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Boletín de la Academia Peruana de la Lengua

versión impresa ISSN 0567-6002versión On-line ISSN 2708-2644

Bol. Acad. peru. leng.  no.73 Lima ene./jun. 2023  Epub 30-Jun-2023

http://dx.doi.org/10.46744/bapl.202301.008 

Notas

Paternidades ausentes y violencia de género en Morir en mi ley, de Lenin Heredia Mimbela

Carlos Milton Manrique Rabelo1 
http://orcid.org/0000-0003-1304-1891

1Universidad Tecnológica del Perú, Lima, Perú C14030@utp.edu.pe

Morir en mi ley (Sietevientos Editores, 2021) es el segundo libro de ficción de Lenin Heredia Mimbela. Ya en La vida inevitable (Paracaídas Editores, 2014), el autor hacía gala de su maestría en el manejo de técnicas narrativas y del lenguaje en la voz del narrador y de los personajes. Asimismo, las historias de este libro de cuentos tienen como espacio principal la ciudad de Piura, con todo su bagaje cultural y forma de hablar de los piuranos. En Morir en mi ley, primera novela de Heredia, también la ciudad de Piura cobra protagonismo, pero como una ciudad hostil, donde ocurren enfrentamientos por injusticias sociales (expropiación de terrenos) y cuestiones políticas, como sucede realmente en el Perú actual. Sin embargo, en esta novela de corte realista urbano, los personajes cobran mayor importancia que el espacio donde se desenvuelven. Por lo tanto, mis reflexiones, a partir de la lectura de Morir en mi ley, se direccionan en la ausencia de paternidad y violencia de género que sufren los personajes principales de esta novela, donde el autor reafirma el buen manejo de las técnicas narrativas, como los vasos comunicantes y el uso del lenguaje narrativo que ya venía cultivando desde su primer libro.

Lidia y Paco son los personajes protagonistas de esta historia que oscila entre Piura (Castilla) y Lima (Chorrillos). Lidia es una mujer corajuda y emprendedora, que le hace frente a la vida sin miramientos con la única finalidad de que su hija, Rebeca, no sufra la violencia de género que ella sufrió desde niña. Lidia fue ultrajada por un ahijado de sus padres a la corta edad de siete u ocho años. Este ahijado adolescente se quedaba por las tardes en casa de los padres de Lidia mientras ellos se encontraban trabajando, y es en ese espacio y tiempo donde él aprovechó para violarla sistemáticamente.

En un estudio sobre la subalternidad y sociedad en Un mundo para Julius, Valenzuela afirma que «es a través del mundo del sexo que se imponen una serie de nuevos valores y se ejerce dominio sobre los demás» (2012, p. 11). Tal dominio se evidencia en el ultraje sexual que el hermano mayor de Julius comete contra Vilma (empleada del hogar), un acto deplorable que queda impune y avalado por Juan Lucas, quien justifica la violación argumentando que Vilma, por ser chola, bonita y, por ende, «promiscua», era la culpable. Lo mismo sucede en Morir en mi ley, donde el ahijado ejerce dominio sobre Lidia violándola, y, al igual que el violador de Vilma, su acto también queda impune. Por lo tanto, mientras el hombre siga considerando «el sexo como un derecho y su carencia como un derecho agraviado» (Chaves, 2021, p. 504) y reforzando la idea de que tiene dominio sobre el cuerpo de la mujer, las jerarquías de poder basadas en la raza, clase y género se reafirmarán.

A partir de este hecho repudiable, Lidia se volvió rebelde y huraña frente a todos. Se enamoró muy joven de Paco, no tanto por amor, sino por salir de casa y evitar las discusiones familiares: «Quizá me enamoré, o me enterqué o solo buscaba algo que ahora no sé precisar. En casa todo era duro, incluso, tú, Betty, me culpabas de todo, pero con él, afuera, todo iba tranquilo, bien, siquiera al inicio» (p. 206). Vio en Paco un refugio, la protección que no le brindaba su padre. Pero Paco continuó la violencia de género, pues resultó ser un delincuente y un maltratador. Golpeaba a Lidia cada vez que discutía con él y no se dejaba dominar: «Un golpe. Otro. Grita pues. Habla pues. Apretó cuanto pudo su cuello, hasta sentir que ella se calmaba realmente. Entonces aflojó. Lidia aprovechó ese instante para empujarlo con ambas manos» (p. 61). Esta violencia de género, según Cristina Alcalde (2014), se agudiza más cuando la mujer depende económicamente del hombre, cuando la mujer no tiene un trabajo o profesión. En Morir en mi ley, Lidia no tiene trabajo seguro ni profesión alguna, solo trabajos eventuales. Esta carencia de realización profesional y económica es la que permite que su agresor, Paco, la convierta con mayor facilidad en su víctima. Por otra parte, la violencia sexual es narrada por la propia Lidia (narrador personaje y narrador protagonista) en forma de monólogo interior, con la intención de mostrar el trauma que deja una violación desde la voz interior de la víctima. Según Boesten (2016), la violencia sexual reafirma la masculinidad violenta en los hombres. Es decir, la necesidad de dominar, doblegar, humillar con violencia al otro está en el imaginario machista. Morir en mi ley aborda el tema de la violencia sexual en Lidia como una crítica hacia ese machismo imperante, como representación de las muchas mujeres incomprendidas que han sido ultrajadas por alguien cercano de la familia, y por temor y vergüenza guardaron silencio y el acto de violación quedó impune.

