez era comunista y lo denuncia, sin consecuencias. Hubo otra denuncia en 1989 y unos veinte agentes fueron detenidos e interrogados. La tensa situación se relajó cuando Ochoa (quien más tarde será nombrado ministro de Defensa de CAP en 1991) se ocupó de la situación y desestimó las acusaciones (Marksman 2002, 44-45). Esta vez Chávez fue enviado a la ciudad de Maturín y Urdaneta, co-comandante del golpe, al estado Zulia (Urdaneta 2003, 73). Quinto, Arias también fue denunciado en 1991, lo que provocó que Ochoa lo enviara a otra misión, retrasando el levantamiento planeado originalmente para diciembre de 1991 (Puerta 2000, 87). Lo más probable es que esta lista no sea exhaustiva, pero cinco denuncias parecen ser un número suficiente para prevenir un golpe: el golpe podría haberse evitado fácilmente. Entonces, ¿por qué no se evitó? La respuesta pertenece al reino de la contingencia.

El esprit de corps: la tercera baldosa en el camino

Para empezar, la inteligencia militar descartó la información, como en reiteradas oportunidades lo hizo también el propio presidente CAP (Rivero 2010, 194-196). Por qué lo hicieron no se explica en las entrevistas, pero se podría especular que tenían una confianza justificada en los mecanismos preventivos establecidos, o que fueron claramente negligentes y no se molestaron en dar seguimiento a las denuncias. También hubo situaciones en las que los conspiradores apenas escaparon a las denuncias. Por ejemplo, el 6 de diciembre de 1989, cuando Chávez y otros quince mayores fueron arrestados y puestos bajo custodia, se les había advertido con antelación que habían sido traicionados y tuvieron tiempo de quemar documentos comprometedores (Chávez 1998, 127). Al final, no se presentaron cargos y fueron liberados por falta de pruebas. Habían estado en una situación similar ya en 1986 (Chávez 1998, 127-128), y escaparon de otra traición más cuando, cerca del momento del golpe, hubo un conflicto entre el general Rangel (el comandante general de las Fuerzas Armadas) y el general Ochoa (ahora ministro de Defensa). Esto implicó que Rangel no pasara la información a tiempo, con la finalidad de entregársela él mismo al presidente (Acosta 2006, 97-98). Quizás fue el esprit de corps entre los oficiales lo que prevaleció en algunas ocasiones. Por ejemplo, antes de convertirse en ministro de Defensa, Ítalo del Valle rechaza el ofrecimiento de Izarra de sumarse a la conspiración, pero no denunció a Izarra, ni siquiera cuando el último estaba siendo investigado por la Dirección de Inteligencia Militar (DIM) y el Consejo de Investigación del ministro de Defensa, lo que el propio Izarra atribuye a este esprit de corps (Izarra 2000, 386; Acosta 2006, 94-95). Si esto fuera cierto, contribuiría a una cierta indulgencia silenciosa o «negativa». En resumen: el golpe no se evitó debido a una larga serie de actitudes de laissez passer por parte de las altas esferas decisorias.

Por qué fracasó el golpe

Al final del día, el golpe había fracasado. La razón más consistente propuesta en la literatura es que fracasó porque, durante tres décadas, los civiles habían elaborado un modelo de control sobre los militares con diferentes centros de poder y donde el Ejecutivo tenía la última palabra en materia jurisdiccional y administrativa. Uno de los trabajos más importantes sobre el ejército venezolano es el de Trinkunas (2005). Este señala que el fracaso del golpe puede «atribuirse en gran medida a las divisiones transversales institucionalizadas en el cuerpo de oficiales, que impidieron que los rebeldes militares formaran una ‘coalición golpista’ efectiva» (Trinkunas, 2005, 183).

Según esta interpretación, las características de la organización militar deberían haber impedido la articulación de coaliciones militares cruzadas entre las distintas fuerzas. Pero la evidencia de los testimonios muestra que Bravo y los miembros del PRV, más tarde el Partido Tercer Camino (PTC), articularon redes informales entre las diferentes fuerzas de los militares, y entre estos y otros civiles, formando una coalición amplia y efectiva, a pesar de las «divisiones transversales» existentes. Veamos.

