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Boletín de la Academia Peruana de la Lengua

Print version ISSN 0567-6002On-line version ISSN 2708-2644

Bol. Acad. peru. leng.  no.73 Lima Jan./Jun. 2023  Epub June 30, 2023

http://dx.doi.org/10.46744/bapl.202301.009 

Notas

Escritores peruanos: sombras y luces en Santiago de Chile

Marco Martos Carrera1  2 
http://orcid.org/0000-0002-6645-2785

1Academia Peruana de la Lengua, Lima, Perú marcomartos9@hotmail.com

2Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú marcomartos9@hotmail.com

Entre tantos otros libros, el poeta José Santos Chocano escribió Primicia de oro de Indias. Años más tarde, se convertiría en un buscador de tesoros y deambularía, alucinado, por las callejuelas del centro de Santiago de Chile, con unos planos encontrados por Enrique Bruce Padilla, un astroso desocupado. Nada hallaron nunca los socios y se separaron tras una reyerta en un bar de mala muerte. El 13 de diciembre de 1934, José Santos Chocano viajaba en un tranvía, babilónico, pomposo, como siempre. En el bolsillo llevaba una carta firmada por él, dirigida a un amigo en Lima, fechada 14 de diciembre, pues era supersticioso y temía a las fechas que consideraba fatídicas. Con un puñal que llevaba entre las ropas, Enrique Bruce Padilla, a quien luego la justicia motejó esquizofrénico, mató al poeta sin contemplaciones. La carta sin enviar quedó manchada de oscura sangre. Décadas más tarde, en pleno siglo xxi, las autoridades municipales chilenas, refaccionando una antigua casa de estirpe colonial, al cavar una zanja hallaron el tesoro anhelado por el Cantor de América.

Este trágico final, que se cuenta cada vez que se habla de Chocano, es el corolario de una vida llena de aventuras y de éxito literario a partir de la publicación de Alma América, su libro de 1906, que preanuncia la poesía magnífica de Pablo Neruda en «Canto General». En las primeras décadas del siglo xx, ningún poeta americano, salvo Rubén Darío, manejó tan bien como Chocano los versos con un ritmo tan natural, con una gracia inigualable, y por eso perduran en el gusto de tantos lectores: «Los caballos eran fuertes, / los caballos eran ágiles, / y sus cascos relucientes, / y sus trompas musicales».

Perseguido políticamente, como tantos otros peruanos en épocas oscuras, Luis Alberto Sánchez llegó a Chile en 1934 y permaneció en Santiago hasta 1938, donde desarrolló, como responsable de la editorial Ercilla, una proficua labor de difusión literaria que no ha sido olvidada. Sánchez ya era una persona adicta al trabajo editorial y a la escritura. Se prodigó durante esa estancia y fue perfilando ese estilo sobrio y a la vez ameno, que le han dado justa fama. Fue meditando y organizando sus trabajos posteriores, orientados a vincular la historia de América con la producción literaria, convirtiéndose así en el primer escritor de América del Sur que ve a la literatura como un fenómeno cultural que es imposible desligar de la historia. Era, como se dice hogaño, un escritor al servicio de la comunidad. En este tiempo, comenzó a publicar libro tras libro, hasta convertirse en el más fecundo escritor peruano del siglo xx, y uno de los más originales biógrafos, como puede advertirse leyendo sus libros dedicados al Inca Garcilaso, a Abraham Valdelomar o a José Santos Chocano.

Como Luis Alberto Sánchez, Ciro Alegría llegó deportado a Santiago de Chile en 1934, y tuvo que pasar un largo tiempo en hospitales. Las dificultades personales templaron su carácter y sacó fuerzas para escribir. Su caso es verdaderamente asombroso. Las tres obras que escribió en ese tiempo le valieron no solo ganar premios literarios, sino que lo convirtieron en el novelista sudamericano más conocido en todo el mundo. La serpiente de oro (1935), Los perros hambrientos (1939) y El mundo es ancho y ajeno (1941) se han convertido, con el paso del tiempo, en novelas clásicas escritas en español americano que se reeditan de continuo y siguen ganando lectores. Alegría tiene gracia inigualable para contar las peripecias de los pobladores de la sierra norte del Perú. Desarrolla en sus novelas, especialmente en la tercera, el conflicto entre los campesinos y los hacendados, que tienen como telón de fondo la indiferencia o la parcialidad de los poderes del Estado.

Las estancias de José María Arguedas en Santiago de Chile se diferencian bastante con la de Ciro Alegría. Mientras este último vivió en la capital chilena cuando era joven, con toda su potencia de escritura, Arguedas llegó a orillas del Mapocho, cuando sus fuerzas físicas visiblemente declinaban, a mediados de los años sesenta del siglo xx. Esas visitas, muchas visitas, tienen la marca de la enfermedad, pues eran razones médicas las que lo impelían a viajar. No obstante, puede decirse que fue en Santiago donde José María Arguedas tuvo tiempo y ganas para acumular buena parte del material que daría su última y sorprendente novela, El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), una especie de testamento literario, donde las fuerzas creativas, sinónimo de escritura y ganas de vivir, llevan una desigual lucha con los mensajeros de la muerte que al final prevalecerán.