Lydia Cacho (2018), escritora y periodista mexicana, quien desarticuló la mafia de explotación sexual y trata de menores más grande que operaba en Cancún, en su libro #Ellos hablan realizó un estudio sobre las masculinidades violentas desde la niñez violentada. Entrevistó a trece hombres adultos de distintas razas, profesiones y clases sociales, y todos coincidieron en que ellos sufrieron violencia en la niñez por sus padres, padrastros, tíos o apoderados con los cuales vivieron y se formaron. «Los hombres no deben tener corazón de pollo», les decían; «no deben permitirse llorar y mostrarse débiles», inculcaban, y son estos discursos los que calan en el imaginario de los hombres para ser considerados como tales, y ganar un capital simbólico suficiente para no ser relegados de lo considerado masculino en una sociedad machista. Es precisamente lo que Paco representa en Morir en mi ley. Él se muestra fuerte ante todos al convertirse en un matón, y se gana el respeto del Trinchudo y el Gordo, sus cómplices en los asesinatos de los líderes de la comunidad campesina que luchaban por no permitir que el Gobierno se apropie de sus tierras. Esta inmersión en el sicariato no solo lo lleva a la violencia extrema y a convertirse en escoria para la sociedad, sino también a olvidar el rol de padre y esposo, pues descuida su hogar completamente. Su hija, Rebeca, no tiene la figura paterna como tampoco la tuvo su madre, Lidia. Paco incluso no está el día de su cumpleaños, y al día siguiente no le lleva la muñeca de regalo tan esperada por su hija. Esta paternidad ausente, o paternidad en crisis, se ha normalizado en los países latinoamericanos, donde es «normal» que un padre no reconozca a su hijo/a, o si lo/a reconoce, no le dé calidad de vida ni de tiempo, y a los pocos años lo/a abandone. Lo curioso es que este abandono no es considerado como violencia, cuando es la peor de las violencias que puede sufrir un/a niño/a. La figura del padre proveedor sigue prevaleciendo como la principal función que hace a un padre un «buen» hombre; pero se sigue descuidando el rol de padre afectivo, que debe brindar no solo tiempo, sino calidad de tiempo para los hijos/as y esposa, por temor a descuidar el polo viril y sumergirse demasiado en lo doméstico (Fuller, 2002, pp. 30-31). Por lo tanto, se desatiende la paternidad en toda su dimensión, ya que ser padre no es solo mantener el hogar, sino cuidarlo, darle afecto, brindarle seguridad no solo material, sino afectiva, emocional.

Tanto Lidia como Rebeca, incluso Matilde, la anciana que apoyó en todo momento a Lidia, son violentadas por la ausencia paterna. Ninguna tuvo una figura paterna a su lado, ninguna tuvo un papá que las proteja, que les brinde seguridad emocional, que las guíe. Prácticamente, son hijas abandonadas por su padre. Ello trae consecuencias. En Lidia, por ejemplo, fue la peor de todas, porque su padre permitió que su ahijado (el violador) esté en casa todas las tardes con ella y con Betty, la hermana menor de Lidia, mientras él se dedicaba al trabajo y a la política, pues la novela da a entender que el padre tenía un cargo público:

-¿Tú crees realmente que esto no tiene que ver contigo? Él la miró con impaciencia. Con esa respiración agitada, parecía al borde de un ataque. A veces parecía también como si la odiara. -Solo te recuerdo que era tu ahijado favorito. A ti te importaba un bledo nuestra suerte. Tú estabas metido en tu trabajo y en tu política. ¿A mí que me importa que seas reconocido? ¿A dónde fue a parar tu reconocimiento? (p. 230)

A causa de esta ausencia, Lidia fue violada a sus cortos siete u ocho años; ella no recuerda el año exacto, pero lleva marcada en su piel y mente la violencia sufrida en su niñez. En Rebeca, la ausencia de Paco la llevó a un cuadro de depresión que se refleja en lo físico: la niña continuamente se orina en la cama y cada día se muestra más rebelde frente a su madre. La anciana Matilde, por otro lado, elige quedarse sola por no tener un buen ejemplo paterno, por evitar terminar como su madre; ella no quiere pasar por lo mismo. El remordimiento la carcome por no haber estado a su lado cuando murió. «Estaba de viaje, con un tipo, y no llegué a tiempo cuando murió. Murió sola. Nadie se dio cuenta. La descubrieron unos vecinos. Cómo me ha dolido eso. Durante cuánto tiempo» (p. 180). Por eso, ella decide internarse en un asilo para pasar sus últimos días en compañía de otros/as ancianos/as y no morir sola.