Para 1986, Bravo y los miembros del PTC han logrado interconectar y reunir intermitentemente a varios oficiales «nacionalistas», tanto «no revolucionarios» como «revolucionarios» de tres de las cuatro fuerzas:5 Arias y Chávez al frente del MBR-200 en el Ejército, un oficial de la Armada cuya identidad no revelaron los entrevistados (Bravo 2000, 342), e Izarra y ARMA en la Fuerza Aérea (Bravo 2000, 353). También conectaron con civiles de otros movimientos como La Causa Radical (LCR) y BR. Izarra había oído hablar de Chávez (Ejército) a través de Bravo, pero lo conoce a través de Reyes (Fuerza Aérea) quien, a su vez, estaba vinculado a LCR. Además, después del Caracazo, los contactos entre diferentes fuerzas fueron aún más frecuentes (Valderrama 2005, 84). Más aún, habrá otro nutrido grupo que se suma a la rebelión: el Movimiento Cinco de Julio (MCJ), liderado por Francisco Visconti, Luis Reyes y Wilmar Castro en la Fuerza Aérea, y por el vicealmirante Hernán Grüber y Luis Cabrera en la Armada, quienes organizaron un segundo (y también fallido) golpe el 27 de noviembre de 1992. Como podemos ver, sí se formaron coaliciones cruzadas entre las Fuerzas Armadas.

En segundo lugar, el propio Chávez culpó a un «soplón» (delator) del fracaso. Las evidencias no apoyan esta afirmación. Sin duda, hubo denunciantes (como se mencionó anteriormente), pero no impactaron en el resultado: el golpe no fue esperado ni prevenido por las autoridades gubernamentales. En tercer lugar, «la ausencia de apoyo civil», que puede traducirse como el debilitamiento de la coalición revolucionaria. Existe consenso en las entrevistas de que Chávez no permitió la participación directa de civiles de la izquierda radical en el golpe, por ejemplo, al no entregarles armas (Prada 2000, 417-418). Es más, la población civil nunca llegó a saber la fecha y hora exacta del golpe (Valderrama 2006, 102-103). Chávez y Arias tendrán su último encuentro con Bravo y su partido en octubre de 1991, manteniendo limitadas las conexiones con unos pocos civiles (Bravo 2000, 357 y 359; Prada 2000, 418). Al final, incluso Klever Ramírez (TC) y Pablo Medina (LCR), dos de los civiles más cercanos al movimiento, quedaron fuera (Marksman 2002, 51). ¿Cuál fue el motivo de este distanciamiento y cuáles fueron sus consecuencias? Primero, según algunos entrevistados (Marksman 2000, 60; Valderrama 2005, 101), la división fue el resultado del conflicto de poder por el control del movimiento, además de las disputas entre civiles sobre liderazgo e ideología (Solano 2000, 79). Por otro lado, según Bravo (2000, 357), Chávez estaba en contra de la participación de civiles porque en lugar de tomar una «acción militar» de acuerdo con los civiles (el plan desde el principio), decidió por una «acción militarista» (un golpe militar tradicional). Por último, Valderrama (2005, 45) afirma que Chávez le pidió que perdiera el contacto con civiles, porque había una filtración de información en Caracas.

Son abundantes las pruebas de que los líderes del movimiento esperaban el apoyo popular durante el evento, e incluso incluyeron el llamado a la rebelión civil como objetivo estratégico del golpe (un video de Chávez que nunca se proyectó en la TV nacional). Además, lamentaron profundamente no poder unirse al Caracazo desde que sucedió. Por lo tanto, el diseño estratégico del golpe no fue el típico golpe de Estado militar. Entonces, ¿por qué dejar de lado a los civiles? Diferentes testimonios de dentro y fuera del movimiento confirman que la filtración información fue real y que el golpe se había con- vertido en un «secreto a voces» (Urdaneta 2003, 117; Acosta 2006, 97 y 111). Según Acosta (2005, 10), las filtraciones se debieron a los «impacientes» capitanes Blanco y Rojas. Todos estos factores pudieron haber contribuido a la derrota del golpe. Sin embargo, lo cierto es que a pesar de todo esto, el golpe triunfó militarmente en todos sus objetivos…, excepto en la toma del Palacio de Miraflores (la casa de gobierno), la captura del propio presidente CAP y la toma de RCTV, una de las principales estaciones televisivas nacionales (Valderrama 2005, 122). Y los tres eran responsabilidad de Chávez.