Francisco Bendezú (1928-2004) es uno de los poetas más finos del Perú contemporáneo. Desterrado a Santiago de Chile en 1953, por la dictadura de Manuel Odría, vivió una temporada en la capital chilena. Admirador perpetuo de la belleza femenina, en este lapso escribió un manojo de poemas que le han dado justa fama:

Yo soy el granizo / que entra aullando / por tu pecho desquiciado. / Soy tu boca. / Yo atesoré a ras del sueño, / debajo de las horas, / el latido de tus pasos por el polvo de Santiago, / y tu densa fragancia de magnolia, / y tu lenta cabellera / con perfil de éxtasis o algas, / y el ardor fulmíneo de tus ojos, que, de noche, / como naves sobre el mar / la bruma iluminaban. // ¡No me digas que te quise! Te quiero. / Te debía este lamento, y aunque un grito / mi sangre apenas sea, / también te lo debía: un solo interminable / de un corazón en las tinieblas.

Las vicisitudes de estos escritores en Chile me llevan, de manera natural, a reflexionar sobre cómo las realidades sociales de nuestros países influyen sobre las vidas de los artistas. El Perú ha sido, en toda su historia republicana, un país inestable, donde los grupos gobernantes se han sucedido unos a otros, sin que se respete por mucho tiempo ninguna aspiración democrática. Tormentosa la política en el momento de la independencia, continuó siéndolo en los años posteriores y en buena parte del siglo xx. Y hay que añadir que partes importantes de la población eran marginadas de las elecciones y de las prácticas de gobierno.

Frente a esta situación, cada uno de los escritores que aparecen mencionados en esta nota tomó una diferente actitud. El caso de José Santos Chocano es característico. Celebrado en su momento de mayor esplendor, en los años de la publicación de Alma América optó por preferir los gobiernos llamados fuertes, como lo hizo también Leopoldo Lugones en Argentina. Y eso lo llevó a acercarse a dictadores como el guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, del cual fue su allegado y consejero. Cuando una multitud enardecida penetró en el Palacio de Gobierno con la intención visible de acabar con la vida del presidente y la de su asesor, un hecho sorprendente salvó la vida de ambos: la intervención del joven Miguel Ángel Asturias, quien años más tarde ganaría el Premio Nobel de Literatura. Luciendo tino y empaque, el escritor aprendiz calmó a los conjurados y los convenció para que detuvieran y no asesinaran al presidente y a su amigo cercano, Chocano. Lo que ocurrió después es bastante conocido: el poeta peruano, condenado a muerte, pudo liberarse gracias a la mediación de políticos y dignatarios de diferentes partes del mundo. Tuvo tiempo para regresar al Perú y recibir honores de parte del gobierno de Augusto B. Leguía y ser considerado, una vez más, como un poeta representativo de todo el continente americano. Y fue protegido también cuando en un desdichado incidente acabó con la vida de Edwin Elmore, escritor que precisamente criticaba la conducta cívica del poeta, amigo de dictadores. La justicia fue bastante benévola con él y el juicio fue interrumpido por intervención de las autoridades del gobierno. Cuando cayó Leguía, juiciosamente Chocano decidió salir del país. Que el poeta que llevaba el brillo de los metales preciosos a las palabras terminase su vida buscando tesoros escondidos es paradójico y una muestra clara de que llevaba razón Nietzsche cuando decía que el ser humano vive en peligro constante.

La permanencia en Chile de Ciro Alegría y de Luis Alberto Sánchez tuvo motivos políticos conocidos: ambos eran miembros conspicuos del Apra, el partido dirigido por Víctor Raúl Haya de la Torre, perseguido por el gobierno de Sánchez Cerro primero y luego por el gobierno de Benavides. Su presencia en la capital del Mapocho fue benéfica para ellos mismos y para la sociedad que los acogió. Durante la dictadura de Odría, en los años cincuenta del siglo xx, Chile recibió, una vez más, a numerosos deportados —uno de ellos, Francisco Bendezú, una de las plumas más finas del español de América—. Qué situación la nuestra: haciendo un daño a sus sociedades, los dictadores no logran mellar la calidad literaria de los escritores que deportan.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Santos Chocano, J. (1987). Obras escogidas. Occidental Petroleum Corporation of Perú. [ Links ]

Martos Carrera, M. (2022). La generación del Cincuenta. Antología poética de la generación peruana 1945-1950. Academia Peruana de la Lengua. [ Links ]

Recibido: 18 de Agosto de 2022; Aprobado: 15 de Abril de 2023

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