En cuanto a los personajes masculinos, Paco también sufre ausencia paterna, ya que su padre lo abandonó cuando era un niño. «La música de su padre, las baladas que Paco oía los domingos por la mañana apenas despertar. Lo único que guardaba de aquel hombre, que se marchó tan pronto» (p. 217). Este abandono hizo que crezca sin norte, sin un patrón a seguir, lo que lo llevó a integrar bandas delincuenciales y ser un maltratador; a matar por dinero y quedar sin una pierna, sin el amor de Lidia, su amor de adolescencia, y sin poder ver a su hija. Su carácter violento e inestabilidad emocional no le permitieron formar un hogar.

En conclusión, Morir en mi ley, de Lenin Heredia, desde mi lectura, refleja una realidad peruana que aún no se ha estudiado en toda su dimensión, como lo es la paternidad en crisis y la violencia de género. Los personajes principales han sufrido esa ausencia de paternidad, la cual los ha llevado a ser vulnerables en momentos cruciales de la vida, a vivir con una baja autoestima y soledad permanente. Por otro lado, los personajes femeninos, especialmente Lidia, han sufrido violencia de género. Esto evidencia que el machismo sigue siendo un tema que principalmente aqueja a las mujeres; sin embargo, no por ello se tiene que limitar los estudios de género a la mujer, por el contrario, se debe extender a otros grupos identitarios que vayan más allá del binario hombre-mujer. Asimismo, la violencia de género no solo se limita al género; hay que tener en cuenta las otras políticas identitarias que se intersecan, como la raza, la clase, la etnia, la edad, la educación, la orientación sexual, etc. Un estudio que analiza la intersección de género, clase y etnia como un todo potente de dominación en culturas latinoamericanas es el realizado por Marfil Francke (1990). También, Kimberlé Crenshaw (1991) nos dice que la interseccionalidad sirve para acercarnos con mayor precisión a las experiencias de las mujeres violentadas, es decir, emplear como herramienta analítica la interseccionalidad para profundizar en la violencia de género. Lenin Heredia, con Morir en mi ley, aporta en esa dirección, para que reflexionemos sobre este tipo de violencia que aqueja y daña al ser humano en general.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Alcalde, C. (2014). La mujer en la violencia. Pobreza, género y resistencia en el Perú. Fondo Editorial PUCP. [ Links ]

Boesten, J. (2016). Violencia sexual en la guerra y en la paz. Género, poder y justicia posconflicto en el Perú. Biblioteca Nacional del Perú. [ Links ]

Cacho, L. (2018). #Ellos hablan. Testimonios de hombres, la relación con sus padres, el machismo y la violencia. Penguin Random House. [ Links ]

Chavez, J. (2021). El lamento de Houellebecq. Una lectura de Las partículas elementales a partir de la noción de masculinidades en crisis. Lexis, 45(2), 797-824. https://doi.org/10.18800/lexis.202102.009 [ Links ]

Crenshaw, K. W. (1991). Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color. Stanford Law Review, 43(6), 1241-1299. [ Links ]

Francke, M. (1990). Género, clase y etnia. La trenza de la dominación. En A. Sánchez León (Ed.), C. I. Degregori, M. Francke, J. López Ricci, N. Manrique, G. Portocarrero, P. Ruiz Bravo y A. Zapata, Tiempo de ira y de amor: nuevos actores para viejos problemas (pp. 79-106). DESCO. [ Links ]

Fuller, N. (2002). Masculinidades. Cambios y permanencias. Fondo Editorial PUCP. [ Links ]

Heredia, L. (2014). La vida inevitable. Paracaídas Editores. [ Links ]

Heredia, L. (2021). Morir en mi ley. Sietevientos Editores. [ Links ]

Valenzuela Garcés, J. (2012). Subalternidad y sociedad: sirvientes, arribistas y marginales en Un mundo para Julius de Alfredo Bryce Echenique. Boletín de la Academia Peruana de la Lengua, 53(53), 43-77. https://doi.org/10.46744/bapl.201201.003 [ Links ]

Recibido: 01 de Febrero de 2022; Aprobado: 15 de Abril de 2023

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