Cuarto, la contingencia «amical»: superar con creces el fracaso militar

Como señala Trinkunas (2005, 156), los oficiales lograron la mayoría de sus objetivos operativos: el golpe había tenido éxito militarmente. Los otros cinco comandantes estaban esperando sólo el mensaje notificando la captura del presidente CAP y la toma del Palacio de Miraflores por Chávez. A pesar de la fuga de CAP y la difusión de su mensaje, todavía podrían haberse apodera- do del Palacio de Miraflores (Chávez 1998, 321), un «objetivo psicológico» clave (Acosta 2006, 102-103), una demostración de control sobre el centro

de poder (Valderrama 2006, 88), un objetivo fundamental dada la desventaja numérica en la que se encontraban: demostrar que tenían el poder incluso sin capturar CAP (Solano 2000, 78). ¿Por qué Chávez y su batallón no se apoderaron de Miraflores?

Chávez (1998, 225) culpó a las fallas en las comunicaciones por no lograr sus objetivos. Otros relatos del hecho han notado que los oficiales rebeldes experimentaron fallas de comunicación (Naím 1993; Trinkunas 2005) y en las entrevistas todos los comandantes señalan que hubo problemas de comunicación. Por ejemplo, Arias insistió en el fracaso de las comunicaciones, tanto antes como durante el golpe (Garrido 2002, 56). Valderrama (2005, 52) dice que las comunicaciones fallaron gravemente, y que solo logró hablar con La Carlota (el aeropuerto militar de Caracas), pero nunca pudo hacerlo con Chávez en Caracas, ni con Maracaibo o Maracay (Urdaneta 2003, 94- 95; Acosta 2006, 93; Marksman 2002, 55-56). Sin embargo, hay un par de problemas con esta explicación. A la 1:30 a. m. Chávez llamó a su entonces compañera sentimental, Herma Marksman, quien estaba apoyando las comunicaciones durante el golpe, solo para anunciarle en lenguaje codificado que había llegado a Caracas con su batallón. Eso significa que las comunicaciones estaban funcionando bien hasta ese momento. Los demás oficiales y coman- dantes se preguntaron por qué no los contactó (Garrido 2002, 62), dado que el propio Chávez era un especialista en comunicaciones.

Las cosas se vuelven aún más oscuras ya que Chávez estaba a solo 150 metros de Miraflores. ¿Por qué no atacó? Chávez nunca se lo explicó a sus compañeros en la cárcel (Acosta 2006, 101), ni tampoco por qué ni siquiera envió al menos a sus hombres a capturar Miraflores (Acosta 2006, 104). Solano (2000, 78) dice que, inexplicablemente, Chávez no atacó, sino que envió a uno de sus capitanes (se refiere a Ronald Blanco, quien conducía un tanque hacia las puertas de Miraflores). El historiador Agustín Blanco (2003, 109 y 111) repite que, durante su extensa entrevista con Chávez, este nunca ofreció otra explicación que el fallo en las comunicaciones. Todos los entrevistados afirmaron que, independientemente del tema de las comunicaciones, Chávez fue negligente (Acosta 2006, 103-104), al punto de que, al tratar de explicar por qué había fallado en Caracas, llegó incluso a decir que esperaba el apoyo de civiles (Chávez 1998, 150-153; Urdaneta 2003, 113), o que esperaba a la aviación (el MCJ) aun cuando sabía que no vendrían (Urdaneta 2003, 116). Según Urdaneta (2003, 114-119), las razones de los fracasos de Chávez para lograr sus objetivos fueron militares. Se podría argumentar razonablemente que estos testimonios son tendenciosos. El problema es que no hay conflicto de interpretaciones porque, al ser entrevistado, el propio Chávez no respondió las preguntas (Chávez 1998).

Redes de conocidos: la cuarta baldosa en el camino

La siguiente pregunta obvia es ¿por qué a un comandante golpista capturado y derrotado se le dio la oportunidad de hablar en televisión en vivo? Chávez se vio obligado a dar un mensaje (Chávez 1998, 260-261), pero no se vio obliga- do a leer una declaración preparada: esta fue improvisada (Acosta 2006, 103). De modo que la oportunidad que se le dio de hablar en señal abierta de TV pa- rece haber sido el resultado de un poco de ayuda. Esto no es tan especulativo. El presidente CAP no lo autorizó, por lo que la decisión vino desde dentro del círculo de los responsables de la rendición de Chávez. Cuando él y su batallón fueron rodeados en el Museo Militar, el encargado de negociar su rendición fue el director de Planificación del Estado Mayor del Ejército, general Ramón Santeliz, quien solía ser parte del disuelto ARMA (Bravo 2000, 349; Chávez 1998, 255; Marksman 2002, 58). Además de Ochoa y Santeliz, había otro responsable de lo ocurrido durante este episodio: Fernán Altuve, quien resultó ser hijo de uno de los amigos y asesores militares de Chávez en la Academia (Blanco, en Urdaneta 2003, 115). La contingencia le había sonreído una vez más a Chávez.

Como sucedió con la guerrilla de la década de 1960, el entonces y ahora presidente Rafael Caldera tomó el camino del «apaciguamiento» y otorgó indultos presidenciales en 1994 a los hombres involucrados en las rebeliones. En realidad, esto fue solo la punta del iceberg de un clima general de consenso para liberar a los rebeldes, tanto en el establishment político como en la opinión pública (Caldera 2007). Una vez liberado de la cárcel en 1995, Chávez hace llamados públicos a la abstención, que fracasaron dramáticamente. Es entonces cuando finalmente se convence de que debe jugar a la política institucional y se dirige a la organización de un nuevo partido: el Movimiento Quinta República (MVR) (Garrido 2000, 10-11). Para entonces, ha hecho nuevas amistades con políticos de izquierda que se le acercaron al ver la ola de su popularidad. Se estaba formando una coalición renovada para enfrentar los desafíos de la opinión pública y la política institucional. Esto significa que el golpe sí logró algo a su favor, aunque ciertamente no lo que ellos pensaban: fuera de las posiciones estratégicas que Chávez no logró capturar en Caracas, capturó la opinión pública y el liderazgo de diversos partidos de principios de la década de 1990. La crisis de legitimación venezolana le había dado una mano a Chávez y a los rebeldes.

Quinto, la contingencia de la estructura política: la apertura del sistema

Para ganar las elecciones de 1998, Chávez no solo necesitó y obtuvo el apoyo de grupos de izquierda. Otros dos factores influyeron en la explicación. Para empezar, habrían necesitado los recursos para terminar una campaña exitosa y, en segundo lugar, necesitaron una apertura en el arreglo entre las élites para derrotar al sistema bipartidista dominante. Ambas cosas pasaron.

Gates (2010) muestra que una vez que Chávez se convirtió en un serio contendiente en marzo de 1998, una fracción de la comunidad empresarial lo cortejó y luego lo ayudó durante la campaña. De esta manera, explica porque Chávez resultó elegido entre otros candidatos que como él criticaban al establishment. Esta crítica y el rechazo al neoliberalismo hicieron que algunos empresarios temieran perder el acceso al Estado, lo que fue posible dado que la comunidad empresarial en Venezuela era «económicamente dependiente pero políticamente prominente» (Gates 2010, 6). Esto contribuiría a explicar que, a pesar de su discurso radical y de su posterior radicalización, Chávez sostuviese algunas políticas neoliberales al inicio de su Gobierno, por lo que recibió las críticas de algunas fracciones de la izquierda política, incluido el propio Bravo (Bravo 2000, 361-364).

El apoyo de una fracción de la comunidad empresarial a Chávez era una condición necesaria, como lo argumenta Gates, pero yo añadiría que también es insuficiente por sí misma, ya que otras fracciones de esa comunidad sí apoyaban a otros candidatos: también ocurrió el conflicto entre las élites de los principales partidos, generando una apertura para Chávez y al MB. Ante las severas críticas y el deterioro del sistema económico y político, las élites políticas implementaron varias medidas de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE). Pero fueron los golpes militares de 1992, y la acogida positiva que tuvieron en la opinión pública, los que finalmente presionaron a las élites políticas en la dirección de la aplicación de esas pocas reformas que efectivamente se aplicaron. ¿Por qué estas reformas no pudieron cortar la entropía del sistema político? ¿Qué hizo infructuosos los intentos de reforma a raíz de la campaña transgresora del chavismo? Las reformas contribuyeron de manera no buscada o no intencional a la consolidación del sentimiento anti-élite y el populismo radical al producir aperturas inesperadas. Una vez más la contingencia favoreció a Chávez y al MB. Como lo muestro en otro trabajo (Gauna 2023), debido a la descentralización y la personalización del voto (las únicas reformas de la COPRE puestas en práctica), surgieron nuevos conflictos intrapartidistas, tendencia que exacerbó y sobre todo desplazó a la lógica anterior del faccionalismo. Debo insistir acá sobre el hecho de que este es un factor contingente, pues la decisión de radicalizar el faccionalismo por parte de líderes políticos puntuales no se deriva de la estructura política anterior, la partidocracia presidencialista, y su dinámica explicada por Coppedge (1994). Dicha dinámica hubiese podido continuar, pero la misma entrada en escena del MB trastocó la percepción del escenario político.

La radicalización del faccionalismo: la quinta baldosa en el camino

Hay dos situaciones claves en las que el faccionalismo radical favoreció a los

outsiders representados por Chávez y el MB:

  1. CAP, como en su primera presidencia, jugó contra las altas filas de Acción Democrática (su partido). Para empezar, buscó la reelección contra la oposición del entonces presidente Jaime Lusinchi, quien representaba a la vieja guardia de AD y la maquinaria. Esta habría sido la política usual de la partiarquía presidencialista -como la describe Coppedge (1994)- si no hubiera sido por otros tres conflictos. Primero, Pérez luchó su nominación a partir de su carisma y apelando a la juventud de AD, contando esta vez con el apoyo de los cuadros tecnocráticos. En segundo lugar, hubo un conflicto más profundo entre estos dos sectores dentro de AD, ya que Pérez entró en conflicto con su partido específicamente en el tema de las políticas neoliberales. Las medidas fueron percibidas como una traición a los principios socialdemócratas del partido en el mejor de los casos, o en el peor como una ruptura del acuerdo de apaciguamiento de las élites que el modelo ISI permitía. Ante la enorme resistencia a las políticas neoliberales que implementó su Gobierno en 1989, Pérez buscó nuevos aliados para debilitar la estructura de poder de los partidos y los encontró apoyan- do a la Asociación de Gobernadores (resultado de la descentralización). Esto condujo a un tercer desacuerdo con la elite de los partidos, brindando su apoyo a los actores emergentes de la descentralización y al fortalecimiento de la «política personalista». Con CAP, el faccionalismo fue lleva- do a un nivel completamente nuevo, una lucha por la reestructuración del Estado. Esta vez sus enemigos cargaron con todo lo que tenían y lograron llevarlo a juicio. Su destitución en 1993 por cargos de malversación de fondos calentó aún más un ambiente de frustración y deslegitimación del sistema.

  2. En las elecciones generales de 1993, el mismo patrón de luchas entre facciones culminó con la nominación del exalcalde de Caracas (y protegido de CAP), Claudio Fermín, como candidato presidencial de AD, quien per- dió ante Caldera. Sin embargo, en las elecciones presidenciales de 1998, la dirección de AD optó por no apoyar a Fermín y, en cambio, nominó a Luis Alfaro (secretario general del partido y representante de la élite tradicional). El fraccionalismo había dado otro giro radical en el que se cuestionaban los canales tradicionales de promoción de los partidos y la carrera de los políticos tomaba un rumbo inverso, partiendo desde afuera del partido (González y Mascareño 2004, 205). Pero ante la baja popularidad de su candidato y el creciente apoyo a Hugo Chávez en las encuestas, AD terminó apoyando a Henrique Salas, exgobernador del estado Carabobo, otro candidato nacido de la descentralización y promotor del neoliberalismo. El mismo hecho de estar asociado a partidos tradicionales se convirtió en un lastre que favoreció la candidatura de Chávez (Molina 2002, 235). Algo parecido le sucedió a la anterior lideresa de las encuestas, Irene Sáez, cuando COPEI la apoyó.

Estos conflictos son importantes porque debilitaron el apoyo de los partidos mayoritarios en dos elecciones seguidas (1993 y 1998), dividiéndolos entre contendientes y, finalmente, dejando la mayoría de los votos a Chávez en 1998 (Molina 2002). Como consecuencia, señalaron la crisis y la desaparición de la partiarquía presidencialista venezolana a través de una nueva versión del faccionalismo, una en la que los líderes regionales comenzaron a buscar apoyo en plataformas distintas a los canales bajo el control del partido. Por último, estos conflictos debilitaron principalmente un lado de la estructura polí- tica: las reformas de la década de 1990 se centraron en la transformación de la partidocracia, pero afectaron menos al presidencialismo, y la personalización extrema de la política sería algo que Chávez y su movimiento aprovecharían y profundizarían. Los rebeldes «caídos» se convertirán en populistas radicales exitosos después de 1998, gracias a una increíble serie de acontecimientos contingentes.

Conclusiones

El principal argumento de este artículo ha sido que la contingencia tuvo un papel fundamental en la llegada al poder de Chávez y el MB en Venezuela, y esto es algo que ha sido dejado de lado en los estudios sobre el tema. Utilizo el término contingencia en el sentido de eventos pequeños e improbables que tienen grandes y duraderas consecuencias. Esto no debe entenderse como una afirmación de que todo fue «suerte» en este proceso. Sin embargo, la evidencia acá presentada debería llevarnos a pensar que, en procesos de cambio social y político, con frecuencia las oportunidades que se abren a los actores vienen dadas por factores contingentes, para bien o para mal. La interacción entre planeación y organización, en el lado de los movimientos, por un lado, y contingencia en el lado de los sistemas y estructuras, o de manera general, por otro lado, es un ámbito teórico al cual debemos prestar atención.

En este artículo he identificado la microestructuración de la trayectoria o camino hacia el poder de Hugo Chávez y el MB en Venezuela. La misma se basó en procesos a veces temporalmente distantes entre sí, por lo cual no se puede reducir al análisis de la contingencia a los eventos que ocurren en un instante cercano del tiempo, como lo teoriza Ermakoff (2015) con una «fenomenología formal». Sin embargo, tampoco pueden ser reducidos a una nueva institucionalización, ni a un camino cada vez más determinista-al menos no hasta después de 1999- como lo proponen los teóricos de la «dependencia del camino» (path dependency) como Mahoney (2000) o Pierson (2000). La identificación de esta microestructuración implica una perspectiva teórica y metodológica que nos permite identificar transacciones sociales que durante un período relativamente breve ocupan el lugar de las estructuras sociales y políticas formalmente instituidas. Son la materia y el contenido de las «aperturas» en la continuidad de dichas estructuras.

La evidencia muestra que, al menos en cinco dimensiones, la contingencia predominó en esta historia, la cuales recuento ahora en orden cronológico. Primero, la coalición forjada entre la izquierda radical y los militares es bastante poco común en el contexto latinoamericano y fue posible gracias a las reformas militares de la década de 1970. La misma fue un impacto de «significado», cuando la narrativa de el árbol de las tres raíces fue favorecida por las reformas militares del Plan Andrés Bello y su nuevo discurso nacionalista-populista. En segundo lugar, el desconocer la información y los múltiples anuncios de que se estaba planeando un golpe por las altas filas de las Fuerzas Armadas parece improbable o al menos no tan predecible. Este es un tipo de contingencia «negativa», pues se basa en una serie de omisiones que van en una dirección común. El piso fue proveído en este caso por el esprit de corps dentro de las Fuerzas Armadas. En tercer lugar, el líder de un golpe de Estado fallido que tuvo la oportunidad de hablar en televisión en vivo fue una situación realmente afortunada para él. Esta contingencia se basó en una alineación de propósitos con conocidos de Chávez dentro de las Fuerzas Armadas, pero que no fueron resultado de las decisiones de este, ni de la intencionalidad de ninguno de los participantes: una contingencia amical, por las redes de conocidos. Cuarto, que el líder de un golpe, quien no logró sus objetivos y fue detenido, entregara una actuación inmaculada que cautivó a la opinión pública es asombroso. Ciertamente, Chávez tenía una formación en comunicaciones, pero en ese momento no había preparado el discurso, fue una contingencia performativa. Esto impactó en la opinión pública y algunos partidos políticos de manera favorable para ellos. Quinto, que las reformas políticas de inspiración neoliberal de la década de 1990 y los conflictos dentro de los partidos allanaron el camino para la elección de los revolucionarios es, en perspectiva, realmente asombroso. Fue una contingencia de la estructura política, y el piso en el camino del movimiento al poder lo pavimentó la radicalización del faccionalismo. Los cinco eventos contingentes sucediendo juntos son casi increíbles. Algunos procesos realmente ocurren contra todo pronóstico.

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Recibido: 20 de Diciembre de 2022; Aprobado: 26 de Abril de 2023

Correspondencia anibal.gauna@upc.pe

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